viernes, 5 de agosto de 2016

El líder anacrónico

Tengo mis dudas de si no me habré excedido en el uso del sustantivo que lleva el título de esta entrada, puesto que la cualidad de líder a duras penas puede predicarse de un ser tan insignificante y mediocre como Pedro Sánchez. No obstante, en este caso prefiero pecar de benevolencia que de mordacidad, aunque reconozco que hay más un poquito de lo segundo que de lo primero. En cuanto a lo del adjetivo, lo doy por bien empleado, aunque ahí sí que hubiera podido ser más incisivo. Pero, en fin, a lo que vamos. Es evidente que este señor no puede ser presidente del Gobierno. Algunos lo tenemos claro; otros, dedicados con esmero a colgar carteles de buenos y malos, parece ser que no tanto. En primer lugar, porque los españoles le han demostrado que no confían en él, perdiendo votos a cascoporro tras cada consulta electoral. Y en segundo lugar, porque sería indecente que un tipo como ése ocupara tan alta magistratura recurriendo con malas artes a un lenguaje guerracivilista con el objetivo de dividir categóricamente a la sociedad en un bloque de izquierdas y otro de derechas, en donde, faltaría más, la izquierda estaría compuesta por gentes honradas, justas y bondadosas y, por el contrario, las derechas serían lo peor de lo peor, gentes con rabo y tridente desprovistas de humanidad que luchan denodadamente por cargarse el estado del bienestar. La insensatez es una falta que no se debe pasar por alto a quien puede tener en sus manos el destino de un país, y mucho menos cuando esos términos -beligerantes, simplistas y maniqueos- denotan un desprecio inaceptable a los once millones de votantes que obtuvieron el Partido Popular y Ciudadanos en las últimas elecciones. Sus ansias de poder, cortedad de miras, revanchismo y su sectarismo inveterado le convierten en un verdadero peligro, en un bulto sospechoso que nos decanta más hacia la lástima que hacia el rencor. Que alguien le insinúe a este individuo que lo de las dos Españas hace ya tiempo que lo tenemos superado y que, por mucho que persevere en el intento de resucitar a los dos bandos, esa vieja herida cicatrizada a base de tanto dolor no se volverá a reabrir.

 Pedro Sánchez es un kamikaze de la política. De lo que ya no estoy tan seguro es de que esté dispuesto a asumir las consecuencias que eso conlleva: el loco que se juega la vida propia y ajenas en alguna acción temeraria sabe precisamente eso, que le va la vida en ello. En el caso de nuestro loco particular, dudo mucho de que quiera inmolarse en su proceder suicida, puesto que los hechos nos demuestran que pretende salir airoso de los peligros que él mismo ocasiona. Por muchas derrotas electorales que jalonen su hoja de servicios, está visto que no se da por aludido. Ahí donde le ven, con su buen porte, su -aparentemente- buena educación y su falsa modestia, este hombre va de derrota en derrota hasta el desastre final. Pedro Sánchez está ciego de poder y hará todo lo posible por conseguirlo, tal y como está demostrando desde la convocatoria de las elecciones del pasado 20 de diciembre, algo en lo que reincide desde el el 26 de junio con la contumacia y la desesperación que imprimen la mala conciencia. Y quienes contribuyen a alimentar sus estúpidas ensoñaciones son tan cómplices como él del embrollo institucional en el que nos encontramos, por mucho que le digan por lo bajini que deponga su actitud de enrocamiento si luego en público dan alas a sus infundadas ambiciones. Es propio de todo lunático tenerse en más alta valía de lo que sus méritos atestiguan; de aquellos que le rodean depende que le bajen del pedestal y le planten los pies en el suelo. Aquel que antepone los intereses partidistas a los estatales, aquel que menosprecia a los representantes de un ideario político distinto al suyo, aquel que ve como enemigos a quienes no son sus votantes, ésa persona no está ni preparada ni capacitada para ser nombrado presidente del gobierno. El otro día, durante una rueda de prensa vergonzante e impropia de un demócrata, solo le faltó mencionar explícitamente a la CEDA de Gil Robles (Confederación Española de Derechas Autónomas), al Frente Popular, a la FAI (Federación Anarquista Ibérica) y a la CNT (Confederación Nacional del Trabajo) para retrotraernos a un tiempo de tinieblas en el que se ha instalado el líder del PSOE. 

martes, 26 de julio de 2016

Una noche de verano



   La noche se nos presentaba cuajada de estrellas, tórrida como ella sola, sin una brizna de aire que llevarnos a la cara ni una sola nube en el horizonte que nos deparase mejores augurios para el día venidero. Era una de esas noches que hacen justicia a esta tierra extremeña y a la estación en la que nos encontramos: la luna, allá en lo alto, aún no había conseguido eliminar los efectos de un ambiente asfixiante, diríase que incluso bochornoso, donde a cada paso de los turistas sus frentes se poblaban de densas gotas de sudor que resbalaban, entusiastas y descontroladas, en una carrera suicida que surcaba las acaloradas mejillas de quienes, a esas horas, salían en tromba a las calles esperando encontrar un remanso de frescor. Impulsados por este ambiente canicular, no tuvimos reparos en llegar al saludable acuerdo de tomar asiento en una de las muchas terrazas que salpicaban los soportales del recinto de la Plaza Mayor, con su Casa Consistorial y el abuelo Mayorga presidiéndolo todo. Tiene su encanto la Plaza Mayor de Plasencia, coqueta y remozada, ni muy grande ni demasiado pequeña, sazonada por enhiestas farolas y férreos bancos en toda su extensión. Eso sí, y esto no resta un ápice de belleza a cuanto queda dicho, echamos en falta una fuentecilla en su parte central de la que brotase algún chorro de agua con el que aliviar nuestra sofoquina. Pero, con todo y con eso, tratando de sustraernos a los estragos del calor sofocante, nos aprestamos a disfrutar y dejarnos llevar por un entorno embriagador de imágenes, aromas y sonidos.

