martes, 26 de mayo de 2015

Resaca electoral.


   Este pasado domingo se han celebrado elecciones autonómicas y municipales con el resultado principal, en términos generales, del imprevisto fiasco del PP, las inesperadas debacles de IU y de UPyD, la sorprendente recuperación del PSOE y la confirmada irrupción de los llamados partidos emergentes. En términos absolutos, en cuanto a Extremadura se refiere, el PSOE se ha impuesto tanto en la Asamblea como en los ayuntamientos. Fernández Vara volverá a ocupar la presidencia de la Junta gracias a sus treinta diputados y a la decisión de Monago de permitir -con su abstención- que gobierne la lista más votada. En clave municipal, el PSOE extremeño ha obtenido casi 34.000 votos más que sus inmediatos perseguidores, con un total de 1.642 concejales frente a los 1.295 conseguidos por el Partido Popular, recuperando para su formación las añoradas alcaldías de Mérida y Don Benito. Tras el lento y desesperante escrutinio de votos de la jornada electoral, tanto Monago como Vara hicieron acto de presencia ante los medios de comunicación para ofrecernos su visión de los resultados. El futuro presidente mostró un talante dialogante, reconociendo haber aprendido de la derrota de hace cuatro años, mientras que al presidente cesante no le cupo más remedio que felicitar a su oponente y reconocer su fracaso sin paliativos. Vara nos dedicó su lado más humilde -la misma humildad que le faltó en mayo de 2011-, incluso caballeroso y señorial, celebrando la victoria de forma serena y comedida, mientras que Monago aparecía con una cara de perplejidad en la que asomaba su mirada perdida y desencajada por lo inesperado del golpe recibido. Mientras que en la sede del PSOE sus representantes levitaban en un ambiente henchido de regocijo, en la del PP las caras largas reflejaban la lógica decepción que debe seguir a todo revés electoral.

   Una sola legislatura es lo que ha durado el experimento de Monago. Nunca antes un gobierno de centro-derecha había podido hacer frente a la engrasada y anquilosada maquinaria socialista que, contra todo pronóstico, se gripó hace cuatro años, permitiendo que los representantes del PP coparan las instituciones autonómicas. Este paréntesis del gobierno de Monago ha sido lo suficientemente efímero como para que a muchos este camino les haya resultado demasiado corto, aunque a otros seguro que se les ha hecho interminable. A toro pasado, parece claro que Monago no ha sabido gestionar la confianza que en él depositaron los extremeños para tratar de practicar una política distinta a la que venían aplicando los gobiernos socialistas de Rodríguez Ibarra y Fernández Vara. No basta para justificar la derrota la circunstancia de que el país atraviese por una crisis económica de relumbrón y que el gobierno de la nación -del mismo color que el regional- haya tomado medidas impopulares, aunque necesarias. No. Detrás de esta derrota aflora algo más que el profundo descontento por las medidas de ajuste dictadas por Europa y ejecutadas desde Madrid. Quizás haya que fijarse más en los pequeños detalles para explicar el retorno del PP a la bancada de la oposición: ciertos vídeos que han sido el hazmerreír de los españoles y el sonrojo para muchos extremeños, así como determinados actos de campaña -como el de esos diputados subidos en ridículas poses sobre unas bicicletas de spinning- seguro que no han contribuido en absoluto a fijar el mensaje más apropiado para afianzar la imagen de un gobierno serio alejado del márketing y del populismo. Monago presumía de barón rojo y de verso suelto, en lo que equivalía a un remedo de las lídes ejercidas en su día por Rodríguez Ibarra. El todavía presidente de la Junta de Extremadura se ha pasado de ocurrente y por eso, entre otros factores, al PSOE le ha bastado con aprovecharse de los errores ajenos para engordar el zurrón de los votos. No sé si tendrán que pasar otras cuatro o cinco legislaturas para que un gobierno liberal-conservador -tal y como lo ha definido Esperanza Aguirre- vuelva a ganar unas elecciones en nuestra Comunidad Autónoma. Lo que sí está claro es que esta vez, desconozco si por falta de previsión o por novatos, el Partido Popular ha malogrado una magnífica ocasión para asentar las bases sobre las que los ideales democristianos cuenten, cada cierto tiempo, con la confianza ciudadana para servir de alternativa a los gobiernos socialistas sin necesidad de que tengamos que esperar a un milagro para que eso se produzca.
  
  Por otro lado, no quisiera dejar de dedicar algunas palabras a Izquierda Unida, formación política que con su criticada abstención de hace cuatro años permitió que Monago saboreara las mieles del triunfo y a la que sus votantes han castigado con  dureza. A Pedro Escobar lo han lapidado con inusitada saña desde su propio partido, siendo la mano de Víctor Casco la que más se ha significado en este injusto linchamiento. La acometida que este nuevo Judas Iscariote ha dedicado a la labor realizada por Pedro Escobar durante la legislatura que ahora concluye encierra una iniquidad propia de quien dedica más tiempo al cuidado de su poblada barba que al cultivo de sus principios éticos y morales, si acaso los tuviera. Es cierto que parte de la militancia de IU ha podido sentirse traicionada por Escobar, pero lo que resulta evidente a la vista de los resultados cosechados en toda España, es que sus postulados ideológicos deben renovarse so pena de estar abocados al más absoluto de los ostracismos. La inmensa mayoría de los integrantes de esta formación siguen anclados en un lenguaje guerracivilista que los está conduciendo inexorablemente a la desaparición del horizonte político que se avecina en estos nuevos tiempos. De ellos depende que su histórica lucha por los derechos de la población más desfavorecida de este país se mantenga viva o pase al baúl de los recuerdos.

