Éramos muchos los que
deseábamos un cambio en el gobierno central después de lo que yo
considero una mala gestión por parte del PSOE durante los dos
mandatos de José Luis Rodríguez Zapatero. El milagro se obró en
las elecciones del 20 de noviembre pasado, en que Mariano Rajoy
alcanzó, al fin, el honor de convertirse en el sexto presidente de
nuestra democracia. Las esperanzas en él depositadas eran inmensas,
tan grandes que algunos no dudan ya en hablar de frustración a tenor
del cariz tomado por los acontecimientos. De acuerdo que Rajoy ha
adoptado decisiones no previstas en su programa electoral, pero lo
que más decepciona a los votantes ocasionales del PP han sido las
formas con las que se han tomado esas medidas. En muy poco
tiempo se han desbordado las contradicciones: entre que no se
subirían los impuestos y que el Estado no pondría un euro para
rescatar a las entidades financieras han sucedido demasiadas cosas
como para que haya votantes dispuestos a abandonar el barco en el que
zarparon hace apenas seis meses.
La mayoría de los
analistas políticos vaticinaban que Rajoy sería mejor presidente
del gobierno que jefe de la oposición; que sus dotes de estadista se
pondrían de manifiesto y se desplegarían en todo su esplendor desde
el Palacio de la Moncloa. A lo que se ve, no parece que hayan
acertado. Los que llevamos años interesados por la actividad
política sin más pretensiones que estar informados de los
aconteceres patrios no damos crédito al Mariano Rajoy que se nos
presenta a través de los medios de comunicación. Parece como si una
vez sentado a la mesa del Consejo de Ministros se hubieran esfumado
la mayoría de las cualidades que le caracterizaban. Ya no se ve a un
Rajoy hablar con franqueza, a las claras, sin ambages ni
subterfugios; todo lo contrario, se le nota apocado, acoquinado,
apagado, flojo, asustado... Éste no es el Mariano de antaño. Cierto
que debe estar apesadumbrado por el peso la responsabilidad en
tiempos de crisis, pero es precisamente en estos momentos en los que
tiene que mantener incólumes los valores que le han llevado hasta
donde está.
Rajoy necesita salir
más en los medios de comunicación para explicar el porqué de las
drásticas medidas que su gobierno está poniendo en práctica. Tiene
que difuminar el halo de contradicción que, a primera vista,
desprenden sus declaraciones y las de sus ministros. Si quieren que
los ciudadanos crean en su palabra no hace falta edulcorar ni
dulcificar la cruda realidad. Estoy convencido que la
mayoría preferimos verdades dolorosas antes que mentiras piadosas.
Vivimos una época histórica en la que los políticos, tanto del
gobierno como de la oposición, tienen el deber para con la sociedad
de dejar de tratarnos como menores de edad a los que amparar. Que no
se equivoque la clase política: los que han demostrado debilidad han
sido tanto ellos mismos como las instituciones financieras, no así
el nervio social que amalgama nuestro sistema de convivencia. Desde
aquí pido a quines están llamados a dirigir el timón de esta nave
que sepan estar a la altura de las circunstancias. Con respecto a
Rajoy, sabiendo de su capacidad para sobreponerse a las tempestades,
no estaría de más que recobrara las virtudes que le adornaban al
frente de Génova y que parece haber perdido desde que es presidente
del gobierno. Aunque seas gallego, necesitamos saber si vienes o vas, si subes o bajas; no hagas bueno el dicho.
No hay comentarios:
Publicar un comentario