   Y allí estábamos nosotros, contemplando la majestuosidad de un enclave histórico en el que, con la debida atención, podíamos incluso intuir tanto el susurro del discurrir de las aguas del Jerte como las pisadas de aquellos que, a las órdenes de Alfonso VIII de Castilla, fundaron la ciudad en el año 1186. A cada sorbo de cerveza mi imaginación me transportaba a callejuelas por las que siglos atrás pasearon las huestes de aquel rey que tuvo el acierto de grabar en el escudo de tan estratégico territorio para la Reconquista el lema Ut placeat Deo et hominibus (“Para que agrade a Dios y a los hombres”).Y vaya que si nos placía. Ensimismados andábamos, absortos con el corretear y el griterío de la chiquillería, cuando en un extremo de la plaza comenzó a dibujarse la silueta de un personaje que enseguida concitó nuestra atención. Su alta y desgarbada figura estaba graciosamente adornada por una gorrita de color gris ligeramente ladeada a la izquierda y hacia arriba, tocado que dejaba entrever una mata de pelo atusado y rematado en forma de guedejas; portaba a sus espaldas una guitarra enfundada en un estuche negro que refulgía por el efecto de los focos de luz que delimitaban el cuerpo central de la plaza con los soportales que le daban cobijo; su camisa, cruzada por un juego de tirantes, era de un blanco prístino; su rostro, de un pálido conmovedor; sus ojos, huidizos, escondidos tras unas gafas de pasta oscuras; sus andares, pausados, señoriales… De sus manos pendían un micrófono y un pequeño altavoz con los que se ayudaba para dar mayor realce a su función. No era el porte habitual ni de un lugareño ni de un viajero al uso. Poco tardamos en comprobarlo, ni más ni menos que el tiempo empleado en colocarse la guitarra en bandolera y comenzar a rasgar sus cuerdas bajo el firmamento placentino. Y de repente, de esa figura -a primera vista débil y quebradiza- comenzó a brotar un torrente de voz con la suavidad suficiente como para que, al compás de los acordes de su inseparable compañera, envolviera nuestro espíritu en la calma más absoluta, generando una atmósfera armoniosa que deleitaba los sentidos hasta del menos melómano de los allí presentes. Todo en él era prestancia y distinción.

   Y ahí estaba él, tímido como un pajarillo pero firme y seguro como un profesional, temeroso de enfrentarse a un público desconocido al que, cada día, antes de salir de casa, trataba de ponerle cara para hacer más llevadero el trance de que su talento fuera juzgado por la indiferencia; disimulando a duras penas el miedo al fracaso, a no ser comprendido, al qué dirán; viviendo con desgarro cada letra y cada nota que emergían de su cuerpo. Y ahí estábamos nosotros, testigos mudos y asombrados, contemplando el alma desnuda, abierta de par en par, de un soñador, de un romántico al que le dedicamos con entusiasmo una salva de agradecidos aplausos cuando su voz se apagó y llegaron a su fin los lamentos de su guitarra. Y, de nuevo, ahí estaba él, paseándose por las mesas con la gorrilla en la palma de su mano derecha al tiempo que la izquierda se replegaba sobre la espalda en perfecto ángulo recto, pidiendo con una amabilidad exquisita una pequeña aportación económica para continuar en la lucha del día a día, para perder el miedo de plantarse ante la anónima concurrencia de los días sucesivos. Y, al cabo de un rato, mientras nos levantábamos de nuestras mesas, observamos cómo recogía su teatrillo, satisfecho porque -una noche más- podría mirarse al espejo sin que apareciera el reflejo de un perdedor. Quizás su voz no era tan impecable ni podía compararse con la de los mejores, pero lo que le faltaba de técnica lo suplía con sentimiento, con el corazón. En algunos pasajes de éxtasis interpretativo, más que cantar parecía que recitara con idéntica fuerza interior con que lo hiciera García Lorca al leer los versos brindados con ocasión de la trágica muerte del torero Ignacio Sánchez Mejías. Los allí congregados no buscábamos una voz perfecta, sino tan solo una con hondura y verdad. Y la hallamos en la figura de un poeta que aquella noche, en la plaza mayor de Plasencia, nos sedujo con su arte. Y tal como vino, parsimonioso y expectante, lo vimos desaparecer por una de las callejuelas que desembocan en las puertas exteriores de la muralla. Y no volveremos a verlo pero, aquella noche, ese hombre se ganó el respeto de los que asistimos a su representación.

viernes, 8 de abril de 2016

Tragsatec, la odisea de nunca acabar


   Les sugiero que aquellos que tengan el detalle de acometer la lectura de la entrada de hoy, que vayan cogiendo aire para despejar la mente porque la cosa tiene miga: lo de tirios y troyanos al lado de las penalidades que están viviendo los trabajadores de Tragsa y de su filial Tragsatec es un juego de niños. Así que, a ver si soy capaz de explicarme en condiciones para que se entienda el fondo del asunto. Tanto Tragsa como Tragsatec son dos empresas públicas englobadas en la SEPI (Sociedad Estatal de Participaciones Industriales), grupo al que pertenecen, para que se hagan una idea, la tabacalera CETARSA, la naviera NAVANTIA, el servicio postal de CORREOS o el Ente Público Radio Televisión Española (RTVE). En el caso que nos ocupa, la actividad principal de Tragsa viene constituida por las encomiendas de gestión encargadas tanto por el Estado como por las Comunidades Autónomas en el ámbito -entre otros- de la sanidad animal y la transformación agraria y de medio ambiente. Concretamente, en cuanto a Extremadura se refiere, destaca su labor de saneamiento ganadero: control de la lengua azul, así como lo relacionado con la tuberculosis y la brucelosis bovina, la brucelosis ovina y caprina, la perineumonía contagiosa bovina y la leucosis bovina enzootica. Por ese motivo, la Junta de Extremadura destina unas partidas presupuestarias nada desdeñables, rondando como media unos doce millones de euros anuales.


