domingo, 4 de octubre de 2015

El mesías

  
   Hace ya bastante tiempo que me venía rondando por la cabeza dedicarle un artículo a Pablo Iglesias pero, por unas cosas o por otras, la inspiración no terminaba de iluminarme, mostrándose reacia a brotar de mi pluma. El caso es que, con inspiración o sin ella –más bien lo segundo-, al final me he decidido por aporrear el teclado del ordenador a ver qué es lo que daba de sí mi desdichado caletre. No es que me preocupe mucho el hecho de redactar un buen artículo, pues la simpleza y la superficialidad del personaje tampoco lo requieren, pero por respeto a todos aquellos que tienen a bien leer este blog voy a intentar poner lo mejor de mí mismo para que salga algo decente de todo esto. Si al final el resultado es cutre, espero que sepan perdonarme. No siempre tiene uno a las musas de su parte y me temo que, en esta ocasión, no han acudido solícitas a mis cantos de sirena. Supongo que se habrán reservado para mejor ocasión. No las culpo.

   Lo primero que me llamó la atención cuando supe de la existencia de Pablo Iglesias no fueron ni su cara de niño despistado ni su cuidada y larga cabellera. No. Lo que más me llamó la atención fue una venturosa coincidencia: que compartiese nombre y apellido con el fundador del PSOE y la UGT. Ya sé que esto es una estupidez, pero bueno, aquí lo dejo reflejado como curiosidad. Eso sí, es de esperar que cuando “coleta morada” siente sus posaderas en el Congreso de los Diputados no se dedique a verter las mismas amenazas de las que hacía gala su tocayo allá por los albores del siglo pasado. Y es que –aunque me desvíe un poco del tema- los socialistas suelen presumir sin reparo cada vez que cacarean ese falso eslogan sobre los pretendidos cien años de honradez del PSOE. Sí, sí. Cien años de honradez… y de amenazas. Y si no, que se lo pregunten a don Antonio Maura, jefe del partido conservador en la oposición, cuando en un debate en el Congreso celebrado el 7 de julio de 1910, el marxista Paglo Iglesias se descolgó con estas declaraciones: “Tal ha sido la indignación producida por la política del gobierno presidido por el Sr. Maura, que los elementos proletarios (…) hemos llegado al extremo de considerar que antes que Su Señoría suba al poder debemos llegar al atentado personal”. Dos semanas más tarde, Maura  recibió dos disparos, uno en un brazo y otro en un muslo, en la estación de Barcelona, a la que llegaba en tren procedente de Madrid. Hacía menos de un mes que el bueno de Pablo –el tipógrafo- había conseguido el acta de diputado y ya estaba mancillando con su violencia verbal la sede de la soberanía nacional. Por supuesto, no condenó el atentado contra Maura. Así se las gastaban los socialistas de entonces.
  
   Pido disculpas por este pequeño paréntesis histórico, pero a veces hace falta explicar determinadas circunstancias para poner a cada uno en su sitio. El caso es que, volviendo a don Pablo –el politólogo y profesor universitario-, su partido ha hecho acto de presencia en el panorama político patrio con la misma fuerza con la que terminará por diluirse. Es cierto que en las elecciones al Parlamento Europeo de mayo del año pasado consiguieron, para sorpresa de propios y extraños, la nada despreciable cifra de 1.253.837 votos, gracias a los cuales obtuvieron cinco escaños en Estrasburgo. A partir de entonces se han generado unas lógicas expectativas típicas de todo aquello que irrumpe con la frescura de lo novedoso y que, aprovechando las debilidades de un sistema político puestas de manifiesto por esta interminable crisis económica, ataca sin piedad las estructuras sobre las que se asienta nuestra democracia sin pararse a pensar en el daño irreparable que ello puede provocar. Negar, como ha hecho, la ingente labor desarrollada durante la Transición para dotarnos de una Constitución y de un sistema de derechos y libertades comparable al más avanzado de los Estados europeos revela la inconsciencia y la temeridad de quien se atreve a afirma tal barbaridad. Tratar de echar por tierra y desprestigiar la obra de una de las etapas más brillantes de nuestra historia es propio de un mentecato como el señor Iglesias. En honor a la verdad, tampoco debería sorprendernos su osadía dialéctica, pues poco o nada puede esperarse del hijo de un antiguo militante de las FRAP (Frente Revolucionario Antifascista y Patriota), organización terrorista surgida de una escisión del Partido Comunista que actuó durante el final del franquismo y que cuenta en su haber con varios asesinatos. De las cinco últimas sentencias de muerte dictadas por la dictadura, tres de ellas correspondían a miembros de esta organización criminal.

   No seré yo quien le niegue méritos al Secretario General de PODEMOS, pero sus evidentes aciertos se deben más a errores ajenos. Después de la consulta europea, con el ego y la prepotencia propios de quienes se creen llamados a entrar en la historia por la puerta grande, despreciando con auténtico desdén los logros conseguidos a lo largo y ancho de todos estos años, se han dedicado a desplegar con insultante chulería su plumaje de pavos reales para ver si así nos abducían con sus pócimas milagrosas y sucumbíamos a su mensaje catastrofista. Evidentemente, las cosas no van pero que nada bien: la pérdida de derechos sociales, el lamentable estado de la educación, los casos de corrupción en el PP y una sanidad manifiestamente mejorable, entre otras cuestiones, no es la mejor tarjeta de presentación para evitar que estos advenedizos hagan de las suyas. Yo soy el primero en reconocer que tienen todo el derecho del mundo en su crítica despiadada y furibunda, pero eso no debería servirles de cuartada, de caldo de cultivo, para que nos metan el miedo en el cuerpo y se postulen ellos mismos como los salvadores ante la debacle que se nos vendría encima si no votamos a su opción redentora. A esta situación han contribuido en gran medida determinados medios de comunicación –Cuatro y La Sexta, fundamentalmente- que, desde sus postulados de izquierda han prestado sus altavoces a chavistas de la categoría de Iñigo Errejón o Juan Carlos Monedero. A todas horas los teníamos en los programas de televisión sermoneándonos sobre aspectos como la maldad intrínseca de la casta política, haciendo auténticos juegos malabares para convencernos de que hay que reducir a cenizas el pasado más reciente para reconstruir un nuevo edificio despojado de los vicios que afectan al actual. Y precisamente aquello que contribuyó a catapultarles les ha pasado  factura por la sobreexposición mediática de sus líderes. El progresivo descenso de votos en las elecciones andaluzas, autonómicas, municipales y catalanas evidencian la pérdida de fuelle del efecto PODEMOS en favor de Ciudadanos, formación ésta liderada por Albert Rivera que, desde un punto de vista igualmente crítico pero diametralmente opuesto al de Pablo Iglesias y sus seguidores, está sabiendo atraerse a un amplio sector del electorado sin las rupturas traumáticas ni las salidas de tono características de los podemitas.

