lunes, 20 de marzo de 2017

La lideresa que surgió de la nada

   
   ¿Quién es Susana Díaz? ¿Quién es esta señora que aspira a liderar al PSOE a nivel nacional y, así, unir su nombre a los del descerebrado de Pedro Sánchez, al del taimado Rubalcaba, al del planetario Zapatero o al del estratega Felipe González? ¿De dónde ha salido la actual presidenta de la Junta de Andalucía? ¿Quién es la mujer que ansía medir sus fuerzas junto a las del mencionado Pedro Sánchez y a las del desagradecido Patxi López - ese cuyo único hito en política es ser hijo de su padre, el histórico Eduardo López Albizu “Lalo”, y que cada sillón institucional logrado se lo debe a terceros- en una guerra sin cuartel en la carrera hacia la secretaría general del PSOE? ¿Qué virtudes posee la que, según todas las encuestas y opiniones autorizadas, puede llegar a ser la primera mujer presidenta de España? Demasiadas incógnitas las que se ciernen sobre esta trianera que, de cumplirse los pronósticos, puede convertirse en la candidata que le dispute a Mariano Rajoy el inquilinato de la Moncloa. Analicemos, pues, los méritos, de una criatura que tardó la friolera de diez años en sacarse la carrera de Derecho - se cree que el amigo Pepiño Blanco sigue en ello; es de esperar que el día menos pensado obtenga también su título universitario- y que no ha cotizado a la Seguridad Social como trabajadora por cuenta ajena o propia ni un solo día de su vida, entretenida como estaba en coleccionar a toda costa cargos políticos.


   Susana Díaz era un personaje anónimo para el gran público, uno de esos politiquillos de medio pelo que se sienten más a gusto en un discreto segundo plano, alejados del foco mediático pero con igual o mayor capacidad de decisión que los que se matan por figurar en primera fila, hasta que llegó el imputado Griñán y le confió las riendas de la Consejería de Presidencia e Igualdad de la Junta de Andalucía en mayo de 2012. Hasta ese momento su carrera había sido meteórica a la par que desconocida. En 1999, a la tierna edad de 26 años, es nombrada concejala del ayuntamiento de Sevilla, cargo en el que se mantiene hasta el 14 de marzo de 2004, fecha en la que consigue el acta de diputada en las elecciones que gana el inefable ZP. En la Carrera de San Jerónimo se tira cuatro años sin que se le recuerde intervención alguna digna de mención. A principios de 2008 deja los madriles y pone rumbo al parlamento andaluz: entre ese año y el 2012 calienta el escaño, sin más, y encima -supongo que como premio al trabajo bien hecho, a su valía y dedicación- también tiene tiempo para que la nombren senadora, cargo efímero que ocupa entre el 21 de diciembre de 2011 y el 6 de mayo de 2012. Al día siguiente de este cese, el 7 de mayo, Griñán le concede la cartera de Presidencia e Igualdad en el gobierno de coalición que forma junto con IU-Andalucía. Finalmente, tras la renuncia de su mentor político, accede a la presidencia de la Junta el 7 de septiembre de 2013. Por lo tanto, he aquí a un portento de mujer que se ha dedicado a rodearse de los afectos e influencias necesarios para concatenar la retahíla de cargos públicos que han terminado por encumbrarla a la primera línea de la política. Esta señora, de la que prácticamente no sabíamos nada hace escasos cuatro años, es la que parte el bacalao en el PSOE. Ésta es la figura de relumbrón, el pilar sobre el que se pretende reconstruir un partido que ha perdido el norte, que anda a navajazos entre las distintas banderías que lo conforman y en el que una parte importante de su electorado ha abandonado su ideario socialdemócrata para echarse en brazos de la más deleznable demagogia populista. 
   
Un partido político como el PSOE, absolutamente necesario para garantizar la estabilidad de una democracia que está siendo vilmente hostigada por la desvergüenza de una extrema izquierda digna de épocas pretéritas, corre el serio riesgo de elegir a los líderes equivocados para afrontar su imperiosa regeneración. No es cuestión de decantarse por lo menos malo, que de aídos pajines estamos ya escarmentados, sino de tener la suficiente altura de miras como para otorgar el bastón de mando a quien demuestre la preparación necesaria para encarar con probabilidades de éxito los retos que se avecinan. La desgracia del PSOE, entre otras muchas, es que no se atisba en el horizonte inmediato ninguna figura de renombre que les saque del atolladero en el que les ha metido -con la inestimable anuencia de sus dirigentes, simpatizantes, afiliados y votantes- uno de los políticos más nefastos que ha dado este país: Pedro Sánchez, ese encantador de serpientes al que sus propios compañeros de siglas tuvieron que apear del camino ante los insospechados derroteros que tomaba la cosa. Susana Díaz no es el remedio a todo este embrollo; al contrario, se va a erigir en un error más dentro de ese fracaso colectivo en el que anda enfrascado el principal partido de la oposición, tan falto de ideario como sobrado de escándalos. Si lo mejor que tiene el PSOE para oponer al Partido Popular es la campeona del paro de una Comunidad Autónoma corrompida hasta la entrañas por el escándalo de los ERE, entonces el PSOE -y, por extensión, España- tiene un grave problema. Que sigan buscando porque esa no es la solución. Podrá serlo a corto plazo, a modo de remiendo transitorio, pero ni mucho menos servirá para reparar la crisis interna que amenaza con llevar al socialismo a su mínima expresión.