   En septiembre de 2013, tanto Tragsa como Tragsatec, como si se tratara de dos empresas distintas, plantearon un Expediente de Regulación de Empleo (ERE) por el que preveían despedir a nivel nacional a unos 1400 empleados, cien de ellos en Extremadura. Por la empresa se alegaba como justificación para adoptar esta drástica medida el hecho de que desde 2009 se venían produciendo pérdidas económicas, así como razones organizativas y productivas que hacían necesario un reajuste en profundidad. Después de que no se llegara a un acuerdo durante el proceso de negociación con los representantes de los trabajadores, el ERE de Tragsa fue impugnado ante la Audiencia Nacional, quedando el de Tragsatec a expensas de lo que decidiera el órgano judicial. Pero mientras tanto, en Extremadura ya se habían ejecutado los despidos de 59 trabajadores, pendiente la espada de Damocles sobre las cabezas de los otros 40 previstos. El caso es que la Audiencia Nacional, en marzo de 2014, resuelve el conflicto laboral declarando nulo el procedimiento de despido colectivo en una resolución de ciento cuatro páginas que tumba, uno por uno, los motivos aducidos por la sociedad matriz. Es más, considera que Tragsa y Tragsatec son un mismo ente, puesto que comparten medios materiales y personales, con lo que la nulidad de un ERE implica automáticamente el del otro. Lo que en principio suponía un motivo de ilusión para los trabajadores, no ha sido más que el inicio de un periplo tortuoso plagado de sinsabores. La empresa, como era de esperar, no se iba a quedar de brazos cruzados, por lo que los sindicatos y la dirección firmaron un acuerdo para que el ERE pendiente de Tragsatec no se llevara a efecto hasta que el Tribunal Supremo resolviera el recurso de casación interpuesto por la matriz contra la sentencia dictada por la Audiencia Nacional; recurso que, dicho sea de paso, se presentó el último día del plazo, que también son ganas de forzar las cosas y encabronar al personal.


   Mientras el Alto Tribunal se tomaba su tiempo para decidir, Tragsatec, en un gesto de buena voluntad, acepta tanto readmitir a los 59 trabajadores que ya habían sido despedidos entre febrero y marzo de 2014, así como paralizar los despidos previstos para aquellos 40 trabajadores que hasta el momento se habían librado de engrosar las listas del paro. La fecha de reincorporación sería la del 28 de mayo de 2014; lo que no se sabía era que, efectivamente, iban a volver a ser readmitidos… pero de una forma muy peculiar, puesto que no se les daría carga de trabajo: es decir, volvían a la empresa, sí, se les pagaba una nómina,vale, pero no tenían que acudir a sus puestos de trabajo. Con lo cual, pudiera parecer que estos señores – entre veterinarios, auxiliares administrativos y pecuarios, así como ingenieros agrónomos- habían conseguido cumplir el sueño de todo currito: cobrar por no hace nada; contradicción que pusieron de manifiesto los propios interesados, criticando una solución que no cuadraba mucho con el hecho de que la empresa estuviera pasando por acuciantes necesidades económicas. Así que, muy a su pesar, los trabajadores no tendrían más remedio que repantigarse en el sofá de sus casas mientras se tragaban bodrios televisivos como el programa de Ana Rosa: el no sentirse valorados, sin poder realizar sus trabajos de campo, era la peor condena que sobre ellos podía recaer. Y en esa situación rocambolesca se hallaban estos benditos – que tampoco era cuestión de negarse a que te den unos cuartos cuando hay que seguir pagando hipoteca, facturas y el colegio de los niños- cuando hete aquí que, el 15 de octubre de 2015, el Tribunal Supremo se descuelga con una sentencia incendiaria, anulando por unanimidad la dictada por la Audiencia Nacional y declarando conforme a la ley el ERE planteado por Tragsa. Ver para creer. La sentencia recurrida y tan profusamente elaborada – recuerden que ocupaba 104 folios- se había convertido, nunca mejor dicho, en papel mojado. El Supremo, donde se supone que campea la crème de la créme de la judicatura española, dejó a todos ojipláticos. Con lo cual, vuelta la burra al trigo, a la zozobra de pensar que te van a poner de patitas en la calle, a la angustia de saber si podrás llegar a final de mes, a la indignación que te provoca el que hayas dedicado diez o quince años de tu vida a una empresa a la que no le tiembla el puso -diríamos incluso que lo hace hasta con regocijo- a la hora de mandarte una carta con el finiquito en cuestión. Para que luego nieguen que no somos más que meros números al capricho de lo que decidan cuatro listillos de turno, bocas agradecidas dispuestas a bailar el agua y adular a los de arriba hasta límites insospechados con tal de salvar ellos el culo a costa de pisotear a quien se les ponga por delante. Y es que abundan aquellos cuyo estado natural es propicio a la genuflexión, aquellos que estiman en bien poco su dignidad, vendiéndola al mejor postor por un cochino puesto de trabajo para su parienta, hijos, cuñados y demás deudos.

   Los empleados de Tragasatec se han movilizado en una plataforma de afectados, puesta en marcha desde que se produjeron los primeros despidos, con la que pretenden revertir la situación actual de indefensión en su lucha por sus legítimos y pisoteados intereses. Si a uno que entienda un poco de leyes, como el que suscribe este artículo, le cuesta comprender el cambio de postura experimentado entre uno y otro tribunal, no les quiero ni contar lo que pensarán de la Justicia aquellos a quienes un día se les da la razón en una resolución vasta y concienzuda donde las haya para arrebatársela, al cabo de los meses, por el dream team de sus togadas señorías, en un escorzo jurídico que dista mucho de la necesaria seguridad jurídica que debe imperar en todo Estado de Derecho. Estamos de acuerdo en que, salvo el Papa -y ya veremos- nadie es infalible, pero de ahí a que la Audiencia Nacional y el Supremo hayan fallado diametralmente lo opuesto sobre el mismo supuesto de hecho..., pues da que pensar. Ya nada se podrá hacer a título individual, puesto que los juicios particulares que se ventilen en los correspondientes juzgados de lo social no podrán ir en contra de lo resuelto por el Supremo. Ahora solo queda que las administraciones públicas, que son los principales clientes tanto de Tragsa como de Tragsatec , se comprometan a hacer todo lo posible por buscar una salida negociada que perjudique lo menos posible a los trabajadores, aunque ya se sabe que dejar algo en manos de políticos no es remedio para casi nada: al final ninguno se atreve a coger el toro por los cuernos. De ahí el papel fundamental que tienen que jugar los medios de comunicación, sirviendo de altavoz a un colectivo necesitado de cuanto más apoyo mejor. Y eso, modestamente, es lo que busco en el día de hoy: no me lo tuve que pensar dos veces cuando uno de los representantes de la plataforma de afectados en Extremadura, mi amigo Carlos Cordero, me pidió el favor de hacerme eco de sus peticiones en este blog, y muy mal amigo sería yo si no prestara mi voz al hijo del señor Cipriano y de la señora Luci, inolvidables para mí en aquella Malpartida de Cáceres donde una muchachada inquieta y dichosa crecimos entre los muros de un cuartel de la guardia civil cuyos venturosos ecos resuenan todavía en mi mi memoria. Suerte a todos. No deis nada por perdido hasta que no os quede el más mínimo aliento para sostener las razones de vuestras demandas; y aún así, aunque uno piense que ya no puede más, siempre surge del lugar más inesperado la fuerza necesaria para continuar. Es posible que el éxito no esté garantizado, pero siempre hay que mantener el espíritu de lucha. Por todo ello, os animo a que no cejéis en el empeño de ver reconocidas vuestras pretensiones laborales. Que no digan de vosotros que, al menos, no lo intentasteis.



