domingo, 9 de agosto de 2015

Carta abierta a un maldito pirómano

No sé si habréis sido uno, dos o tres los sinvergüenzas que habéis perpetrado esta tragedia. Vayan para cada uno de vosotros estas palabras rebosantes de indignación, estupor, impotencia, cabreo... Espero poder mantener un tono correcto a lo largo de esta carta, aunque tampoco voy a perder mucho tiempo en acudir a la RAE para buscar el término más adecuado: si se me escapa algún que otro hideputa bien empleado estará, con la convicción de que me quedo corto en el calificativo. Intentaré no perder las formas, no por respeto hacia vuestras execrables personas, sino para evitar desacreditarme sobre el fondo de la cuestión. Eso sí, no me arrepentiré en caso de no conseguirlo, aunque tampoco me sentiré orgulloso por ello. Y si a mis sobrinos menores de edad les diese por leer esto y no se encuentran más que palabras malsonantes, ya me encargaré yo de quitarle hierro al asunto haciéndoles entender que no es que su tío sea un malhablado, sino que hay gentuza por ahí suelta que merece ser tratada peor que alimañas.

   En mala hora se pusieron vuestros padres a la tarea de engendraros, pues todos habríamos salido ganando si en lugar de retozar sobre la cama se hubieran dedicado a ver los documentales de la dos. La Sierra de Gata, sin duda, lo hubiera agradecido. Por tanto, sois unos malnacidos, unos auténticos criminales merecedores de que recaiga sobre vosotros la mayor de las condenas: la de soltaros en las plazas de Acebo, de Hoyos o de Perales del Puerto para que sus paisanos os lapidaran y patearan hasta que echaseis la bilis por la boca. Eso es lo que nos gustaría a la mayoría. Pero no, se da la casualidad de que nosotros somos gente civilizada y esperaremos a que os den caza para que sea la Justicia la que os ponga a buen recaudo. Pero, por si acaso, y si en algo estimáis vuestra integridad física, una vez que sepamos quiénes sois los desalmados que habéis consumado este hecho deleznable, yo que vosotros no me dejaría ver por esos lares en mucho tiempo, que ya se sabe que la ira no es amiga de la razón. A buen seguro que si alguno de los vecinos que han visto cómo el fuego arrasaba sus viviendas, calcinaba sus tierras o abrasaba su ganado les diese por descerrojaros una pedrada en sálvese la parte, no íbamos a ser nosotros los que censurásemos su comportamiento. No sé si aplaudiríamos o no, pero tampoco nos iba a crear un dilema moral ver cómo brotaba sangre de unas cabezas que lo único que han demostrado es codicia por vaya usted a saber qué bastardos intereses económicos. O a lo peor resulta que estáis locos de atar y vuestros huesos se libran de ir a parar a la cárcel por eso del transtorno mental transitorio... Sea como fuere, nada ni nadie os librará del castigo que merecéis: la Justicia puede ser ciega, pero la cólera no. De eso no os quepa duda. En el anonimato vivíais y ahí tendríais que haber seguido. Ahora solo queda esperar que conozcáis las profundidades de las mazmorras a donde tendríais que ser conducidos para que paguéis con creces todo el mal que habéis provocado. No os ha importado poner en peligro vidas y haciendas ajenas, con lo cual no esperéis misericordia puesto que vosotros habéis demostrado carecer de esa virtud.

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Leo en la prensa que, a estas horas, el incendio ya ha sido controlado y se va a permitir regresar a sus hogares a todos los evacuados. Por desgracia, cuando suceden este tipo de catástrofes es cuando más se pone de manifiesto la solidaridad humana. El caso es que debemos sentirnos orgullosos de la reacción desinteresada de todos aquellos que han participado en las labores de extinción del infierno desatado durante estos días en una de las zonas de mayor valor natural de la provincia de Cáceres. ¿Y qué decir de todos esos voluntarios, bomberos, retenes del INFOEX, miembros de la UME, etc, etc? Ellos sí que son auténticos héroes y no los supermanes, batmans y spidermans del carajo con que nos bombardea la industria cinematográfica. Hombres y mujeres abnegados a los que habría que dedicarles el nombre de las calles y erigir monumentos en las plazas de nuestros pueblos para que no se nos olvidase su titánica labor. Ese es el espejo en el que debería reflejase la sociedad.





viernes, 17 de julio de 2015

¡Opositores, indignaos!


  
  No ha pasado todavía una semana y aún sigo lamiéndome las heridas. Supongo que la cosa tardará en cicatrizar, porque la cornada ha sido de doble trayectoria, afectando a órganos vitales. Resulta que uno acudía al examen de oposición pertrechado con los aperos propios de la ilusión y una pizca de los nervios típicos de tamaño envite, pero con la confianza de salir airoso después del esfuerzo dedicado en obtener una plaza fija en la Administración Pública. Y, oigan, créanme si les digo que he salido trasquilado de la faena: el morlaco me ha pillado a traición, con ensañamiento, lanzándome por los aires y haciendo de mí poco menos que un muñeco de trapo al que pisotear sin contemplaciones. La cosa es que mientras el miura se daba un buen festín a mi costa, empellón va y empellón viene, no salía de mi asombro al comprobar cómo otros muchos infelices corrían la misma suerte que yo. Por lo tanto, sirva este artículo como remedio para tratar de curar las contusiones. Ya les adelanto que no bastará con simple mercromina, sino que habrá que emplear cirugía invasiva.

