domingo, 13 de abril de 2014

La pasión de Viruta

 
 Muchos de vosotros sabéis, bien porque sois mis amigos bien porque seguís mis disquisiciones a través de este blog, que tengo especial predilección por Malpartida de Cáceres, lugar al que ya le he dedicado varios artículos y del que siempre guardaré un grato recuerdo, no en vano ahí han transcurrido períodos inolvidables de mi vida, sobre todo durante los años de juventud. De bien nacidos es ser agradecido y yo no lo voy a ser menos. Por eso, la entrada de hoy vuelve a tener como protagonista a un malpartideño, uno al que en su día ya dediqué un artículo que se convirtió, con mucha diferencia sobre los demás, en el más leído de este blog. Me estoy refiriendo al Viruta y a su Café-Bar. En aquella ocasión escribí unas líneas para reivindicar la labor de Viruta y su local, animándole a seguir luchando por aquello en lo que creía. Sin embargo, el capítulo que hoy redacto tiene un tono bien distinto, y es que esta semana he sabido que el Viruta ha echado el cierre. Once años regentando uno de los bares más emblemáticos de Malpartida desaparecen de un plumazo, aunque para los nostálgicos siempre nos quedará la estela de su esencia, de su espíritu.

   Como digo, Malpartida de Cáceres es uno de los temas más recurrentes a los que acudo a la hora de actualizar los contenidos de este blog. Por aquí han desfilado Diego César Pedrera y su novela “20 euros” –volverá a hacerlo en breve ante la inminente publicación de su nueva obra-, Choni y su Confitería Los Arcos, profesores como Don Fernando, Don Jacinto, etc, etc. Y otro de los malpartideños ilustres que se han asomado a esta ventana ha sido, cómo no, el Viruta. En octubre del año pasado, cuando me enteré de las dificultades que estaba teniendo con algunos vecinos por problemas de ruidos, me puse de su lado y escribí el artículo “El banco de la discordia”. Se generó un debate, a veces agrio, entre el Viruta y sus partidarios y aquél o aquéllos que leyeron el mencionado artículo y se dieron por aludidos en referencia a lo que dije del “vecino porculero”. El caso es que la cosa no fue a mayores y la sangre no llegó al río. Ahora, en cambio, lo que sucede es algo bien distinto: ya no es que el Viruta tenga que hacer frente a un cierre temporal del negocio por alguna sanción administrativa, si no que este currante se ha visto obligado a poner el cartel de “Hasta aquí hemos llegado. Cerrado por hastío”. Y es que, supongo, son ya muchos los disgustos con los que habrá tenido que lidiar como para verse obligado a tomar esta drástica decisión: entre los vecinos cabreados y la crisis económica, el Viru ha dicho basta. No se trata de el cerrojazo de un negocio más; no. Para los de mi quinta el Viruta es todo un emblema, un símbolo, un referente. Cuando pasen los años nos acordaremos de las noches –bueno, a veces eran mañanas, tardes, noches y madrugadas- que pasábamos bajo su protección, siempre con buena música de fondo, con una cervecita bien fresca esperando en la barra, rodeado de buena compañía… y, ante todo, asistiendo a la ilusión desbordante de su patrón por hacer de aquel lugar  un punto de encuentro entre jóvenes y no tan jóvenes. Era como una especie de club social. Tú ibas, te pedías tu birrita y te ponías a hablar de política, de fútbol, del tiempo o de literatura –sí, de literatura también- con el primero al que te encontraras por allí, aunque solo lo conocieras de vista. Esa cita semanal no podía faltar en el calendario.

  
El Viruta Café-Bar hacía las veces de santuario, de retiro espiritual al que siempre podías acudir cuando querías olvidarte de los problemas cotidianos. Una vez que entrabas, como por ensalmo, se desvanecían casi al instante los quebraderos de cabeza generados por los apuros de llegar a fin de mes, los malentendidos con algún compañero de trabajo, las discusiones con la parienta o cualquiera otra circunstancia que hiciera que estuviéramos más descentrados de la cuenta. Presentarse en el Viruta era como una especie de bálsamo ante los rifirrafes del día a día. Con lo cual, en este punto, la clientela -sobre todo los asiduos- habrán perdido un referente sin el cual se sentirán forzosamente desorientados. No entro a valorar qué es lo que más habrá influido en Rubén para que haya tomado esta decisión, si ha sido el tema de la crisis o el desgaste provocado por las quejas de los vecinos, lo que sí sé es que quienes lo conocemos –aunque sea solo un poco, como es mi caso- somos conscientes de que esta habrá sido una de las decisiones más difíciles de su vida. A nadie se le puede exigir que se comporte como un héroe, y Viruta lo ha sido durante todos estos años. Por eso mismo, porque ha sido capaz de mantener a flote la ilusión de su vida durante esta travesía, seguro que vendrán tiempos mejores en los que volcar ese espíritu de lucha que le caracteriza. Viru, no pienses ni por un momento que has fracasado. Fracasado sería el que se cae y no está dispuesto a volver a levantarse. Tú te has repuesto una vez y volverás a hacerlo otra más, tantas veces como te lo progongas. Lo mejor, seguro, está aún por llegar, aunque ahora toque vivir momentos duros. Precisamente de las dificultades es de donde se obtienen las mayores lecciones. Por mi parte solo me queda agradecerte el buen trato que siempre has tenido conmigo. El Viruta Café-Bar no desaparecerá de nuestros recuerdos, como tampoco lo hará la energía y la alegría con la que te has desvivido por tus clientes, por tus amigos. Tienes que estar orgulloso de la labor que has realizado, porque con ese mismo orgullo contaremos al cabo de los años que hubo una vez en Malpartida de Cáceres un bar en el que… Y aquí ya dejo para cada cual las historias que quiera rememorar de aquella época. El Viruta Café-Bar ha sido tu pasión, pero también ha sido nuestro consuelo. No veas este revés como un vía crucis, sino como una resurrección. Un abrazo y mucho ánimo.