lunes, 4 de abril de 2016

Una reivindicación de justicia

   Cuentan las crónicas que en la fría y lluviosa mañana del 7 de octubre de 1959 tuvo lugar en Malpartida de Cáceres la inauguración oficial de su colegio público. A aquella solemne ceremonia asistieron, además de las autoridades locales -encabezadas por el alcalde, don Ladislado Díaz-, ni más ni menos que el ministro de Educación, don Jesús Rubio y García Mina, acompañado por el gobernador civil, don Licinio de la Fuente, cuyo inusual nombre sirvió de pretexto para bautizar a las nuevas instalaciones: no eran tiempos aquellos como para negarle ese honor al Jefe Provincial del Movimiento en Cáceres. Por cierto, qué mejor ocasión que ésta para dar noticia de su fallecimiento, acaecido en febrero del año pasado. El caso es que han pasado la friolera de 57 años... y allí sigue el colegio en cuestión, donde lo único que ha cambiado desde entonces ha sido su denominación, pasando a llamarse “CEIP Los Arcos” a partir de la década los ochenta, siendo ya alcalde el recordado Antonio Jiménez. No hay que realizar un ejercicio supremo de imaginación para suponer que un centro que data de tan lejana época haya sido objeto del previsible deterioro ocasionado por el paso del tiempo y que, como consecuencia de eso mismo, se haya podido construir uno nuevo. Aciertan ustedes en cuanto a lo de las carencias y desperfectos que asolan al colegio de marras y que no cesan de ser parcheados; no así en cuanto a la suposición de que a Malpartida le cabe la dicha de contar entre los límites de su término municipal con un moderno recinto en el que educar a nuestras generaciones futuras. Y este, precisamente, es el asunto que colea últimamente.

   La reivindicación de un nuevo colegio público es algo que viene de antiguo, pero ha sido en los últimos diez años cuando esta necesidad imperiosa ha resultado más patente y se han redoblado los esfuerzos por conseguir el éxito de esta iniciativa. Las deficiencias de todo tipo -principalmente las de seguridad, accesibilidad, energética, fontanería, electricidad, disgregación de edificios y escasez de espacios comunes- han obrado el milagro de que, al menos a nivel local, tanto el PP como el PSOE mantuvieran una postura común ante la administración autonómica para remar juntos en la misma dirección, aprobándose incluso por el pleno del ayuntamiento la cesión de un terreno de 12.000 metros cuadrados para facilitar la tarea. La cosa pintaba bien cuando la Junta de Extremadura incluyó esta actuación dentro del Plan de Infraestructuras Educativas 2007/2013 a cargo de los fondos FEDER (Fondo Europeo de Desarrollo Regional) y, posteriormente, en el Plan Operativo 2014/2020. Los malpartideños mantenían la ilusión de que este proyecto largamente anhelado se llevara finalmente a cabo. Sin embargo, con el cambio de gobierno regional operado en mayo de 2015, las esperanzas se han desvanecido de golpe y porrazo, puesto que el ejecutivo de Fernández Vara no tiene previsto incluir a Malpartida de Cáceres en el nuevo plan de infraestructuras educativas. La estocada final se ha producido con el rechazo de la enmienda parcial presentada por el Partido Popular en la Asamblea de Extremadura a los Presupuestos Generales de la Comunidad Autónoma, que preveía una partida de 680.000 euros para iniciar las obras durante este año. 

   No se puede caer en el error de politizar un tema de tanta trascendencia social. Hay que tratar de buscar soluciones para que la Junta de Extremadura se replantee su decisión y no se muestre tan inflexible en sus posiciones. Y aquí juegan un papel preponderante, aparte de la leal e imprescindible colaboración entre los grupos políticos municipales, los colectivos representados por la AMPA y los propios docentes: se trata de una cuestión de justicia que requiere el compromiso y la unidad de todos. Y es en este sentido en el que deben encaminarse las iniciativas que partan desde la Plataforma recientemente constituida. Es necesario que los malpartideños se impliquen en este propósito tal y como han hecho para que Los Barruecos obtuvieran el galardón de Mejor Rincón de España 2015, poniendo de manifiesto que con ilusión, esfuerzo y conciencia colectiva se pueden lograr metas aparentemente inalcanzables. Por lo tanto, como antiguo alumno del CEIP “Los Arcos”, desde aquí animo a instituciones locales, ciudadanía y colectivos para que se conjuren ante una empresa que nadie ha dicho que sea fácil, pero que precisamente por su dificultad se saborearán con mayor deleite los frutos del triunfo final; que sus pancartas no dejen de ondear hasta que sus legítimas exigencias se tornen en realidad. Los miles de alumnos que hemos pasado por sus aulas y que hemos correteado por sus patios de recreo nos felicitaremos cuando veamos  a “Los Arcos” en una ubicación más acorde con lo que demanda una inmensa mayoría.