    Lo que hemos experimentado los opositores este pasado domingo ha sido lo que podríamos denominar una auténtica encerrona. Dicen que los que tenían la desgracia de vérselas con el Tibunal del Santo Oficio estaban sentenciados a morir de antemano porque estaba todo atado y bien atado; pues algo por el estilo podría predicarse con respecto al Tribunal Calificador de las oposiciones para Auxiliar Administrativo de la Junta de Extremadura: sus miembros no han tenido compasión de los desdichados que hemos desfilado por los corrales. Íbamos al matadero y no lo sabíamos. Me imagino sus torvas miradas mientras preparaban las preguntas del examen que, más que preguntas, eran auténticos proyectiles lanzados contra la línea de flotación de la moral y la esperanza de quienes hemos apostado parte de nuestro tiempo, salud y dinero en la ingrata tarea de obtener una plaza fija. Mientras hacíamos el examen, y utilizo el plural porque es la sensación que me ha transmitido la inmensa mayoría de los compañeros con los que he tenido la oportunidad de hablar, se nos iba quedando cara de idiotas, al mismo tiempo que aumentaba el encabronamiento ante lo que contemplaban nuestros incrédulos ojos, no por los enunciados de las preguntas en sí, sino más bien por las intrincadas respuestas que se abrían a nuestro paso. A uno le iban entrando unas ganas irrefrenables de levantarse del pupitre y estamparle el examen de marras en el careto de los esmerados cuidadores encargados de velar por el buen orden en las aulas donde se celebraban las pruebas. Pero después de algunos segundos, pensando en que tenías más que perder que otra cosa, tratabas de recomponer la compostura y hacías denodados esfuerzos por embridar tu mala hostia pensando en que no debías ponerte a la misma altura que aquellos a los que criticabas, sin que eso fuera obstáculo para que te acordaras de los parientes de todos y cada uno de ellos. Una muestra inequívoca de las maquiavélicas intenciones de estos señores es que, al igual que otros muchos de mis compañeros, en una primera vuelta dejé en blanco las cuatro primeras preguntas, con lo cual la moral empezó a resquebrajarse desde el inicio. Otras veces, a medida que iba avanzando, leía los enunciados y esbozaba una triunfal sonrisa, como diciendo que ésa me la sabía y que el tribunal no me iba a pillar con el paso cambiado. Pero no pasaban más de cinco segundos para darte cuenta de que se trataba de un espejismo, que el tribunal había hecho a la perfección su tarea de acoso y derribo, y al instante te volvías a enfrascar en la pesadilla que estabas viviendo porque, por mucho que releyeras una y otra vez las respuestas, dudabas entre dos o tres opciones a la hora de contestar, y cuando te decidías por una con la seguridad de que ésa era la correcta y estabas dispuesto a dejarte cortar un brazo en caso contrario, resulta que vas y también la fallas, y te acuerdas entonces que menos mal que lo de cortarse el brazo era pura metáfora.


   
Cuando terminó el examen tuve una extraña sensación: no sabía si tirarme al cuello de los del tribunal o, por el contrario, darme de cabezazos en la cafetería de la Facultad de Filosofía y Letras. Decidí hacer caso a mis instintos y dejé lo de los cabezazos para peor ocasión. Nada más abandonar el aula me fui cruzando con almas en pena que deambulaban por los pasillos de la facultad con el semblante pálido. Al igual que yo, no se podían creer que después de meternos entre pecho y espalda un temario engañoso en cuanto al número de temas pero temible en cuanto a su contenido, no sabíamos si íbamos a pasar el corte o no. Nuestras dudas se disiparon al cabo de una hora, cuando los encargados del engendro tuvieron a bien exponer la plantilla de respuestas. No tardó en organizarse un remolino de gente alrededor, con sus teléfonos móviles en sus temblorosas manos para capturar la foto del santo grial. Cada vez estábamos más cerca de saber si alcanzaríamos la tierra prometida o, muy por el contrario, descenderíamos a los infiernos. Hice la instantánea como pude entre esa marabunta y, acto seguido, emprendí el camino a casa aturdido ante lo que presentía que se me venía encima. Mis peores presagios no me defraudaron: conforme iba corrigiendo el examen, con un cigarrillo entre la comisura de los labios que iba consumiéndose sin pena ni gloria ante la falta de caladas, por un momento llegué a pensar que se habían confundido en la solución de las preguntas, puesto que no era normal ver salpicada mi hoja de respuestas con tantos puntitos negros que delataban los errores cometidos. Fue en ese preciso momento cuando llegué a la irrefutable conclusión de que el tribunal se había reído de nosotros en nuestra propia cara.