  Esta semana, Mariano Rajoy ha desvelado que las elecciones generales se celebrarán el 20 de diciembre. Mi oposición ideológica a PODEMOS no llega al extremo de negar la evidencia de que en esta nueva cita con las urnas los de Pablo Iglesias seguramente consigan un más que aceptable resultado electoral; quizá no tan bueno como ellos desean, pero sí es cierto que se van a convertir en una fuerza política con la suficiente representación parlamentaria como para que su voz se tenga en cuenta a la hora de diseñar y priorizar una nueva política no vista en nuestro país hasta ahora. Y eso tiene de positivo el hecho de que se volverá a imponer el diálogo como herramienta para elaborar las directrices básicas de esta nueva época. Debemos de una vez por todas superar los viejos atavismos que han impedido al sistema político español evolucionar como lo han hecho el de otros países, caminar por una senda de entendimiento que arrincone para siempre el dañino y visceral antagonismo entre izquierdas y derechas, entre progresistas y conservadores. En definitiva, hay que hacer todo lo posible por relativizar los absolutismos, por mandar al baúl de los recuerdos el lenguaje guerracivilista que algunos se niegan a abandonar. Vivimos un momento histórico en el que la clase política no puede permitirse la ocasión de malograr las oportunidades que surgirán a partir del 20 de diciembre. Tengo la convicción de que la sociedad no les perdonaría que siguiesen empecinados en tirarse los trastos a la cabeza en lugar de remar todos juntos en pos de un objetivo común: mejorar las condiciones de vida de un pueblo que se siente, y con razón, zaherido por una clase política que en la mayoría de las ocasiones se muestra ajena, cuando no ausente, ante una realidad que clama con insistencia medidas para paliar los males que la afligen. Dudo mucho que Pablo Iglesias sea la solución a todos esos males, pero no es menos cierto que puede contribuir a inaugurar una nueva era que centre sus intereses en las auténticas necesidades ciudadanas. Esperemos que la realidad de los hechos le haga replantearse sus posiciones populistas y radicales, porque ello irá no solo en favor de su partido sino que redundaría en beneficio de todos. Y en todo esto, Pedro Sánchez también tendrá algo que decir. Porque si de lo que se trata es de aplicar en España las políticas bolivarianas de Nicolás Maduro en Venezuela, que no cuenten ni con mi voto ni con mi silencio. Bastante tuvimos ya con sufrir siete años al iluminado de Zapatero como para que ahora intenten imponernos una mala copia de Hugo Chávez. Aquí nadie está a la espera de ningún mesías. Lo único que deseamos es seguir confiando, con todo el esfuerzo que ello implica, en una clase política que ya bastante nos ha defraudado, pero que no tenemos más remedio que seguir creyendo en ella porque, no nos engañemos, la política es imprescindible para el funcionamiento del sistema. Eso sí, queremos a políticos responsables, no a vendehúmos de pacotilla.

miércoles, 23 de septiembre de 2015

¡Vaya panda!

   
   Señoras y señores, la identidad nacional está en peligro. Y no lo digo por la que está montando el señor Mas de cara a las próximas elecciones catalanas y a su descerebrada idea de proclamar la independencia de un país que solamente existe en su mente calenturienta. No. Parece ser que ahora está de moda airear a los cuatro vientos que uno ni es español ni jamás se ha sentido como tal, aunque haya nacido en Madrid y sea más castizo que San Isidro, la verbena de la Paloma o el oso y el madroño. Lo hemos podido comprobar con el bailarín Nacho Duato, con el futbolista-entrenador Pep Guardiola y, más recientemente, con el director de cine Fernando Trueba. Cuando uno escucha exabruptos de este calibre, lo primero que se le viene a la cabeza es qué les habrá hecho la madre patria a estos fulanos para que se descuelguen ahora con estas declaraciones. Supongo que serán portadores de algún tipo de odio interno por vaya usted a saber qué traumas de juventud aún no superados. Qué buenos pacientes hubiera tenido Sigmund Freud en estos apóstatas de última hora. También es casualidad que haya sido ahora, y no cuando chupaban del bote, cuando sus conciencias han hecho acto de presencia. Pero ya se sabe que, entre el honor y el dinero, lo segundo es lo primero.

   Centrando el foco de atención en nuestro amigo Fernando Trueba - que, dicho sea de paso, lleva cerca de veinte años sin hacer una película en condiciones-, de un tiempo a esta parte andaría el hombre algo distraído porque, ya les digo, desde que rodara “La niña de tus ojos” allá por 1998, no ha vuelto a dar pie con bola. Su filmografía es perfectamente prescindible desde entonces. Así que, el bueno de Fernando, aburrido en su casa como estaba y sin nada mejor que hacer, vio el cielo abierto cuando supo que le iban a hacer entrega del premio nacional de cinematografía, y no halló mejor ocasión para expulsar la ira que lo corroe que aprenderse un estrafalario discursito en el que, ante el atónito ministro de Educación y Cultura, afirmaba categóricamente que nunca se ha sentido español y que, para más inri, le hubiera gustado que la Guerra de la Independencia la hubieran ganado los franceses. En esto creo que se equivocó de siglo y de contienda, porque estoy seguro de que lo que realmente quiso decir  es que le hubiese gustado que la guerra civil española la hubieran ganado los republicanos. Y es que, Fernando, para una vez que te da un ataque de sinceridad, ni siquiera eres capaz de reconocer las cosas como son. No te engañes a ti mismo, que eso está muy feo y es el peor error que uno puede cometer. En el siguiente premio que te otorguen – si dependiera de la calidad técnica de tus películas, seguramente ya no estaré en este mundo para verlo- tienes que reconocer eso, que la España de hoy en día no sería tan desgraciada de haber sido los partidarios de la república los victoriosos de aquella lucha fratricida y aciaga.

