Este mes de septiembre
está siendo benévolo para los bolsillos de las sabandijas que
reptan por los platós de los magacines televisivos en busca de
sangre fresca con la que saciar sus bajos instintos. Si no
terminamos de salir de nuestro asombro por el tratamiento informativo
que algunos medios de comunicación continúan ofreciendo del caso Bretón, el pozo de la inmundicia sigue ensanchándose -salvando
todas las distancias habidas y por haber- a cuenta de Olvido Hormigos
y su popular vídeo masturbatorio. Hasta hace una semana, esta señora
(maestra de educación infantil, casada y con dos hijos) vivía en el
anonimato mediático más absoluto, pudiendo pasear por las calles de
su pueblo sin miedo a ser criticada más allá de por el simple
hecho de ser concejala del PSOE; y ya se sabe que la cualidad de cargo
público en un pueblo pequeño puede ser motivo para que los vecinos
te señalen con el dedo y te dediquen los adjetivos más punzantes y variopintos.
Pero con esos piropos ya se cuentan desde el momento en que uno
decide presentarse en unas listas electorales. Lo que no había
previsto Olvido era que su vida privada se expusiera a escarnio
público por el pequeño desliz de grabarse con el móvil mientras
ejercitaba ciertos ejercicios posturales acompañados de los más
variados gemidos, melena rubia suelta y turgentes pechos al aire. En
román paladino: que posaba de aquella guisa para, según sus declaraciones, darle una alegría
a su marido... y resulta que nos la ha dado a todos los españoles.
El caso es que el
vídeo casero ha circulado por el espacio cibernético con la misma
rapidez con que la Belén Esteban pregona sus rupturas y
reconciliaciones con el maromo ése con el que no consigue encontrar
la felicidad. Pues bien, el revuelo que se ha levantado en Los
Yébenes, como se podrán imaginar, ha sido morrocotudo. No hay
munícipe que se haya sustraído a la atracción de una polémica que
ha generado una ola de apoyos inverosímiles: hasta Esperanza Aguirre
le envió un twitt para que desistiera de su intención inicial de
dimitir. Entre la presidenta de la Comunidad de Madrid, compañeras
de partido y demás admiradores han conseguido que no
renunciara a su acta de concejal. Otros, como el académico
Pérez Reverte, no han tenido reparos en calificarla, también vía
twitter, como “tonta de concurso”. Con lo cual, con esa legión
de seguidores y detractores a sus espaldas, mucho me temo que la dama
se haya hecho acreedora a la consabida gira por los “Salvames” y
demás bazofia barata con la que recaudar un buen puñado de euros
que maquillen su maltrecha dignidad, o a salir en la portada del
Interviú para regocijo de sus convecinos. Sería de agradecer que
Olvido nos privara del lamentable
espectáculo de verla en esas tertulias de vanidosos frustrados que
caracteriza a la gran mayoría de sus neuróticos integrantes. La
ocasión la pintan calva para que pueda redimirse, si es que tiene
algo de lo que arrepentirse, optando por la sensatez y aparcando la
codicia propia de otros personajes con menos escrúpulos. En su mano
está escoger entre el camino de la salvación para expurgar sus
pecados o, por el contrario, dejarse caer en las redes de la
impudicia para reivindicar sus diez minutos de gloria.
Aparte de estas
reflexiones éticas, la cuestión que sigue sin aclararse es cómo
el vídeo se ha difundido como la pólvora si, en
teoría, sólo estaba alojado en el móvil de la señora Hormigos.
Sin llegar a hacer un gran esfuerzo lógico-deductivo, esa duda nos
conduce a plantear una hipótesis nada descabellada: que
la grabación no tuviera como destinatario al desconsolado
marido, sino a un tercero que se hubiera metido de rondón en todo
este follón. Con lo cual, ya no sería sólo ella la única que
estuviera en posesión de tan arcano tesoro, sino que habría un
invitado inesperado. Algo así parece deducirse una vez que se ha
sabido que en todo este meollo podría estar implicado un futbolista
del CD Los Yébes, con quien Olvido mantendría una estrecha amistad.
Y así, rizando el rizo, y suponiendo que el marido estuviera al
tanto de tales rumores, podría darse la posibilidad de que,
arrastrado por la pasión de los celos y creyéndose cornudo, las
sospechas de infidelidad por parte de su esposa le habrían llevado a
fisgar en su móvil para, acto seguido, encontrarse con todo el pastel.
A esa conclusión habría que añadirle una premisa previa: que si en
10 ó 15 años de matrimonio nunca había sido obsequiado con esa
clase de regalitos, es de cajón de madera de pino pensar que no era él el
destinatario de sus tórridas imágenes. Ése, a mi entender, debe de
haber sido el razonamiento que podría haber llevado a este buen
hombre a cometer la imprudencia de filtrar la vida privadísima de su
esposa en un arrebato de celos, haciendo recaer las culpas en el
pobre portero de fútbol. Ahora bien, también
cabe la posibilidad de que de ese mismo hilo conductor haya tirado la
novia del venturoso portero, mosqueada también por las
insistentes faltas de cariño de su cancerbero preferido. Así que,
señoras y señores, esto podría llegar a convertirse en un drama de
intriga y misterio al más puro estilo Agatha Christie en el que, al
final, seguro que la culpa es del ama de llaves. Pero, ¿y si ha sido una puesta en escena pepetrada por los cornúpetas que, de común acuerdo y cansados de su papel de víctimas, han preferido encarnar el de verdugos? Insisto en que
todo esto son divagaciones -factibles, eso sí- que los juzgados
tendrán que ventilar.
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