    Lo de la mayoría de los tribunales de oposiciones en esta convocatoria ha sido de vergüenza. A más de uno de sus componentes me gustaría verlo haciendo el examen que ellos mismos han elaborado para comprobar si eran capaces de superarlo. Y es que resulta muy fácil hacer las preguntas tipo test con la ley por delante, sin ponerse en la piel del opositor. Está más que claro que lo de la empatía no va con ellos. He escuchado incluso que la presidenta de mi tribunal, el de auxiliar administrativo, andaba muy disgustada por los módulos del III Milenio ante los rumores que le están llegando de que el examen había sido muy complicado. Señora mía, deje usted de sufrir que ya se lo confirmo yo: el examen ha sido como para que una comisión de examinandos vayamos en comitiva en su búsqueda para correrla a gorrazos, a usted y a sus secuaces, porque no es de recibo que gente cualificada y muy bien preparada no hayan aprobado un ejercicio cuyo nivel de exigencia está muy por encima de la titulación de graduado escolar que se requiere para acceder a esa categoría. Si hay que poner un examen acorde con ese nivel de conocimientos y con ello crear una bolsa de trabajo de cientos de aspirantes, que así sea, pero no vengan ustedes a cachondearse de nosotros, y menos aún que jueguen con nuestro futuro de esa manera tan despiadada. Visto lo visto, habrá que ir pensando en cambiar el sistema de elección de los tribunales calificadores porque con el de esta convocatoria se han lucido. Lo que han perpetrado no tiene nombre; mejor dicho, sí lo tiene pero me lo voy a callar para que no me lluevan las demandas. ¿Para esto se han estado ustedes reuniendo durante semanas, con el consabido cobro de dietas, para plantarnos unos exámenes que hasta cualquiera que se estuviera preparando judicatura sudaría la gota gorda para sacar un miserable cinco? ¡Pero qué clase de desfachatez es esta! ¿Quiénes se han creído ustedes que son para jugar con el pan de la gente de esta forma tan miserable? ¿O es que ya no se acuerdan de que también ustedes fueron en su día opositores? ¿Con qué ánimo y motivación vuelve uno a zambullirse en esta locura si, con toda probabilidad, va a tener en frente a cinco individuos más preocupados en quitarse a gente de las bolsas de trabajo que en comprobar si poseen los conocimientos necesarios para desempeñar su trabajo con eficiencia? Evidentemente que un examen de oposición -donde solo llegan a la meta final los elegidos- no tiene que ser fácil, pero de ahí a lo que ha acontecido durante estas semanas media un abismo. Ustedes, al igual que yo, no desconocen que la mayoría de los interinos que formamos parte del cuerpo auxiliar administrativo somos licenciados y diplomados; es decir, que hemos estudiado una carrera universitaria y poseemos la capacidad intelectual suficiente como para superar con solvencia ciertas pruebas, por lo cual no queda más remedio que concluir que, en esta ocasión, los que han fracasado no hemos sido los opositores sino ustedes con su infinita torpeza. Señores miembros y miembras de tribunales, bájense del púlpito desde el que otean con desdén el proceloso mundo de las oposiciones porque con su incomprensible actitud están consumando una auténtica injusticia, dejando tiradas por el camino las ilusiones de personas que luchan hasta la extenuación por conseguir una plaza fija en el ámbito de la Administración Pública. Es más, me atrevo a decir que ustedes no están cualificados para ser miembros de tribunales: así lo han demostrado con su infinita torpeza a la hora de elaborar unos exámenes más propios de quienes aspiran a ser astronautas en lugar de simples servidores públicos.

   
En fin, que todos tenemos derecho al pataleo y yo no voy a ser menos, más aún cuando he dedicado tanto tiempo y sacrificio en preparar una prueba de fondo en la que, al final, me he caído con todo el equipo gracias a unos señores que vaya usted a saber cómo conseguirían ellos sus plazas de funcionarios. No voy a negar que escribo este post con la rabia de no haber aprobado un examen para que el sé que estoy preparado, y como yo otros cientos de opositores que nos hemos visto apeados del camino del éxito por las malvadas ocurrencias de un grupete empeñado en plantear una prueba de conocimientos que ni ellos mismos hubieran superado. No les voy a dar el gusto de decirles que me siento un fracasado, pero sí es cierto que esto le queda a uno tocado durante algún tiempo. Ustedes habrán logrado su objetivo de echar por tierra las ilusiones de quienes acudíamos a esta cita con la esperanza de lograr algún resultado positivo. El mío, por contra, habrá de esperar a mejor ocasión, se pospone hasta nuevo aviso, pero lo cierto es que no tiraré la toalla por mucho que se empeñen en hacer de las oposiciones de la Junta de Extremadura un terreno abonado al desaliento. Desde aquí hago un llamamiento a la indignación, a no a sucumbir ante la injusticia, la soberbia y la prepotencia. Después de esta desagradable experiencia, queda patente que la Junta no respeta a sus futuros empleados, muchos de ellos ya interinos a su servicio. Ni en la empresa privada se nos trataría tan mal. Entre otros motivos, aparte de los ya expuestos, porque no es de recibo que tengamos que soportar la incertidumbre de desconocer fechas concretas de exámenes hasta dos o tres meses antes: qué sentido tiene, si no es para regodearse en el sufrimiento ajeno, que nos hayamos examinado en julio de 2015 cuando resulta que la convocatoria se publicó en diciembre de 2013. Parece ser que Vara, durante la campaña electoral, prometió que iba a corregir este desaguisado. Esperemos que así sea y no se quede en papel mojado.

martes, 26 de mayo de 2015

Resaca electoral.