   Se harán ustedes cargo, después de esta patochada, del nivel intelectual del personaje. A lo mejor, habrá pensado el señor Trueba que con los gabachos le hubiera ido mejor en su errática carrera cinematográfica. No lo creo, porque el que es malo de solemnidad lo es tanto aquí como allá. Y es que, cómo son estas gentes del cine: desde aquello del “No a la guerra” durante la entrega de los Goya del año 2003 no han dejado de comportarse como unos niños díscolos y desagradecidos. Tengo para mí que nuestro querido compatriota Fernando no pasaba por un buen momento artístico, y para salir de ese trance y hacerse visible no ha tenido mejor ni mayor ocurrencia que centrar la atención del modo más absurdo. No se lo voy achacar a la edad, pues a sus 60 años y a la buena vida que se ha pegado no puede decirse que las neuronas le hayan jugado una mala pasada. Para neuronas cansadas las de un minero, con la incertidumbre de si llegará vivo al final de la jornada, y no las de un director de cine aburguesado que alardea de una intelectualidad de la que carece. Por eso, tengo la convicción de que como hacía mucho tiempo que no aparecía en la primera plana de los medios de comunicación, al buen señor le ha dado por sacar los pies del tiesto soltando sandeces por doquier. Adolece del mismo defecto que otro colega suyo de profesión, más famoso últimamente también por sus polémicas manifestaciones que por sus películas - el manchego Pedro Almodóvar, otro sujeto escaso de caletre que suele soltar chorradas a niveles industriales-: es decir, el odio feroz a todo aquello que no sea comulgar con sus ideales, la falta de respeto a quienes no piensan como ellos. Almodóvar, por cierto, es ganador de otro Oscar por "Todo sobre mi madre", lo cual me lleva a preguntarme si el Oscar te vuelve tonto o eso viene ya de serie. Y luego querrán estas almas caritativas que vayamos a ver sus engendros, quejándose a voz en grito de que el cine español siga incurso en una crisis a la que no se le atisba una pronta salida, salvo que a Santiago Segura le dé por hacer otro Torrente. Por eso, no me extraña que algunos hayan celebrado el regreso a la cartelera  de Amenábar. Éste, de momento, todavía no se ha destapado; ya veremos lo que tarda en hacerlo. En cuanto a Garci, supongo que ya está de vuelta de todo y no creo que nos dé ninguna sorpresa en este sentido. 

    Don Fernando, si tan avergonzado se siente de ser español, compórtese con dignidad –si es que la tiene- y coherencia –si es que es capaz- y empiece por renunciar a los 30.000 € con los que está dotado el premio nacional al que ha denostado con sus desafortunadas manifestaciones, amén de devolver la millonada en subvenciones que han recibido sus películas a lo largo de su trayectoria y que bien se hubieran podido dedicar a otros menesteres más necesarios. De todos modos, si es que parece usted masoca: se ha podido ahorrar veintidós años de sangrantes úlceras de haber escupido su sentimiento antiespañol durante la recogida del merecido Oscar por “Belle Époque”. Esa sí que habría sido una ocasión majestuosa para hacer partícipe de sus cuitas al orbe entero. En vez de entretenerse con aquella cursilería de Billy Wilder, habría hecho mejor en reconocer ante ese abarrotado y excelso auditorio que lo suyo no es una cuestión de banderas, que usted de español no tiene ni migita. Habríamos salido todos ganando. Así que, háganos un favor a una inmensa mayoría: cójase un saxofón y váyase con la música de jazz a otra parte. Tanto los cinéfilos como los melómanos estaremos en deuda con usted. Y para terminar, un consejo: no tarde mucho tiempo en abandonar nuestras fronteras, no vaya a ser que a la indignada hinchada de La Roja le dé por presentarse ante su domicilio y hacerle un escrache como medida de protesta. Que ya se sabe que en este país te puedes meter hasta con el rey, pero eso de decir que en los mundiales tú siempre vas con el equipo contrario... Hay que ser miope - y lo digo en sentido figurado- para no darse cuenta que con el fútbol hemos topado, amigo Trueba.

domingo, 9 de agosto de 2015

Carta abierta a un maldito pirómano

No sé si habréis sido uno, dos o tres los sinvergüenzas que habéis perpetrado esta tragedia. Vayan para cada uno de vosotros estas palabras rebosantes de indignación, estupor, impotencia, cabreo... Espero poder mantener un tono correcto a lo largo de esta carta, aunque tampoco voy a perder mucho tiempo en acudir a la RAE para buscar el término más adecuado: si se me escapa algún que otro hideputa bien empleado estará, con la convicción de que me quedo corto en el calificativo. Intentaré no perder las formas, no por respeto hacia vuestras execrables personas, sino para evitar desacreditarme sobre el fondo de la cuestión. Eso sí, no me arrepentiré en caso de no conseguirlo, aunque tampoco me sentiré orgulloso por ello. Y si a mis sobrinos menores de edad les diese por leer esto y no se encuentran más que palabras malsonantes, ya me encargaré yo de quitarle hierro al asunto haciéndoles entender que no es que su tío sea un malhablado, sino que hay gentuza por ahí suelta que merece ser tratada peor que alimañas.