miércoles, 26 de marzo de 2014

El tonto de Willy

   
Amigo Willy, me vas a perdonar –bueno, me perdono a mí mismo- y me voy a poner a tu escasa altura moral: estás hecho un impresentable de cuidado. Siento soltártelo tan a las claras y tan desde el principio, pero es que no quiero reprimirme. No hay nada peor que guardarnos para nuestro coleto los pensamientos indignantes que provocan individuos de tu catadura intelectual, y no haré una excepción contigo porque no es mi deseo indigestarme por culpa de un señorito como tú, de esos que predicáis los valores del progresismo social con un cinismo de tal magnitud que ofendería hasta la intligencia de, pongamos por caso, Pepiño Blanco, que ya sabemos que de esa virtud no anda muy sobrado. Así, que, dicho queda: me pareces un truhán, pero sin nada de gracia. No sé en qué momento se te cruzaron los cables para ir por la vida declarando memeces y comportándote como un auténtico mamarracho. ¿Qué, Willy, que como ya tenemos los bolsillos llenos ahora no tienes mejor ocupación que la de dedicarte a ir de piquete en huelgas generales, destrozando bares  y huyendo como un cobarde antes de que aparezca la policía, y a leer manifestos de forma jocosa ante multitues manipuladas y aborregadas por orates faltos de autocrítica, verdad? ¡Si es que estás hecho un figura! Por suerte, tengo el placer de no conocerte –es más, gracias a ti dejé de ver Siete Vidas y, ni por asomo, se me ha pasado por la cabeza fustigarme con los bodrios en los que tu nombre aparezca en los títulos de crédito-, pero seguro que cuando trasnochaste en las dependencias de la Brigada Provincial de Información por los destrozos ocasionados en el bar de un honrado trabajador de Lavapiés durante la huelga general del 29 de marzo de 2012, no ibas con los aires de chulito y brabucón que te pudimos observar en el día de la Marcha por la Dignidad. Habría que haberte visto en esas circunstancias para comprobar si eres tan fanfarrón como alardeas últimamente. O a lo mejor sí, quién sabe. De un insensato como tú cabría esperar cualquier cosa, y la inconsciencia no sería la única. 

   Willy, amiguete, mira que venir expresamente desde Cuba para leer el manifiesto de marras de hace cuatro días. Para protagonizar ese paripé –uno de tantos en los que ya has participado- qué buena ocasión perdida para haberte ahorrado el  incordio de un viaje con tantas horas de vuelo , o se lo hubieran ahorrado los que te lo hayan pagado porque, vamos, hacer tú cosas gratis... lo justito. Seguro que hasta tú, viéndote en las noticias, habrás caído en la cuenta del ridículo espantoso que hiciste. Dicen las malas lenguas que se te echó el tiempo encima, que te entretuviste más de la cuenta en la tasca más cercana y que apuraste hasta el último trago antes de salir a toda prisa para ponerte delante de los micrófonos y dar rienda suelta a tus bufonadas. Willy – por cierto, vaya ingenio el tuyo poniéndote ese apodo-, macho, que no estabas rodando una película, que resulta que estabas haciendo el canelo ante miles de personas y de tu boca solo salían chorradas a modo de balbuceos. No pongo en duda que no sepas leer, pero diste la impresión de haber abandonado el colegio en primero de parvulitos: no soltabas más que paparruchas acompañadas de saltitos y sonrisas bobaliconas. Si es que, en cierto modo, tampoco se te puede pedir más. Das para lo que das. Sería injusto contigo si te exigiera más de lo que sería normal demandar de cualquier otro mortal, pero como tú estás hecho de otra pasta, pues mejor te damos palmaditas en la espalda y te decimos que lo hiciste de vicio, que estuviste sembrado. En serio, con el corazón en la mano: ¡eres un monstruo! Puedes sentirte orgulloso de vuestras reivindicaciones durante la manifestación y, sobre todo, de los brutales ataques que sufrió la Policía Nacional. ¿Me crees, verdad? Dime que sí, porque así no tendré remordimientos. No te puedes ni imaginar lo que supondría para mí que no estés captando el verdadero sentido de todo esto que te estoy soltando. En fin, confío en tu indulgencia para que esta noche pueda dormir con la conciencia tranquila. No me perdonaría que malinterpretaras mis palabras. Es más, si me aseguraras que, efectivamente, entiendes lo que trato de decirte en este párrafo, ten por no reproducido el anterior, incluyendo lo del título de este artículo: con la memoria que tienes, seguro que ya ni te acordabas. Pero, para mantenerme fiel a mis principios y no caer en la incoherencia, permíteme que lo mantenga; lo del título, digo. Me harías un favor por el cual te estaría eternamente agradecido. No sé, pero, así, de repente, me acabas de transmitir cierta ternura. Por eso, si me lo permites, estoy dispuesto desde ahora a convertirme en uno de tus máximos defensores. Eso sí, tendrás que ser sincero ante las preguntas que te formularé para que esa defensa resulte creíble. Voy a hacerte partícipe de algunos rumores que corren de esquina en esquina, así que confío en tu franqueza a la hora de responder para acallar con argumentos a quienes no tienen más oficio que mancillar tu buen nombre. Por cierto, conociendo tu espíritu sensible, te pido perdón por utilizar lo de “franco”, pero es que no se me ha ocurrido otro calificativo mejor a la hora de solicitarte tu colaboración.