   Aquellos que gustan de poner etiquetas a todo lo que se menea no dudan en afirmar con rotundidad que ha comenzado la segunda Transición -¿hacia dónde, me pregunto yo?-, que se abre una nueva forma de hacer política en la que el diálogo se impondrá al juego de las mayorías que ha venido imperando hasta ahora. Los hay incluso que dan por fenecido al bipartidismo en un desiderátum que aún no alcanza categoría de realidad. Quizás sea demasiado pronto para extraer conclusiones precipitadas, pero sí parece claro que desde el domingo se ha originado un punto de inflexión que aún no sabemos hacia dónde nos conducirá. Tendremos que esperar a las elecciones generales de finales de este año para comprobar si esta tendencia de cambio y regeneración se mantienen o si, por contra, se queda todo en un mero espejismo. Lo que es seguro es que Extremadura volverá a contar con Fernández Vara como presidente de la Comunidad Autónoma. Le deseo toda la suerte del mundo en la gestión de los intereses públicos, porque su fortuna será la nuestra. Por lo que a mí respecta, en aras a comprobar si está dispuesto a respetar su programa electoral -a cuyo cumplimiento se comprometió bajo rúbrica notarial-, desde aquí me permito recordarle lo de la jornada laboral de 35 horas para los funcionarios, no vaya a ser que entre tanto ruido empiece a olvidarse de lo prometido.

jueves, 14 de mayo de 2015

Un país en almoneda


 ¡Queridos electores, ya falta menos para la gran cita! Por si alguno anda un poco despistado, me permito recordarle que hasta el veinticuatro de mayo los políticos estarán más pendientes de nosotros que nosotros de ellos. Ya ha comenzado la campaña electoral de cara a las elecciones autonómicas y municipales, así que preparémonos para el mayor espectáculo del mundo. El circo que se avecina, con nuestros representantes haciendo juegos malabares de la más variada índole y alardeando de un repertorio de artimañas que ya hubieran querido para sí los pícaros del siglo de oro de las letras españolas, tiene por primordial y exclusivo objetivo sentar sus inquietas posaderas en asambleas legislativas y ayuntamientos. Nada les parecerá suficiente con tal de que el voto que depositemos en las urnas lleve impresa las siglas del partido por el que se presentan. Nos prometerán de todo, y en esa carrera por ofrecer las ocurrencias más inverosímiles y disparatadas, pugnarán denodadamente en una lucha sin cuartel que no conocerá descanso. Así que, no se extrañen en demasía si ven al presidente del gobierno -al que algún liberal despechado gusta referirse como Marianín- montado en bicicleta con un estilo entre lo grotesco y lo impresentable; o a Monago, emulando a su líder nacional, acompañado de sus feligreses dando pedaladas en un gimnasio y anunciando no sé qué medidas para que a los dueños de estos locales no se les haga tan cuesta arriba esto de la crisis; o a los señores Vara y Pedro Escobar besando por doquier a niños, ancianos y demás incautos viandantes que tengan el infortunio de cruzarse en sus caminos. Hasta el día de las elecciones seremos cortejados por estos extraños seres, a quienes no les importará perder la escasa dignidad que les quede para suplicarnos que confiemos ciegamente en ellos y les hagamos entrega de las riendas de nuestro futuro. Alguno de entre el pueblo llano habrá quien se atreva a levantar el dedo acusador y les reproche la mala costumbre que tienen de que sólo se acuerden de nosotros única y exclusivamente para estos menesteres. No teman, no les pondrán en ningún compromiso ni les van a sacar los colores, como sí ocurriría con una personal que se tuviera por normal: ellos se limitarán a esbozar una sonrisa bobalicona, paternalista incluso, y nos despacharán con una palmadita en la espalda al tiempo que nos jurarán que eso que les imputamos son menudencias del pasado que no se volverán a repetir, estando dispuestos a jugarse su honor en el envite. Y el caso es que el susodicho, con toda su cara dura y con ese hipócrita gesto, habrá calmado su conciencia hasta las siguientes elecciones aprovechándose de la flaca memoria de la que hacemos gala los administrados.