   En mala hora se pusieron vuestros padres a la tarea de engendraros, pues todos habríamos salido ganando si en lugar de retozar sobre la cama se hubieran dedicado a ver los documentales de la dos. La Sierra de Gata, sin duda, lo hubiera agradecido. Por tanto, sois unos malnacidos, unos auténticos criminales merecedores de que recaiga sobre vosotros la mayor de las condenas: la de soltaros en las plazas de Acebo, de Hoyos o de Perales del Puerto para que sus paisanos os lapidaran y patearan hasta que echaseis la bilis por la boca. Eso es lo que nos gustaría a la mayoría. Pero no, se da la casualidad de que nosotros somos gente civilizada y esperaremos a que os den caza para que sea la Justicia la que os ponga a buen recaudo. Pero, por si acaso, y si en algo estimáis vuestra integridad física, una vez que sepamos quiénes sois los desalmados que habéis consumado este hecho deleznable, yo que vosotros no me dejaría ver por esos lares en mucho tiempo, que ya se sabe que la ira no es amiga de la razón. A buen seguro que si alguno de los vecinos que han visto cómo el fuego arrasaba sus viviendas, calcinaba sus tierras o abrasaba su ganado les diese por descerrojaros una pedrada en sálvese la parte, no íbamos a ser nosotros los que censurásemos su comportamiento. No sé si aplaudiríamos o no, pero tampoco nos iba a crear un dilema moral ver cómo brotaba sangre de unas cabezas que lo único que han demostrado es codicia por vaya usted a saber qué bastardos intereses económicos. O a lo peor resulta que estáis locos de atar y vuestros huesos se libran de ir a parar a la cárcel por eso del transtorno mental transitorio... Sea como fuere, nada ni nadie os librará del castigo que merecéis: la Justicia puede ser ciega, pero la cólera no. De eso no os quepa duda. En el anonimato vivíais y ahí tendríais que haber seguido. Ahora solo queda esperar que conozcáis las profundidades de las mazmorras a donde tendríais que ser conducidos para que paguéis con creces todo el mal que habéis provocado. No os ha importado poner en peligro vidas y haciendas ajenas, con lo cual no esperéis misericordia puesto que vosotros habéis demostrado carecer de esa virtud.

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Leo en la prensa que, a estas horas, el incendio ya ha sido controlado y se va a permitir regresar a sus hogares a todos los evacuados. Por desgracia, cuando suceden este tipo de catástrofes es cuando más se pone de manifiesto la solidaridad humana. El caso es que debemos sentirnos orgullosos de la reacción desinteresada de todos aquellos que han participado en las labores de extinción del infierno desatado durante estos días en una de las zonas de mayor valor natural de la provincia de Cáceres. ¿Y qué decir de todos esos voluntarios, bomberos, retenes del INFOEX, miembros de la UME, etc, etc? Ellos sí que son auténticos héroes y no los supermanes, batmans y spidermans del carajo con que nos bombardea la industria cinematográfica. Hombres y mujeres abnegados a los que habría que dedicarles el nombre de las calles y erigir monumentos en las plazas de nuestros pueblos para que no se nos olvidase su titánica labor. Ese es el espejo en el que debería reflejase la sociedad.





viernes, 17 de julio de 2015

¡Opositores, indignaos!


  
  No ha pasado todavía una semana y aún sigo lamiéndome las heridas. Supongo que la cosa tardará en cicatrizar, porque la cornada ha sido de doble trayectoria, afectando a órganos vitales. Resulta que uno acudía al examen de oposición pertrechado con los aperos propios de la ilusión y una pizca de los nervios típicos de tamaño envite, pero con la confianza de salir airoso después del esfuerzo dedicado en obtener una plaza fija en la Administración Pública. Y, oigan, créanme si les digo que he salido trasquilado de la faena: el morlaco me ha pillado a traición, con ensañamiento, lanzándome por los aires y haciendo de mí poco menos que un muñeco de trapo al que pisotear sin contemplaciones. La cosa es que mientras el miura se daba un buen festín a mi costa, empellón va y empellón viene, no salía de mi asombro al comprobar cómo otros muchos infelices corrían la misma suerte que yo. Por lo tanto, sirva este artículo como remedio para tratar de curar las contusiones. Ya les adelanto que no bastará con simple mercromina, sino que habrá que emplear cirugía invasiva.

    Lo que hemos experimentado los opositores este pasado domingo ha sido lo que podríamos denominar una auténtica encerrona. Dicen que los que tenían la desgracia de vérselas con el Tibunal del Santo Oficio estaban sentenciados a morir de antemano porque estaba todo atado y bien atado; pues algo por el estilo podría predicarse con respecto al Tribunal Calificador de las oposiciones para Auxiliar Administrativo de la Junta de Extremadura: sus miembros no han tenido compasión de los desdichados que hemos desfilado por los corrales. Íbamos al matadero y no lo sabíamos. Me imagino sus torvas miradas mientras preparaban las preguntas del examen que, más que preguntas, eran auténticos proyectiles lanzados contra la línea de flotación de la moral y la esperanza de quienes hemos apostado parte de nuestro tiempo, salud y dinero en la ingrata tarea de obtener una plaza fija. Mientras hacíamos el examen, y utilizo el plural porque es la sensación que me ha transmitido la inmensa mayoría de los compañeros con los que he tenido la oportunidad de hablar, se nos iba quedando cara de idiotas, al mismo tiempo que aumentaba el encabronamiento ante lo que contemplaban nuestros incrédulos ojos, no por los enunciados de las preguntas en sí, sino más bien por las intrincadas respuestas que se abrían a nuestro paso. A uno le iban entrando unas ganas irrefrenables de levantarse del pupitre y estamparle el examen de marras en el careto de los esmerados cuidadores encargados de velar por el buen orden en las aulas donde se celebraban las pruebas. Pero después de algunos segundos, pensando en que tenías más que perder que otra cosa, tratabas de recomponer la compostura y hacías denodados esfuerzos por embridar tu mala hostia pensando en que no debías ponerte a la misma altura que aquellos a los que criticabas, sin que eso fuera obstáculo para que te acordaras de los parientes de todos y cada uno de ellos. Una muestra inequívoca de las maquiavélicas intenciones de estos señores es que, al igual que otros muchos de mis compañeros, en una primera vuelta dejé en blanco las cuatro primeras preguntas, con lo cual la moral empezó a resquebrajarse desde el inicio. Otras veces, a medida que iba avanzando, leía los enunciados y esbozaba una triunfal sonrisa, como diciendo que ésa me la sabía y que el tribunal no me iba a pillar con el paso cambiado. Pero no pasaban más de cinco segundos para darte cuenta de que se trataba de un espejismo, que el tribunal había hecho a la perfección su tarea de acoso y derribo, y al instante te volvías a enfrascar en la pesadilla que estabas viviendo porque, por mucho que releyeras una y otra vez las respuestas, dudabas entre dos o tres opciones a la hora de contestar, y cuando te decidías por una con la seguridad de que ésa era la correcta y estabas dispuesto a dejarte cortar un brazo en caso contrario, resulta que vas y también la fallas, y te acuerdas entonces que menos mal que lo de cortarse el brazo era pura metáfora.