   Este pasado domingo se han celebrado elecciones autonómicas y municipales con el resultado principal, en términos generales, del imprevisto fiasco del PP, las inesperadas debacles de IU y de UPyD, la sorprendente recuperación del PSOE y la confirmada irrupción de los llamados partidos emergentes. En términos absolutos, en cuanto a Extremadura se refiere, el PSOE se ha impuesto tanto en la Asamblea como en los ayuntamientos. Fernández Vara volverá a ocupar la presidencia de la Junta gracias a sus treinta diputados y a la decisión de Monago de permitir -con su abstención- que gobierne la lista más votada. En clave municipal, el PSOE extremeño ha obtenido casi 34.000 votos más que sus inmediatos perseguidores, con un total de 1.642 concejales frente a los 1.295 conseguidos por el Partido Popular, recuperando para su formación las añoradas alcaldías de Mérida y Don Benito. Tras el lento y desesperante escrutinio de votos de la jornada electoral, tanto Monago como Vara hicieron acto de presencia ante los medios de comunicación para ofrecernos su visión de los resultados. El futuro presidente mostró un talante dialogante, reconociendo haber aprendido de la derrota de hace cuatro años, mientras que al presidente cesante no le cupo más remedio que felicitar a su oponente y reconocer su fracaso sin paliativos. Vara nos dedicó su lado más humilde -la misma humildad que le faltó en mayo de 2011-, incluso caballeroso y señorial, celebrando la victoria de forma serena y comedida, mientras que Monago aparecía con una cara de perplejidad en la que asomaba su mirada perdida y desencajada por lo inesperado del golpe recibido. Mientras que en la sede del PSOE sus representantes levitaban en un ambiente henchido de regocijo, en la del PP las caras largas reflejaban la lógica decepción que debe seguir a todo revés electoral.

   Una sola legislatura es lo que ha durado el experimento de Monago. Nunca antes un gobierno de centro-derecha había podido hacer frente a la engrasada y anquilosada maquinaria socialista que, contra todo pronóstico, se gripó hace cuatro años, permitiendo que los representantes del PP coparan las instituciones autonómicas. Este paréntesis del gobierno de Monago ha sido lo suficientemente efímero como para que a muchos este camino les haya resultado demasiado corto, aunque a otros seguro que se les ha hecho interminable. A toro pasado, parece claro que Monago no ha sabido gestionar la confianza que en él depositaron los extremeños para tratar de practicar una política distinta a la que venían aplicando los gobiernos socialistas de Rodríguez Ibarra y Fernández Vara. No basta para justificar la derrota la circunstancia de que el país atraviese por una crisis económica de relumbrón y que el gobierno de la nación -del mismo color que el regional- haya tomado medidas impopulares, aunque necesarias. No. Detrás de esta derrota aflora algo más que el profundo descontento por las medidas de ajuste dictadas por Europa y ejecutadas desde Madrid. Quizás haya que fijarse más en los pequeños detalles para explicar el retorno del PP a la bancada de la oposición: ciertos vídeos que han sido el hazmerreír de los españoles y el sonrojo para muchos extremeños, así como determinados actos de campaña -como el de esos diputados subidos en ridículas poses sobre unas bicicletas de spinning- seguro que no han contribuido en absoluto a fijar el mensaje más apropiado para afianzar la imagen de un gobierno serio alejado del márketing y del populismo. Monago presumía de barón rojo y de verso suelto, en lo que equivalía a un remedo de las lídes ejercidas en su día por Rodríguez Ibarra. El todavía presidente de la Junta de Extremadura se ha pasado de ocurrente y por eso, entre otros factores, al PSOE le ha bastado con aprovecharse de los errores ajenos para engordar el zurrón de los votos. No sé si tendrán que pasar otras cuatro o cinco legislaturas para que un gobierno liberal-conservador -tal y como lo ha definido Esperanza Aguirre- vuelva a ganar unas elecciones en nuestra Comunidad Autónoma. Lo que sí está claro es que esta vez, desconozco si por falta de previsión o por novatos, el Partido Popular ha malogrado una magnífica ocasión para asentar las bases sobre las que los ideales democristianos cuenten, cada cierto tiempo, con la confianza ciudadana para servir de alternativa a los gobiernos socialistas sin necesidad de que tengamos que esperar a un milagro para que eso se produzca.
  
  Por otro lado, no quisiera dejar de dedicar algunas palabras a Izquierda Unida, formación política que con su criticada abstención de hace cuatro años permitió que Monago saboreara las mieles del triunfo y a la que sus votantes han castigado con  dureza. A Pedro Escobar lo han lapidado con inusitada saña desde su propio partido, siendo la mano de Víctor Casco la que más se ha significado en este injusto linchamiento. La acometida que este nuevo Judas Iscariote ha dedicado a la labor realizada por Pedro Escobar durante la legislatura que ahora concluye encierra una iniquidad propia de quien dedica más tiempo al cuidado de su poblada barba que al cultivo de sus principios éticos y morales, si acaso los tuviera. Es cierto que parte de la militancia de IU ha podido sentirse traicionada por Escobar, pero lo que resulta evidente a la vista de los resultados cosechados en toda España, es que sus postulados ideológicos deben renovarse so pena de estar abocados al más absoluto de los ostracismos. La inmensa mayoría de los integrantes de esta formación siguen anclados en un lenguaje guerracivilista que los está conduciendo inexorablemente a la desaparición del horizonte político que se avecina en estos nuevos tiempos. De ellos depende que su histórica lucha por los derechos de la población más desfavorecida de este país se mantenga viva o pase al baúl de los recuerdos.