viernes, 10 de marzo de 2017

Casa Suárez

   

   Hacía demasiado tiempo que no veía a Carrachi, por eso me alegré enormemente cuando, a principios del mes pasado, me propuso que quedáramos con otros amigos para cenar el sábado que mejor nos conviniera a todos. La fecha elegida fue hace una semana, en el Manómetro, en el céntrico Paseo de Cánovas. Para la ocasión creamos, cómo no, el consabido grupo de whatsapp para dejar constancia de las incidencias que se fueran produciendo hasta que se acercase el momento. Llegado el día, cuando me presenté en el local acompañado de Jorge -Barquero se unió a nosotros un poco más tarde-, en cuanto vi a Juanma nos fundimos en un sincero y emotivo abrazo, de esos en los que no hay duda de que te alegras de verdad de ver a esa persona. Después de las palmadas en la espalda y de los saludos protocolarios, de interesarnos por la familia y por el trabajo, y antes incluso de pedir la primera cerveza de la noche, Juanma me dio una noticia que me tuvo paralizado durante unos instantes, incrédulo ante lo que acababa de escuchar. “¿No sabes que ha cerrado Suárez?” Inesperadas palabras que sacudieron con violencia una parte de mi ser. Me lo quedé mirando fijamente, inquisitivo, sopesando su significado y trascendencia. 


   Casa Suárez es un emblema en Malpartida de Cáceres. Situado en la plaza mayor, sus puertas han permanecido abiertas durante casi treinta y cinco años, tiempo más que suficiente para que los malpartideños hayan disfrutado de uno de los establecimientos con más solera del pueblo. Su típica fachada, con el escudo de armas dándote la bienvenida bajo un dintel coronado por un pequeño tejado a modo de ornamento, es lo primero con lo que se encontraba la clientela. Una vez dentro, te topabas con la imponente estampa de Alonso y su enorme sonrisa, su amabilidad, su educación; siempre alegre, siempre dicharachero, sirviendo copas y poniendo tapas con la eficiencia que dan los años y la pasión por lo que haces. Si tenía un mal día, que los habrá tenido, los parroquianos no se lo notábamos, y eso es muy de agradecer porque muchos acuden a acodarse a la barra de un bar precisamente para olvidarse por un momento de sus problemas. Apurabas tu consumición a pequeños sorbos -que es como mejor saben las cosas, como las caladas de un cigarro-, dabas cuenta de la tapita de rigor, cambiabas impresiones sobre la caza, la pesca, el fútbol, la política y demás zarandajas y te ibas para casa reconfortado por haber pasado un rato agradable en buena compañía.


   Con mi mala memoria sería un milagro por mi parte que me acordara de la primera vez que entré en Casa Suárez. Por aquel entonces, mediados de los ochenta, Alonso no estaba solo; contaba con la compañía del involvidable Pablín, su hermano del alma: su imagen aparece algo difuminada en mi memoria, aunque su recuerdo es imborrable. Formaban un tándem que marcó época. Como digo, no sabría precisar esa primera vez en que mi escuálida figura cruzó aquél umbral, aunque no iría muy desencaminado si afirmara que sería un domingo cualquiera, previo paso a oír misa. Después de los sermones de don Román no existía nada mejor que bajar correteando hasta la plaza, hacer un rodeo hasta la confitería de Choni -a la que, por cierto, no se le ha rendido el reconocimiento que merece- para pertrecharnos de un buen puñado de chucherías, y acercarse luego hasta Suárez para pedir un refresco con el que saciar el gaznate. No sé por qué, pero Suárez siempre era el primer bar de la plaza en el que hacíamos parada y fonda. Y allí nos sentábamos con nuestros padres el tiempo justo para bebernos compulsivamente la primera coca-cola y salir pitando a subirnos en la fuente o comenzar a dar patadas a la pelota bajo un cielo que aún no estaba anegado por una ristra de paraguas multicolor. Cuando nos aburríamos de eso, acudíamos raudos en procura del segundo refrigerio y ya, de paso, le echábamos una moneda de cinco duros a la maquinita de los videojuegos. Eran gloriosas las partidas del Out Run o del Ghosts'nGoblins. Más de uno nos dejábamos allí la paga de varias semanas: conducir un coche de carreras, con su volante, su acelerador -el freno no lo utilizábamos tanto- y su cambio de marchas provocaba las delicias y supuso una auténtica revolución para los niños de entonces; y no menos emocionante nos parecía ir  dando saltos por mitad de un cementerio con un caballero ataviado de armadura, disparando lanzas y esquivando a muertos vivientes. Arcade representó para mi generación lo que la playstation para los jóvenes de ahora. Qué paciencia demostraron Alonso y PablínPablín y Alonso -que tanto monta, monta tanto-, sobre todo cuando no nos cansábamos de pedirles vasos de agua mientras aporreábamos como posesos los botones de la máquina recreativa.