jueves, 17 de marzo de 2016

La renovación pendiente


  No hay nada menos democrático que la organización y el funcionamiento internos de un partido político, por mucho que la Constitución española consagre todo lo contrario. Vamos, que se respiraba más aires de libertad en los consejos de ministros de Franco que en las reuniones de los comités electorales de los partidos, cuya única finalidad es comprar fidelidades colocando amiguetes, lametraserillos y abrazafarolas en unas listas que son la vergüenza de nuestro sistema político. Por eso, nunca verán ustedes a ninguno de ellos levantar jamás la voz en contra de sus amos, por mucho que estén cayendo chuzos de punta; de lo contrario, se les acabaría la sopa boba y el chusco de pan que se llevan al gaznate. Y es que algunos están dispuestos a inmolarse antes que llevarle la contraria al jefe todopoderoso: es así como se pagan los favores. Estos seudoprofesionales de la política, con una tendencia a la genuflexión digna de estudio, saben que eso de tener criterio propio conllevaría su ostracismo más absoluto, directitos al rincón de pensar, lo cual se traduce en que no pillarían cacho en el reparto de prebendas que el mandamás de turno se reserva conceder a sus lacayos más devotos, a esos que están dispuestos a tragar carros y carretas con tal de conservar nómina, influencia, despacho y coche oficial. A esta fauna hipócrita y sin escrúpulos les aterra sobremanera salir de ese mundo ficticio en el que trepan y en el que se creen seres superiores en función de las palmaditas recibidas en la espalda y de los apretones de manos que les profesan sus acólitos; así de simples son estos sujetos. Como en todo, hay sus excepciones, que siempre es injusto generalizar, y que bien conocen las consecuencias de ir por libre. Así que, el que espere voces críticas en el Partido Popular por la cascada de escándalos de corrupción que están apareciendo, más le vale que tome asiento y se ponga cómodo: es más probable que Pablo Iglesias deje de aburrirnos con sus citas constantes sobre El Príncipe de Maquiavelo a que alguien le insinúe a Mariano que está muy feo todo lo que está pasando y que sería menester tomar medidas contundentes. Con lo cual, unos y otros, por activa o por pasiva, se convierten en cómplices del espectáculo lamentable al que estamos asistiendo de degradación de la clase política. Oigan, que hemos alcanzado el punto de no retorno en el que algún juez de instrucción ya ha calificado al PP como “banda criminal”. Así que, ya está bien de mirar para otro lado y de callarse como putas ante el hedor insoportable que desprende la basura acumulada en algunos ayuntamientos y Comunidades Autónomas.

   Todo esto que precede acontece tanto en el PP de Rajoy como en el PSOE de Pedro Sánchez, y
supongo que no será muy descabellado pensar que también en Ciudadanos y en Podemos. Y pasa, por supuesto, a todos los niveles territoriales. Y es aquí a donde quería llegar: al PP de José Antonio Monago, al que le cabe el honor de haber presido la Comunidad Autónoma de Extremadura desde el 2011 hasta el 2015. Aquel 22 de mayo de hace casi cinco años representa una fecha histórica tanto para el Partido Popular como para nuestra región, pues hasta entonces estas tierras sólo habían conocido gobiernos socialistas. Por lo tanto, lo primero que hay que reconocer es que Monago, bajo la atenta mirada del emperador Augusto, obró el milagro de tomar posesión como presidente de la Junta de Extremadura en el monumental marco del edificio que alberga al Museo Nacional de Arte Romano de Mérida. Al césar lo que es del césar. Aunque bien es cierto que a la consecución de ese objetivo inalcanzable a primera vista contribuyeron en buena medida las desatinadas políticas del que por aquel entonces ocupaba el Palacio de la Moncloa: un tal Rodríguez Zapatero, no sé si se acuerdan. El bueno de ZP hizo por Monago tanto o más que los propios votantes del Partido Popular. El caso es que ni los más optimistas se lo creían, menos aún cuando la estabilidad de aquel gobierno dependía de Izquierda Unida, que optó -para mayor cabreo de los atónitos dirigentes del PSOE- por la abstención y dejar que gobernara la lista más votada. Y a partir de entonces se dio el pistoletazo de salida a una nueva época ilusionante por lo novedoso del envite. Los extremeños, por fin, íbamos a comprobar si con un partido de centro-derecha en el poder la vida seguiría su curso sin mayor contratiempo o, por contra, se precipitarían sobre nuestras cabezas los peores augurios voceados a los cuatro vientos por agoreros inventores de interesadas falacias. Y pasaron las semanas, los meses y los años y todo seguía en su sitio: los jubilados cobraban las pensiones y los funcionarios sus nóminas; los colegios, las farmacias y los centros de salud continuaban abiertos; se seguían adjudicando contratos públicos y convocando subvenciones, etc, etc. Es decir, la normalidad más absoluta. El infierno que algunos presagiaban pasó de largo.


 Pero claro, verse de repente en el ejercicio del poder implica que hay que gobernar, y no todos cuentan con las dotes necesarias para asumir tamaña responsabilidad, ni saben rodearse del equipo idóneo para tratar de ocultar las propias carencias, aunque en algunos casos era misión imposible que pasaran desapercibidas, porque el que es un inepto lo es por mucho empeño que ponga en disimularlo. La mayoría de estos individuos, en su supina temeridad e inconsciencia, piensan que el hecho de que lo nombren a uno consejero, secretario general, director general o jefe de servicio es poco menos que una bicoca, pues su única meta consiste en que vaya pasando el tiempo lo más lento posible hasta que alguien se percate de que son unos perfectos inútiles. Por lo tanto, aptitudes y capacidades aparte, se hacía imprescindible un cambio de chip para afrontar las nuevas responsabilidades con la seriedad propia que demandaban los acontecimientos, dejando a un lado el argumentario desplegado durante tantos años de ingrata oposición. Y renovar esa actitud, quieran o no, cuesta. En ese tránsito hubo consejeros y demás personal de confianza que se vieron sobrepasados con holgura por las exigencias requeridas ante el cambio de escenario. Lo mínimo que se puede exigir en este tipo de trances es voluntad, pero ni siquiera ese ingrediente es suficiente cuando se trata de dirigir las riendas de una Comunidad Autónoma, con lo cual quedaron al descubierto las debilidades que se vislumbraban durante los años de oposición. Y lo que al principio era todo amor y cariño, desembocó en las primeras disidencias, con los correspondientes ceses y dimisiones. No faltaron crisis de gobierno y consejeros que abandonaran el barco; algunos se fueron, sí, pero no a su casa, sino para ser recolocados en órganos de postín, pues parece ser que eso de volver a dar clases en la universidad es un trago demasiado amargo. Con lo cual, Monago se fue dando cuenta de que una cosa era estar en la oposición y otra muy distinta situarse al frente de un ejecutivo al que todos criticaban y exigían cuentas. Hasta sus propios consejeros libraban batallas internas a menor escala por acumular parcelas de poder. En esto despuntó por encima de todos la vicepresidenta Cristina Teniente, que no ha hecho otra cosa en su vida que granjearse enemigos a ambos lados del espectro político -sobre todo dentro de su propio partido-, que es, por otra parte, lo que suele suceder a quien antepone su desmesurada ambición personal a cualquier otra consideración. Esta señora, a la que no se le conoce oficio ni beneficio más allá de los cargos que ha ocupado desde su más tierna juventud, es poseedora de un ego que ríanse ustedes del de Penélope Cruz. Y es que una cara bonita no debería dar derecho, por sí sola,  para que a una le hagan entrega de las llaves de determinados despachos oficiales. 