   Aquellos que gustan de poner etiquetas a todo lo que se menea no dudan en afirmar con rotundidad que ha comenzado la segunda Transición -¿hacia dónde, me pregunto yo?-, que se abre una nueva forma de hacer política en la que el diálogo se impondrá al juego de las mayorías que ha venido imperando hasta ahora. Los hay incluso que dan por fenecido al bipartidismo en un desiderátum que aún no alcanza categoría de realidad. Quizás sea demasiado pronto para extraer conclusiones precipitadas, pero sí parece claro que desde el domingo se ha originado un punto de inflexión que aún no sabemos hacia dónde nos conducirá. Tendremos que esperar a las elecciones generales de finales de este año para comprobar si esta tendencia de cambio y regeneración se mantienen o si, por contra, se queda todo en un mero espejismo. Lo que es seguro es que Extremadura volverá a contar con Fernández Vara como presidente de la Comunidad Autónoma. Le deseo toda la suerte del mundo en la gestión de los intereses públicos, porque su fortuna será la nuestra. Por lo que a mí respecta, en aras a comprobar si está dispuesto a respetar su programa electoral -a cuyo cumplimiento se comprometió bajo rúbrica notarial-, desde aquí me permito recordarle lo de la jornada laboral de 35 horas para los funcionarios, no vaya a ser que entre tanto ruido empiece a olvidarse de lo prometido.

jueves, 14 de mayo de 2015

Un país en almoneda


 ¡Queridos electores, ya falta menos para la gran cita! Por si alguno anda un poco despistado, me permito recordarle que hasta el veinticuatro de mayo los políticos estarán más pendientes de nosotros que nosotros de ellos. Ya ha comenzado la campaña electoral de cara a las elecciones autonómicas y municipales, así que preparémonos para el mayor espectáculo del mundo. El circo que se avecina, con nuestros representantes haciendo juegos malabares de la más variada índole y alardeando de un repertorio de artimañas que ya hubieran querido para sí los pícaros del siglo de oro de las letras españolas, tiene por primordial y exclusivo objetivo sentar sus inquietas posaderas en asambleas legislativas y ayuntamientos. Nada les parecerá suficiente con tal de que el voto que depositemos en las urnas lleve impresa las siglas del partido por el que se presentan. Nos prometerán de todo, y en esa carrera por ofrecer las ocurrencias más inverosímiles y disparatadas, pugnarán denodadamente en una lucha sin cuartel que no conocerá descanso. Así que, no se extrañen en demasía si ven al presidente del gobierno -al que algún liberal despechado gusta referirse como Marianín- montado en bicicleta con un estilo entre lo grotesco y lo impresentable; o a Monago, emulando a su líder nacional, acompañado de sus feligreses dando pedaladas en un gimnasio y anunciando no sé qué medidas para que a los dueños de estos locales no se les haga tan cuesta arriba esto de la crisis; o a los señores Vara y Pedro Escobar besando por doquier a niños, ancianos y demás incautos viandantes que tengan el infortunio de cruzarse en sus caminos. Hasta el día de las elecciones seremos cortejados por estos extraños seres, a quienes no les importará perder la escasa dignidad que les quede para suplicarnos que confiemos ciegamente en ellos y les hagamos entrega de las riendas de nuestro futuro. Alguno de entre el pueblo llano habrá quien se atreva a levantar el dedo acusador y les reproche la mala costumbre que tienen de que sólo se acuerden de nosotros única y exclusivamente para estos menesteres. No teman, no les pondrán en ningún compromiso ni les van a sacar los colores, como sí ocurriría con una personal que se tuviera por normal: ellos se limitarán a esbozar una sonrisa bobalicona, paternalista incluso, y nos despacharán con una palmadita en la espalda al tiempo que nos jurarán que eso que les imputamos son menudencias del pasado que no se volverán a repetir, estando dispuestos a jugarse su honor en el envite. Y el caso es que el susodicho, con toda su cara dura y con ese hipócrita gesto, habrá calmado su conciencia hasta las siguientes elecciones aprovechándose de la flaca memoria de la que hacemos gala los administrados.

    Parece ser que, en esta nueva convocatoria, la cosa no pinta del todo bien para los partidos tradicionales. PP y PSOE han visto cómo de un tiempo a esta parte han aparecido formaciones minoritarias (UpyD, Podemos, Ciudadanos y Vox, fundamentalmente) que han levantado bandera contra los malos usos generados por un sistema que ha sido pervertido por quienes tienen la obligación de mantener un comportamiento intachable. Hay incluso algún que otro salvapatrias con coleta que utiliza torticeramente esas debilidades para deslegitimarlo de raíz, restando méritos al esfuerzo realizado en su día para dotar a nuestro país de un repertorio de derechos y libertades a la altura de las naciones más avanzadas de nuestro entorno. Es evidente que el natural descontento generado como consecuencia de la crisis económica implicará la disminución de los apoyos que recibirán los partidos de la casta, como los llama el tal Pablo Iglesias – el mismo que parece poseer la receta mágica para construir un mundo mejor- , pero dudo de que tengan la fuerza suficiente como para descabalgar de las poltronas a esos que llevan media vida chupando del bote, sin más oficio conocido que reírle las gracias a su líder de turno para no perder el puesto en las listas electorales. Por eso digo que está más que justificado que el cuerpo electoral se replantee sus opciones y base sus esperanzas de cambio y regeneración en esta nueva hornada de políticos jóvenes y preparados que pretenden dar una vuelta de tuerca a todo lo que representa la Constitución de 1978. Ahora bien, no debemos caer en la trampa de dejarnos alienar por los cantos de sirena de quienes pretenden socavar los cimientos de la democracia colocando cargas de profundidad en los pilares de un sistema más o menos imperfecto construido de forma modélica sobre las cenizas de una dictadura, aunque democracia al fin y al cabo. Lo que hay que hacer es unificar esfuerzos para corregir esas desviaciones y, sobre todo, trabajar para paliar los verdaderos problemas de los ciudadanos. Que los políticos se dejen de tantas alharacas, de tantas fotos de cara a la galería, de tanta falsedad y poses estudiadas al milímetro y se dediquen a resolver lo que de verdad preocupa a la gente. Mientras eso no suceda seguiremos desconfiando, con razones más que sobradas, de nuestra clase política, considerándola como un elemento perturbador en lugar de hacerse acreedora de uno de los papeles principales para afrontar con garantías de éxito el momento crucial que nos está tocando sufrir.