   Pues bien, parece ser que el bueno de Alonso ha puesto el punto y final a su periplo de detrás de la barra, y con ello se echa el cierre a un tiempo -ni mejor ni peor que éste, pero sí distinto, bastante distinto- que, por qué no decirlo, me gusta recordar con nostalgia. Bien ganado se tiene el descanso. En lo que a mí respecta, no tengo más que palabras de agradecimiento, puesto que en todo momento y ocasión me trató con exquisita corrección. Cuando trasladaron a mi padre a Cáceres, cada vez que me pasaba por allí me preguntaba por él, así que hoy no me quedará más remedio que contarle que Alonso, el de Casa Suárez, ha colgado los hábitos, y estoy seguro de que se le escapará alguna que otra anécdota acaecida mientras se tomaba un vinito entre aquellas cuatro paredes convertidas en testigo de una época de la que cada vez van quedando menos huellas, pero que aquellos que la vivimos no nos resignamos a olvidar sin más. No sé si dentro de cincuenta años alguien se acordará de que en Malpartida de Cáceres se rodaron escenas de Juego de Tronos, o de que en 2015 Los Barruecos resultó elegido el mejor rincón de España por la guía Repsol; de lo que sí estoy seguro es de que siempre habrá alguien que, cada vez que pase por la plaza, extenderá el brazo señalando con emoción: “Mira, ahí es donde estaba Casa Suárez”. Buena suerte, Alonso. Los malpartideños estamos en deuda contigo. 

domingo, 5 de febrero de 2017

La náusea

   Tranquilidad, que no voy a disertar sobre la sesuda obra de Jean Paul Sartre; mis menguados y dispersos conocimientos literarios no dan para tanto. No. Pero sí voy a hablarles de las sensaciones que me ha generado el visionado durante este fin de semana de Network, película que se estrenó allá por 1976 y que cuenta en su reparto estelar, entre otros, con Peter Finch, Faye Dunaway, William Holden y Robert Duvall. Trata sobre el enfermizo mundo de la televisión y de la dictadura de las audiencias, de hasta dónde son capaces de llegar unos jefazos sin escrúpulos con tal de mantener pegados a la pantalla a una audiencia aborregada, acrítica y sin referentes en los que verse reflejados. Pues bien, hay una escena en la que el presentador del programa de noticias sobre el que gira el argumento monta en cólera y les suelta a los telespectadores una impetuosa perorata con el fin de hacerles despertar de su letargo, instándoles a romper con ese estado de ensimismamiento del que se hayan presos, animándoles a pasar a la acción y a no mostrarse indiferentes ante la inmundicia que les rodea: “Estoy más que harto y no quiero seguir soportándolo” son las palabras literales con las que trata de persuadir a esa misma audiencia para que abran las ventanas de sus casas y griten con rabia desatada esa consigna. Pues eso, precisamente, es lo que me he propuesto en el día de hoy: vomitar todo aquello que me produce hartazgo abriendo mi particular ventana, que no es otra que la de este blog.


   Estoy harto de políticos corruptos, de los ERE´s de Andalucía, de la caja b del Partido Popular, del caradura de Bárcernas y de su mujer, del bigotes y de la Gürtel; de que la justicia siga sin actuar contra el clan de los Pujol, de la independencia de Cataluña, de Artur Mas y de Carles Puigdemont. Estoy profundamente harto del falso buenismo de Mariano Rajoy, del cansino de Pedro Sánchez, del don perfecto de Albert Rivera y de las luchas internas de Podemos; del engreído y pedante de Pablo Iglesias y de su camarada Iñigo Errejón; de los caretos de Montoro y De Guindos cuando nos quieren hacer comulgar con ruedas de molino; de que nos digan que estamos saliendo de la crisis y de que no se solucione el problema del paro. Estoy harto de las puertas giratorias de los políticos, de que los ciudadanos hayamos sido los paganinis del rescate a la banca, de los nuevos ricos que engordan sin escrúpulos sus ya de por sí henchidas cuentas corrientes. Estoy harto de las promesas incumplidas de Fernández Vara, de que siga sin implantar la jornada de 35 horas para los funcionarios, de la Administración paralela que se ha montado con las empresas públicas y de que estemos rodeados de contratados a dedo para mayor escarnio de los empleados públicos. Estoy harto de los chanchullos en las oposiciones, de incompetentes presidentes de tribunales que se van de rositas después de liarla parda… Estoy harto de que las encuestas electorales se equivoquen una otra y vez, de la soberbia de quienes te miran por encima del hombro por creerse más que los demás, de los que tratan a patadas a los débiles y se muestran mansos y dóciles ante el poderoso; de los sermones de los curas, de la fila única del Carrefour y del "yo no soy tonto" del Mediamark. Estoy harto de la indecencia de Urdangarín y de su señora esposa la infanta doña Cristina, de Bárbara Rey y de la doble vida del rey emérito.


