jueves, 29 de octubre de 2015

Huele a podrido en Cataluña

 

Hace ya diez años que un Pasqual Maragall en horas bajas, quien fuera presidente de la Generalitat por obra y gracia de un infumable tripartido gestado en el Pacto del Tinell, cogió el micrófono en el Parlament para espetarle a Artur Mas y los suyos aquello del problema del 3%. Nunca antes un problema ha dado tanto de qué hablar. Un silencio atronador se apoderó durante unos instantes en los que sus señorías se miraban, estupefactos, los unos a los otros sin terminar de creerse que aquello estuviese sucediendo. El espectáculo fue dantesco, por cuanto nunca antes se hizo gala de un cinismo de tal calibre. Los que asistieron a tan histórica y reveladora sesión no sabían si echarse a llorar o, muy por el contrario, hacer cola ante el escaño de Maragall para confesarle “machote, olé tus cojones. Gracias por inmolarte y salvar el chiringuito para el resto de los que estamos por aquí con más vergüenza que dignidad. Te doy mi enhorabuena... y mi pésame. Eres un valiente, Pascualín. Te pido perdón por ser un cobarde miserable, pero tengo que comer y seguir pagando la hipoteca y los estudios de mis vástagos, que bien sabes tú lo que chupan los bancos y la prole. Pues nada, que nos vemos por los pasillos”. A continuación, Artur Mas, con toda la cara dura de cemento armado que le caracteriza, le replicó con voz pausada y amenazante -al estilo de los Soprano- que había perdido los papeles y que, por el bien de Cataluña, le instaba a retirar esas injustas palabras que tanto daño le harían al futuro país por el que ambos luchaban con tanto sacrificio personal. Y, efectivamente, el señor Maragall las retiró como si tal cosa, creyendo que con ese paso atrás se salvaban los muebles como si nada hubiera pasado, al estilo Men in black, que un poquito de amnesia colectiva viene bien de vez en cuando. Aquí paz y después gloria.

De aquellos polvos vienen estos lodos. Maragall levantó la liebre sobre la corrupción instalada en la cúpula de CiU desde que el Molt Honorable sentara sus posaderas en la Generalitat entre 1980 y 2003. Las alfombras oficiales tapaban tanta podredumbre institucional que llegó el momento en que un osado Maragall entendió como inevitable -no se sabe bien por qué- hacer público lo que todos sabían y también todos ocultaban con un pacto de silencio que a todos favorecía, de ahí que haya más culpables de los que de momento han salido a la palestra, entre ellos un tal Duran i Lleida que pretende salirse de rositas. Después de eso es cuando se han aireado los turbios y presuntamente delictivos negocios de los Pujol, en el que por unos motivos o por otros están imputados desde Jordi sénior hasta el benjamín de sus hijos, pasando por su señora esposa, la señora Ferrusola. ¿Y cuál creen ustedes que ha sido la defensa esgrimida por el clan y sus fieles servidores? Faltaría más: pues que todo es un ataque a Cataluña y a sus dirigentes por parte de un Estado opresor como el español que subyuga la voluntad de la mayoría del pueblo catalán. Y a partir de ahí se ha acelerado el proceso de deriva independentista pilotado por Mas y sus secuaces, envolviéndose en la bandera del nacionalismo para tapar las vergüenzas de una maquinaria en la que andan implicados un buen puñado de prebostes que buscan su impunidad con la ansiada y a la vez imposible declaración del Estat Catalá. Por mucho que se convoquen seudo referéndums y elecciones plebiscitarias sólo imaginadas por personajillos ebrios de un absurdo heroísmo, llegados a este punto de locura por parte de quienes se atribuyen la representación de una inexistente mayoría soberanista, es necesario que el Estado central se muestre inflexible y aplique con rigor los resortes legales que la Constitución pone a su disposición; es decir, llevar al terreno de la práctica el tantas veces mentado artículo 155 o, lo que es lo mismo, darles un toque de atención para que se avengan a razones a quienes andan embarcados en esta desquiciada aventura. No queda otra que ponerse serios con quienes llevan demasiado tiempo mofándose de España y de sus instituciones. Si por matar a un lagarto en peligro de extinción te puede caer la del pulpo, espero que al chulo de Mas y compañía se les aplique el código penal donde dice aquello de incitación a la sedición. Verán ustedes cómo entonces los que nos reímos somos nosotros. Huele a podrido en Cataluña y algunos lo quieren ocultar con un manto de independentismo ausente de la conciencia de la mayoría del pueblo catalán. Que se investiguen hasta las últimas consecuencias las fechorías de los Pujol, y que caiga todo el peso de la ley sobre quienes mantienen un pulso con aires secesionistas entre una Comunidad Autónoma y el Estado español, único existente entre el estrecho de Gibraltar y los Pirineos.