   
Willy, colega, ¿cómo que te dio por irte a vivir a Cuba? ¿Tan mal te trataron en España? Me dicen, leo, oigo que allí estás a cuerpo de rey, que eres un privilegiado, que tienes acceso a servicios que los cubanos no ven ni en pintura, que vives en una zona similar a La Moraleja de Madrid y que, claro, con esas comodidades cualquiera se hace emigrante. Y yo, con la seriedad de la que alardeo y hago gala cada vez que se trata de vindicarte, les digo a quienes quieren poner en jaque nuestra recién estrenada amistad que eso son habladurías, chismes sin fundamento de envidiosos fascistas que no saben apreciar vivir en un régimen idílico como el creado por obra y gracia de los Castro. Les hago saber que tú estás allí pasando las de Caín, que te tiene trastornado el estar alejado de tu querida y amada patria, que eres un exiliado que lucha en la distancia por las libertades y que has tenido que refugiarte en nuestra antigua colonia porque te sentías perseguido, incomprendido. En ese sentido, no pierdas cuidado: les he hecho creer que eres un auténtico mártir. Sin embargo, te mentiría si no te comentara que a veces se me hace harto complicado mantener mi defensa para contigo, sobre todo cuando me reiteran con ahínco que en uno de tus bolos deseaste la pronta muerte del Rey por aquello de que ya había trincado bastante del bote, y que a Rajoy también lo pusiste fino tildándolo de fascista heredero del franquismo. Compañero, hazte cargo que ante eso me cuesta articular argumentos de peso con los que sacarte de tamaños charcos. Y como se da la circunstancia de que yo, para creer en algo, tengo que hacerlo con total convicción, pues me dije que por ahí no podía pasar, que eso de tocar a Su Majestad y al presidente del gobierno elegido democráticamente traspasaba la línea roja de nuestra camaradería. Así que, una vez comprobadas la veracidad de tales aseveraciones, no puedo por menos que declararte que hasta aquí hemos llegado. Con lo cual, Willy, me vas a perdonar, pero en este punto pongo fin a nuestra fugaz amistad. Ya sabes, por lo de la coherencia y todo eso. Y es que esto de tener principios es muy puñetero, con lo cual, machote, ahí te quedas: que te defiendan los Bardem, Sabina, el Gran Wyoming, Víctor Manuel, Ana Belén, Miguel Bosé o San Pedro Bendito, pero conmigo no cuentes. Con los Borbones hemos topado y eso sí que no lo dejo pasar. Solo espero que, al cabo de los años, no te lleves el desengaño de otros que, mucho antes que tú, no supieron encajar la realidad de unos ideales comunistas caídos a pedazos, a pesar del esfuerzo de unos dirigentes empecinados en vender las virtudes de un sistema dictatorial. Sí, Willy, te pongas como te pongas, por tu cuenta y riesgo has decidido abandonar una democracia para recalar en un régimen totalitario. Así que, en un último arranque de cordialidad, dime la verdad: ¿te has ido para allá porque aquí, en esta España que tanto denostas, no hay un malecón como el de La Habana? ¿Y porque allí, con mil euros en el bolsillo, eres el puto amo de la cosa? Serás un cínico, ex-amigo, pero espero que no seas tan superficial. En fin, que te vaya bonito, pero haznos un favor y deja de dar la nota porque, de lo contrario, van a pensar que en España estamos todos igual de chalados que tú. Saludos cordiales desde la metrópoli.

lunes, 24 de marzo de 2014

Gracias, señor Presidente.

 
 La primera vez que tuve constancia de la existencia de Adolfo Suárez fue con motivo del intento de golpe de Estado perpetrado sin éxito por el Teniente Coronel de la Guardia Civil Antonio Tejero Molina, el 23 de febrero de 1981. Este episodio ya lo he contado en otra de las entradas de este blog y, como no se trata de ser repetitivo, al mismo les remito para aquellos a quienes les pueda interesar. Por aquel entonces estaba a punto de cumplir los 6 años de edad pero, por estos misterios de la memoria, no fue hasta un año después, a raíz de las elecciones generales de 1982, cuando vi por vez primera el rostro de Suárez impreso en las cientos de papeletas electores del Centro Democrático y Social (CDS) que se repartían por las calles de Herrera de Alcántara en Renaults 4, Seat 124 y demás parque automovilístico de la época, adornados con unos llamativos altavoces dispuestos en los techos y a través de los cuales se animaba a los ciudadanos a acudir a las urnas para elegir al nuevo presidente del gobierno que sustituyera a Leopoldo Calvo Sotelo. Como es de suponer, por entonces yo no entendía nada de política, ni de que Suárez se había visto obligado a dimitir de la presidencia del gobierno por el acoso y derribo al que le sometieron tanto la oposición como, sobre todo, sus propios correligionarios de partido, la Unión de Centro Democrático (UCD). Eso sí, lo único que sabía es que los niños nos partíamos el espinazo por ir detrás de la caravana electoral para recoger la mayor cantidad posible de publicidad electoral: aquellas papeletas eran más preciadas que los caramelos de la cabalgata de los Reyes Magos.

    Y en esos folletos aparecía la figura de un señor apuesto, elegante, de tez morena, pelo negro y sonrisa amable.  Con ese porte, cualquiera diría que fumaba como un carretero y que se alimentaba básicamente de tortilla francesa. El caso es que aquella cara me transmitía confianza, me daba la impresión de que aquel era un tipo campechano, como uno más de la familia, alguien del que no te podrías esperar una cuchillada por la espalda, lo cual ya es mucho decir en un terreno como el de la política. Con el tiempo fui descubriendo que las papeletas por las que luchábamos denodadamente recogían la imagen del que - junto con el concurso de Su Majestad el Rey, de Torcuato Fernández Miranda y del pueblo español- había sido el artífice del mayor milagro que se recordaba de nuestra Historia Contemporánea: el paso de un régimen dictatorial de treinta y seis años, fraguado en las cenizas de una sangrienta guerra civil, a un sistema democrático de una forma pacífica, aunque no por ello exenta de dificultades. ¡Vaya que si las hubo!, tantas que hasta los protagonistas de lo que después se ha dado en llamar Transición Política se preguntaban que si, además de los que estaban involucrados en aquella tarea titánica, había alguien más que les apoyara en esas horas cruciales para el devenir de España. Y es que los había que tenían demasiada prisa por alcanzar el poder y no estaban dispuestos a recorrer los peldaños de una reforma progresiva –de la ley a ley-, sino que abogaban por una ruptura a toda costa con el régimen anterior. De esto saben algo Felipe González y Alfonso Guerra, los mismos que le organizaron una feroz oposición durante los años en que Suárez fue presidente, y que ahora no tienen reparos en inclinar ceremoniosamente la cabeza ante su féretro, corpore in sepulto, en el Salón de los Pasos Perdidos del Congreso de los Diputados.