  Hay quienes vaticinan que el veinticuatro de mayo se sentarán las bases de  una nueva forma de hacer política, no solo por el hecho de que entren en escena protagonistas diferentes de los que lo venían haciendo hasta ahora, sino porque parece ser que el pueblo – a base de palos- ha dejado atrás esa proverbial inocencia que lo caracterizaba, perdonando los deslices y corruptelas de sus representantes, aceptando a pie juntillas las disculpas que de cuando en cuando hacían aquéllos cuando les pillaban con las manos en la masa, aunque lo hicieran más por temor  a represalias que por convicciones morales. Ahora ya no hay medias tintas que valgan y no se está dispuesto a pasar ni una más por alto, sobre todo cuando el paro está por las nubes y a la gente la desahucian de sus casas por no poder pagar la hipoteca. Hasta aquí hemos llegado. Ya no nos conformamos ni con buenas palabras ni con las mejores intenciones de quienes están llamados a regir nuestro destino: lo que cuenta es la consecución de los resultados propuestos, que nuestros impuestos reflejen un nivel de servicios acorde con lo que se supone que debería ser un país de primera línea en cuanto a conquistas sociales se refiere. Entramos en una nueva época en que la maquinaria política se tiene que cuidar muy mucho a la hora de, entre otras cosas, elaborar sus programas electorales, puesto que los ciudadanos vamos a exigir el cumplimiento íntegro de los mismos si es que quieren volver a contar con nuestro apoyo. De lo contrario, acudiremos como almas que persigue el diablo a esas otros alternativas partidistas, más que por creer en su ideario, por aglutinar en su entorno el voto de castigo a los partidos tradicionales. Esta es la última oportunidad del vigente sistema para purgar los errores y excesos del pasado.  Confiemos en que, tal y como ha sucedido hasta ahora, todo esto no se convierta en un tenderete en el que se ofrezcan carguillos y escaños al mejor postor. Por eso, juntemos los dedos y apelemos a la responsabilidad para que nuestros representantes estén a la altura de las circunstancias y no nos defrauden una vez más. Lo comprobaremos en algo menos de dos semanas.


jueves, 7 de mayo de 2015

El hijo del pescador



 
    Y el maestro se nos fue, sin hacer ruido, rodeado de sus seres queridos, escuchando cómo una de sus chicas le recitaba en su lecho de muerte versos de Juan Ramón Jiménez y le ponía canciones de los Beatles. Este lunes, 4 de mayo, ha muerto Jesús Hermida, icono del periodismo español que, gracias a un estilo propio, inconfundible y -pese a todo- inimitable, se convirtió en referente de la profesión y en centro de admiración para una legión de seguidores a los que nunca dejaba indiferentes. Tocó todos los palos -prensa, radio y televisión-, pero fue este último medio el que lo encumbró a los altares del estrellato. Fue el encargado de retransmitirnos, desde la recién inaugurada corresponsalía de Televisión Española en Nueva York, el hito de la llegada del hombre a la luna, el desastre de la guerra de Vietnam o el escándalo del Watergate, acontecimientos históricos que le harían inolvidable en el imaginario popular. De imponente figura y singular y rebelde flequillo, su no menos característica voz se ha apagado a los setenta y siete años de edad. Muy pocos han contado con el cariño de la audiencia, siendo uno de los escasos privilegiados a los que el público consideraba como uno de lo suyos gracias a su cercanía y credibilidad.


    Cuando Ana Blanco anunció, casi al final del Telediario, que había muerto el hijo del pescador, resultó inevitable que se me vinieran a la mente su verbo preciso, pausado y profundo en busca del mayor número de sinónimos posibles que reflejaran la realidad que con tanto empeño se esforzaba en dibujarnos; sus escorzos físicos, más propios de un equilibrista que de un presentador de televisión, con la cabeza para un lado, las piernas para otro, los brazos para el contrario... y el flequillo a su aire, sin por ello perder la armonía del conjunto; su andar parsimonioso por los platós, cabeceando con las manos metidas en los bolsillos; su mirada escrutadora – a veces fulminante- dedicada a unos invitados siempre agradecidos ante la galante cortesía del entrevistador. Historia viva de la televisión hasta hace unos días, nadie mejor que él supo dar fe con pasión de unos acontecimientos que él mismo contribuyó a engrandecer con su propio sello de hacer periodismo. Si hubiera nacido en Estados Unidos, los americanos -que para esto de alabar méritos ajenos tienen menos complejos que los europeos- lo situarían a la altura del mismísimo Walter Cronkite. Aún así, sin que sirva de precedente, creo que su figura sí recibió en vida el reconocimiento merecido. Y es que ante la evidencia de su talento no quedaba más remedio que rendirse, a pesar de que ese talento se pusiera en duda con motivo de la entrevista al Rey Juan Carlos por su setenta y cinco cumpleaños. Dicen quienes lo conocieron que le dolieron las críticas y que se retiró disgustado con una profesión que no le perdonó ese tropiezo. Sea como fuere, Don Jesús, siempre nos quedará la luna.

jueves, 26 de marzo de 2015

Fabián Sánchez, ese ilustre aventurero.