   
Cuando terminó el examen tuve una extraña sensación: no sabía si tirarme al cuello de los del tribunal o, por el contrario, darme de cabezazos en la cafetería de la Facultad de Filosofía y Letras. Decidí hacer caso a mis instintos y dejé lo de los cabezazos para peor ocasión. Nada más abandonar el aula me fui cruzando con almas en pena que deambulaban por los pasillos de la facultad con el semblante pálido. Al igual que yo, no se podían creer que después de meternos entre pecho y espalda un temario engañoso en cuanto al número de temas pero temible en cuanto a su contenido, no sabíamos si íbamos a pasar el corte o no. Nuestras dudas se disiparon al cabo de una hora, cuando los encargados del engendro tuvieron a bien exponer la plantilla de respuestas. No tardó en organizarse un remolino de gente alrededor, con sus teléfonos móviles en sus temblorosas manos para capturar la foto del santo grial. Cada vez estábamos más cerca de saber si alcanzaríamos la tierra prometida o, muy por el contrario, descenderíamos a los infiernos. Hice la instantánea como pude entre esa marabunta y, acto seguido, emprendí el camino a casa aturdido ante lo que presentía que se me venía encima. Mis peores presagios no me defraudaron: conforme iba corrigiendo el examen, con un cigarrillo entre la comisura de los labios que iba consumiéndose sin pena ni gloria ante la falta de caladas, por un momento llegué a pensar que se habían confundido en la solución de las preguntas, puesto que no era normal ver salpicada mi hoja de respuestas con tantos puntitos negros que delataban los errores cometidos. Fue en ese preciso momento cuando llegué a la irrefutable conclusión de que el tribunal se había reído de nosotros en nuestra propia cara.

    Lo de la mayoría de los tribunales de oposiciones en esta convocatoria ha sido de vergüenza. A más de uno de sus componentes me gustaría verlo haciendo el examen que ellos mismos han elaborado para comprobar si eran capaces de superarlo. Y es que resulta muy fácil hacer las preguntas tipo test con la ley por delante, sin ponerse en la piel del opositor. Está más que claro que lo de la empatía no va con ellos. He escuchado incluso que la presidenta de mi tribunal, el de auxiliar administrativo, andaba muy disgustada por los módulos del III Milenio ante los rumores que le están llegando de que el examen había sido muy complicado. Señora mía, deje usted de sufrir que ya se lo confirmo yo: el examen ha sido como para que una comisión de examinandos vayamos en comitiva en su búsqueda para correrla a gorrazos, a usted y a sus secuaces, porque no es de recibo que gente cualificada y muy bien preparada no hayan aprobado un ejercicio cuyo nivel de exigencia está muy por encima de la titulación de graduado escolar que se requiere para acceder a esa categoría. Si hay que poner un examen acorde con ese nivel de conocimientos y con ello crear una bolsa de trabajo de cientos de aspirantes, que así sea, pero no vengan ustedes a cachondearse de nosotros, y menos aún que jueguen con nuestro futuro de esa manera tan despiadada. Visto lo visto, habrá que ir pensando en cambiar el sistema de elección de los tribunales calificadores porque con el de esta convocatoria se han lucido. Lo que han perpetrado no tiene nombre; mejor dicho, sí lo tiene pero me lo voy a callar para que no me lluevan las demandas. ¿Para esto se han estado ustedes reuniendo durante semanas, con el consabido cobro de dietas, para plantarnos unos exámenes que hasta cualquiera que se estuviera preparando judicatura sudaría la gota gorda para sacar un miserable cinco? ¡Pero qué clase de desfachatez es esta! ¿Quiénes se han creído ustedes que son para jugar con el pan de la gente de esta forma tan miserable? ¿O es que ya no se acuerdan de que también ustedes fueron en su día opositores? ¿Con qué ánimo y motivación vuelve uno a zambullirse en esta locura si, con toda probabilidad, va a tener en frente a cinco individuos más preocupados en quitarse a gente de las bolsas de trabajo que en comprobar si poseen los conocimientos necesarios para desempeñar su trabajo con eficiencia? Evidentemente que un examen de oposición -donde solo llegan a la meta final los elegidos- no tiene que ser fácil, pero de ahí a lo que ha acontecido durante estas semanas media un abismo. Ustedes, al igual que yo, no desconocen que la mayoría de los interinos que formamos parte del cuerpo auxiliar administrativo somos licenciados y diplomados; es decir, que hemos estudiado una carrera universitaria y poseemos la capacidad intelectual suficiente como para superar con solvencia ciertas pruebas, por lo cual no queda más remedio que concluir que, en esta ocasión, los que han fracasado no hemos sido los opositores sino ustedes con su infinita torpeza. Señores miembros y miembras de tribunales, bájense del púlpito desde el que otean con desdén el proceloso mundo de las oposiciones porque con su incomprensible actitud están consumando una auténtica injusticia, dejando tiradas por el camino las ilusiones de personas que luchan hasta la extenuación por conseguir una plaza fija en el ámbito de la Administración Pública. Es más, me atrevo a decir que ustedes no están cualificados para ser miembros de tribunales: así lo han demostrado con su infinita torpeza a la hora de elaborar unos exámenes más propios de quienes aspiran a ser astronautas en lugar de simples servidores públicos.