  
Pues bien, el impulsor de aquella labor de hermanamiento, de entendimiento, de superación de los eternos odios entre las dos Españas murió ayer en la Clínica CEMTRO de Madrid a las 15:03 horas. Tenía 81 años, aunque  llevaba desaparecido de la vida pública desde el 2003 debido a la terrible enfermedad del Alzheimer, que le azotó en grado tal como para no recordar que un día llegó a ver cumplida su ambición de ser Presidente del Gobierno. Y no uno cualquiera, sino el que contribuyó a dar forma a un régimen democrático sustentado en la Constitución de 1978 que, con las armas del diálogo y a pesar de sus imperfecciones, sigue representando uno de los mayores logros colectivos de los que pueden sentirse orgulloso el pueblo español. A este hombre de Estado, con un don de gentes inigualable – sólo comparable al que tuvo Kennedy en su época-, vilipendiado hasta el extremo en los días en que ocupó el sillón del Poder Ejecutivo, se le reconocen ahora los méritos que se le escamotearon en vida. De los institucionales algunos quedan, como el Premio Príncipe de Asturias de la Concordia otorgado en 1996. Y es que, no hay nada como morirse para que te cubran te toisones insignes y órdenes distinguidas, y hasta para que tus más acérrimos adversarios te elogien sin ningún tipo de rubor. Descanse en paz Adolfo Suárez, un patriota que supo anteponer los intereses de Estado a los personales y partidistas, un hombre devastado en el ámbito familiar por el drama de enfermedades mortales que acabaron con la vida de su mujer y de su hija Mariam, un político con altura de miras de los que ya no quedan. Dejó el listón muy alto, tanto que aún no ha sido superado. No habrá otro como él. Apareció en la época adecuada y en el momento justo, a pesar de los agoreros que vaticinaban que su nombramiento -quizás por lo inesperado del hecho- había sido un craso error. La Historia le hará justicia. De momento, y para empezar, parece que el aeropuerto de Madrid-Barajas llevará su nombre. Esperemos que sea el primero de los muchos tributos que se le deben rendir al artífice de esta España democrática  que se está echando a perder por la actual casta política. Por mi parte, sólo me queda agradecerle su trabajo, esfuerzo, generosidad y tesón para lograr lo que parecía imposible. Su nombre y su legado perdurarán en el tiempo. 

lunes, 17 de marzo de 2014

Viaje al Penedés

   
Ha pasado demasiado tiempo. Lo sé, soy consciente de que he dejado los contenidos de este blog digamos que –déjenme buscar el eufemismo adecuado- huérfanos de autor. Por eso, y en primer lugar, pido disculpas a los seguidores de esta bitácora, que alguno hay, por haber hecho mutis por el foro casi sin avisar. La verdad es que podría poner la bonita pero poco plausible excusa de que el estudio de las oposiciones –la Junta de Extremadura, por fin, ha tenido a bien publicar el último día del año pasado las convocatorias para los distintos Cuerpos de Funcionarios- me ha tenido tan ocupado como para no dedicar ni una desdichada línea desde hace algo más de tres meses, o que el hartazgo de las tropelías de la desgraciada clase política que padecemos me han tocado tanto la moral que ni siquiera me he entregado a las musas para plasmar por escrito la retahíla de improperios que a buen seguro se merecen. Si algo aprendí en la mili –aparte de la disciplina y no pensar más allá del “sí, mi sargento”- es que no hay nada peor que buscar excusas, así que yo no lo haré.  Entono el mea culpa y hagamos como que aquí no ha pasado nada. Esto último, por cierto, lo he aprendido de los políticos. Tampoco es cuestión de que dimita del cargo de administrador del blog; si no lo hacen aquéllos por robar, pues tampoco lo voy a hacer yo por dejar de escribir durante una temporadita. Pues eso, digamos que me he tomado un tiempo sabático para poner en orden las ideas y pelillos a la mar.




   El caso es que he vuelto a la palestra para darles cuenta de mi reciente viaje a Villafranca del Panadés –lo escribo en castellano, a la espera de que el señor Mas no se moleste por usar la lengua oficial del Estado español, Estado al que sigue perteneciendo Cataluña como una Comunidad Autónoma más-, capital del Alto Panadés famosa por sus vinos y sus cavas. Como uno tiene pánico a volar, decidí que lo mejor sería hacer todo el trayecto en tren: entre viaje y transbordos, me planté en la estación de Barcelona Sants en unas siete horas. De ahí cogí el cercanías hasta Villafranca, añadiendo una horita más a la travesía. Por cierto, lo del AVE es un invento de los que hacen época: eso de ir a 300 kilómetros por hora sin que el cacharro en cuestión se moviera ni una mijita es digno de elogio. Y, por cierto también, a ver si el ministro o el consejero competente hacen un esfuerzo para que el viaje de Cáceres a Madrid no se convierta en una auténtica odisea de más de tres horas y media en unos vagones que no digo yo que recuerden a los de la época del marqués de Salamanca, pero casi casi. Hay que tener mucha fuerza de voluntad para meterse ese palizón de viaje o, lo que le sucede a un servidor, ser un auténtico cobarde como para embarcar a bordo de un avión. Pero la ocasión lo merecía y allá que me fui con mi maleta y mi mochila. No había pisado suelo barcelonés desde hacía por lo menos diez años. Me intrigaba comprobar de primera mano los cambios que pudieran haberse producido en aquellas latitudes, ver hasta dónde se extiende la mano de Mas y sus adláteres. Por recelar, temía que, tal y como están ahora las cosas de sensibles, hasta le hubieran cambiado el nombre a la Plaza de España, una de las más emblemáticas de la Ciudad Condal. Por fortuna, allí sigue bajo esa misma denominación.