   Estoy harto de la telebasura, del circo de Gran Hermano y de Sálvame, de Paz Padilla, de Belén Esteban, de la Patiño y de Kiko Hernández; de las ridículas y vergonzantes entrevistas de Pablo Motos, de la presidiaria de la Pantoja y del parásito de Paquirrín; de los chistes malos de Matías Prats, de la manipulación informativa, de la estúpida e interminable publicidad; del insolente de Risto Mejide, de la enteradilla de Ana Rosa Quintana y del hipócrita del Gran Wyoming; de los contertulios, que todo lo saben; de los vestidos de la Pedroche, de los programas de cocina y del numerito que montan cada año los actores en la gala de los Goya. Estoy harto del negro del whatsapp, de los zotes que pretenden sentar cátedra con un tweet de cuarenta caracteres, de los que se pasan el día colgando fotos de sus tristes vidas en el facebook; de la mala educación y de la falta de respeto; de la sección de “deportes” de los informativos, de Cristiano y de Mesi, de Guardiola, de Zidane y de Luis Enrique, del Marca y del AS. Estoy harto de que en los 40 Principales, Cadena 100, Kiss FM… repitan siempre la misma bazofia. Estoy harto del IVA cultural, de lo buenos que somos todos en Navidad, de las heces de los perros en las aceras, de que te llamen facha por llevar una pulsera con la bandera de España en la muñeca. Estoy harto de este fracasado sistema educativo, del pasotismo de los alumnos y de la tontuna que tienen los padres en todo lo alto. Estoy harto de que me cobren 1,50 por un refresco, del precio de la gasolina; de las compañías de teléfonos móviles y del pollo que tienes que montar para que te den de baja. Estoy harto de Donald Trump, de hacer cola para pagar en el NIRRI... y de los ruidos de mi vecina del cuarto. Estoy profundamente harto de todo eso y de mucho más. 

martes, 6 de septiembre de 2016

Escenas emeritenses: de bares y desayunos

 

En 1835 publicaba don Ramón de Mesonero Romanos su obra Panorama matritense: cuadros de costumbres de la capital observados por un curioso parlante, a la que seguiría en 1851 Escenas y tipos matritenses. En ellas se narran las costumbres y tradiciones de las gentes de Madrid con las pinceladas propias del romanticismo literario.  Al igual que la sociedad andaluza quedó perfectamente retratada por Estébanez Calderón, la madrileña tuvo su reflejo tanto en la obra del propio Mesonero Romanos como en la del tan recordado, y no menos llorado, Mariano José de Larra. Pues bien, salvando todas las distancias que haya que salvar con los pioneros y maestros de aquel estilo costumbrista, con el artículo de hoy –el cual desconozco si tendrá continuidad en otros posts similares- me propongo plasmar una de las más típicas escenas que acontecen, por las mañanas y entre semana, en Mérida. Me refiero a la diáspora de los funcionarios a la búsqueda del cafetito y la tostada de mediodía en la antigua Augusta Emérita, ese "pueblo grande" al que muchos se refieren despectivamente y que seguro que echa de menos la época en la que paseaban por sus calles empedradas los licenciados de las legiones romanas. Si el legado Publio Carisio, fundador de la ciudad por orden del emperador Augusto en el año 25 a. C., hubiera sabido que al cabo de los siglos su criatura iba a ser hollada por gentes de dudosa reputación -todo lo contrario que sus valientes guerreros-, a lo mejor se lo piensa y hubiera buscado para su fundación un enclave más a propósito para satisfacer las necesidades de sus soldados. No sé si los legionarios de antaño arrastraban peor fama que los funcionarios de hoy; lo que sí es cierto es que mientras ellos nos han legado para la posteridad circos, teatros, anfiteatros, termas y acueductos, nosotros dejaremos a las futuras generaciones mamotretos de cemento, aluminio y hormigón.

   Pero a lo que vamos. Esto de la hora del desayuno es un fenómeno curioso que supongo que ocurrirá en todos lados, aunque no sé si con la misma magnitud que aquí. Y digo aquí porque trabajo en Mérida desde enero de 2005, motivo que me faculta, supongo, para dedicar a este asunto unas líneas con conocimiento de causa; más si cabe cuando se da también la feliz circunstancia de que llevo viviendo en esta bendita ciudad desde hace tres meses. No exagero en lo del calificativo: yo era el primero que echaba pestes de Mérida hasta que me vine a vivir aquí. Y es que el no madrugar acaba hasta con las convicciones más firmes; así de débil es la naturaleza humana. El caso es que, como digo, entre las diez y las doce de la mañana -no es que nos tomemos todo ese tiempo para desayunar; no sean ustedes mal pensados, sino que establecemos varios turnos entre esa franja horaria- se produce un movimiento de funcionarios ávidos por meternos entre pecho y espalda el elixir que nos saque del estado de amodorramiento matutino, acompañándolo con la oportuna tostada que sacie nuestros hambrientos estómagos. Antes de que la Junta de Extremadura decidiera acometer la obra del complejo administrativo del III Milenio, poniendo fin a la dispersión de oficinas a lo largo y ancho de la ciudad, el negocio estaba más repartido y la estampida humana no era tan llamativa, pero desde que en 2013 -creo, porque lo de las fechas no es lo mío- gran parte del personal nos trasladamos al nuevo enclave situado en la barriada de San Lázaro (el Peri de toda la vida), podríamos decir que el fenómeno se ha vuelto viral. Es un espectáculo ver salir a toda esa masa enorme de gente caminito de su refrigerio mañanero.


