martes, 29 de mayo de 2012

¿Qué le pasa a Mariano?


   Éramos muchos los que deseábamos un cambio en el gobierno central después de lo que yo considero una mala gestión por parte del PSOE durante los dos mandatos de José Luis Rodríguez Zapatero. El milagro se obró en las elecciones del 20 de noviembre pasado, en que Mariano Rajoy alcanzó, al fin, el honor de convertirse en el sexto presidente de nuestra democracia. Las esperanzas en él depositadas eran inmensas, tan grandes que algunos no dudan ya en hablar de frustración a tenor del cariz tomado por los acontecimientos. De acuerdo que Rajoy ha adoptado decisiones no previstas en su programa electoral, pero lo que más decepciona a los votantes ocasionales del PP han sido las formas con las que se han tomado esas medidas. En muy poco tiempo se han desbordado las contradicciones: entre que no se subirían los impuestos y que el Estado no pondría un euro para rescatar a las entidades financieras han sucedido demasiadas cosas como para que haya votantes dispuestos a abandonar el barco en el que zarparon hace apenas seis meses.

La mayoría de los analistas políticos vaticinaban que Rajoy sería mejor presidente del gobierno que jefe de la oposición; que sus dotes de estadista se pondrían de manifiesto y se desplegarían en todo su esplendor desde el Palacio de la Moncloa. A lo que se ve, no parece que hayan acertado. Los que llevamos años interesados por la actividad política sin más pretensiones que estar informados de los aconteceres patrios no damos crédito al Mariano Rajoy que se nos presenta a través de los medios de comunicación. Parece como si una vez sentado a la mesa del Consejo de Ministros se hubieran esfumado la mayoría de las cualidades que le caracterizaban. Ya no se ve a un Rajoy hablar con franqueza, a las claras, sin ambages ni subterfugios; todo lo contrario, se le nota apocado, acoquinado, apagado, flojo, asustado... Éste no es el Mariano de antaño. Cierto que debe estar apesadumbrado por el peso la responsabilidad en tiempos de crisis, pero es precisamente en estos momentos en los que tiene que mantener incólumes los valores que le han llevado hasta donde está.

Rajoy necesita salir más en los medios de comunicación para explicar el porqué de las drásticas medidas que su gobierno está poniendo en práctica. Tiene que difuminar el halo de contradicción que, a primera vista, desprenden sus declaraciones y las de sus ministros. Si quieren que los ciudadanos crean en su palabra no hace falta edulcorar ni dulcificar la cruda realidad. Estoy convencido que la mayoría preferimos verdades dolorosas antes que mentiras piadosas. Vivimos una época histórica en la que los políticos, tanto del gobierno como de la oposición, tienen el deber para con la sociedad de dejar de tratarnos como menores de edad a los que amparar. Que no se equivoque la clase política: los que han demostrado debilidad han sido tanto ellos mismos como las instituciones financieras, no así el nervio social que amalgama nuestro sistema de convivencia. Desde aquí pido a quines están llamados a dirigir el timón de esta nave que sepan estar a la altura de las circunstancias. Con respecto a Rajoy, sabiendo de su capacidad para sobreponerse a las tempestades, no estaría de más que recobrara las virtudes que le adornaban al frente de Génova y que parece haber perdido desde que es presidente del gobierno. Aunque seas gallego, necesitamos saber si vienes o vas, si subes o bajas; no hagas bueno el dicho.

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