jueves, 7 de enero de 2021

Una tarde de lo más aburrida

 

   Anteayer por la tarde, el que suscribe iba por el Paseo de Cánovas caminito del hospital de la Montaña a hacerse el test de antígenos. Serían las cinco de la tarde, hacía un frío del copón y aquello estaba plagado de padres que trataban de reclamar la atención de sus hijos señalando con el dedo hacia un cielo raso en el que se divisaban tres puntitos en lento movimiento. Mi cabeza, sin embargo, no paraba de dar vueltas, ajena a aquel espectáculo. ¿Y si resultaba que era uno de tantos positivos asintomáticos que pululan por ahí infectando al personal a calzón quitado? Tenía síntomas y quería salir de dudas. No desesperen, les voy a desvelar inmediatamente el resultado, que no es este asunto como para andarse con suspense y mantener la intriga hasta el último momento. Negativo. Por suerte, no hay que lamentar males mayores. Y, llegados a este punto, bien podría poner fin a este relato, pero como llevo ya una temporadita sin decir esta boca es mía, me gustaría dejar una serie de reflexiones. Como diría Adolfo Suárez, puedo prometer y prometo que todo lo que van ustedes a leer se corresponde fielmente con la realidad. 

 

   La semana pasada la prensa regional publicó que los centros de salud hacían, gratuitamente y sin cita previa, los test de antígenos. Pues bien, espoleado por la curiosidad de comprobar si eso era realmente así, me presenté en el centro de salud de mi zona. Una señora muy amable, respetando milimétricamente la distancia de seguridad en cuanto le desvelé el motivo de mi visita, me despejó todas las dudas: ni los tests se hacían en todos los centros de salud, ni mucho menos se realizaban por las tardes. Vamos, ni por las tardes..., ni en festivos ni en fines de semana. Qué pandemia tan peculiar, me dije, donde el dichoso bicho, por lo visto, descansa durante los días de guardar. La amable señora me remitió al hospital de La Montaña. Y allí que me fui.

 

   Como digo, serían cerca de las 17 horas cuando me presenté en el Punto de Atención Continuada (PAC) de la Montaña para hacerme el test de marras. Mientras guardaba cola para que me tomaran los datos, apareció un muchacho joven explicando que a su mujer le habían hecho la PCR en ese mismo centro dos días antes -encontrándose desde entonces en confinamiento domiciliario- pero que, después de algunas indagaciones y según la versión del propio hospital, no le habían notificado los resultados porque los habían perdido. Total, que necesitaba un justificante médico que acreditara que su mujer se había hecho la prueba para poder presentarlo en el trabajo, puesto que la empresa ya estaba pidiendo las oportunas explicaciones: la señora, a lo que se ve, llevaba varios días sin acudir a su puesto de trabajo y, mientras no presentara los resultados o el justificante, no tendrían más remedio que descontárselo de la nómina. Pues bien, paso a exponerles, sin separarme ni un ápice de la verdad, lo que le espetó la interfecta en cuestión:

- Y qué quiere Ud que yo le haga. Si se han perdido los resultados, no podemos hacer otra cosa. Y, además, para que le haga un justificante del día que su mujer vino a hacerse la prueba, es necesario que venga a pedirlo ella en persona…

 

   Pero, vamos a ver… ¿Cómo que en persona? ¿No nos han dicho hasta la saciedad las autoridades sanitarias que, por protocolo y por responsabilidad social, aquel que presenta síntomas y está a la espera de los resultados tiene que encerrarse en casa a cal y canto? Ese muchacho tuvo que armarse de infinita paciencia para no soltar un exabrupto a las primeras de cambio. Y es que, algunos sanitarios, como de costumbre, con pandemia o sin ella, siguen pensando que los pacientes vamos a las consultas por mero capricho, por aburrimiento o, simplemente, porque nos gusta dar la murga. Que no digo yo que algunos no lo hagan, pero de ahí a generalizar y meternos a todos en el mismo saco, media un abismo.

  

   Por desgracia, sigue existiendo una falta total de empatía por parte de algunos sanitarios, y eso que la mayoría de la ciudadanía sí que nos hemos puesto en su pellejo y somos conscientes de las críticas circunstancias por las que están atravesando, sobre todo durante la primera ola de la pandemia, donde dieron buena muestra de la pasta de la que están hechos, ganándose a pulso cada uno de los sentidos y emocionados aplausos que les tributamos, cada tarde, desde los balcones de toda España. Pero, queridos sanitarios, parece ser que, por muy legítimos que sean vuestros motivos - que no entro a valorar- ahora más nos vale que no pillemos un catarro o una indecorosa diarrea porque, para empezar, eso de solicitar cita para que te vea tu médico de cabecera se ha convertido en una verdadera odisea. Que digo yo que es de buena educación coger los teléfonos cuando suenan. Hasta tal punto es así la cosa, que ahora la bicoca para un funcionario del Servicio Extremeño de Salud (SES) es que le pongan a coger llamadas en un centro de salud…

 

 Y, por otro lado, cómo no mencionar lo de ese conejo que se han sacado de la chistera para mayor pasmo de la población. Me refiero a lo de las consultas médicas... vía telefónica. Ya me contarán ustedes cómo se realiza un diagnóstico acertado sin tener al paciente delante. Que sí, que sabemos que lo han pasado muy mal y todo eso, pero el resto de los profesionales de este país ha vuelto a retomar su quehacer diario sin tantos remilgos como ponen ustedes ahora. Por lo cual, no me extraña en absoluto que lo que antes eran merecidos aplausos y motivo de orgullo, ahora se hayan convertido en indignantes abucheos. Exijan ustedes todas las medidas de seguridad que sean necesarias, faltaría más, pero retomen cuanto antes la normalidad en su actividad médica diaria. Los pacientes les estaríamos muy agradecidos. Y, para que no me achaquen que soy corporativista, he de reconocer que un tanto de lo mismo sucede en el ámbito de la Administración Pública.