   Uno de los puntos de inflexión en todo este periplo lo constituye el nombramiento de Iván Redondo -septiembre de 2012- como director del gabinete de la presidencia con rango de consejero, a razón de algo más de 4000 eurazos al mes. Este muchacho, artífice de la victoria de Monago en las elecciones autonómicas de 2011 y fundador de una de las consultorías más exitosas de nuestro país, se convirtió en la sombra del líder del Partido Popular, levantando las correspondientes ampollas en aquellos que veían peligrar su influencia. La factoría del señor Redondo, con una soberbia impropia de sus escasísimos méritos, y sabedor de que era el ojito derecho de su jefe, no paraba de proponer ocurrencias con las que Monago y su gobierno hacían el ridículo más espantoso. Les sugiero que acudan a la hemeroteca si quieren echarse unas risas. Pero no contento con eso, se puso en manos de este jovenzuelo -tal y como ocurrió en 2011- la estrategia de la estrepitosa campaña electoral del año pasado que, a la postre, terminaría por devolver a Monago y los suyos a la bancada de la oposición. El desastre se veía venir por todos... excepto por los propios implicados en el sainete, más preocupados en otros asuntos. Y así les fue. El “barón rojo”, o el “verso suelto”, como es conocido el ex presidente entre sus compañeros, metió la pata hasta el corbejón, pero imbuido de su propia grandiosidad, no se dio cuenta de la calamidad hasta que ya fue demasiado tarde. Y tenemos aquí a un hombre al que hay que agradecer los servicios prestados pero que, a su vez, cegado por los oropoles del poder, ha dilapidado el legado que miles de votantes depositaron en él. Porque una cosa es clara: tendrán que volver a pasar otros veintitantos años para que en Extremadura vuelva a haber un gobierno del Partido Popular. Y todo se lo debemos a un José Antonio Monago que ha defraudado, cuando no traicionado, a gran parte de su electorado.

 
De ahí que este sea el momento más oportuno para traer a colación el título de este artículo. Es cierto que el de Quintana de la Serena ha encumbrado a su partido a cotas nunca antes soñadas, pero a un precio demasiado alto que tendría que pasar factura a los principales promotores de esta debacle. Se impone la necesidad de un cambio de caras en el Partido Popular de Extremadura, empezando por la de su presidente, el cual no puede seguir al frente de una formación a la que ha dejado herida de muerte para una buena temporada. El PP no puede seguir siendo cautivo de unos dirigentes admirados de contemplarse el ombligo por lo bien que lo hicieron en su día, con una ausencia de autocrítica que espantaría a aquel que se tenga por decente. Por supuesto que no todos tienen el mismo grado de responsabilidad y que algunos siguen siendo válidos para conformar el equipo que haya de tomar el relevo, pero la mayoría de ellos sobran. Y al igual que a nivel nacional resalta la figura de Pablo Casado como futuro sustituto de un más que acabado Mariano Rajoy, Extremadura también cuenta con personalidades comprometidas que tienen que dar un paso al frente con el coraje suficiente para esquivar los dardos envenenados de que a buen seguro serán objeto, sin miedo a que les tachen de desleales. Nadie es imprescindible, y menos en política. Por eso, el tiempo transcurrido hasta que comiencen a fijarse posiciones será tiempo perdido en esta tarea de necesaria renovación para sacar al partido del marasmo en el que se encuentra. Hay por ahí un alcalde de un municipio cercano, de cuyo nombre me acuerdo perfectamente  pero al que no quiero comprometer expresamente, que reúne los requisitos suficientes para emprender este cometido. Seguro que no soy el primero ni el único que lo anima para que salga a la palestra, a ver si así los concejales que se están batiendo el cobre por unas siglas -las mismas de las que renegó Monago en la última campaña- vuelven a ilusionarse y dejan de resignarse y de sentir vergüenza por los dirigentes que tienen.

jueves, 10 de marzo de 2016

Historia de un fracaso

 ¿Qué ha ocurrido desde el 20 de diciembre, día de la celebración de las últimas elecciones generales, hasta la fecha? Pues simplemente que llevamos dos meses y medio con un gobierno en funciones que, si nadie lo remedia, se prolongará como mínimo hasta la próxima consulta electoral prevista para el último domingo de junio. Y es que las vísperas navideñas del pasado año trajeron consigo unos resultados electorales endiablados que ni el guionista más retorcido de Hollywood -pongamos que Quentin Tarantino-  hubiera tenido la mala leche de escribir. El pueblo español decidió no conceder la mayoría absoluta a ninguno de los dos grandes partidos que se alternan en el ejercicio del poder desde 1982; pero es que, además, ni siquiera los pactos entre aquellas formaciones que -en mayor o menor medida- comparten ideario ideológico sería suficiente para conformar un gobierno en minoría. Después de la espantada de Rajoy ante el encargo de Felipe VI, en un histórico error de bulto que le tendrá que pasar factura a este gallego que hace honor al refranero, ahora tenemos que padecer las artimañas del ambicioso Pedro Sánchez para conseguir ser presidente a cualquier precio, incluso el de renunciar gustosamente a los valores tradicionales de su partido. De momento sus pretensiones no han llegado a buen puerto, pues el bueno de Pedro ha visto naufragar su flota antes incluso de su botadura, convirtiéndose en el primer candidato a la presidencia del gobierno que no obtiene la confianza del Congreso de los Diputados. ¿No quería pasar a la historia?, pues toma dos tazas, a ver si así se le bajan un poco esos humos de chulo de salón recreativo que va paseando en las entrevistas e intervenciones varias en las que participa. Tanta reunión y tanta parafernalia para, al final, terminar ahogándose en la orilla.