martes, 13 de octubre de 2015

A vueltas con el tonto de Willy

   En este país llamado España tiene que andarse uno con mucho ojo con aquello de decir que se siente orgulloso de su patria, que se siente orgulloso de ser español, no vaya a ser que lo tachen de facha, fascista, franquista y no sé cuántas lindezas más. Lo que sucede en nuestro país creo que no tiene parangón en ningún otro lugar del mundo. Uno no puede ir por la calle tranquilamente llevando una camiseta, o una pulsera, con la banderita de España, puesto que el incauto que cometa esa locura corre el riesgo de no salir indemne del paseo. Esta es una tendencia que está de moda desde hace mucho tiempo, pero que está recobrando vigor desde que los podemitas y sus adláteres han irrumpido en el panorama político, con la repercusión que les dan tanto los medios de comunicación que les son afines como las redes sociales que tan hábilmente saben manejar.

   Ayer, 12 de octubre, se celebró el día de la Fiesta Nacional, denominación así recogida por la Ley 18/1987, de 7 de octubre, firmada por un tal Felipe González Márquez, socialista que se sepa. Y claro, como era de esperar,  a algunos parece que les han salido ronchas en la piel por aquello de que son alérgicos a todo lo que haga referencia a la nación española. Desde las últimas elecciones municipales y autonómicas –antes también, pero ahora es cuando más visibles se han hecho- pululan por el espectro político unos personajes que se creen con el derecho a repartir patentes de corso sobre aquello que es correcto y lo que no lo es, sobre lo que está bien o mal, sobre lo que es democrático o no, sobre lo que es pecaminoso o virtuoso, y lo hacen con tal desprecio y falta de respeto hacia aquellos que no comulgan con su espectro ideológico, que uno se sorprende de que a estos charlatanes les hagan el menor caso. Pero parece que sí, que tienen sus seguidores, incluso hasta votantes que los han catapultado a algunas alcaldías de postín. Y ahí tenemos predicando desde sus respectivas atalayas a Ada Colau y a un tal Kichi, éste desde Cádiz, sermoneando al personal que los quiere oír con un sinfín de estupideces sobre el día de la fiesta nacional. Y, cómo no, también han hecho su aparición una serie de convidados de piedra como Willy Toledo y Carlos Bardem. Sí, han leído bien: Carlos, no Javier. Esta vez ha sido el otro hijo de doña Pilar el que ha tenido a bien ilustrarnos con sus inquietudes intelectuales.

   La verdad es que esta vez el tonto de Willy se ha pasado dos pueblos. Si bien Colau y Kichi –habrá que preguntarle de dónde procede ese cursi apelativo- se han limitado a señalar que el día de la Hispanidad España no debería celebrar nada en especial, puesto que lo que se cometió a partir de un 12 de octubre de 1492 fue, según estos ilustres prebostes, un genocidio en nombre de Dios, el memo de Willy ha ido un poco más allá de esa crítica para desbarrar de tal forma que uno no deja de sorprenderse de hasta dónde puede llegar la estupidez humana. Se podrá o no estar de acuerdo con los alcaldes de Barcelona y Cádiz –ciertamente los españoles no fuimos unos santos allende los mares durante la época de la conquista y colononización de América-; incluso, si no fuera porque de sus declaraciones se deduce hostilidad y negación a todo aquello que represente España, hasta cierto punto se les podría dar la razón, con todas las matizaciones y reservas que ustedes quieran.  Pero el caso del retrasado de Willy es que huele a podrido, no sólo por el hecho de que hayamos asistido, vía twitter, a una auténtica diarrea mental. Atentos. Esto es lo que este pobre hombre ha dicho, y cito –con perdón- textualmente: “ Me  cago en el 12 de octubre; me cago en la fiesta nacional (yo me quedo en la cama igual, pues la música militar nunca me supo levantar); me cago en la monarquía y sus monarcas; me cago en el descubrimiento; me defeco en los conquistadores codiciosos y asesinos; me cago en la conquista genocida de América; me cago en la Virgen del Pilar y me cago en todo lo que se menea. Nada que celebrar. Mucho que defecar”. No sé cómo lo habrá hecho, porque para mí que esa inmundicia verbal suma más de 140 caracteres. Pero bueno, a lo que vamos. Aquí tenemos resumida la inquina del majadero de Willy hacia su país. Estarán conmigo en que, aparte de simpatías políticas, este hombre está para que lo encierren. ¡Qué le habrá hecho España al tarado de Willy para que la tenga en tan baja estima! Por cierto, no sé si sabrá el mentecato de Willy que la Virgen en la que se ha cagado es, casualmente, patrona de la Guardia Civil. Se lo digo para que a partir de ahora vaya con más cuidado y respete con exquisito celo las normas de circulación cada vez que se ponga al volante de su coche. Que un guardia civil puede ser muy profesional, pero eso no le quita para que si se topa con este individuo le revise hasta los limpiaparabrisas para ver si le puede cascar una buena multitua como Dios manda. Aunque, ahora que caigo, creo recordar que escuché decir una vez al imbécil de Willy que no tenía coche.
  