    Parece ser que, en esta nueva convocatoria, la cosa no pinta del todo bien para los partidos tradicionales. PP y PSOE han visto cómo de un tiempo a esta parte han aparecido formaciones minoritarias (UpyD, Podemos, Ciudadanos y Vox, fundamentalmente) que han levantado bandera contra los malos usos generados por un sistema que ha sido pervertido por quienes tienen la obligación de mantener un comportamiento intachable. Hay incluso algún que otro salvapatrias con coleta que utiliza torticeramente esas debilidades para deslegitimarlo de raíz, restando méritos al esfuerzo realizado en su día para dotar a nuestro país de un repertorio de derechos y libertades a la altura de las naciones más avanzadas de nuestro entorno. Es evidente que el natural descontento generado como consecuencia de la crisis económica implicará la disminución de los apoyos que recibirán los partidos de la casta, como los llama el tal Pablo Iglesias – el mismo que parece poseer la receta mágica para construir un mundo mejor- , pero dudo de que tengan la fuerza suficiente como para descabalgar de las poltronas a esos que llevan media vida chupando del bote, sin más oficio conocido que reírle las gracias a su líder de turno para no perder el puesto en las listas electorales. Por eso digo que está más que justificado que el cuerpo electoral se replantee sus opciones y base sus esperanzas de cambio y regeneración en esta nueva hornada de políticos jóvenes y preparados que pretenden dar una vuelta de tuerca a todo lo que representa la Constitución de 1978. Ahora bien, no debemos caer en la trampa de dejarnos alienar por los cantos de sirena de quienes pretenden socavar los cimientos de la democracia colocando cargas de profundidad en los pilares de un sistema más o menos imperfecto construido de forma modélica sobre las cenizas de una dictadura, aunque democracia al fin y al cabo. Lo que hay que hacer es unificar esfuerzos para corregir esas desviaciones y, sobre todo, trabajar para paliar los verdaderos problemas de los ciudadanos. Que los políticos se dejen de tantas alharacas, de tantas fotos de cara a la galería, de tanta falsedad y poses estudiadas al milímetro y se dediquen a resolver lo que de verdad preocupa a la gente. Mientras eso no suceda seguiremos desconfiando, con razones más que sobradas, de nuestra clase política, considerándola como un elemento perturbador en lugar de hacerse acreedora de uno de los papeles principales para afrontar con garantías de éxito el momento crucial que nos está tocando sufrir.

  Hay quienes vaticinan que el veinticuatro de mayo se sentarán las bases de  una nueva forma de hacer política, no solo por el hecho de que entren en escena protagonistas diferentes de los que lo venían haciendo hasta ahora, sino porque parece ser que el pueblo – a base de palos- ha dejado atrás esa proverbial inocencia que lo caracterizaba, perdonando los deslices y corruptelas de sus representantes, aceptando a pie juntillas las disculpas que de cuando en cuando hacían aquéllos cuando les pillaban con las manos en la masa, aunque lo hicieran más por temor  a represalias que por convicciones morales. Ahora ya no hay medias tintas que valgan y no se está dispuesto a pasar ni una más por alto, sobre todo cuando el paro está por las nubes y a la gente la desahucian de sus casas por no poder pagar la hipoteca. Hasta aquí hemos llegado. Ya no nos conformamos ni con buenas palabras ni con las mejores intenciones de quienes están llamados a regir nuestro destino: lo que cuenta es la consecución de los resultados propuestos, que nuestros impuestos reflejen un nivel de servicios acorde con lo que se supone que debería ser un país de primera línea en cuanto a conquistas sociales se refiere. Entramos en una nueva época en que la maquinaria política se tiene que cuidar muy mucho a la hora de, entre otras cosas, elaborar sus programas electorales, puesto que los ciudadanos vamos a exigir el cumplimiento íntegro de los mismos si es que quieren volver a contar con nuestro apoyo. De lo contrario, acudiremos como almas que persigue el diablo a esas otros alternativas partidistas, más que por creer en su ideario, por aglutinar en su entorno el voto de castigo a los partidos tradicionales. Esta es la última oportunidad del vigente sistema para purgar los errores y excesos del pasado.  Confiemos en que, tal y como ha sucedido hasta ahora, todo esto no se convierta en un tenderete en el que se ofrezcan carguillos y escaños al mejor postor. Por eso, juntemos los dedos y apelemos a la responsabilidad para que nuestros representantes estén a la altura de las circunstancias y no nos defrauden una vez más. Lo comprobaremos en algo menos de dos semanas.


jueves, 7 de mayo de 2015

El hijo del pescador



 
    Y el maestro se nos fue, sin hacer ruido, rodeado de sus seres queridos, escuchando cómo una de sus chicas le recitaba en su lecho de muerte versos de Juan Ramón Jiménez y le ponía canciones de los Beatles. Este lunes, 4 de mayo, ha muerto Jesús Hermida, icono del periodismo español que, gracias a un estilo propio, inconfundible y -pese a todo- inimitable, se convirtió en referente de la profesión y en centro de admiración para una legión de seguidores a los que nunca dejaba indiferentes. Tocó todos los palos -prensa, radio y televisión-, pero fue este último medio el que lo encumbró a los altares del estrellato. Fue el encargado de retransmitirnos, desde la recién inaugurada corresponsalía de Televisión Española en Nueva York, el hito de la llegada del hombre a la luna, el desastre de la guerra de Vietnam o el escándalo del Watergate, acontecimientos históricos que le harían inolvidable en el imaginario popular. De imponente figura y singular y rebelde flequillo, su no menos característica voz se ha apagado a los setenta y siete años de edad. Muy pocos han contado con el cariño de la audiencia, siendo uno de los escasos privilegiados a los que el público consideraba como uno de lo suyos gracias a su cercanía y credibilidad.