   Y es a partir del momento en que uno se acomoda en las sillas del Nirri, del Bermejo, de Casa Manolo o del Vicente cuando comienza la aventura. Ahora que este sol inmisericorde sigue sin darnos tregua, la mayoría de las veces nos solemos quedar en la zona de terrazas, aunque si el ambiente está demasiado caldeado -o las mesas ocupadas-, no dudamos en acudir al refugio del traicionero aire acondicionado. Y allí nos esperan los afanados camareros, unos más profesionales y más espabilados que otros, para atender con prestancia nuestras peticiones. Que esa es otra. En mi cuadrilla somos ocho o nueve y cada uno tenemos la caprichosa costumbre de poner a prueba la memoria de los mozos que nos toman nota: que si descafeinado de máquina solo con hielo, que si un “manchao”, un café sólo o un descafeinado de sobre con sacarina. Y ya, para rematar la faena, tampoco faltan los zumos de naranja o las cervezas sin alcohol. De momento, las infusiones no han hecho acto de presencia. Y en cuanto a las tostadas, eso es otro show; el repertorio es tan amplio que no conviene dejarlo por escrito, so pena de extenderme más de lo estrictamente necesario. Sería mucha casualidad que dos de nosotros demandemos el mismo manjar, con lo cual no es de extrañar que a los pobres camareros les lleven los demonios y piensen que estos funcionarios son unos sibaritas y que están todos locos. Y algo de razón no les falta.
  

   Los de mi grupo somos fieles al Nirri -me permito apostillar que desde hace ya demasiado tiempo- como podríamos haberlo sido a cualquiera otra de las tascas que abundan por aquellos lares. Quizás tenga algo que ver en esta elección la cercanía, las vistas o el hilo musical que nos ameniza la espera y con el que pretenderán aplacar nuestra impaciencia ante la demora en el servicio. Y es que, últimamente hemos notado que no es raro el día que no pase más de media hora entre que encargamos la vianda y que nos la sirven a la mesa. Toda fidelidad tiene un límite y más vale no ponerla a prueba demasiado a menudo: que se lo pregunten al del Párking, que ha echado el cierre no hace mucho. Parece ser que los del Nirri no tienen tan claro este principio básico, aprovechándose de ese sambenito que cuelga sobre los funcionarios de que, como somos los seres más acomodaticios de la creación, no temen que nos rebelemos ante situación tan insostenible. El caso es que este affaire ya nos empieza a tocar la moral, hasta el punto de que hay algún osado entre nosotros que ha propuesto que cambiemos de sitio, esgrimiendo argumentos tan contundentes como que “esto ya está pasando de castaño oscuro”, o “nunca la dignidad humana ha padecido tanta injusticia”. Es decir, que no nos ponemos de acuerdo ni para protestar contra los recortes salariales, lo vamos a hacer ahora para este tipo de minucias. Y eso lo saben los del Nirri, Casa Manolo y San Pedro bendito, con lo cual seguirán tratándonos poco menos que a patadas, conocedores de que el funcionariado es un ganado manso y acostumbrado a ser ninguneado. Tan es así, que cuando pedimos la tostada del día – a un módico precio de 1,80 euros-, o nos sellan el cartón de ocho desayunos que te da derecho a uno gratis, pareciera como si nos estuvieran haciendo un favor: se nos bajan los humos y volvemos a pasar por el aro, dejando lo de las injusticias y el castaño oscuro para mejor ocasión. 