En fin. Que parece ser que hay algunos que no se sienten a gusto en esta España nuestra, que despotrican alegremente contra las tradiciones e instituciones del Estado, que desearían que España fuera otra cosa distinta de lo que es: algo parecido a Venezuela, a una república bananera, a una federación de repúblicas bananeras… o vaya usted a saber qué. Estos nuevos mesías como Colau, el Kichi, Carmena, Pablo Iglesias y compañía – al necio de Willy ya ni siquiera lo menciono en este apartado; no merece la pena- quisieran vivir en un país distinto porque éste no termina de agradarles, y para remediar eso están dispuestos a realizar una serie de cambios estructurales para que a España no la reconozca ni la madre que la parió. Por desgracia, lo único que nos une – y ya casi ni eso- es el fútbol, con las excepciones de los pitos a Piqué cada vez que  juega con la selección española, y de los silbidos al himno nacional cada vez que al Barça y al Bilbao les da por disputar la final de la Copa del Rey. Eso sí, para cuando falle el fútbol, ahí tenemos siempre dispuesta a la selección de baloncesto capitaneada por un catalán, que tantos o más éxitos nos ha dado. El caso, y concluyendo, es que vivimos en un país al que algunos se empeñan en poner como chupa de dómine, con o sin justificación; un país democrático como el nuestro al que algún que otro iluminado considera poco menos que una dictadura por el solo hecho de que la mayoría no comparta sus descerebradas ideas; un país avanzado al que algunos tachan de anticuado porque en nuestra bandera ondea una corona y, dónde va a parar, habiendo buenas y sabias repúblicas... que se aparten las viejas y desastrosas monarquías. Pues bien, a todos aquellos que no se sienten representados por el país en el que viven, que no sigan sufriendo, puesto que nadie los obliga a permanecer en él: que cojan sus maletas rumbo a esos otros paraísos a los que adoran y comprueben lo que durarían en libertad si se atrevieran a soltar allí lo mismo que dicen aquí. Esa es la diferencia –entre otras muchas, claro está- entre democracias como la española y dictaduras como la cubana o la venezolana: que mientras en las primeras puedes expresar sin temor a represalias tu descontento con el régimen político, en las segundas pones en riesgo tu vida y tu libertad si llevas la contraria a la política gubernamental. Me parece bien que haya quienes critiquen el sistema español, que luchen en buena lid por darle la vuelta al calcetín y transformar a España en otra cosa distinta. Faltaría más. Están en su derecho, pero que no nos pongan como referencia modelos bastante menos desarrollados que el nuestro como si fuera el maná a todos los males. Que no nos traten de engañar con experimentos que solo nos conducirían al abismo. Pero, por encima de todo, que respeten a una inmensa mayoría que nos sentimos orgullosos de ser españoles y de vivir en un estado monárquico representado en la persona de Su Majestad don Felipe VI. Si quieren cambiar el statu quo, que lo hagan desde las urnas. Mientras eso sucede, sólo les pido que respeten a la multitud que no pensamos como ellos. Que si me apetece, aunque no es mi caso, pueda caminar por las calles de Cáceres  enfundado en una camiseta con la bandera de España sin miedo a que me señalen con el dedo y me llamen de todo menos bonito. 

martes, 6 de octubre de 2015

En defensa de Madrigalejo

 
 Al sureste de la provincia de Cáceres, limítrofe casi con la de Badajoz, se sitúa en el mapa una pequeña localidad de algo menos de dos mil habitantes que se ha levantado en armas contra el imperdonable olvido perpetrado por la serie de Televisión Española “Carlos, Rey Emperador”. Me estoy refiriendo a Madrigalejo, en cuyo término municipal tuvo lugar un suceso histórico de primer orden: allí fue, durante la madrugada del 23 de enero de 1516, donde halló la muerte Fernando II de Aragón y V de Castilla, más conocido como Fernando el Católico. Procedente de Plasencia, iba camino del Real Monasterio de Nuestra Señora de Guadalupe para asistir al capítulo de las órdenes de Calatrava y Alcántara, cuando su séquito decidió hacer parada y fonda en la llamada Casa de Santa María ante el empeoramiento general del estado de salud del monarca. Enfermo de gota y con el corazón debilitado a causa de su avanzada edad (63 años), tampoco contribuyeron a su restablecimiento físico los brebajes de hiervas afrodisíacas que cuentan las crónicas que tomaba para conseguir quedar encinta a su segunda esposa, Germana de Foix, treinta y cinco años más joven que él.