    Cuando Ana Blanco anunció, casi al final del Telediario, que había muerto el hijo del pescador, resultó inevitable que se me vinieran a la mente su verbo preciso, pausado y profundo en busca del mayor número de sinónimos posibles que reflejaran la realidad que con tanto empeño se esforzaba en dibujarnos; sus escorzos físicos, más propios de un equilibrista que de un presentador de televisión, con la cabeza para un lado, las piernas para otro, los brazos para el contrario... y el flequillo a su aire, sin por ello perder la armonía del conjunto; su andar parsimonioso por los platós, cabeceando con las manos metidas en los bolsillos; su mirada escrutadora – a veces fulminante- dedicada a unos invitados siempre agradecidos ante la galante cortesía del entrevistador. Historia viva de la televisión hasta hace unos días, nadie mejor que él supo dar fe con pasión de unos acontecimientos que él mismo contribuyó a engrandecer con su propio sello de hacer periodismo. Si hubiera nacido en Estados Unidos, los americanos -que para esto de alabar méritos ajenos tienen menos complejos que los europeos- lo situarían a la altura del mismísimo Walter Cronkite. Aún así, sin que sirva de precedente, creo que su figura sí recibió en vida el reconocimiento merecido. Y es que ante la evidencia de su talento no quedaba más remedio que rendirse, a pesar de que ese talento se pusiera en duda con motivo de la entrevista al Rey Juan Carlos por su setenta y cinco cumpleaños. Dicen quienes lo conocieron que le dolieron las críticas y que se retiró disgustado con una profesión que no le perdonó ese tropiezo. Sea como fuere, Don Jesús, siempre nos quedará la luna.

jueves, 26 de marzo de 2015

Fabián Sánchez, ese ilustre aventurero.



  
Cuando uno toma asiento en las aulas de una Facultad de Derecho es lógico imaginar que entre sus compañeros se encontrarán futuros abogados, jueces, fiscales, asesores jurídicos, notarios, registradores de la propiedad y, por qué no, algún que otro auxiliar administrativo de la Junta de Extremadura. Lo que ya no resulta tan habitual es que esas bancadas de universitarios estuvieran ocupadas por alguien que se convertiría en un auténtico aventurero. Digo esto porque, con el paso de los años, un antiguo colega de promoción ha decidido que lo suyo no era la toga sino el mono de motorista. El amigo Fabián Sánchez, con su gracejo característico, su porte desgarbado y ese aire de despistado que lo hace tan peculiar, se ha embarcado en una hazaña digna de épocas pasadas y de hombres que ya no quedan. Porque para afrontar esta expedición que le llevará a cruzar el continente americano de sur a norte, desde Argentina hasta Alaska, hacen falta una buena dosis de valor y un poquito de inconsciencia para no arredrarse ante los peligros que se irán presentando a lo largo y ancho de la ruta. Pero Fabián ha resuelto pasar de la ensoñación a la acción, haciendo realidad lo que muchos deseamos pero que muy pocos se deciden a llevar a la práctica: cumplir el sueño de su vida. Y eso, precisamente, es lo que ha hecho el protagonista de esta historia, poniendo rumbo al Nuevo Mundo como ya hicieran otros insignes extremeños; eso sí, esta vez sin arcabuces ni celadas, sin petos ni espadas, porque aquí no hay conquistas que valgan, sino viajes iniciáticos con los que alimentar el espíritu. El único tesoro que interesa traerse a la vuelta es, aparte del pellejo intacto, la mochila llena de recuerdos que marcarán un antes y un después.

  Los seguidores de Fabián estamos siendo testigos privilegiados de su periplo gracias a su página de Facebook “Fabianplanet. En ruta por América”. A través de la red social por excelencia ya hemos presenciado maravillas de la naturaleza como el glaciar Perito Moreno, las cataratas de Iguazú o la Cordillera de los Andes. Hemos visitado ciudades como la antigua Villa Imperial de Potosí, en Bolivia, en cuyas minas la flota española se abastecía de ingentes cantidades de plata con las que sufragar las guerras en las que andaba envuelta la Corona de Su Católica Majestad y que en la actualidad se siguen explotando en unas condiciones laborales infrahumanas. Potosí, si no me equivoco en función de los comentarios realizados por el propio Fabián, es uno de los destinos que más le han impactado en lo que lleva de travesía: a uno se le cae el alma a los pies al comprobar las fotos que se hizo en los pozos junto a los mineros cuyos rostros tiznados de polvo reflejan al mismo tiempo dignidad y desesperación. También nos hemos asomado a la bahía de Valparaíso, escenario del bombardeo de la escuadra comandada por el brigadier Castro Méndez Núñez un 31 de marzo de 1866 y cuya efeméride se cumple precisamente dentro de cinco días. Igualmente impactante, pero en un sentido totalmente distinto, ha sido su llegada a La Higuera, localidad boliviana en la que mataron a Ernesto Che Guevara. Al parecer, el encuentro con el Che era una de las metas perseguidas por Fabi a la hora de planificar el viaje. Y ahí le he dejado, en el Museo Comunal, rememorando las últimas horas del guerrillero más conocido e icónico del mundo, con su boina estrellada, su profunda y enigmática mirada, su barba y melena desaliñadas.