   Y así nos luce el pelo. Por eso, como ya se nos tendría que caer la cara de vergüenza por nuestra tendencia a la docilidad laboral, qué menos que mantener erguido el honor cuando se trate pedir un café con leche; que si nos ponen delante de los morros cuatro lonchas esmirriadas de jamón, no demos la callada por respuesta. Compañeros y compañeras -como dicen ahora estos progres snobs que todo lo inundan-, si el movimiento para reivindicar la decencia tiene que nacer al albur de una barra de bar, vayamos todos juntos, y yo el primero, por la senda de la protesta civilizada. Que bastante cera nos han dado ya los nuestros en este último proceso de oposiciones como para que sigamos aguantando, mudos y cómplices, los atropellos de los demás. Reparemos en el hecho de que toda gran victoria siempre empieza por los pequeños detalles. Uno o dos días sin ir a desayunar y ya veríamos si, a partir de entonces, no nos miran con otros ojos... Ganarse el respeto de los demás empieza por la obligación de respetarse a uno mismo.

martes, 30 de agosto de 2016

La modernidad


    A pocos se les escapa que vivimos en una nueva era. Internet ha supuesto una revolución que lo ha cambiado todo: ya nada volverá a ser lo mismo. Las nuevas tecnologías inundan hasta el último recoveco de nuestras vidas, hasta el punto de que quien no sepa utilizar medianamente bien un móvil, una tablet o un ordenador personal pasará a engrosar el listado de ese nuevo género llamado analfabetos digitales en el que andamos inmersos la mayoría de los de mi generación. La realidad que hemos disfrutado aquellos que ya contamos con una cierta edad - la cuarentena no es moco de pavo- en nada se parece a la que venimos experimentando desde, como mínimo, hace diez años: los hábitos sociales actuales nada tienen que ver con los de las décadas de los 80 ó los 90. En ese sentido, habitamos en planetas distintos. Antes, cuando yo me moceaba, nos pasábamos todo el santo día en la calle jugando a las canicas, al escondite, a las chapas y demás invenciones lúdicas. Ahora, eso de la realidad virtual le ha ganado la partida y con creces a la otra realidad, a la de verdad: a la realidad a secas. Antes, el que tenía una bicicleta, una peonza, el magia borrás, los juegos reunidos geyper, los clips de playmobil, el scalextrix, el cinExin o el monopoly era el puto amo de las pandillas; lo adorábamos como si fuese el elegido de los dioses para mostrarnos el camino del éxito; luchábamos en buena lid por hacerle la pelota y caerle lo suficientemente bien como para que nos invitara una tarde a su casa y poder disfrutar como enanos ante la sola visión de cualquiera de esos juguetes. Ahora, el que no disponga de la PSP, la Play Station 4, la Xbox, la Wii, y la Nintendo DS es un don nadie. Pero, ojo al dato, con el agravante de que el que no cuente con todas y cada una de esas consolas no es digno de respeto. No basta con atesorar uno o dos de esos aparatejos, es que hay que tenerlos todos para que le tomen a uno en serio. Lo cual confirma mi tesis de que los padres de hoy en día están idiotizando a sus hijos en una desenfrenada carrera de fondo en la que los únicos perjudicados -además de la maltrecha economía familiar- son precisamente sus propios retoños, consintiendo alevosamente los caprichos de esos pequeños dictadores en la creencia de que les hacen un favor, y no se dan cuenta de que con esa actitud indolente están criando a auténticos monstruos caracterizados por el egoísmo puro y duro. Si años atrás el modo de fanfarronear socialmente era que los papás se compraran un piso o un coche de la leche -que, dicho sea de paso, pagaban a duras penas; los había que pasaban hambre con tal de mantener el apartamento en la playa y el Audi en la puerta de casa-, ahora todo ese aparentar ante los demás se ha volcado en los hijos: que no se diga que mi niño no tiene los mismos juguetes que el hijo del vecino. Y así andamos. 

  
    Esta mutación de costumbres, visible sobre todo a raíz del cambio de milenio, se ha producido a todos los niveles, como por ejemplo en el terreno de las amistades y en el del ligoteo. Qué decir de redes sociales como Facebook o de archiconocidas aplicaciones como Badoo, Lovoo o Tinder. Si hace veinte años nos cuentan que vamos a tener un ejército de amigos digitales, o que íbamos a buscar pareja -o lo que se tercie- a través de un ordenador o de un móvil, habríamos llamado sin demora al galeno del pueblo para que a ese visionario lo facturasen directamente al manicomio más cercano. Y ya ven ustedes a lo que hemos llegado: nos hemos quedado bastante cortos en las predicciones. Hay gente -pobrecillos- que presume de sus doscientos, trescientos, cuatrocientos amigos en Facebook, fingiendo ser los tíos más felices del mundo por contar con tamaña legión de seguidores a pesar de que su existencia se rige por la más absoluta vacuidad. Hay incluso quienes han sustituido a sus amigos de toda la vida -los de verdad, esos que pueden contarse con los dedos de una mano- por estos otros de cartón piedra. Y ahí están, dichosos y contentos por publicar a cada instante -como si al resto del mundo le importara un adarme- las fotos de sus andanzas por media geografía española con tí@s que hasta hace tres días eran auténticos desconocidos y que ahora resulta que son amiguitos del alma. Y los hay también que no dan un solo paso sin antes colgarlo en su muro. Yo he visto crecer a criaturas desde que su madre estaba embarazada hasta que han hecho la primera comunión... Palabrita del Niño Jesús. Insisto. Nos hemos vuelto locos. Estamos desnortados. Este mundo falso y artificial nacido al amparo del incorrecto uso que le hemos dado a las nuevas tecnologías está poniendo de manifiesto la idiocia de la raza humana. Hemos perdido la autenticidad. Ahora parece que la peña está en Babia, deambulando con los móviles entre las manos, sin prestar atención a lo que sucede a su alrededor; absortos con el wasap, el messenger, twitter y demás artificios que anulan el intelecto y nos hacen esclavos de una serie de necesidades totalmente prescindibles. Nos han hecho creer en unos patrones postizos que no se corresponden con lo que sería propio de una sociedad avanzada tecnológicamente. Así que, respondamos todos juntos y al unísono, sin miedo a equivocarnos, ante la pregunta de qué sea la modernidad: ¡postureo!, eso es la modernidad. Del progreso, que es algo más serio y muy distinto, hablaremos otro día.