 

  Total, que después de presenciar la escena del marido y de la enfermera que les he referido un par de párrafos más arriba, y después de dar mis datos al celador -este sí, muy simpático y eficiente-, me citaron para hacerme el test a las 19 horas. A las seis personas que estábamos allí por el mismo motivo nos recalcaron que fuésemos puntuales porque, de lo contrario, no nos harían la prueba. Así que, a las 18:50, con los huesos ateridos por el frío, un servidor estaba de nuevo por las inmediaciones del Hospital de la Montaña, no fuera a ser que por una cuestión de impuntualidad tuviera que repetir el mismo proceso al día siguiente. ¿Creen ustedes que empezaron a hacernos los tests a las 19 horas, tal y como nos habían advertido? Evidentemente, no. La función no comenzó hasta media hora después.

 

   Cuando me tocó el turno y me metieron el bastoncillo por la nariz, en una extraña sensación que no sabría describirles -yo juraría que me llegó hasta el lagrimal-, le pregunté a la enfermera que con tanto esmero había ejecutado su cometido que cuánto tiempo tardarían en darnos los resultados. Me contestó que la cosa no se demoraría más allá de media hora, pero que si prefería irme para casa, que no me preocupara, que me llamarían por teléfono. Teniendo en cuenta las condiciones climatológicas -les informo que nos tenían al raso, en una especie de patio que comunicaba las distintas dependencias del hospital- me decanté por esa última opción, no fuera a ser que, además del bicho, me llevara de propina un buen catarro.

 

   Pues bien, ya en casa, con la desazón que pueden ustedes imaginar, y siendo casi las diez de la noche, seguía sin recibir la llamada que tranquilizara mi atribulado ánimo. Busqué por internet el teléfono del PAC y marqué el número con cierta congoja. A la señorita que me atendió le expuse mi caso y me contestó, literalmente, lo siguiente:

- Uy, es que tenemos mucho jaleo y por eso no le hemos llamado…

   "Ya, ya, querida, si yo me hago cargo de todo el jaleo que haga falta, pero el que está esperando a que le digan si tiene o no el virus soy yo", me entraron ganas de decirle. Sin embargo, opté por ofrecer mi cara más amable y accedí nuevamente a facilitar mis datos personales para que me volvieran a llamar. A los cinco minutos, la voz del médico resonaba al otro lado del auricular:

- ¿Fulanito de tal?

- Sí señor, soy yo. Dígame.

- Era para decirle que, según pone aquí, ha dado usted negativo.

- Ah, menos mal. Pues muchas gracias…

- Y entonces, ¿por qué se ha hecho usted el test?

 

   Y cómo no, ya tuvo el doctor que hacer la preguntita de marras con ese tonillo de reconvención, como queriendo decirme que, si había dado negativo, tantos síntomas no tendría… ¿Por qué va a ser, señor mío? Pues porque estaba tan aburrido que, antes de tomarme un cafetito en familia, preferí, qué carajo, perder toda la tarde en gastar una broma macabra al sistema de salud extremeño. No te fastidia... Y es que a veces le entran a uno ganas de soltar las barbaridades que se le pasan por la cabeza; así, sin filtros y a tumba abierta. Pero, por aquello de ser educado y tal, finalmente desistí del impulso y terminé por envainármela, con lo que el proyecto de desahago se quedó en simple indignación.


   Y esto, queridos lectores, ha sido lo que me aconteció la tarde en que los Reyes Magos visitaron la ciudad de Cáceres, sustituyendo la tradicional cabalgata por tres globos aerostáticos.

 


P.D: Estimados Reyes Magos, a ver si es posible que este año me concedáis el privilegio de adelantarme los regalos. Os pido encarecidamente que el iracundo señor Vergeles dimita o cese de su puesto de Consejero de Sanidad. ¿Fácil, verdad? Más complicado lo tenía James Rhodes para que le otorgaran la nacionalidad española, y ya veis cómo Papá Noel ha obrado el milagro. Por eso, y que esto no suene a amenaza -nada más lejos de mi intención-, si hacéis oídos sordos a esto que es de justicia, consideradme dimitido del listado de vuestros fieles seguidores, a ver si así el gordito de Nochebuena me acoge en su seno y atiende mis deseos. Sin más, saludos cordiales.

2 comentarios:

  1. Buenísimo, perdón por la gracia, pero con la gestión de Sanidad, llegados a ese punto en mejor reír que llorar... Cuantas más historias así nos habrá dejado el bichito en cuestión y más aún, los centros de salud de este planeta del Señor... 😊

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    1. Gracias por el comentario,Bellecannelle. Pues sí, hay que sacar el lado irónico del asunto porque si no la cosa sería como para no parar de llorar. Un saludo.

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