   Pues bien, tras los muros de aquel caserón, viendo Fernando próxima la hora en que debía rendir cuentas al Todopoderoso, tomó la trascendental decisión de redactar, un día antes de su muerte, un último testamento cuyas estipulaciones constituyen las bases de lo que hoy conocemos como España. Así, nombró heredera universal a su hija Juana La Loca, unificando por primera vez bajo una misma corona todos los territorios de la Península Ibérica, aunque como consecuencia de su precaria salud mental sería su hijo Carlos I de España y V de Alemania –nieto de Fernando- quien reinaría de facto. Por lo tanto, examinados estos antecedentes, huelga subrayar la importancia de la efeméride y del papel que la Historia reservaba por méritos propios a Madrigalejo, pero que el paso de los siglos se ha empeñado en borrar injustamente de sus anales. Y al igual que la premiada serie “Isabel” –predecesora inmediata de esta otra que comento y también emitida con gran éxito de crítica y audiencia en Televisión Española- sacó del ostracismo turístico enclaves cruciales durante los avatares de la monarquía de los Reyes Católicos, se espera que “Carlos, Rey Emperador” haga lo propio con aquellos otros emplazamientos que jugaron un papel destacado durante el reinado de Carlos V. Pero, por lo visto, los guionistas estarían distraídos con cuestiones de mayor calado intelectual, saltándose a la torera cualquier referencia sobre el asunto en cuestión durante el primer capítulo de la serie, en el que, a modo de introducción, se hace un recorrido previo por los acontecimientos en el que nada se dice ni de Fernando ni del testamento firmado en aquel trance y lugar.


   La indignación, por no utilizar palabras más gruesas que convendrían más al caso, no ha tardado en recorrer cada rincón de cada calle de Madrigalejo. Su alcalde, Sergio Rey, así como la presidenta de la Asociación Cultural “Fernando el Católico. V Centenario”, Guadalupe Rodríguez, han sido los primeros en enarbolar el estandarte del malestar que entre sus convecinos ha provocado este ominoso silencio por parte de la televisión pública. Parece ser que el alboroto ha tenido su repercusión incluso entre los medios de comunicación a nivel nacional, aunque hay que reconocer a El Periódico Extremadura la paternidad de la primicia. Tanto la Cadena SER, como Onda Cero, así como un excelente artículo publicado por David Vigario en el diario El Mundo, se han hecho eco de una noticia que trata de paliar la afrenta cometida por la serie de marras. Cómo no habrá sentado de mal, que hasta el senador del Partido Popular, Diego Sánchez Duque, ha anunciado la presentación ante la Cámara Alta de una enmienda a los Presupuestos Generales del Estado con el fin de que el V Centenario del fallecimiento de Fernando el Católico sea declarado acontecimiento de excepcional interés público. Quizás la polémica desatada ayude a reparar el daño causado, puesto que estoy convencido de a partir de ahora Madrigalejo tendrá mayor repercusión mediática que si, de hecho, hubieran aparecido referencias expresas en la serie. No hay mal que por bien no venga.

domingo, 4 de octubre de 2015

El mesías

  
   Hace ya bastante tiempo que me venía rondando por la cabeza dedicarle un artículo a Pablo Iglesias pero, por unas cosas o por otras, la inspiración no terminaba de iluminarme, mostrándose reacia a brotar de mi pluma. El caso es que, con inspiración o sin ella –más bien lo segundo-, al final me he decidido por aporrear el teclado del ordenador a ver qué es lo que daba de sí mi desdichado caletre. No es que me preocupe mucho el hecho de redactar un buen artículo, pues la simpleza y la superficialidad del personaje tampoco lo requieren, pero por respeto a todos aquellos que tienen a bien leer este blog voy a intentar poner lo mejor de mí mismo para que salga algo decente de todo esto. Si al final el resultado es cutre, espero que sepan perdonarme. No siempre tiene uno a las musas de su parte y me temo que, en esta ocasión, no han acudido solícitas a mis cantos de sirena. Supongo que se habrán reservado para mejor ocasión. No las culpo.

   Lo primero que me llamó la atención cuando supe de la existencia de Pablo Iglesias no fueron ni su cara de niño despistado ni su cuidada y larga cabellera. No. Lo que más me llamó la atención fue una venturosa coincidencia: que compartiese nombre y apellido con el fundador del PSOE y la UGT. Ya sé que esto es una estupidez, pero bueno, aquí lo dejo reflejado como curiosidad. Eso sí, es de esperar que cuando “coleta morada” siente sus posaderas en el Congreso de los Diputados no se dedique a verter las mismas amenazas de las que hacía gala su tocayo allá por los albores del siglo pasado. Y es que –aunque me desvíe un poco del tema- los socialistas suelen presumir sin reparo cada vez que cacarean ese falso eslogan sobre los pretendidos cien años de honradez del PSOE. Sí, sí. Cien años de honradez… y de amenazas. Y si no, que se lo pregunten a don Antonio Maura, jefe del partido conservador en la oposición, cuando en un debate en el Congreso celebrado el 7 de julio de 1910, el marxista Paglo Iglesias se descolgó con estas declaraciones: “Tal ha sido la indignación producida por la política del gobierno presidido por el Sr. Maura, que los elementos proletarios (…) hemos llegado al extremo de considerar que antes que Su Señoría suba al poder debemos llegar al atentado personal”. Dos semanas más tarde, Maura  recibió dos disparos, uno en un brazo y otro en un muslo, en la estación de Barcelona, a la que llegaba en tren procedente de Madrid. Hacía menos de un mes que el bueno de Pablo –el tipógrafo- había conseguido el acta de diputado y ya estaba mancillando con su violencia verbal la sede de la soberanía nacional. Por supuesto, no condenó el atentado contra Maura. Así se las gastaban los socialistas de entonces.
  