   En realidad, el problema de gran parte del socialismo, y de Pedro Sánchez en particular, es el sectarismo que exhalan los discursos de sus dirigentes, pues siguen considerando a sus principales adversarios políticos como auténticos rivales de trinchera a los que batir y desacreditar por encima de cualquier consideración. Que el todavía jefe de la oposición se niegue de forma contumaz a dialogar con el presidente del gobierno para tratar de materializar esa gran coalición que ponga fin a todo este guirigay, confirma muy a las claras la escasa catadura moral del personaje. Dice Pedro, apodado “el guapo”, que él no está dispuesto a sentarse en la misma mesa que Rajoy o que cualquier otro representante del PP; que bajo ningún concepto permitirá un gobierno presidido por su archienemigo. Y ahí lo tienen ustedes arrastrándose como alma en pena, arrodillándose con menos dignidad que vergüenza ante Podemos, Ciudadanos y el sursum corda con tal de que sea su partido el que se postule para encabezar un nuevo ejecutivo. Eso es lo que hemos presenciado en las dos sesiones de investidura fallidas que han tenido lugar durante la semana pasada en la Carrera de San Jerónimo, donde hasta los leones del Congreso de los Diputados hacían denodados y vanos esfuerzos por reprimir una mueca sibilina ante el ridículo interestelar protagonizado por este señor que pretende engañarnos con esa pátina de falso progre. Un tipo que ha cosechado los peores resultados en la historia del PSOE no puede liderar un movimiento de regeneración política, simplemente porque carece de la fuerza moral necesaria, además de que no cuenta con los escaños suficientes para dar ese anhelado giro a la izquierda. Y es que los socialistas, mientras permanecen en la oposición, se vanaglorian de estar en posesión de recetas milagrosas que solo ellos conocen, pero es llegar al poder y se les olvida aquello de lo que tanto alardeaban; o, a lo peor, tenemos la desgracia de comprobar en nuestras propias carnes que esas mágicas medidas al final eran más costosas que los males que pretendían conjurar. Eso sí, hay que reconocerles la habilidad para vender humo porque, una y otra vez, millones de ciudadanos muerden el anzuelo ante las promesas de que sus desgracias se desvanecerán como por ensalmo.

   
   Y hete aquí que después de todos estos rodeos nos situamos de nuevo en la casilla de salida, con la única diferencia de que ya han pasado demasiadas semanas sin un gobierno estable que dé por concluida esta etapa de interinidad nada deseable en un contexto de crisis económica en el que cualquier imprevisto  puede dar al traste con los pronósticos de recuperación. Hay quien señala que Rajoy debería dar un paso atrás y salir de escena para facilitar las cosas, pero es que Sánchez ya se ha encargado de  desmentir la especie: ni con esas cedería las riendas de la gobernabilidad a un partido que tanto él como sus correligionarios consideran impropio para regir los destinos de este país. Antes preferiría pactar con todo hijo de vecino -Podemos, Ciudadanos y ERC, fundamentalmente-, como se ha encargado de poner de manifiesto en su fracasada investidura. Investidura, a la que por cierto, se presentó con el aval de Albert Rivera, en un movimiento suicida por parte del líder naranja que no sé yo muy bien cómo se habrán tomado sus votantes, esos mismos que se hartaron de las políticas y corruptelas del PP y que vieron en Ciudadanos el caladero en el que depositar su confianza, pero no precisamente para que se coaligara con el PSOE. Me temo que a partir de ahora muchos de sus afiliados harán cola para darse de baja lo antes posible ante la felonía de su líder. Rivera se ha prestado a ir de muletilla de un partido al que no se ha cansado de criticar -y con razón- durante toda la campaña electoral, y esa contradicción entre lo que manifestaban entonces y lo que han terminado haciendo a posteriori se convertirá en uno de los motivos por los que, si hay nuevas elecciones, Ciudadanos se derrumbará como sucedió con UPyD. Y es que..., Roma no paga traidores.


    En fin, que a partir de ahora se abre un plazo de dos meses para que los partidos recojan el encargo que les hemos conferido los ciudadanos, que no es otro que el de que dialoguen sin descanso, transijan en aquello que no desvirtúe su propia esencia y pacten desde la lógica una solución alejada de los extremismos. De lo contrario, nos veremos abocados a un nuevo proceso electoral que, de momento y para ir abriendo boca, nos costará algo más de ciento sesenta millones de euros. Y oigan, no está el país para gaitas, más que nada porque nadie nos garantiza que esas futuras elecciones pondrán fin a este incierto panorama. Así que, más vale que olviden todas las barbaridades que se han dedicado los unos a los otros durante las sesiones de investidura -había momentos en que aquello parecía el patio de un colegio- y se pongan manos a la obra, que para eso les pagamos un sueldo más que digno. No, si al final hasta el rey se tendrá que poner serio con ellos. 

viernes, 5 de febrero de 2016

Más Borgen y menos Juego de Tronos


 La repulsión hacia ciertas situaciones inexplicables, unida a la consiguiente indignación ante los efectos perniciosos provocados por esa coyuntura, son sensaciones que desaconsejan a uno ponerse delante de la pantalla del ordenador para soltar las barbaridades propias de alguien que está hasta los mismísimos de esta caterva de  politiquillos que tenemos la desgracia de padecer: el ejercicio supremo de contención que tendría que haber hecho para no plasmar en el folio la bilis que me corroe por el cuerpo desde hace un mes y medio habría sido tan superior a mis fuerzas que lo redactado en esas deplorables condiciones hubiera quedado totalmente desnaturalizado. De ahí que, durante este tiempo de asueto intelectual haya decidido claudicar y darme un respiro hasta que se me pasase el estado de cabreo en el que me hallaba. Y parece ser que, una vez recobrado la templanza del espíritu crítico de todo buen observador de la realidad, hoy es el día propicio en el que han desaparecido esos lastres emocionales que me impedían, por mi exaltación, atender con el sosiego debido a los últimos acontecimientos políticos de esta España nuestra. Ese es, básicamente, el motivo por el que llevo desatendiendo el blog desde las elecciones generales del pasado 20 de diciembre. He preferido curarme en salud y vetarme a mí mismo con amplias dosis de autocensura antes que arrepentirme de los exabruptos que a buen seguro, sin dudarlo, habrían brotado de mi acerada pluma para referirme al lastimoso espectáculo ofrecido por aquellos que se dicen representantes de la soberanía nacional.