  

Y oigan, nada más llegar a Villafranca lo primero que me llamó la atención fue la multitud de banderas esteladas colgadas en los balcones de los bloques de viviendas, así como sábanas con el lema de “Cataluña Libre”, pero escrito en catalán, claro. Algunos lo harán por convicción y otros supongo que por obligación, por aquello de que no les señalen con el dedo y los tachen de españolistas. No había calle por la que transitara sin que ondeara al viento la susodicha banderita o lema en cuestión. El caso es que si hubiera tantos independentistas como esteladas, el señor Mas y sus acólitos de ERC tendrían asegurados el “sí” en el referéndum que se proponen llevar a cabo para finales de este año. Aunque, puestos a meter el dedo en la llaga, no haría falta esa consulta para otorgarles el plácet de Estado independiente: preguntes a quien preguntes fuera de Cataluña, la mayoría de la población está de acuerdo en que se marchen y se busquen la vida fuera de las instituciones de la Unión Europea; eso sí, que luego, cuando se vean en la absoluta indigencia, no vuelvan pidiendo árnica. Si se quieren marchar, que sea con todas las consecuencias. Ya verán qué sucede cuando comprueben a los pocos meses que no hay ni un real para pagar ni nóminas ni pensiones. Pero claro, eso ahora no conviene decirlo para ocultar el manto de fracasos de un gobierno que vive en la más absoluta de las quimeras. 

   La sensación que me llevo de la semana que estuve por aquellas tierras es que la propia población se ha creído la sarta de falacias y falsedades aventadas por Ciu y ERC: el lavado de cerebro está siendo descomunal y, al parecer, bastante efectivo. Recuerdo una soleada mañana sabatina, al ir paseando por la Rambla de Villafranca, que había montado un tenderete en los que repartían pasquines a favor de la independencia. Me dejé caer por allí con la intención de que me dieran uno de ellos. El tipo que me lo facilitó me dijo en catalán algo así como “tenga, por si acaso le sirve para formarse su criterio acerca de la independencia”. Yo le entendí lo fundamental como para no tener reparos en contestarle con mi acento extremeño “que por mí no se preocupara, que si de mí dependiera yo tenía muy clara cuál era mi opción”. Su mirada torcida me hizo ver que, aunque en castellano teñido de castúo, él también me había entendido sin necesidad de esforzarse demasiado. Y es que allí el catalán lo invade todo, no solo el hablar de las gentes y los rótulos de los comercios, es que hasta en las iglesias se dice misa en catalán. ¿Que cómo lo sé? Pues porque fui a varios oficios religiosos: en el primero de ellos el párroco tuvo a bien alternar entre el español y el catalán, pero es que el segundo, el miércoles de ceniza, fue única y exclusivamente en catalán… y cualquiera se levantaba de allí con el resto de feligreses atentos a cualquiera que abandonara la bancada. Me quedé por educación, pero que conste que no me enteré del mensaje de Cristo; algo intuía, sobre todo cuando se rezó el Padre Nuestro. Aún así, a pesar de que no entendía ni "papa", seguro que el Señor también me bendijo y me ungió con su infinita misericordia. La verdad es que, como diría Enrique Iglesias, eso sí que fue una experiencia religiosa.

  
En conclusión, que vengo de Cataluña más preocupado de lo que llegué. Que aquellas gentes crean de verdad que son un país libre sometido por el Estado español es algo que hay que “agradecer” a la labor de zapa de los políticos desnortados que rigen sus destinos. Se está creando un caldo de cultivo que traerá conflictividad social si Rajoy y su ejecutivo no ponen en práctica las medidas articuladas por la propia Constitución española. Se trata de no transgredir la ley, y menos aún la Norma Fundamental, así que ya va siendo hora de que el presidente del gobierno de todos los españoles diga alto y claro que lo del referéndum catalán es imposible porque, simple y llanamente, es ilegal. Y que si el amigo Mas está dispuesto a incumplir la Constitución, tendrá que saber que no le va a salir gratis. Por cierto, que tampoco me olvido del Pep Guardiola y sus soflamas en favor de la independencia: Pep, amiguete, quién te ha visto y quién te ve. ¡Con lo bien que te quedaba el uniforme de la selección española y ahora nos entereamos que te lo enfundaste por la pela! ¡Lo que tuviste que haber sufrido llevando los colores de un Estado opresor! Pues nada, cuando se cansen de ti en Alemania te vuelves para Cataluña y entrenas al Barça en la liga que corresponda. Lo de menos, por supuesto, será el dinero. 

domingo, 15 de diciembre de 2013

Intrahistoria de un funeral para la Historia

   
El funeral por Nelson Mandela ha tenido a más protagonistas que al propio finado, por lo menos si situamos el foco de atención en el palco de autoridades. A Madiba era imposible robarle protagonismo allá donde acudiera como invitado, y mucho menos iba a suceder eso en la ceremonia organizada para que el mundo se despidiera del padre de la Sudáfrica moderna. Pero ha habido algunos que, sin quererlo, han sido catapultados al primer plano de los medios de comunicación. Que se lo pregunten al matrimonio Obama o, más en concreto, a Barack, ese que llegó a la Casa Blanca con un eslogan – “yes, we can”- y una sonrisa cautivadoras, y que habrá tenido que dar más de una explicación a su esposa por el tonteo que se traía con la presidenta del Gobierno danés, una rubia muy aparente llamada Helle Thorning-Schmidt. Y es que, mientras el mundo lloraba a Mandela, ellos se lo pasaban en grande haciéndose fotos y poniendo poses cual picarones adolescentes. Hasta dónde no llegaría la cosa que la propia Michelle, después de una serie de infructuosas miradas asesinas, tuvo que sentarse entre los dos para que el asunto no pasara a mayores. Obama, arrepentido por lo sucedido, o consciente del chaparrón que le iba a caer, trató de arreglarlo cogiendo suavemente la mano de su mujer, besándola en procura de perdón. Sabía que había metido la mata y que esa noche nada ni nadie salvarían al hombre más poderoso del mundo de dormir en el sofá.