lunes, 8 de agosto de 2016

Ese valiente malpartideño


 
 Campa por Malpartida de Cáceres un muchacho espigado, de piel morena adornada con algún que otro tatuaje, barba desaliñada de tres días -o más, que en esto no pongo la mano en el fuego-, atuendo informal, andares desenvueltos, rostro taciturno -sobre todo cuando por su mente sobrevuela la idea de una nueva novela- y con una mirada cargada de verdad, auténtica, risueña la mayoría de las veces, soñadora. Es fácil encontrárselo por cualquiera de sus calles con un cigarrillo de liar entre la comisura de los labios, apurando apresuradas caladas hasta casi quemarse las yemas de los dedos. Cualquiera que, sin conocerlo, se cruzase con él podría pensar que es uno de tantos jóvenes que llevan una vida aseadita, tirando a anodina, de esos que se levantan para ir a trabajar, hacen un alto en el camino para comer y vuelven de nuevo al tajo hasta que dan las ocho o las nueve de la noche, deseando llegar al hogar familiar donde le esperan parienta y vástagos. Es decir, rutina vulgar y corriente, sin sobresaltos, como la mayoría de la gente que nos rodea y con la que coincidimos a diario. Pero qué va, todo lo contrario. Así que ese mismo tipo volverá a toparse con él cualquier otro día de la semana mientras se toma unas cañas en la plaza de la Nora, en Casa Suárez, en Los Puris o donde se tercie -que para eso Malpartida alberga magníficas tascas en las que aliviar el gaznate en buena compañía-, y reincidirá en la torpeza de extraer la misma conclusión, y seguirá sin saber que el careto del que ocupa dos mesas más allá de la suya, sorbiendo cerveza con igual o mayor maestría de la que demuestra manejando la pluma, es el de alguien que acaba de culminar la proeza de publicar su tercera novela; no tendrá ni idea de que tiene ante sí a un escritor hecho y derecho, de una pieza, al que le adornan, entre otras virtudes, el tesón por conseguir todo aquello que se propone, lo cual es de admirar teniendo en cuenta que da rienda suelta a sus musas en los ratos libres que le dejan su trabajo y el cuidado de los dos churumbeles habidos en su relación con Laura, compañera fiel y depositaria de los desvelos de quien se dedica al noble oficio de las letras. Y entonces será el momento de espetarle a ese indocumentado que se deje de tanto cazar pokemons y se informe un poco más sobre la actualidad cultural de su pueblo, pues a estas alturas es imperdonable que Diego César Pedrera pase desapercibido entre sus vecinos.


   Cada vez son menos los malpartideños que desconocen esta faceta de César, aunque solo sea por el hecho de que el pasado viernes tuvo lugar, en el acogedor bar De Cine, la presentación de Esos valientes extremeños, la última de sus creaciones literarias. Y allí nos congregamos un puñado de seguidores y admiradores, en reconocimiento a una encomiable labor de investigación, documentación y redacción de las biografías de insignes extremeños a los que la historia ha tratado de manera desigual: unos recordados en buena dicha, como el ramillete de exploradores y conquistadores que cruzaron el charco en busca de gloria, fama y fortuna (Hernán Cortés, Vasco Núñez de Balboa, Francisco Pizarro, Hernando de Soto o Francisco de Orellana); y otros desterrados incluso del imaginario popular, como ha sucedido con Feliciano Cuesta, Francisco Fernández Golfín, los hermanos Morales, Martín Cerezo, José Antonio Sarabia o Chico Cabrera. Todo ellos protagonizaron gestas memorables, pero el paso de los años ha hecho que solo unos pocos engrosaran el listado de quienes debían figurar en el frontispicio de los héroes nacionales. Y ese, precisamente, ha sido uno de los objetivos perseguidos en esta novela, el de vindicar y sacar a la luz las hazañas de un conjunto de paisanos injustamente olvidados, amén de recrearse en las aventuras de aquellos otros que el lector ya conoce de sobra -siquiera sea de oídas-, pero que nunca está de más volver a evocar bajo el estilo fresco, didáctico y desenfadado de nuestro autor, despojado de academicismos pero con el rigor que exige una empresa de este calado. Como dijo César durante la presentación, si los americanos tuvieran sólo a un par de estos valientes entre sus compatriotas, el coñazo que darían – y ya lo dan bastante- sería insoportable. Nosotros, que sí contamos con ellos, resulta que les pagamos con la moneda de la indiferencia y los enterramos bajo el ingrato manto del ostracismo. Un pueblo no puede ignorar a aquellos próceres que dieron lustre y realce a esta Extremadura nuestra, y es por eso por lo que les animo a que se adentren en la lectura de estas páginas que narran con pasión y maestría los avatares de unos hombres que hicieron historia; páginas que deben mucho a las excelentes ilustraciones realizadas por Jesús García, genio y figura que también dará mucho que hablar. 