Aún le queda mucho camino por recorrer, muchos peligros que afrontar, muchas anécdotas que atesorar, muchas inclemencias meteorológicas que padecer..., pero todo ese sacrifico seguro que valdrá la pena cuando, dentro de unos seis meses, este ilustre cacereño - sin más compañía que su peluche Rufino, enfundado en su mono, a lomos de su BMW y con el móvil y la cámara de fotos como únicas armas- ponga un pié en Alaska y pueda decir que no sólo tuvo el mérito de intentarlo, sino que además tuvo la fortuna de conseguirlo: eso sí que es poner una pica en Flandes, amigo Fabi. Te deseo toda la suerte del mundo en lo que te resta de viaje, que te sigas encontrando con lugareños dispuestos a echarte una mano en los momentos de dificultad; que no te falten historias que contar, como la de ese tímido joven que deleitó nuestros oídos mientras sus manos acariciaban el teclado de un piano, o la del paisano cuyo sueño era conducir una BMW y no dudaste en cederle el puesto de piloto durante unos momentos que para él serán inolvidables... En fin. Cogiendo prestado el título de la última novela de Mario Vargas Llosa, para mí eres un verdadero héroe discreto. Los libros de Historia no hablarán de ti como hicieran con Hernán Cortés o Francisco Pizarro, pero no tendrás nada que envidiarles porque a buen seguro que regresarás con mayores tesoros en las alforjas: las experiencias acumuladas te servirán para que algún día reúnas a tus hijos y a tus nietos al calor de una buena hoguera y les puedas relatar lo que tus ojos contemplaron más allá de la mar océana. Insisto, buena suerte y, sobre todo, mucho ánimo para cuando te empiecen a faltar las fuerzas. Estás haciendo algo grande. Estoy convencido de que lo mejor está aún por llegar. ¡Te seguimos por internet!

martes, 13 de enero de 2015

Nacha en la memoria

   
La tarde acudía fiel y puntual a su cita, aunque esta vez con bastante menos frío que en días anteriores. Los rayos de sol empezaban a ceder terreno a un cielo raso y estrellado, sin rastro de nubes que entorpecieran el espectáculo de un anochecer pausado, perezoso. Las calles, vestidas por los destellos de luz de las farolas, se abrían al paso de los pocos transeúntes que a esas horas poblaban la Plaza Mayor y las calles adyacentes. La ocasión era especial, tanto como lo fue aquella otra de mediados de los años 80 del pasado siglo, cuando -si la memoria no me juega una mala pasada, rememorando aquello que nunca pasó pero que bien pudo haber sucedido- Don Camilo José Cela nos honró con su presencia para asistir como testigo de excepción al cambio de ubicación de la biblioteca de Malpartida de Cáceres desde la Plazuela del Sol a su actual emplazamiento; biblioteca que, con toda justicia y reconocimiento, lleva el nombre de María Ignacia Castela Mogollón. Y es que esta ilustre malpartideña deleitó a dos generaciones de niños en la apasionante tarea de inculcarnos el placer por la lectura, despertando en nuestra imaginación el afán de revivir las aventuras de las que daban fe las novelas, cuentos y relatos que que caían en nuestras manos gracias al inapreciable consejo y sabiduría de nuestra querida y añorada “Nacha”. Que se lo pregunten si no, entre otros, a un tal Juan José Manzano, en cuya compañía solía acudir casi cada tarde para solicitar el préstamo de los cómics de Tintín, Lucky Luke, Ásterix y Obélix, o para devorar las historias de misterio de “Alfred Hictchcock y los tres investigadores”. En aquellas estanterías comenzó mi idilio con la lectura... y eso es algo que nunca se olvida.

   Pues bien, ayer por la tarde la biblioteca de Malpartida de Cáceres se vistió de gala para recibir a Lorenzo Silva, autor aclamado por el público y la crítica, con motivo de la reinauguración de las instalaciones después del lavado de cara que han supuesto las obras de reforma que se han venido efectuando durante varios meses. Ejerció de anfitriona Pilar Montero, actual encargada de la biblioteca y a cuya bendita osadía debemos la fortuna de que Lorenzo nos acompañara en la jornada de ayer. Allí estaban desde el alcalde, Alfredo Aguilera, hasta la Consejera de Educación y Cultura, Trinidad Nogales, pasando por Mercedes Guardado -viuda de Vostell-, el pintor Ángel Arias -cuyas obras otean el horizonte desde lo alto de unos remozados anaqueles-, así como familiares de “Nacha”. Como todo acto de este tipo que se precie, la función comenzó con los discursos de bienvenida. Una exultante Pilar, después de relatar la peripecia que supuso contactar con el ilustre invitado que nos visitaba, evocó con palabras preñadas de nostalgia los primeros años de andadura de la biblioteca. Le siguió Alfredo en el turno de la palabra, y en verdad que su discurso fue bastante emotivo, sobre todo cuando recordó la figura de Antonio Jiménez, anterior regidor de Malpartida, reconociéndole su decisiva aportación e impulso para que la biblioteca se convirtiera en la exitosa realidad que hoy es. También se aludió al papel principal que juega la cultura para tratar de evitar los fundamentalismos, en clara alusión a los terribles acontecimientos ocurridos en París durante estos días, dejando claro que las libertades de pensamiento y expresión son la mejor arma para derrotar a la barbarie terrorista -se le llame yihadista o con cualquier otro calificativo que queramos poner-, y que ese objetivo solo se consigue con el cultivo de la mente.