   
En fin, que todos tenemos derecho al pataleo y yo no voy a ser menos, más aún cuando he dedicado tanto tiempo y sacrificio en preparar una prueba de fondo en la que, al final, me he caído con todo el equipo gracias a unos señores que vaya usted a saber cómo conseguirían ellos sus plazas de funcionarios. No voy a negar que escribo este post con la rabia de no haber aprobado un examen para que el sé que estoy preparado, y como yo otros cientos de opositores que nos hemos visto apeados del camino del éxito por las malvadas ocurrencias de un grupete empeñado en plantear una prueba de conocimientos que ni ellos mismos hubieran superado. No les voy a dar el gusto de decirles que me siento un fracasado, pero sí es cierto que esto le queda a uno tocado durante algún tiempo. Ustedes habrán logrado su objetivo de echar por tierra las ilusiones de quienes acudíamos a esta cita con la esperanza de lograr algún resultado positivo. El mío, por contra, habrá de esperar a mejor ocasión, se pospone hasta nuevo aviso, pero lo cierto es que no tiraré la toalla por mucho que se empeñen en hacer de las oposiciones de la Junta de Extremadura un terreno abonado al desaliento. Desde aquí hago un llamamiento a la indignación, a no a sucumbir ante la injusticia, la soberbia y la prepotencia. Después de esta desagradable experiencia, queda patente que la Junta no respeta a sus futuros empleados, muchos de ellos ya interinos a su servicio. Ni en la empresa privada se nos trataría tan mal. Entre otros motivos, aparte de los ya expuestos, porque no es de recibo que tengamos que soportar la incertidumbre de desconocer fechas concretas de exámenes hasta dos o tres meses antes: qué sentido tiene, si no es para regodearse en el sufrimiento ajeno, que nos hayamos examinado en julio de 2015 cuando resulta que la convocatoria se publicó en diciembre de 2013. Parece ser que Vara, durante la campaña electoral, prometió que iba a corregir este desaguisado. Esperemos que así sea y no se quede en papel mojado.

martes, 26 de mayo de 2015

Resaca electoral.


   Este pasado domingo se han celebrado elecciones autonómicas y municipales con el resultado principal, en términos generales, del imprevisto fiasco del PP, las inesperadas debacles de IU y de UPyD, la sorprendente recuperación del PSOE y la confirmada irrupción de los llamados partidos emergentes. En términos absolutos, en cuanto a Extremadura se refiere, el PSOE se ha impuesto tanto en la Asamblea como en los ayuntamientos. Fernández Vara volverá a ocupar la presidencia de la Junta gracias a sus treinta diputados y a la decisión de Monago de permitir -con su abstención- que gobierne la lista más votada. En clave municipal, el PSOE extremeño ha obtenido casi 34.000 votos más que sus inmediatos perseguidores, con un total de 1.642 concejales frente a los 1.295 conseguidos por el Partido Popular, recuperando para su formación las añoradas alcaldías de Mérida y Don Benito. Tras el lento y desesperante escrutinio de votos de la jornada electoral, tanto Monago como Vara hicieron acto de presencia ante los medios de comunicación para ofrecernos su visión de los resultados. El futuro presidente mostró un talante dialogante, reconociendo haber aprendido de la derrota de hace cuatro años, mientras que al presidente cesante no le cupo más remedio que felicitar a su oponente y reconocer su fracaso sin paliativos. Vara nos dedicó su lado más humilde -la misma humildad que le faltó en mayo de 2011-, incluso caballeroso y señorial, celebrando la victoria de forma serena y comedida, mientras que Monago aparecía con una cara de perplejidad en la que asomaba su mirada perdida y desencajada por lo inesperado del golpe recibido. Mientras que en la sede del PSOE sus representantes levitaban en un ambiente henchido de regocijo, en la del PP las caras largas reflejaban la lógica decepción que debe seguir a todo revés electoral.

   Una sola legislatura es lo que ha durado el experimento de Monago. Nunca antes un gobierno de centro-derecha había podido hacer frente a la engrasada y anquilosada maquinaria socialista que, contra todo pronóstico, se gripó hace cuatro años, permitiendo que los representantes del PP coparan las instituciones autonómicas. Este paréntesis del gobierno de Monago ha sido lo suficientemente efímero como para que a muchos este camino les haya resultado demasiado corto, aunque a otros seguro que se les ha hecho interminable. A toro pasado, parece claro que Monago no ha sabido gestionar la confianza que en él depositaron los extremeños para tratar de practicar una política distinta a la que venían aplicando los gobiernos socialistas de Rodríguez Ibarra y Fernández Vara. No basta para justificar la derrota la circunstancia de que el país atraviese por una crisis económica de relumbrón y que el gobierno de la nación -del mismo color que el regional- haya tomado medidas impopulares, aunque necesarias. No. Detrás de esta derrota aflora algo más que el profundo descontento por las medidas de ajuste dictadas por Europa y ejecutadas desde Madrid. Quizás haya que fijarse más en los pequeños detalles para explicar el retorno del PP a la bancada de la oposición: ciertos vídeos que han sido el hazmerreír de los españoles y el sonrojo para muchos extremeños, así como determinados actos de campaña -como el de esos diputados subidos en ridículas poses sobre unas bicicletas de spinning- seguro que no han contribuido en absoluto a fijar el mensaje más apropiado para afianzar la imagen de un gobierno serio alejado del márketing y del populismo. Monago presumía de barón rojo y de verso suelto, en lo que equivalía a un remedo de las lídes ejercidas en su día por Rodríguez Ibarra. El todavía presidente de la Junta de Extremadura se ha pasado de ocurrente y por eso, entre otros factores, al PSOE le ha bastado con aprovecharse de los errores ajenos para engordar el zurrón de los votos. No sé si tendrán que pasar otras cuatro o cinco legislaturas para que un gobierno liberal-conservador -tal y como lo ha definido Esperanza Aguirre- vuelva a ganar unas elecciones en nuestra Comunidad Autónoma. Lo que sí está claro es que esta vez, desconozco si por falta de previsión o por novatos, el Partido Popular ha malogrado una magnífica ocasión para asentar las bases sobre las que los ideales democristianos cuenten, cada cierto tiempo, con la confianza ciudadana para servir de alternativa a los gobiernos socialistas sin necesidad de que tengamos que esperar a un milagro para que eso se produzca.
  