  
Cuando uno toma asiento en las aulas de una Facultad de Derecho es lógico imaginar que entre sus compañeros se encontrarán futuros abogados, jueces, fiscales, asesores jurídicos, notarios, registradores de la propiedad y, por qué no, algún que otro auxiliar administrativo de la Junta de Extremadura. Lo que ya no resulta tan habitual es que esas bancadas de universitarios estuvieran ocupadas por alguien que se convertiría en un auténtico aventurero. Digo esto porque, con el paso de los años, un antiguo colega de promoción ha decidido que lo suyo no era la toga sino el mono de motorista. El amigo Fabián Sánchez, con su gracejo característico, su porte desgarbado y ese aire de despistado que lo hace tan peculiar, se ha embarcado en una hazaña digna de épocas pasadas y de hombres que ya no quedan. Porque para afrontar esta expedición que le llevará a cruzar el continente americano de sur a norte, desde Argentina hasta Alaska, hacen falta una buena dosis de valor y un poquito de inconsciencia para no arredrarse ante los peligros que se irán presentando a lo largo y ancho de la ruta. Pero Fabián ha resuelto pasar de la ensoñación a la acción, haciendo realidad lo que muchos deseamos pero que muy pocos se deciden a llevar a la práctica: cumplir el sueño de su vida. Y eso, precisamente, es lo que ha hecho el protagonista de esta historia, poniendo rumbo al Nuevo Mundo como ya hicieran otros insignes extremeños; eso sí, esta vez sin arcabuces ni celadas, sin petos ni espadas, porque aquí no hay conquistas que valgan, sino viajes iniciáticos con los que alimentar el espíritu. El único tesoro que interesa traerse a la vuelta es, aparte del pellejo intacto, la mochila llena de recuerdos que marcarán un antes y un después.

  Los seguidores de Fabián estamos siendo testigos privilegiados de su periplo gracias a su página de Facebook “Fabianplanet. En ruta por América”. A través de la red social por excelencia ya hemos presenciado maravillas de la naturaleza como el glaciar Perito Moreno, las cataratas de Iguazú o la Cordillera de los Andes. Hemos visitado ciudades como la antigua Villa Imperial de Potosí, en Bolivia, en cuyas minas la flota española se abastecía de ingentes cantidades de plata con las que sufragar las guerras en las que andaba envuelta la Corona de Su Católica Majestad y que en la actualidad se siguen explotando en unas condiciones laborales infrahumanas. Potosí, si no me equivoco en función de los comentarios realizados por el propio Fabián, es uno de los destinos que más le han impactado en lo que lleva de travesía: a uno se le cae el alma a los pies al comprobar las fotos que se hizo en los pozos junto a los mineros cuyos rostros tiznados de polvo reflejan al mismo tiempo dignidad y desesperación. También nos hemos asomado a la bahía de Valparaíso, escenario del bombardeo de la escuadra comandada por el brigadier Castro Méndez Núñez un 31 de marzo de 1866 y cuya efeméride se cumple precisamente dentro de cinco días. Igualmente impactante, pero en un sentido totalmente distinto, ha sido su llegada a La Higuera, localidad boliviana en la que mataron a Ernesto Che Guevara. Al parecer, el encuentro con el Che era una de las metas perseguidas por Fabi a la hora de planificar el viaje. Y ahí le he dejado, en el Museo Comunal, rememorando las últimas horas del guerrillero más conocido e icónico del mundo, con su boina estrellada, su profunda y enigmática mirada, su barba y melena desaliñadas.



Aún le queda mucho camino por recorrer, muchos peligros que afrontar, muchas anécdotas que atesorar, muchas inclemencias meteorológicas que padecer..., pero todo ese sacrifico seguro que valdrá la pena cuando, dentro de unos seis meses, este ilustre cacereño - sin más compañía que su peluche Rufino, enfundado en su mono, a lomos de su BMW y con el móvil y la cámara de fotos como únicas armas- ponga un pié en Alaska y pueda decir que no sólo tuvo el mérito de intentarlo, sino que además tuvo la fortuna de conseguirlo: eso sí que es poner una pica en Flandes, amigo Fabi. Te deseo toda la suerte del mundo en lo que te resta de viaje, que te sigas encontrando con lugareños dispuestos a echarte una mano en los momentos de dificultad; que no te falten historias que contar, como la de ese tímido joven que deleitó nuestros oídos mientras sus manos acariciaban el teclado de un piano, o la del paisano cuyo sueño era conducir una BMW y no dudaste en cederle el puesto de piloto durante unos momentos que para él serán inolvidables... En fin. Cogiendo prestado el título de la última novela de Mario Vargas Llosa, para mí eres un verdadero héroe discreto. Los libros de Historia no hablarán de ti como hicieran con Hernán Cortés o Francisco Pizarro, pero no tendrás nada que envidiarles porque a buen seguro que regresarás con mayores tesoros en las alforjas: las experiencias acumuladas te servirán para que algún día reúnas a tus hijos y a tus nietos al calor de una buena hoguera y les puedas relatar lo que tus ojos contemplaron más allá de la mar océana. Insisto, buena suerte y, sobre todo, mucho ánimo para cuando te empiecen a faltar las fuerzas. Estás haciendo algo grande. Estoy convencido de que lo mejor está aún por llegar. ¡Te seguimos por internet!