   
El momento álgido llegó cuando Lorenzo Silva se acercó al atril y se dirigió a los presentes para agradecerles que hubieran contado con él para ser partícipe de la noble tarea para la que había sido llamado. Y entre esos presentes andaba yo, contemplando con mis propios ojos, a escasos pasos de distancia, a uno de los escritores que más admiro. Hay quien dice que es mejor no conocer a tus ídolos porque la terca realidad puede tirar al traste con la imagen que nos formamos de las personas a las que, por un motivo u otro, veneramos. En mi caso no fue así. Tuve la suerte de ver y oír a alguien cercano, humilde, simpático... Todo lo contrario de lo que podría esperarse de un autor de éxito cuya sencillez en su quehacer cotidiano supera a su talento en lo literario, que ya es mucho decir. Esa es la grata impresión que a mí me dio, la cual se vio reforzada cuando accedió amablemente a firmar los ejemplares de sus novelas que llevábamos la mayoría de los que allí estábamos. Es de agradecer que haya escritores de su talla que aún no se hayan dejado contaminar por el veneno de la soberbia. Así que, a partir de ahora, cada vez que tenga una obra de Lorenzo Silva entre mis manos -especialmente las de la serie Bevilacqua y Chamorro, por aquello de que uno sigue manteniendo estrechos lazos con el Benemérito Cuerpo-, me acordaré inevitablemente de aquella tarde de invierno en la que un famoso escritor venido de la capital tuvo a bien hacer una parada en un pueblecito de provincias para dar solera a un acto en el que no se inauguraba una simple biblioteca, sino que implicaba algo mucho más trascendental, tanto como lo pueda significar una puerta abierta para que la cultura entre a raudales en las vidas de quienes son asiduos del saber que encierran estanterías repletas de libros con los que mitigar la ignorancia, el miedo y el desconocimiento, principales males de esta aldea global en la que se ha convertido la sociedad que nos contempla.


lunes, 10 de noviembre de 2014

Desde Canarias con amor.


Si me pareciera a César Vidal y atesorara en mi precaria memoria los conocimientos históricos del otrora locutor de la Cadena COPE, me habría gustado empezar este artículo con su famosa entradilla al estilo “Corría el año 26 a.C. cuando el cónsul Fulano...”, con la que el prolífico y polifacético escritor madrileño iniciaba sus programas, haciendo un paralelismo entre los acontecimientos históricos de la Antigua Roma y el presente. Pero no, puesto que carezco de esas dotes, me limitaré a decir que... “parecía uno de los nuestros, pero nos equivocamos de cojones”. Los que creíamos en él lo veíamos como uno de los pocos políticos con la fuerza moral suficiente como  para destapar las alcantarillas de la corrupción, como el Elliot Ness de la política, incansable en su lucha por desenmascarar a los tramposos. Llevaba varias semanas criticando con dureza los abusos del sistema, exigiendo contundencia para atajar la lacra de la corrupción, sobre todo después del escándalo de la Operación Púnica. Tanto partidarios como detractores valoraban su valentía por no callar y por decir lo que todos pensábamos. Se había convertido en un referente nacional en esta materia y, por esa misma circunstancia, le habían salido enemigos hasta de debajo de las piedras. Pues bien, me estoy refiriendo al señor Monago, el cual, durante su etapa como senador, realizó treinta y dos viajes a Tenerife -entre mayo de 2009 y noviembre de 2010-, para visitar a su pareja de entonces con cargo a los presupuestos de la Cámara Alta. Media vida dedicada a la política tirada por la borda por diez mil cochinos euros. No se juzga en este post la vida privada del señor Monago, pero sí las consecuencias que los actos de la esfera privada tienen cuando uno ocupa un cargo público, mucho más si se es presidente de una Comunidad Autónoma. El pretender dar ejemplo con discursos adornados de buenas intenciones de nada sirve si no va seguido de hechos que lo certifiquen, y en esto último es donde ha errado el señor Monago.

   La noticia se expandió como la pólvora, sobre todo porque el presidente extremeño se había prodigado últimamente en el púlpito de los medios de comunicación para dar lecciones de honradez, rectitud y pulcritud en cuanto a la tarea de administrar el dinero que con tanto sacrificio aportamos los ciudadanos a las arcas del Estado, reclamando tolerancia cero para quienes defraudaban la confianza de quienes los habían votado. Y claro, había más de uno con la escopeta cargada esperando la ocasión para atizarle en toda la boca, que ya se sabe que en este mundillo cruel de la política hay muchas cuentas que ajustar y mucho envidioso dispuesto a quitar de en medio a quienes se interpongan en la consecución de sus bastardos intereses. Monago reconoce que se esperaba este ataque, que le habían prevenido de que esto podría suceder. Sea como fuere, el caso es que su reacción ante la noticia, intentando justificar lo injustificable, ha sido de una torpeza infinita, ofreciendo versiones contradictorias sobre los viajes en cuestión: primero, que si los hizo por motivos exclusivamente relacionados con su cargo de senador; después -visto que sus palabras revestidas de boato y solemnidad sonaron huecas y mentirosas-, que si devolvería hasta el último céntimo de lo que se supone que habían costado sus idas y venidas a las islas afortunadas para visitar a su ex pareja, reconociendo implícitamente que había faltado a la verdad en sus declaraciones del día anterior. ¿Entonces, vamos a ver que yo me entere, Sr. Presidente: utilizó usted su condición de senador para viajar gratis total por asuntos privados, o pagó usted religiosamente los billetes de avión? ¿Puso rumbo al archipiélago por motivos estrictamente profesionales, o aprovechó la coyuntura para reconvertir esas jornadas en viajes de placer?

