Después de intercambiar los saludos protocolarios con las autoridades locales y regionales, Su Sanchidad echó un vistazo al panorama desolador que le rodeaba, con ese rictus de preocupación que suelen ensayar nuestros gobernantes cuando toca foto con fondo de catástrofe. Observando el humo que todavía se retorcía sobre las lomas peladas de Jarilla, carraspeó para la alcachofa del telediario y, con la solemnidad propia de quien revela el misterio de la Santísima Trinidad, soltó la consabida homilía: la culpa, colegas, es del cambio climático. Así, sin pestañear. Con un par. María Guardiola y su séquito de consejeros y altos cargos se llevaron las manos a la cabeza al tiempo que escuchaban tamaña majadería. No sólo se trataba de que el señor presidente del gobierno no accediera a las peticiones de la Junta de Extremadura para que el Estado aportara más recursos humanos y materiales en la lucha contra incendios, es que, además, el fulano negaba la mayor. ¿Qué hacer cuando el presidente de tu país está poseído por un discurso ideológico que no se corresponde con la realidad? Supongo que resignarse, rezar y esperar a que, en las próximas elecciones, el pueblo lo ponga de patitas en la calle. Lo de verlo sentado en el banquillo de los acusados para responder de todas las fechorías que lleva cometiendo su gobierno desde el 2018, para eso, supongo, deberemos tener más paciencia todavía. La Justicia es lenta, pero implacable. Lo que sí está claro es que hay que tener muy pocos escrúpulos para, sobre la tierra quemada de Jarilla, descolgarse con el discurso de Bruselas delante de los profesionales del INFOEX, de la UME y de los voluntarios que se han jugado el pellejo en jornadas sin descanso y por un sueldo manifiestamente mejorable.
Partamos de una premisa incuestionable: el clima, por sí solo, no prende la mecha. En más del 95% de los casos, la mecha la prende la mano criminal del hombre. Y eso no lo digo yo, eso lo dicen las estadísticas oficiales. Ya van más de cuarenta detenidos por la ola de incendios que está asolando, sobre todo, la franja occidental de nuestro país. Ese es el dato que explica el origen de los incendios. Lo otro es pura demagogia. Porque, no nos engañemos, parte de la culpa de lo que está pasando en nuestros campos y en nuestros montes la tiene Europa. Pobre de aquel que se le ocurra cortar la rama de un alcornoque o desbrozar los hierbajos de su parcela sin la autorización previa de la Administración. Y así nos va. Antes, los rebaños de ovejas y de cabras se encargaban de mantener el bosque impoluto; ahora, sin embargo, tenemos un polvorín de maleza acumulada durante años que no se puede ni tocar, so pena de que nos caiga una multa de postín. Por eso, cuando el pirómano de turno entra en acción, es normal que aquello arda como un arsenal y se propague como la pólvora. Así que, que no nos vengan con monsergas de que atravesamos por una emergencia climática, proponiendo pactos de Estado para solucionar un problema que sólo necesita de sentido común. Más medios, menos burocracia y más sentido común.
El de Jarilla puede considerarse como el incendio más devastador en la historia de Extremadura, con algo más de 17.000 hectáreas calcinadas. Equivale a casi la totalidad del Parque Nacional de Monfragüe, que tiene una extensión de 18.396 hectáreas. Un incendio que ha obligado a desalojar y a confinar a centenares de vecinos de los municipios colindantes, y que se ha llevado por delante, además de áreas de alto valor ecológico, el trabajo de toda una vida de agricultores y ganaderos, impotentes ante una tragedia de tal magnitud. Por suerte, no ha habido que lamentar víctimas mortales, pero el susto ha sido morrocotudo. Ahora, por lo visto, las administraciones públicas quieren aprobar un plan de regeneración económica para que la comarca se recupere cuanto antes... Me parece muy bien, faltaría más, pero si esas medidas no van acompañadas de planes de prevención, de nada servirá. Creo que pagamos los suficientes impuestos como para que no tengamos que suplicar que el Estado nos asista ante este tipo de desastres.
Y
ya para finalizar, aunque no sea este ni el momento ni el lugar para
echar flores a nadie -salvo, por supuesto, a los efectivos que se han
batido el cobre, durante doce días, contra ese monstruo que es, a
veces, la naturaleza desbocada-, me gustaría resaltar las tareas de
coordinación e información llevadas a cabo por Abel
Bautista,
consejero de Presidencia, Interior y Diálogo Social. Creo que los
extremeños hemos descubierto a un político que -¡oh, sorpresa!- ha
estado a la altura de las circunstancias, manteniéndonos al tanto de
las distintas fases del incendio
a
través de sus comparecencias improvisadas, a pie de campo, ante los
medios de comunicación. Que eso, precisamente, es lo que demandamos
los ciudadanos de nuestros representantes públicos: ya que no
podemos sentirnos orgullosos de casi ninguno de ellos, al menos, que
no sintamos vergüenza cuando los acontecimientos los ponen a prueba.
En el caso de Abel Bautista, es de justicia reconocer que se ha
desenvuelto con soltura durante toda esta crisis. Y como eso es algo
que no suele suceder, por eso lo resalto. Pero que quede claro,
insisto, que aquí los héroes han sido otros.
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