martes, 13 de enero de 2015

Nacha en la memoria

   
La tarde acudía fiel y puntual a su cita, aunque esta vez con bastante menos frío que en días anteriores. Los rayos de sol empezaban a ceder terreno a un cielo raso y estrellado, sin rastro de nubes que entorpecieran el espectáculo de un anochecer pausado, perezoso. Las calles, vestidas por los destellos de luz de las farolas, se abrían al paso de los pocos transeúntes que a esas horas poblaban la Plaza Mayor y las calles adyacentes. La ocasión era especial, tanto como lo fue aquella otra de mediados de los años 80 del pasado siglo, cuando -si la memoria no me juega una mala pasada, rememorando aquello que nunca pasó pero que bien pudo haber sucedido- Don Camilo José Cela nos honró con su presencia para asistir como testigo de excepción al cambio de ubicación de la biblioteca de Malpartida de Cáceres desde la Plazuela del Sol a su actual emplazamiento; biblioteca que, con toda justicia y reconocimiento, lleva el nombre de María Ignacia Castela Mogollón. Y es que esta ilustre malpartideña deleitó a dos generaciones de niños en la apasionante tarea de inculcarnos el placer por la lectura, despertando en nuestra imaginación el afán de revivir las aventuras de las que daban fe las novelas, cuentos y relatos que que caían en nuestras manos gracias al inapreciable consejo y sabiduría de nuestra querida y añorada “Nacha”. Que se lo pregunten si no, entre otros, a un tal Juan José Manzano, en cuya compañía solía acudir casi cada tarde para solicitar el préstamo de los cómics de Tintín, Lucky Luke, Ásterix y Obélix, o para devorar las historias de misterio de “Alfred Hictchcock y los tres investigadores”. En aquellas estanterías comenzó mi idilio con la lectura... y eso es algo que nunca se olvida.

   Pues bien, ayer por la tarde la biblioteca de Malpartida de Cáceres se vistió de gala para recibir a Lorenzo Silva, autor aclamado por el público y la crítica, con motivo de la reinauguración de las instalaciones después del lavado de cara que han supuesto las obras de reforma que se han venido efectuando durante varios meses. Ejerció de anfitriona Pilar Montero, actual encargada de la biblioteca y a cuya bendita osadía debemos la fortuna de que Lorenzo nos acompañara en la jornada de ayer. Allí estaban desde el alcalde, Alfredo Aguilera, hasta la Consejera de Educación y Cultura, Trinidad Nogales, pasando por Mercedes Guardado -viuda de Vostell-, el pintor Ángel Arias -cuyas obras otean el horizonte desde lo alto de unos remozados anaqueles-, así como familiares de “Nacha”. Como todo acto de este tipo que se precie, la función comenzó con los discursos de bienvenida. Una exultante Pilar, después de relatar la peripecia que supuso contactar con el ilustre invitado que nos visitaba, evocó con palabras preñadas de nostalgia los primeros años de andadura de la biblioteca. Le siguió Alfredo en el turno de la palabra, y en verdad que su discurso fue bastante emotivo, sobre todo cuando recordó la figura de Antonio Jiménez, anterior regidor de Malpartida, reconociéndole su decisiva aportación e impulso para que la biblioteca se convirtiera en la exitosa realidad que hoy es. También se aludió al papel principal que juega la cultura para tratar de evitar los fundamentalismos, en clara alusión a los terribles acontecimientos ocurridos en París durante estos días, dejando claro que las libertades de pensamiento y expresión son la mejor arma para derrotar a la barbarie terrorista -se le llame yihadista o con cualquier otro calificativo que queramos poner-, y que ese objetivo solo se consigue con el cultivo de la mente.

   
El momento álgido llegó cuando Lorenzo Silva se acercó al atril y se dirigió a los presentes para agradecerles que hubieran contado con él para ser partícipe de la noble tarea para la que había sido llamado. Y entre esos presentes andaba yo, contemplando con mis propios ojos, a escasos pasos de distancia, a uno de los escritores que más admiro. Hay quien dice que es mejor no conocer a tus ídolos porque la terca realidad puede tirar al traste con la imagen que nos formamos de las personas a las que, por un motivo u otro, veneramos. En mi caso no fue así. Tuve la suerte de ver y oír a alguien cercano, humilde, simpático... Todo lo contrario de lo que podría esperarse de un autor de éxito cuya sencillez en su quehacer cotidiano supera a su talento en lo literario, que ya es mucho decir. Esa es la grata impresión que a mí me dio, la cual se vio reforzada cuando accedió amablemente a firmar los ejemplares de sus novelas que llevábamos la mayoría de los que allí estábamos. Es de agradecer que haya escritores de su talla que aún no se hayan dejado contaminar por el veneno de la soberbia. Así que, a partir de ahora, cada vez que tenga una obra de Lorenzo Silva entre mis manos -especialmente las de la serie Bevilacqua y Chamorro, por aquello de que uno sigue manteniendo estrechos lazos con el Benemérito Cuerpo-, me acordaré inevitablemente de aquella tarde de invierno en la que un famoso escritor venido de la capital tuvo a bien hacer una parada en un pueblecito de provincias para dar solera a un acto en el que no se inauguraba una simple biblioteca, sino que implicaba algo mucho más trascendental, tanto como lo pueda significar una puerta abierta para que la cultura entre a raudales en las vidas de quienes son asiduos del saber que encierran estanterías repletas de libros con los que mitigar la ignorancia, el miedo y el desconocimiento, principales males de esta aldea global en la que se ha convertido la sociedad que nos contempla.