   Pero antes de ese momento estelar, la noticia estaba en que, por primera vez desde el bloqueo de Cuba a comienzos de los años sesenta, un presidente norteamericano estrechaba la mano de un Castro: de Raúl, el hermanísimo del camarada Fidel. Cruzaron unas palabras ante la atenta mirada de los que les rodeaban, que no terminaban de creérselo. No sabemos si hablaron en español, en inglés o en spanglish, lo que sí es seguro es que no se felicitarían las Navidades. Y es que cincuenta años de embargo no se olvidan de la noche a la mañana, y menos aún los múltiples intentos de los servicios secretos norteamericanos por quitarse de en medio al escurridizo Fidel. Después, como si hubieran hecho algo reprobable, los dos mandatarios se han justificado diciendo que una cosa no quita la otra, que la educación no está reñida con el odio acérrimo que se profesan. Una vez consumado el estrechón de manos, quizás Obama tomó conciencia de lo que acababa de hacer, del tirón de orejas que le darían sus conciudadanos por compadrear con el tirano que mantiene sumida a la perla de las Antillas en una dictadura que no parece tener fin. Y, puestos a especular, ese temor a ser reprendido por parte de sus electores podría haber sido el causante que le impidió gobernar su voluntad para evitar las inapropiadas carantoñas con la rubia de postín. Pero, sin duda perturbado por el abrazo del comunista, creo que no supo medir las consecuencias de sus actos, porque si para tratar de congraciarse con su pueblo ha optado por ponerse en evidencia ante su mujer, no sabe este buen hombre lo que ha hecho. Donde había un problema, ha creado otro.

  
Pero para papelón, el desempeñado por el intérprete de signos durante las exequias. Resulta que Thamsanqa Jantjie, que así se llama el mozo de treinta y cuatro años encargado de transmitir el mensaje de los líderes mundiales allí congregados a las personas sordomudas que veían el acontecimiento por televisión, estaba haciendo un paripé del copón. Sí, ciertamente el muchacho no paraba de mover las manos acá y allá, y parecía que dominaba la lengua de signos como los ángeles, pero los únicos ángeles que revoloteaban por allí eran los que se colaron en su cabeza. Ha reconocido el falso intérprete que sufrió un ataque psicótico y que su prioridad en aquellos momentos críticos consistió en recobrar la calma lo antes posible, sin que se notara que a él lo que le apetecía de verdad era hacer caso a las vocecitas que oía en su interior y que le animaban a realizar un favor a la humanidad, acuchillando en riguroso directo a Obama, a Castro, a Dilma Rousseff, al premier Cameron y a todo el que se le pusiera por delante. ¿Se lo imaginan? La escabechina pudo haber sido de órdago. Menos mal que, a lo que parece, el tal Thamsanqa se hizo con las riendas de su mollera y logró embridar sus ansias asesinas. Parece ser que este señor no tenía suficiente con sus quince minutos de fama que reclamaba Andy Warhol para todo hijo de vecino y decidió chupar cámara por su cuenta y riesgo. ¡Y qué exitazo, oigan! ¡No se habla de otra cosa! Las travesuras de Obama a su lado han quedado en un juego de niños. Aunque seguro que la Primera Dama no piensa lo mismo, que para ella la desenfadada actitud de su marido ante el cuerpo presente de uno de los hombres más importantes del siglo XX no tiene perdón de Dios, por mucho que la aparición estelar del amiguete Thamsanqa hayan restado importancia a los coqueteos del señor presidente de los Estados Unidos. Ni los hermanos Marx hubiran imaginado un guión tan genial.


jueves, 12 de diciembre de 2013

Recuerdos de un colegial

   
Hoy vengo en plan nostálgico. No era mi intención. Me ha sucedido algo parecido a lo que le pasó al narrador de la monumental obra “En busca del tiempo perdido”, de Marcel Proust, cuando al probar un trozo de magdalena con el acompañamiento de unas cucharadas de té le vinieron a la memoria vivencias de su infancia con tal intensidad que parecía que las  estuviese reviviendo en ese mismo instante en que daba buena cuenta del bollo en cuestión. Y es que salía yo el otro día de casa cuando, a los pocos metros, vi venir de frente a una pareja entrada en años. Como de costumbre, iba distraído, atento exclusivamente en subirme la cremallera de la cazadora  como único remedio para luchar contra el frío siberiano que nos azota en las últimas jornadas. El caso es que, a medida que se acercaban y sus rostros iban recobrando nitidez, no tardé en reconocerlos. No había lugar a dudas. Eran ellos. Hacía años que no los veía. De repente mi memoria dio un salto en el tiempo de veinticinco años hacia atrás. Se dice pronto, sí. El flash-back duró solo un instante, lo suficiente como para esbozar una sonrisa de agradecimiento. Cuando llegué a su altura tuve la intención de llamarles la atención para saludarles, pero al final pudo más la vergüenza y desistí. Desde el mismo momento en que pasé de largo me lamenté de no haber intercambiado unas palabras con ellos: el miedo a que no se acordaran de mí cedió ante cualquier otra consideración. Pero a pesar de la fugacidad del momento, tuvimos tiempo de que nuestras miradas se entrecruzaran: la mía henchida de melancolía, rememorando tiempos de inocencia y despreocupaciones; la de ellos, vivaracha, alegre, jovial.
                                                                                   