   Pido disculpas por este pequeño paréntesis histórico, pero a veces hace falta explicar determinadas circunstancias para poner a cada uno en su sitio. El caso es que, volviendo a don Pablo –el politólogo y profesor universitario-, su partido ha hecho acto de presencia en el panorama político patrio con la misma fuerza con la que terminará por diluirse. Es cierto que en las elecciones al Parlamento Europeo de mayo del año pasado consiguieron, para sorpresa de propios y extraños, la nada despreciable cifra de 1.253.837 votos, gracias a los cuales obtuvieron cinco escaños en Estrasburgo. A partir de entonces se han generado unas lógicas expectativas típicas de todo aquello que irrumpe con la frescura de lo novedoso y que, aprovechando las debilidades de un sistema político puestas de manifiesto por esta interminable crisis económica, ataca sin piedad las estructuras sobre las que se asienta nuestra democracia sin pararse a pensar en el daño irreparable que ello puede provocar. Negar, como ha hecho, la ingente labor desarrollada durante la Transición para dotarnos de una Constitución y de un sistema de derechos y libertades comparable al más avanzado de los Estados europeos revela la inconsciencia y la temeridad de quien se atreve a afirma tal barbaridad. Tratar de echar por tierra y desprestigiar la obra de una de las etapas más brillantes de nuestra historia es propio de un mentecato como el señor Iglesias. En honor a la verdad, tampoco debería sorprendernos su osadía dialéctica, pues poco o nada puede esperarse del hijo de un antiguo militante de las FRAP (Frente Revolucionario Antifascista y Patriota), organización terrorista surgida de una escisión del Partido Comunista que actuó durante el final del franquismo y que cuenta en su haber con varios asesinatos. De las cinco últimas sentencias de muerte dictadas por la dictadura, tres de ellas correspondían a miembros de esta organización criminal.

   No seré yo quien le niegue méritos al Secretario General de PODEMOS, pero sus evidentes aciertos se deben más a errores ajenos. Después de la consulta europea, con el ego y la prepotencia propios de quienes se creen llamados a entrar en la historia por la puerta grande, despreciando con auténtico desdén los logros conseguidos a lo largo y ancho de todos estos años, se han dedicado a desplegar con insultante chulería su plumaje de pavos reales para ver si así nos abducían con sus pócimas milagrosas y sucumbíamos a su mensaje catastrofista. Evidentemente, las cosas no van pero que nada bien: la pérdida de derechos sociales, el lamentable estado de la educación, los casos de corrupción en el PP y una sanidad manifiestamente mejorable, entre otras cuestiones, no es la mejor tarjeta de presentación para evitar que estos advenedizos hagan de las suyas. Yo soy el primero en reconocer que tienen todo el derecho del mundo en su crítica despiadada y furibunda, pero eso no debería servirles de cuartada, de caldo de cultivo, para que nos metan el miedo en el cuerpo y se postulen ellos mismos como los salvadores ante la debacle que se nos vendría encima si no votamos a su opción redentora. A esta situación han contribuido en gran medida determinados medios de comunicación –Cuatro y La Sexta, fundamentalmente- que, desde sus postulados de izquierda han prestado sus altavoces a chavistas de la categoría de Iñigo Errejón o Juan Carlos Monedero. A todas horas los teníamos en los programas de televisión sermoneándonos sobre aspectos como la maldad intrínseca de la casta política, haciendo auténticos juegos malabares para convencernos de que hay que reducir a cenizas el pasado más reciente para reconstruir un nuevo edificio despojado de los vicios que afectan al actual. Y precisamente aquello que contribuyó a catapultarles les ha pasado  factura por la sobreexposición mediática de sus líderes. El progresivo descenso de votos en las elecciones andaluzas, autonómicas, municipales y catalanas evidencian la pérdida de fuelle del efecto PODEMOS en favor de Ciudadanos, formación ésta liderada por Albert Rivera que, desde un punto de vista igualmente crítico pero diametralmente opuesto al de Pablo Iglesias y sus seguidores, está sabiendo atraerse a un amplio sector del electorado sin las rupturas traumáticas ni las salidas de tono características de los podemitas.