    Resumiendo mucho la situación actual, en esta nueva página que se escribe en el libro de nuestra democracia aparecen una serie de personajes que correrán desigual fortuna, algunos con una larga trayectoria a sus espaldas -me atrevería a decir que incluso demasiado larga para los méritos que les contemplan-. En primer lugar, tenemos a un presidente del gobierno en funciones que, en una cabriola arriesgada e inesperada para sujeto tan apocado, no ha tenido mejor ocurrencia que declinar la oferta de Su Majestad el Rey para someterse a la sesión de investidura en el Congreso de los Diputados. A Rajoy le cabrá el honor de decir que ha sido el primero y, hasta la fecha, el único candidato a la presidencia que se ha negado a atender el encargo constitucional del monarca para formar gobierno. Un hito más en su dilatada, aunque no sé si fructífera, carrera política. Por otro lado, tenemos a un jefe de la oposición que, lumbrera donde los haya, está como loco por ganarse a pulso el título de expresidente del gobierno, porque no otro destino le espera al codicioso de Pedro Sánchez más que pasar a engrosar esa nómina en la que figuran sus admirados Felipe González y Rodríguez Zapatero, aunque me consta que esa admiración no es mutua por parte de uno de ellos. En tercer lugar, cómo no, es obligado mencionar al subidito y maleducado de Pablo Iglesias, autoproclamado vicepresidente de un ejecutivo fantasma, producto de un trastorno mental transitorio provocado por esos aires de grandeza más propios de un pequeño Nicolás que de un líder político que va repartiendo por ahí carteras ministeriales sin ton ni son. Y, por último, otro de los personajes que cuenta con un papel destacado en todo este drama es Albert Rivera, cuya imagen de niño pijo y un poco repelente no debe desviar el foco de atención que, con todo derecho y por méritos propios, acapara este joven al que muchos comparan con Adolfo Suárez y que está llamado a alcanzar metas de mayor envergadura. De momento, es el único que ejerce de mediador para tratar de convencer al resto de participantes en esta ceremonia de la confusión para que dejen a un lado sus ridículas disputas personales e ideológicas y se arremanguen ante la inédita e histórica tarea que tenemos por delante.

Sea como fuere, el caso es que llevamos mes y medio mareando la perdiz sin que de momento se atisbe la luz que alumbre una solución viable y duradera a este entuerto al que nos han llevado los resultados electorales. Ni el Partido Popular ni el PSOE disponen de los escaños necesarios para formar un gobierno monocolor, con lo cual, si no queremos ir a unas nuevas elecciones, se impone la necesidad de buscar una política de pactos. A esta nueva etapa, a la que algunos denominan segunda Transición, le falta el espíritu de concordia, consenso y tolerancia que caracterizó a la originaria. Lo que ahora se pone de manifiesto es la nula capacidad de diálogo de una clase política incapaz de superar sus atávicos rencores, más preocupados por enaltecer las siglas de su partido que por coadyuvar en la tarea de ceder a determinados ideales para encauzar esta crítica situación institucional por la que atraviesa nuestro país. Ya no quedan hombres de Estado; ahora lo que tenemos son gerifaltes de segunda fila que se contentan con el prurito de asistir a la mesa de un consejo de ministros al precio que sea, incluso el de poner en peligro la unidad territorial. Estamos en manos de gentes movidas por ansias de poder, dispuestas a pactar con el mismísimo diablo con tal de seguir manteniendo sus pequeños reinos de taifa. Salvo sorpresa de última hora, España no será un ejemplo más en el que gobierne una coalición entre socialdemócratas y democristianos, lo cual resultaría bastante más lógico que los planes de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias de formar lo que ellos denominan “las fuerzas del progreso”, una cursilería de perdedores a la altura de aquella otra gilipollez de Zapatero de que “la Tierra no pertenece a nadie, salvo al viento...”. Esa cohabitación entre el PSOE y Podemos tendría los mismos efectos que encamarse con una boa constrictor, así que a ver si el kamikace de Sánchez se da cuenta -por sí sólo o por los buenos oficios de sus compañeros de partido, que lo dudo- de que los reptilianos podemitas se van a dar un frugal festín a su costa.

   Pero no todo es culpa del PSOE, ese centenario partido fundado por el tipógrafo Pablo Iglesias en una taberna de la calle Tetuán de Madrid, un 2 de mayo de 1879, al que su homónimo el coletas le va a dar la puntilla por esos maquiavélicos guiños del destino. No. La reprobable e inane actitud de Rajoy para sofocar los casos de corrupción que crecen a su alrededor tienen también bastante que ver con la situación de crisis institucional por la que atravesamos: parece ser que el capitoste del PP no se enteraba de que en Madrid (Operación Púnica) o Valencia (Operació Taula) se lo estaban llevando crudo a base de comisiones y demás artimañas. Su espantada ante el encargo de Felipe VI para formar gobierno constituye su último gran error; es lo que tiene dejarse asesorar por una camarilla de correveidiles que no ven más allá de sus propias narices. Pero todo eso no exonera de responsabilidad a Pedro Sánchez, el cual se ha negado en redondo a dialogar con el Partido Popular, ahora que es él sobre quien ha recaído la labor de iniciar conversaciones para presentar ante el Congreso un ejecutivo que ponga fin a esta etapa de incertidumbre e inestabilidad. Por todo ello, más vale que se dejen de tanto postureo, que esto no es ni Juego de Tronos ni House of Cards. Si de algo les sirve, que echen un vistazo a las tres temporadas de la serie danesa Borgen, un auténtico máster sobre cómo pactar en aras a los intereses del país en detrimento de los partidistas.