   Don Paco y la señorita Flori. Sí. Ellos fueron el matrimonio de profesores que me encontré y que me dieron clases durante el segundo ciclo de la Educación General Básica (E.G.B) en el Colegio Público “Los Arcos” de Malpartida de Cáceres. Y claro, siempre es agradable revivir una época marcada por la felicidad. Don Paco nos impartía clases de Ciencias Naturales y la señorita Flori las de pretecnología. Mientras que aquél luchaba porque prestáramos atención a sus lecciones sobre el ciclo del agua, la fotosíntesis, las capas de La Tierra, el aparato digestivo y otras cuestiones varias, con Flori aprendíamos a hacer marionetas con tubos de papel higiénico, globos rellenos de arena, papel de periódico y pegamento Imedio. ¡Qué tiempos aquellos en los que las nuevas tecnologías no entraban en las aulas! Y atendíamos a las explicaciones guardando el respeto debido, sin rechistar. Porque en nuestra época el maestro era como un semidiós: se les respetaba tanto o más que a nuestros padres. Antes no cabía en cabeza humana que el niño llegara a casa lloriqueando porque el profesor le había reñido y hecho pasar un mal rato delante de los demás. Aquí el lema era que si te daban el toque en el colegio más valía que no se enterasen tus padres porque, de lo contrario, la bronca en casa estaba asegurada. ¿Igualito que ahora, verdad?, que no le falta tiempo al indignado padre de turno para plantarse en el despacho del director, exigiendo explicaciones por el hecho de que su niño tiene la moral tocada porque el profesor le ha cogido ojeriza.

   En  aquellas aulas, presididas por el crucifijo y el retrato del Rey, Don Fernando y Don Jesús se encargaban de transmitirnos sus conocimientos de lengua y literatura; Don Fermín se dedicaba a hacernos comprender cuestiones tan vitales para la humanidad como las ecuaciones y las fracciones; Don Jacinto había veces que perdía la paciencia al intentar descubrirnos el maravilloso mundo de las Ciencias Sociales; Agustín o Jose, en distintos cursos, nos hacían el test de Cooper un día sí y otro también (tengo para mí que a veces corríamos más de los 12 minutos previstos); Don Miguel Ángel hacía ímprobos esfuerzos para que el inglés se convirtiera en nuestra segunda lengua materna. Sé que me olvido de otros, pero estos son los que más huella dejaron en mi recuerdo. Y allí estábamos gentes como Pedro Barra, Vicente, José Manuel Morán, Perico Hisado, Pedro Miguel, Juanjo, Antonio Lancho, Nieves, María José, Diego “Perales”, Andrada, Pérez, Raúl y otros muchos. Nunca me olvidaré de la tarde –antes también teníamos clases por la tarde- en la que Don Jesús poco menos que cogió a Pérez por el cuello porque estaba entretenido haciendo filigranas en el cuaderno en vez de atender a sus explicaciones. Como tampoco se me olvidará el día en que Diego “Garrafuche” tuvo a bien tirarme de una de las peñas que adornan el patio del colegio, con la consecuencia de un codo fracturado y una bonita cicatriz de veintidós puntos para toda la vida. O del día en que Jorge Campos Canales, éste sin mala intención, tiró de la acera un tablón de obras que había junto a una de las aulas y que inesperadamente fue a parar al empeine de mi pie. O aquel otro en que, estando en pleno recreo, algo le sucedió a Antonio Quintana y vimos a su hermano Javi corriendo por todo el patio pegando unos gritos de espanto, suplicando que no hubiera pasado nada grave.

   En fin, que echa uno la vista atrás y se acumulan los recuerdos. Como aquella vez en que Don Fernando me preguntó por el significado de la expresión “venir como anillo al dedo” y yo, ni corto ni perezoso, con el aplomo que dan la ignorancia y la inconsciencia, resolví que aquello venía a significar algo así como que si vas por la calle,  te encuentras un anillo, te lo pruebas y te queda bien… ¡pues te lo quedas! ¡Qué paciencia hubieron de tener con nosotros aquellos profesores! Con algunos más que con otros, porque recuerdo a un compañero llamado Gervasio –no sé si estaba en mi misma clase- cuyas proezas corrían de boca en boca cuando salíamos al recreo. Eso sí, ni punto de comparación con lo que sucede hoy en día en la enseñanza. Porque nosotros podíamos ser …, no sé…, inquietos, pongamos por caso. Pero es que en la actualidad esa inquietud se ha transformado en una rebeldía rayana en lo delictivo. Y eso de llamar de “don” o “doña” al profesorado, ¡vamos, ni por asomo!  Pero bueno, que no es mi intención transitar por estos andurriales, que a este tema ya le dediqué en tiempos el correspondiente artículo.  Por eso, y como colofón a toda esta retahíla provocada por un encuentro fortuito,  la próxima vez que vuelva a cruzarme con alguno de mis antiguos profesores me he propuesto saludarlos, aunque corra el riesgo de que no se acuerden de mí. Contingencia, por cierto, que no me acecha con aquellos que aún siguen viviendo en Malpartida, como Don Fernando y Don Jacinto, con los que me paro cada vez que los veo y a quienes les sigo guardando el mismo respeto o más del que les tenía entonces.