  Esta semana, Mariano Rajoy ha desvelado que las elecciones generales se celebrarán el 20 de diciembre. Mi oposición ideológica a PODEMOS no llega al extremo de negar la evidencia de que en esta nueva cita con las urnas los de Pablo Iglesias seguramente consigan un más que aceptable resultado electoral; quizá no tan bueno como ellos desean, pero sí es cierto que se van a convertir en una fuerza política con la suficiente representación parlamentaria como para que su voz se tenga en cuenta a la hora de diseñar y priorizar una nueva política no vista en nuestro país hasta ahora. Y eso tiene de positivo el hecho de que se volverá a imponer el diálogo como herramienta para elaborar las directrices básicas de esta nueva época. Debemos de una vez por todas superar los viejos atavismos que han impedido al sistema político español evolucionar como lo han hecho el de otros países, caminar por una senda de entendimiento que arrincone para siempre el dañino y visceral antagonismo entre izquierdas y derechas, entre progresistas y conservadores. En definitiva, hay que hacer todo lo posible por relativizar los absolutismos, por mandar al baúl de los recuerdos el lenguaje guerracivilista que algunos se niegan a abandonar. Vivimos un momento histórico en el que la clase política no puede permitirse la ocasión de malograr las oportunidades que surgirán a partir del 20 de diciembre. Tengo la convicción de que la sociedad no les perdonaría que siguiesen empecinados en tirarse los trastos a la cabeza en lugar de remar todos juntos en pos de un objetivo común: mejorar las condiciones de vida de un pueblo que se siente, y con razón, zaherido por una clase política que en la mayoría de las ocasiones se muestra ajena, cuando no ausente, ante una realidad que clama con insistencia medidas para paliar los males que la afligen. Dudo mucho que Pablo Iglesias sea la solución a todos esos males, pero no es menos cierto que puede contribuir a inaugurar una nueva era que centre sus intereses en las auténticas necesidades ciudadanas. Esperemos que la realidad de los hechos le haga replantearse sus posiciones populistas y radicales, porque ello irá no solo en favor de su partido sino que redundaría en beneficio de todos. Y en todo esto, Pedro Sánchez también tendrá algo que decir. Porque si de lo que se trata es de aplicar en España las políticas bolivarianas de Nicolás Maduro en Venezuela, que no cuenten ni con mi voto ni con mi silencio. Bastante tuvimos ya con sufrir siete años al iluminado de Zapatero como para que ahora intenten imponernos una mala copia de Hugo Chávez. Aquí nadie está a la espera de ningún mesías. Lo único que deseamos es seguir confiando, con todo el esfuerzo que ello implica, en una clase política que ya bastante nos ha defraudado, pero que no tenemos más remedio que seguir creyendo en ella porque, no nos engañemos, la política es imprescindible para el funcionamiento del sistema. Eso sí, queremos a políticos responsables, no a vendehúmos de pacotilla.

miércoles, 23 de septiembre de 2015

¡Vaya panda!

   
   Señoras y señores, la identidad nacional está en peligro. Y no lo digo por la que está montando el señor Mas de cara a las próximas elecciones catalanas y a su descerebrada idea de proclamar la independencia de un país que solamente existe en su mente calenturienta. No. Parece ser que ahora está de moda airear a los cuatro vientos que uno ni es español ni jamás se ha sentido como tal, aunque haya nacido en Madrid y sea más castizo que San Isidro, la verbena de la Paloma o el oso y el madroño. Lo hemos podido comprobar con el bailarín Nacho Duato, con el futbolista-entrenador Pep Guardiola y, más recientemente, con el director de cine Fernando Trueba. Cuando uno escucha exabruptos de este calibre, lo primero que se le viene a la cabeza es qué les habrá hecho la madre patria a estos fulanos para que se descuelguen ahora con estas declaraciones. Supongo que serán portadores de algún tipo de odio interno por vaya usted a saber qué traumas de juventud aún no superados. Qué buenos pacientes hubiera tenido Sigmund Freud en estos apóstatas de última hora. También es casualidad que haya sido ahora, y no cuando chupaban del bote, cuando sus conciencias han hecho acto de presencia. Pero ya se sabe que, entre el honor y el dinero, lo segundo es lo primero.