  Por otro lado, no quisiera dejar de dedicar algunas palabras a Izquierda Unida, formación política que con su criticada abstención de hace cuatro años permitió que Monago saboreara las mieles del triunfo y a la que sus votantes han castigado con  dureza. A Pedro Escobar lo han lapidado con inusitada saña desde su propio partido, siendo la mano de Víctor Casco la que más se ha significado en este injusto linchamiento. La acometida que este nuevo Judas Iscariote ha dedicado a la labor realizada por Pedro Escobar durante la legislatura que ahora concluye encierra una iniquidad propia de quien dedica más tiempo al cuidado de su poblada barba que al cultivo de sus principios éticos y morales, si acaso los tuviera. Es cierto que parte de la militancia de IU ha podido sentirse traicionada por Escobar, pero lo que resulta evidente a la vista de los resultados cosechados en toda España, es que sus postulados ideológicos deben renovarse so pena de estar abocados al más absoluto de los ostracismos. La inmensa mayoría de los integrantes de esta formación siguen anclados en un lenguaje guerracivilista que los está conduciendo inexorablemente a la desaparición del horizonte político que se avecina en estos nuevos tiempos. De ellos depende que su histórica lucha por los derechos de la población más desfavorecida de este país se mantenga viva o pase al baúl de los recuerdos.

   Aquellos que gustan de poner etiquetas a todo lo que se menea no dudan en afirmar con rotundidad que ha comenzado la segunda Transición -¿hacia dónde, me pregunto yo?-, que se abre una nueva forma de hacer política en la que el diálogo se impondrá al juego de las mayorías que ha venido imperando hasta ahora. Los hay incluso que dan por fenecido al bipartidismo en un desiderátum que aún no alcanza categoría de realidad. Quizás sea demasiado pronto para extraer conclusiones precipitadas, pero sí parece claro que desde el domingo se ha originado un punto de inflexión que aún no sabemos hacia dónde nos conducirá. Tendremos que esperar a las elecciones generales de finales de este año para comprobar si esta tendencia de cambio y regeneración se mantienen o si, por contra, se queda todo en un mero espejismo. Lo que es seguro es que Extremadura volverá a contar con Fernández Vara como presidente de la Comunidad Autónoma. Le deseo toda la suerte del mundo en la gestión de los intereses públicos, porque su fortuna será la nuestra. Por lo que a mí respecta, en aras a comprobar si está dispuesto a respetar su programa electoral -a cuyo cumplimiento se comprometió bajo rúbrica notarial-, desde aquí me permito recordarle lo de la jornada laboral de 35 horas para los funcionarios, no vaya a ser que entre tanto ruido empiece a olvidarse de lo prometido.

jueves, 14 de mayo de 2015

Un país en almoneda


 ¡Queridos electores, ya falta menos para la gran cita! Por si alguno anda un poco despistado, me permito recordarle que hasta el veinticuatro de mayo los políticos estarán más pendientes de nosotros que nosotros de ellos. Ya ha comenzado la campaña electoral de cara a las elecciones autonómicas y municipales, así que preparémonos para el mayor espectáculo del mundo. El circo que se avecina, con nuestros representantes haciendo juegos malabares de la más variada índole y alardeando de un repertorio de artimañas que ya hubieran querido para sí los pícaros del siglo de oro de las letras españolas, tiene por primordial y exclusivo objetivo sentar sus inquietas posaderas en asambleas legislativas y ayuntamientos. Nada les parecerá suficiente con tal de que el voto que depositemos en las urnas lleve impresa las siglas del partido por el que se presentan. Nos prometerán de todo, y en esa carrera por ofrecer las ocurrencias más inverosímiles y disparatadas, pugnarán denodadamente en una lucha sin cuartel que no conocerá descanso. Así que, no se extrañen en demasía si ven al presidente del gobierno -al que algún liberal despechado gusta referirse como Marianín- montado en bicicleta con un estilo entre lo grotesco y lo impresentable; o a Monago, emulando a su líder nacional, acompañado de sus feligreses dando pedaladas en un gimnasio y anunciando no sé qué medidas para que a los dueños de estos locales no se les haga tan cuesta arriba esto de la crisis; o a los señores Vara y Pedro Escobar besando por doquier a niños, ancianos y demás incautos viandantes que tengan el infortunio de cruzarse en sus caminos. Hasta el día de las elecciones seremos cortejados por estos extraños seres, a quienes no les importará perder la escasa dignidad que les quede para suplicarnos que confiemos ciegamente en ellos y les hagamos entrega de las riendas de nuestro futuro. Alguno de entre el pueblo llano habrá quien se atreva a levantar el dedo acusador y les reproche la mala costumbre que tienen de que sólo se acuerden de nosotros única y exclusivamente para estos menesteres. No teman, no les pondrán en ningún compromiso ni les van a sacar los colores, como sí ocurriría con una personal que se tuviera por normal: ellos se limitarán a esbozar una sonrisa bobalicona, paternalista incluso, y nos despacharán con una palmadita en la espalda al tiempo que nos jurarán que eso que les imputamos son menudencias del pasado que no se volverán a repetir, estando dispuestos a jugarse su honor en el envite. Y el caso es que el susodicho, con toda su cara dura y con ese hipócrita gesto, habrá calmado su conciencia hasta las siguientes elecciones aprovechándose de la flaca memoria de la que hacemos gala los administrados.

    Parece ser que, en esta nueva convocatoria, la cosa no pinta del todo bien para los partidos tradicionales. PP y PSOE han visto cómo de un tiempo a esta parte han aparecido formaciones minoritarias (UpyD, Podemos, Ciudadanos y Vox, fundamentalmente) que han levantado bandera contra los malos usos generados por un sistema que ha sido pervertido por quienes tienen la obligación de mantener un comportamiento intachable. Hay incluso algún que otro salvapatrias con coleta que utiliza torticeramente esas debilidades para deslegitimarlo de raíz, restando méritos al esfuerzo realizado en su día para dotar a nuestro país de un repertorio de derechos y libertades a la altura de las naciones más avanzadas de nuestro entorno. Es evidente que el natural descontento generado como consecuencia de la crisis económica implicará la disminución de los apoyos que recibirán los partidos de la casta, como los llama el tal Pablo Iglesias – el mismo que parece poseer la receta mágica para construir un mundo mejor- , pero dudo de que tengan la fuerza suficiente como para descabalgar de las poltronas a esos que llevan media vida chupando del bote, sin más oficio conocido que reírle las gracias a su líder de turno para no perder el puesto en las listas electorales. Por eso digo que está más que justificado que el cuerpo electoral se replantee sus opciones y base sus esperanzas de cambio y regeneración en esta nueva hornada de políticos jóvenes y preparados que pretenden dar una vuelta de tuerca a todo lo que representa la Constitución de 1978. Ahora bien, no debemos caer en la trampa de dejarnos alienar por los cantos de sirena de quienes pretenden socavar los cimientos de la democracia colocando cargas de profundidad en los pilares de un sistema más o menos imperfecto construido de forma modélica sobre las cenizas de una dictadura, aunque democracia al fin y al cabo. Lo que hay que hacer es unificar esfuerzos para corregir esas desviaciones y, sobre todo, trabajar para paliar los verdaderos problemas de los ciudadanos. Que los políticos se dejen de tantas alharacas, de tantas fotos de cara a la galería, de tanta falsedad y poses estudiadas al milímetro y se dediquen a resolver lo que de verdad preocupa a la gente. Mientras eso no suceda seguiremos desconfiando, con razones más que sobradas, de nuestra clase política, considerándola como un elemento perturbador en lugar de hacerse acreedora de uno de los papeles principales para afrontar con garantías de éxito el momento crucial que nos está tocando sufrir.