   

jueves, 21 de noviembre de 2013

Cinco artistas en busca de inspiración

¿Quieren saber de verdad lo que es sentir vergüenza ajena? No, no se preocupen, no les voy a poner un vídeo de Rubalcaba exigiendo explicaciones al Gobierno sobre las medidas adoptadas para capear la crisis. Nada más lejos por mi parte que practicar un ejercicio de masoquismo. La cosa es más prosaica. Y es que, por si no se han dado cuenta aún, estamos a tiro de piedra de entrar en unas fechas entrañables, en una época de cinismo en la que los medios de comunicación nos  bombardearán con todo tipo de anuncios para tratar de conmover nuestros más nobles sentimientos, a ver si así hacemos acto de contrición por lo mal que nos hemos portado durante todo el año y, de paso, limpiamos nuestras sucias conciencias con arrebatos de consumismo compulsivo. Y es que somos blandos de espíritu hasta para dejarnos convencer de que podemos expiar nuestros pecados convirtiéndonos en mejores personas durante dos semanas, regalando buenas intenciones y mejores deseos a todo aquel que se cruce en nuestro camino. Eso sí, el resto del año no tendremos reparos morales en seguir comportándonos con esa falta de escrúpulos que hacen que pasemos junto al indigente al que vemos a diario sin tan siquiera dedicarle una mirada de compasión: para esas ocasiones reservamos otras fechas del calendario, no vaya a ser que no tengamos nada de lo que arrepentirnos durante el resto del año.

   Estamos en puertas de que nos metan por los ojos una batería de películas y demás productos de similar factura que ablanden nuestros corazones con un falso espíritu navideño. Uno de esos productos estrella es el anuncio de la Lotería de Navidad. Seríamos condescendientes si dijéramos que el de esta campaña produce bochorno, y como anda uno un poco malhumorado con esto de que ya vamos por el cuarto año en el que a los funcionarios nos congelan el salario, no es la indulgencia precisamente el sentimiento que más me caracteriza últimamente. Por lo tanto, espero que aquellos que se sientan molestos por estas líneas sepan perdonarme como buenos cristianos, pero no pienso ahorrar en calificativos a la hora de descalificar –perdón por la redundancia- el mayor bodrio que se ha asomado a nuestras pequeñas pantallas en mucho tiempo. Resulta un auténtico despropósito haber reunido en un mismo spot a gentes de la “talla” de Marta Sánchez y David Bustamante. La una, vieja gloria digna de tiempos mejores; el otro, tendría que estar dando gracias eternas por poder vivir de la música. En cuanto a Montserrat Caballé y a Raphael, en fin, vamos a tildarlo entre grotesco y extravagante: contemplar como espectadores el careto de espanto que pone la soprano catalana en alguna de los fotogramas, así como asistir al afinado torrente de voz del jienense es algo que  no está hecho para todos los estómagos. Por cierto, aquí hago un inciso: algún entendido en la materia tendrá que explicarme cómo es posible que este tipo, con sus ridículas poses y sus histriónicas muecas, ha logrado vender más de 50 millones de discos a lo largo de su prolífica carrera. ¿O es que somos una minoría los que nos hemos dado cuenta de que Jesulín a su lado no daría tanto la nota? Iker Jiménez, ya tienes tarea.

  
Y llegamos a la Niña Pastori. Aquí, si me lo permiten, me ahorro los adjetivos. Sencillamente, no sé qué pinta en todo esto. Tengo para mí que se ha colado de rondón, que los guionistas del engendro echaban en falta a otra estrella de relumbrón para cuadrar el elenco y acudieron a ella como podrían haber llamado a Leonardo Dantés, Toni Genil o Sonia Monroy. Supongo que es la que tenían más a mano; no hay que darle más vueltas. Lo mismo podría significar de los demás, pero es que no se me ocurre otra cosa que decir. Y es que este despropósito no tiene ni pies ni cabeza. Parece como si el ideólogo de la cosa, el perpetrador de todo este circo, se hubiera tomado un tripi para gastarle al personal una broma de mal gusto. Así que, señoras y señores, este es el anuncio con el que Loterías y Apuestas del Estado pretende conmovernos para que acudamos en tropel a Doña Manolita con un billete de veinte euros con el que tentar a la suerte. No sé si los españolitos de a pié tendrán pensado gastarse más o menos dinero que otros años, lo que sí tengo claro es que el anuncio de marras echaría para atrás a cualquiera que tuviera un mínimo de dignidad. Pero como somos así de filántropos, no faltarán quienes sigan cumpliendo con la tradición de comprar algún décimo, más aún si nos consta de buena tinta que el vecino, el compañero de trabajo o  la suegra llevan varias participaciones. Porque si es cierto que podríamos soportar que la diosa Fortuna no llame a nuestra puerta, lo que ya no veríamos con tan buenos ojos es que saliera en el telediario -con la parafernalia de cámaras de televisión y descorche de botellas de champán incluída- nuestra vecina del quinto gritando cual posesa al tiempo que muestra temblorosa el número premiado con el gordo. No habría psicólogo en el mundo que sanara ese entuerto. 

   Y me quejaba yo el año pasado de los de Campofrío. ¡Unos santos Fofito y compañía al lado de este grupete! Si esto es lo más granado de nuestro panorama musical, démosles una alegría a los hombres de negro de la troika comunitaria;  supliquemos todos juntos para que nos rescaten de esta pesadilla y nos traigan de vuelta al añorado calvo de toda la vida. ¡Hasta los Trotamúsicos habrían salido más airosos! Si pretendían irradiarnos las ñoñerías típicas de estas fechas, para eso que hubieran programado un "reality" en el que seguir las zozobras de Paquirrín buscando trabajo, o los esfuerzos de la Esteban por desengancharse de sus adicciones. Eso sí sería digno del espíritu navideño. A ver si el año que viene tenemos más suerte y nos ponen a Masiel, Juan Pardo, Víctor Manuel, Serrat o Karina. Sería un detalle por parte de Loterías y Apuestas del Estado: si Hacienda se va a llevar el 20%, pues que al menos lo hagan con gracia y alegría. Esperemos que el padre de la criatura, un tal Juan Pablo Berger -el mismo que ha dirigido esa pedazo de obra maestra llamada Blancanieves, con Maribel Verdú como protagonista- los tenga bien puestos y no se demore demasiado en salir a la palestra a pedirnos disculpas por mancillar  la imagen de la entrañable Navidad. A buen seguro que Luigi Pirandello no lo reclutaría ni como apuntador.