viernes, 5 de agosto de 2016

El líder anacrónico

Tengo mis dudas de si no me habré excedido en el uso del sustantivo que lleva el título de esta entrada, puesto que la cualidad de líder a duras penas puede predicarse de un ser tan insignificante y mediocre como Pedro Sánchez. No obstante, en este caso prefiero pecar de benevolencia que de mordacidad, aunque reconozco que hay más un poquito de lo segundo que de lo primero. En cuanto a lo del adjetivo, lo doy por bien empleado, aunque ahí sí que hubiera podido ser más incisivo. Pero, en fin, a lo que vamos. Es evidente que este señor no puede ser presidente del Gobierno. Algunos lo tenemos claro; otros, dedicados con esmero a colgar carteles de buenos y malos, parece ser que no tanto. En primer lugar, porque los españoles le han demostrado que no confían en él, perdiendo votos a cascoporro tras cada consulta electoral. Y en segundo lugar, porque sería indecente que un tipo como ése ocupara tan alta magistratura recurriendo con malas artes a un lenguaje guerracivilista con el objetivo de dividir categóricamente a la sociedad en un bloque de izquierdas y otro de derechas, en donde, faltaría más, la izquierda estaría compuesta por gentes honradas, justas y bondadosas y, por el contrario, las derechas serían lo peor de lo peor, gentes con rabo y tridente desprovistas de humanidad que luchan denodadamente por cargarse el estado del bienestar. La insensatez es una falta que no se debe pasar por alto a quien puede tener en sus manos el destino de un país, y mucho menos cuando esos términos -beligerantes, simplistas y maniqueos- denotan un desprecio inaceptable a los once millones de votantes que obtuvieron el Partido Popular y Ciudadanos en las últimas elecciones. Sus ansias de poder, cortedad de miras, revanchismo y su sectarismo inveterado le convierten en un verdadero peligro, en un bulto sospechoso que nos decanta más hacia la lástima que hacia el rencor. Que alguien le insinúe a este individuo que lo de las dos Españas hace ya tiempo que lo tenemos superado y que, por mucho que persevere en el intento de resucitar a los dos bandos, esa vieja herida cicatrizada a base de tanto dolor no se volverá a reabrir.

 Pedro Sánchez es un kamikaze de la política. De lo que ya no estoy tan seguro es de que esté dispuesto a asumir las consecuencias que eso conlleva: el loco que se juega la vida propia y ajenas en alguna acción temeraria sabe precisamente eso, que le va la vida en ello. En el caso de nuestro loco particular, dudo mucho de que quiera inmolarse en su proceder suicida, puesto que los hechos nos demuestran que pretende salir airoso de los peligros que él mismo ocasiona. Por muchas derrotas electorales que jalonen su hoja de servicios, está visto que no se da por aludido. Ahí donde le ven, con su buen porte, su -aparentemente- buena educación y su falsa modestia, este hombre va de derrota en derrota hasta el desastre final. Pedro Sánchez está ciego de poder y hará todo lo posible por conseguirlo, tal y como está demostrando desde la convocatoria de las elecciones del pasado 20 de diciembre, algo en lo que reincide desde el el 26 de junio con la contumacia y la desesperación que imprimen la mala conciencia. Y quienes contribuyen a alimentar sus estúpidas ensoñaciones son tan cómplices como él del embrollo institucional en el que nos encontramos, por mucho que le digan por lo bajini que deponga su actitud de enrocamiento si luego en público dan alas a sus infundadas ambiciones. Es propio de todo lunático tenerse en más alta valía de lo que sus méritos atestiguan; de aquellos que le rodean depende que le bajen del pedestal y le planten los pies en el suelo. Aquel que antepone los intereses partidistas a los estatales, aquel que menosprecia a los representantes de un ideario político distinto al suyo, aquel que ve como enemigos a quienes no son sus votantes, ésa persona no está ni preparada ni capacitada para ser nombrado presidente del gobierno. El otro día, durante una rueda de prensa vergonzante e impropia de un demócrata, solo le faltó mencionar explícitamente a la CEDA de Gil Robles (Confederación Española de Derechas Autónomas), al Frente Popular, a la FAI (Federación Anarquista Ibérica) y a la CNT (Confederación Nacional del Trabajo) para retrotraernos a un tiempo de tinieblas en el que se ha instalado el líder del PSOE.