  Hay quienes vaticinan que el veinticuatro de mayo se sentarán las bases de  una nueva forma de hacer política, no solo por el hecho de que entren en escena protagonistas diferentes de los que lo venían haciendo hasta ahora, sino porque parece ser que el pueblo – a base de palos- ha dejado atrás esa proverbial inocencia que lo caracterizaba, perdonando los deslices y corruptelas de sus representantes, aceptando a pie juntillas las disculpas que de cuando en cuando hacían aquéllos cuando les pillaban con las manos en la masa, aunque lo hicieran más por temor  a represalias que por convicciones morales. Ahora ya no hay medias tintas que valgan y no se está dispuesto a pasar ni una más por alto, sobre todo cuando el paro está por las nubes y a la gente la desahucian de sus casas por no poder pagar la hipoteca. Hasta aquí hemos llegado. Ya no nos conformamos ni con buenas palabras ni con las mejores intenciones de quienes están llamados a regir nuestro destino: lo que cuenta es la consecución de los resultados propuestos, que nuestros impuestos reflejen un nivel de servicios acorde con lo que se supone que debería ser un país de primera línea en cuanto a conquistas sociales se refiere. Entramos en una nueva época en que la maquinaria política se tiene que cuidar muy mucho a la hora de, entre otras cosas, elaborar sus programas electorales, puesto que los ciudadanos vamos a exigir el cumplimiento íntegro de los mismos si es que quieren volver a contar con nuestro apoyo. De lo contrario, acudiremos como almas que persigue el diablo a esas otros alternativas partidistas, más que por creer en su ideario, por aglutinar en su entorno el voto de castigo a los partidos tradicionales. Esta es la última oportunidad del vigente sistema para purgar los errores y excesos del pasado.  Confiemos en que, tal y como ha sucedido hasta ahora, todo esto no se convierta en un tenderete en el que se ofrezcan carguillos y escaños al mejor postor. Por eso, juntemos los dedos y apelemos a la responsabilidad para que nuestros representantes estén a la altura de las circunstancias y no nos defrauden una vez más. Lo comprobaremos en algo menos de dos semanas.


jueves, 7 de mayo de 2015

El hijo del pescador



 
    Y el maestro se nos fue, sin hacer ruido, rodeado de sus seres queridos, escuchando cómo una de sus chicas le recitaba en su lecho de muerte versos de Juan Ramón Jiménez y le ponía canciones de los Beatles. Este lunes, 4 de mayo, ha muerto Jesús Hermida, icono del periodismo español que, gracias a un estilo propio, inconfundible y -pese a todo- inimitable, se convirtió en referente de la profesión y en centro de admiración para una legión de seguidores a los que nunca dejaba indiferentes. Tocó todos los palos -prensa, radio y televisión-, pero fue este último medio el que lo encumbró a los altares del estrellato. Fue el encargado de retransmitirnos, desde la recién inaugurada corresponsalía de Televisión Española en Nueva York, el hito de la llegada del hombre a la luna, el desastre de la guerra de Vietnam o el escándalo del Watergate, acontecimientos históricos que le harían inolvidable en el imaginario popular. De imponente figura y singular y rebelde flequillo, su no menos característica voz se ha apagado a los setenta y siete años de edad. Muy pocos han contado con el cariño de la audiencia, siendo uno de los escasos privilegiados a los que el público consideraba como uno de lo suyos gracias a su cercanía y credibilidad.


    Cuando Ana Blanco anunció, casi al final del Telediario, que había muerto el hijo del pescador, resultó inevitable que se me vinieran a la mente su verbo preciso, pausado y profundo en busca del mayor número de sinónimos posibles que reflejaran la realidad que con tanto empeño se esforzaba en dibujarnos; sus escorzos físicos, más propios de un equilibrista que de un presentador de televisión, con la cabeza para un lado, las piernas para otro, los brazos para el contrario... y el flequillo a su aire, sin por ello perder la armonía del conjunto; su andar parsimonioso por los platós, cabeceando con las manos metidas en los bolsillos; su mirada escrutadora – a veces fulminante- dedicada a unos invitados siempre agradecidos ante la galante cortesía del entrevistador. Historia viva de la televisión hasta hace unos días, nadie mejor que él supo dar fe con pasión de unos acontecimientos que él mismo contribuyó a engrandecer con su propio sello de hacer periodismo. Si hubiera nacido en Estados Unidos, los americanos -que para esto de alabar méritos ajenos tienen menos complejos que los europeos- lo situarían a la altura del mismísimo Walter Cronkite. Aún así, sin que sirva de precedente, creo que su figura sí recibió en vida el reconocimiento merecido. Y es que ante la evidencia de su talento no quedaba más remedio que rendirse, a pesar de que ese talento se pusiera en duda con motivo de la entrevista al Rey Juan Carlos por su setenta y cinco cumpleaños. Dicen quienes lo conocieron que le dolieron las críticas y que se retiró disgustado con una profesión que no le perdonó ese tropiezo. Sea como fuere, Don Jesús, siempre nos quedará la luna.