   Centrando el foco de atención en nuestro amigo Fernando Trueba - que, dicho sea de paso, lleva cerca de veinte años sin hacer una película en condiciones-, de un tiempo a esta parte andaría el hombre algo distraído porque, ya les digo, desde que rodara “La niña de tus ojos” allá por 1998, no ha vuelto a dar pie con bola. Su filmografía es perfectamente prescindible desde entonces. Así que, el bueno de Fernando, aburrido en su casa como estaba y sin nada mejor que hacer, vio el cielo abierto cuando supo que le iban a hacer entrega del premio nacional de cinematografía, y no halló mejor ocasión para expulsar la ira que lo corroe que aprenderse un estrafalario discursito en el que, ante el atónito ministro de Educación y Cultura, afirmaba categóricamente que nunca se ha sentido español y que, para más inri, le hubiera gustado que la Guerra de la Independencia la hubieran ganado los franceses. En esto creo que se equivocó de siglo y de contienda, porque estoy seguro de que lo que realmente quiso decir  es que le hubiese gustado que la guerra civil española la hubieran ganado los republicanos. Y es que, Fernando, para una vez que te da un ataque de sinceridad, ni siquiera eres capaz de reconocer las cosas como son. No te engañes a ti mismo, que eso está muy feo y es el peor error que uno puede cometer. En el siguiente premio que te otorguen – si dependiera de la calidad técnica de tus películas, seguramente ya no estaré en este mundo para verlo- tienes que reconocer eso, que la España de hoy en día no sería tan desgraciada de haber sido los partidarios de la república los victoriosos de aquella lucha fratricida y aciaga.

   Se harán ustedes cargo, después de esta patochada, del nivel intelectual del personaje. A lo mejor, habrá pensado el señor Trueba que con los gabachos le hubiera ido mejor en su errática carrera cinematográfica. No lo creo, porque el que es malo de solemnidad lo es tanto aquí como allá. Y es que, cómo son estas gentes del cine: desde aquello del “No a la guerra” durante la entrega de los Goya del año 2003 no han dejado de comportarse como unos niños díscolos y desagradecidos. Tengo para mí que nuestro querido compatriota Fernando no pasaba por un buen momento artístico, y para salir de ese trance y hacerse visible no ha tenido mejor ni mayor ocurrencia que centrar la atención del modo más absurdo. No se lo voy achacar a la edad, pues a sus 60 años y a la buena vida que se ha pegado no puede decirse que las neuronas le hayan jugado una mala pasada. Para neuronas cansadas las de un minero, con la incertidumbre de si llegará vivo al final de la jornada, y no las de un director de cine aburguesado que alardea de una intelectualidad de la que carece. Por eso, tengo la convicción de que como hacía mucho tiempo que no aparecía en la primera plana de los medios de comunicación, al buen señor le ha dado por sacar los pies del tiesto soltando sandeces por doquier. Adolece del mismo defecto que otro colega suyo de profesión, más famoso últimamente también por sus polémicas manifestaciones que por sus películas - el manchego Pedro Almodóvar, otro sujeto escaso de caletre que suele soltar chorradas a niveles industriales-: es decir, el odio feroz a todo aquello que no sea comulgar con sus ideales, la falta de respeto a quienes no piensan como ellos. Almodóvar, por cierto, es ganador de otro Oscar por "Todo sobre mi madre", lo cual me lleva a preguntarme si el Oscar te vuelve tonto o eso viene ya de serie. Y luego querrán estas almas caritativas que vayamos a ver sus engendros, quejándose a voz en grito de que el cine español siga incurso en una crisis a la que no se le atisba una pronta salida, salvo que a Santiago Segura le dé por hacer otro Torrente. Por eso, no me extraña que algunos hayan celebrado el regreso a la cartelera  de Amenábar. Éste, de momento, todavía no se ha destapado; ya veremos lo que tarda en hacerlo. En cuanto a Garci, supongo que ya está de vuelta de todo y no creo que nos dé ninguna sorpresa en este sentido. 

    Don Fernando, si tan avergonzado se siente de ser español, compórtese con dignidad –si es que la tiene- y coherencia –si es que es capaz- y empiece por renunciar a los 30.000 € con los que está dotado el premio nacional al que ha denostado con sus desafortunadas manifestaciones, amén de devolver la millonada en subvenciones que han recibido sus películas a lo largo de su trayectoria y que bien se hubieran podido dedicar a otros menesteres más necesarios. De todos modos, si es que parece usted masoca: se ha podido ahorrar veintidós años de sangrantes úlceras de haber escupido su sentimiento antiespañol durante la recogida del merecido Oscar por “Belle Époque”. Esa sí que habría sido una ocasión majestuosa para hacer partícipe de sus cuitas al orbe entero. En vez de entretenerse con aquella cursilería de Billy Wilder, habría hecho mejor en reconocer ante ese abarrotado y excelso auditorio que lo suyo no es una cuestión de banderas, que usted de español no tiene ni migita. Habríamos salido todos ganando. Así que, háganos un favor a una inmensa mayoría: cójase un saxofón y váyase con la música de jazz a otra parte. Tanto los cinéfilos como los melómanos estaremos en deuda con usted. Y para terminar, un consejo: no tarde mucho tiempo en abandonar nuestras fronteras, no vaya a ser que a la indignada hinchada de La Roja le dé por presentarse ante su domicilio y hacerle un escrache como medida de protesta. Que ya se sabe que en este país te puedes meter hasta con el rey, pero eso de decir que en los mundiales tú siempre vas con el equipo contrario... Hay que ser miope - y lo digo en sentido figurado- para no darse cuenta que con el fútbol hemos topado, amigo Trueba.