  Desde que supimos del escándalo a través del diario digital Público.es, Monago se ha mostrado sospechosamente dubitativo a la hora de defender su honorabilidad y, dadas las circunstancias, no hay tema que requiera una mayor contundencia en cuanto a la dación de explicaciones que este que nos ocupa, estando la gente rebotada como está ante tanto desmán y tanto sinvergüenza. La mayoría pensábamos que el Presidente de la Junta de Extremadura nada tenía que ver con ese puñado de politicastros que se valen de sus cargos para obtener toda clase de beneficios -algunos en forma de comisiones ilegales y otros ahorrándose calderilla-, que era un tipo de fiar al que no le temblaba el pulso cuando se trataba de poner firmes a los listillos de turno que se lo estaban llevando crudo. Pues... parece ser que no, que también él cojeaba de la misma pata, con lo cual la decepción por parte de sus seguidores, tanto de su mismo partido como de otras tendencias ideológicas, ha sido morrocutada. Monago no solamente ha dilapidado su crédito político, sino que también ha echado por tierra la esperanza de muchos ciudadanos que lo veían como el abanderado de una regeneración que se hace más urgente cada día que pasa. Él es el único responsable de su caída. Pues bien, ahora se presenta una ocasión de oro para demostrarnos que, efectivamente, a pesar de su error, en esencia no era igual que los demás: es el momento para dar un paso al frente y entonar el “mea culpa”. Está tardando en convocar una rueda de prensa en la que presente su dimisión irrevocable, más aún cuando ha pasado ya casi una semana desde que se conoció el escándalo y sus explicaciones no han terminado de convencer. Es hora de que se dé un baño de realidad y afronte las consecuencias políticas de sus actos. Los aplausos y las palmaditas en la espalda de este fin de semana pasado en Cáceres, durante la celebración de las “Jornadas de Estabilidad y Buen Gobierno en Comunidades Autónomas” -parece coña, pero ese es el título de las jornadas-, así como las consiguientes lágrimas vertidas por el presidente, no hacen más que reafirmarnos en la convicción mil veces comprobada de que nuestros representantes viven ajenos a la realidad. No dudamos de la credibilidad de su llanto, no ponemos en tela de juicio que lo que corría por sus mejillas era agua salina, pero eso, a estas alturas, es lo de menos. Señor presidente, hay que llorar por otras cosas, no por eso. Ha actuado como el niño al que pillan infraganti "cogiendo prestadas" chucherías de la tienda, llorando a moco tendido cuando le hacen ver que eso está mal y no es digno de personas decentes. Pues algo parecido le ha ocurrido a usted: que hasta que no le han afeado su conducta no ha sido consciente de la metedura de pata.

    Pudo haber cortado de raíz los rumores sobre este asunto, reconociendo desde un primer momento que se había equivocado y dimitiendo acto seguido. Si así lo hubiera hecho, habría quedado como un señor y, a buen seguro, que la hemeroteca le recordaría más por ese gesto de arrepentimiento que por sus denodados esfuerzos en ocultar lo que al fin y a la postre se ha hecho evidente a ojos de propios y extraños. Pero no, ahí lo tenemos mareando la perdiz, no sé si asesorado por las gentes de su alrededor o porque así lo cree en conciencia, esforzándose en dar unas explicaciones que ya llegan tarde y no merecerán el perdón de los votantes. Dice que esta semana comparecerá en la Asamblea para despejar toda clase de dudas. Espero que haya alguien de su equipo que le ponga de manifiesto que su oportunidad la dejó escapar en cuanto pasó el minuto uno sin que confirmara o desmintiera rotundamente lo publicado. Ya no hay solución mágica para deshacer este entuerto, por mucho que cuente usted con el apoyo de la plana mayor del Partido Popular, de Mariano Rajoy y de San Pedro Bendito, puesto que la mayoría de los ciudadanos seguiremos pensando que no obró como se le exije a un representante público, que esas lágrimas más bien parecen lágrimas de cocodrilo que motivadas por un arrepentimiento sincero. Hay por ahí un diputado por la provincia de Teruel que ya ha dimitido por este asunto. Es su turno, señor presidente. En política estas cosas deben pagarse. Es el momento de dar ejemplo. 





jueves, 30 de octubre de 2014

La Casta



  
¡¡Qué asco de políticos!! No me voy a demorar ni un segundo más en decirlo, y lo suelto así, de sopetón, para evitar rodeos absurdos para maquillar las cosas. El espectáculo al que estamos asistiendo estos días es lamentable, con lo cual es normal que cometamos la injusticia de meterlos a todos en el mismo saco. No es culpa nuestra, sino de aquellos de su casta -como dicen los de Podemos- que han permitido que lleguemos a esta situación. Y es que los ciudadanos estamos hartos de desayunarnos cada mañana con un nuevo caso de corrupción. ¡Basta ya de que nos tomen por anormales! Estos señores se han creído que somos un rebaño de borregos al que pueden pastorear a su antojo, al que pueden apalear sin consecuencias. No niego que en un pasado reciente fuera así, pero las cosas han cambiado. La ciudadanía lo sabe, pero está visto que ellos no.

    Aquí resulta que se pilla al personal con las manos en la masa, con los bolsillos llenos de millones de euros, y poco menos que no pasa nada. Tenemos que ver a estos señores en el Parlamento solucionar el tema con el famoso “¿y tú más!”: que sí, que vale, que yo tendré los casos Gürtel, Bárcenas, Palma Arena y todo lo que queráis, pero es que vosotros sois los de los ERE's y el único partido político condenado por corrupción. Y con esto se quedan tan contentos, como si fuese una pelea de niños intercambiando insultos. Y luego se lamentarán de su mala fama, de que paguen justos por pecadores, de que si no son todos iguales, que si hay muchos más políticos con verdadera vocación de servicio público que corruptos de tres al cuarto. Pamplinas. Que se dediquen a solucionar los verdaderos problemas de la población y, sobre todo ahora, que limpien las alcantarillas de sus partidos de tipejos dispuestos a vender a sus madres por conseguir una concesión para la construcción de tal o cual obra pública. Insisto: esa mala fama se la han labrado ellos mismos, y no solo son responsables los que están metidos hasta el cuello en tramas de corrupción, sino también aquellos que viendo o sospechando lo que había no movían un dedo por evitarlo. Y no hacían nada porque les convenía. Así que tan culpables son los unos como los otros, por comisión o por omisión. Nadie es inocente.¿O es que hay alguien que se cree que en el cortijo de los Pujol en Cataluña se pudieron cometer tantas tropelías sin que se enteraran los que andaban pululando por allí? Habrá que preguntárselo a Arturo Más y a Durán i Lleida, entre otros, porque eso no se lo cree ni El Pitoño.

   
Flota en el ambiente la sensación de que estamos ante un final de ciclo, de que el sistema de partidos surgido a raíz de la Transición ha tocado fondo. Está claro que ninguna democracia es perfecta, pero esto ya se pasa de castaño oscuro. El peligro de todo esto es que gentes como Pablo Iglesias y su organización PODEMOS se dediquen a pescar en río revuelto, con la consabida recolecta de votos procedentes de una gran parte de la población cabreada por este panorama emponzoñado de mangantes, corruptos y demás ralea. Bien clarito se vio en el Salvados de Jordi Évole de la semana pasada: los argumentos del tal Iglesias son lo suficientemente vagos, demagógicos y populistas como para que un españolito de a pié no reprima la carcajada a mandíbula batiente, por lo simplista de las soluciones ideadas por estos nuevos mesías. Lo malo es que este tipo de argumentos es muy posible que cale en las conciencias de unas gentes hastiadas de ver cómo los de siempre meten la mano en la caja común. El éxito de PODEMOS en las siguientes elecciones se deberá más al fracaso de los dos grandes partidos que a méritos propios. Por muy improbable que parezca, que no nos sorprenda -tal y como sucedió en las elecciones al Parlamento Europeo- que obtengan muchos más votos de los que les conceden las encuestas. Por eso andan mosqueados en el PP y en el PSOE: porque temen que muchos de los que ahora asientan sus posaderas en puestos públicos se vean desbancados por los chicos del de la coleta.

    La única forma de poner coto a este estado de cosas es que desde los propios partidos tradicionales surjan las ganas y la voluntad para echar a la gentuza que infecta la dignidad de sus siglas. Mientras eso no suceda, mientras la ciudadanía no vea un gesto inequívoco en ese sentido, todo seguirá igual. Por lo tanto, que a nadie le extrañe ver a los representantes de PODEMOS ocupar gran parte las poltronas del Congreso, Senado, parlamentos autonómicos, diputaciones y ayuntamientos. La pelota está en el tejado de Rajoy y de Pedro Sánchez. Si no quieren encontrarse con una desagradable sorpresa, que no pierdan más tiempo y se pongan manos a la obra. Que se dejen de excusas si de verdad quieren evitar un mal mayor. Que actúen para lo que les hemos elegido: que gobiernen pensando en el bien común, que promuevan medidas para paliar el paro y, sobre todo, que no sigan cobijando a los que no tienen escrúpulos a la hora de robar a manos llenas. Si las tarjetas black de Caja Madrid y la operación Púnica han tenido que ser las gotas que han colmado el vaso, bienvenido sea. Lo que está claro es que esto no puede continuar así. Y no es suficiente con pedir perdón. Esa etapa ya pasó. Ahora toca actuar en consecuencia. En un país como este es normal que hasta el "pequeño Nicolás" haya hecho de las suyas. Eso sí, han tardado cinco años en pillarle.