domingo, 9 de agosto de 2015

Carta abierta a un maldito pirómano

No sé si habréis sido uno, dos o tres los sinvergüenzas que habéis perpetrado esta tragedia. Vayan para cada uno de vosotros estas palabras rebosantes de indignación, estupor, impotencia, cabreo... Espero poder mantener un tono correcto a lo largo de esta carta, aunque tampoco voy a perder mucho tiempo en acudir a la RAE para buscar el término más adecuado: si se me escapa algún que otro hideputa bien empleado estará, con la convicción de que me quedo corto en el calificativo. Intentaré no perder las formas, no por respeto hacia vuestras execrables personas, sino para evitar desacreditarme sobre el fondo de la cuestión. Eso sí, no me arrepentiré en caso de no conseguirlo, aunque tampoco me sentiré orgulloso por ello. Y si a mis sobrinos menores de edad les diese por leer esto y no se encuentran más que palabras malsonantes, ya me encargaré yo de quitarle hierro al asunto haciéndoles entender que no es que su tío sea un malhablado, sino que hay gentuza por ahí suelta que merece ser tratada peor que alimañas.

   En mala hora se pusieron vuestros padres a la tarea de engendraros, pues todos habríamos salido ganando si en lugar de retozar sobre la cama se hubieran dedicado a ver los documentales de la dos. La Sierra de Gata, sin duda, lo hubiera agradecido. Por tanto, sois unos malnacidos, unos auténticos criminales merecedores de que recaiga sobre vosotros la mayor de las condenas: la de soltaros en las plazas de Acebo, de Hoyos o de Perales del Puerto para que sus paisanos os lapidaran y patearan hasta que echaseis la bilis por la boca. Eso es lo que nos gustaría a la mayoría. Pero no, se da la casualidad de que nosotros somos gente civilizada y esperaremos a que os den caza para que sea la Justicia la que os ponga a buen recaudo. Pero, por si acaso, y si en algo estimáis vuestra integridad física, una vez que sepamos quiénes sois los desalmados que habéis consumado este hecho deleznable, yo que vosotros no me dejaría ver por esos lares en mucho tiempo, que ya se sabe que la ira no es amiga de la razón. A buen seguro que si alguno de los vecinos que han visto cómo el fuego arrasaba sus viviendas, calcinaba sus tierras o abrasaba su ganado les diese por descerrojaros una pedrada en sálvese la parte, no íbamos a ser nosotros los que censurásemos su comportamiento. No sé si aplaudiríamos o no, pero tampoco nos iba a crear un dilema moral ver cómo brotaba sangre de unas cabezas que lo único que han demostrado es codicia por vaya usted a saber qué bastardos intereses económicos. O a lo peor resulta que estáis locos de atar y vuestros huesos se libran de ir a parar a la cárcel por eso del transtorno mental transitorio... Sea como fuere, nada ni nadie os librará del castigo que merecéis: la Justicia puede ser ciega, pero la cólera no. De eso no os quepa duda. En el anonimato vivíais y ahí tendríais que haber seguido. Ahora solo queda esperar que conozcáis las profundidades de las mazmorras a donde tendríais que ser conducidos para que paguéis con creces todo el mal que habéis provocado. No os ha importado poner en peligro vidas y haciendas ajenas, con lo cual no esperéis misericordia puesto que vosotros habéis demostrado carecer de esa virtud.

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Leo en la prensa que, a estas horas, el incendio ya ha sido controlado y se va a permitir regresar a sus hogares a todos los evacuados. Por desgracia, cuando suceden este tipo de catástrofes es cuando más se pone de manifiesto la solidaridad humana. El caso es que debemos sentirnos orgullosos de la reacción desinteresada de todos aquellos que han participado en las labores de extinción del infierno desatado durante estos días en una de las zonas de mayor valor natural de la provincia de Cáceres. ¿Y qué decir de todos esos voluntarios, bomberos, retenes del INFOEX, miembros de la UME, etc, etc? Ellos sí que son auténticos héroes y no los supermanes, batmans y spidermans del carajo con que nos bombardea la industria cinematográfica. Hombres y mujeres abnegados a los que habría que dedicarles el nombre de las calles y erigir monumentos en las plazas de nuestros pueblos para que no se nos olvidase su titánica labor. Ese es el espejo en el que debería reflejase la sociedad.





viernes, 17 de julio de 2015

¡Opositores, indignaos!


  
  No ha pasado todavía una semana y aún sigo lamiéndome las heridas. Supongo que la cosa tardará en cicatrizar, porque la cornada ha sido de doble trayectoria, afectando a órganos vitales. Resulta que uno acudía al examen de oposición pertrechado con los aperos propios de la ilusión y una pizca de los nervios típicos de tamaño envite, pero con la confianza de salir airoso después del esfuerzo dedicado en obtener una plaza fija en la Administración Pública. Y, oigan, créanme si les digo que he salido trasquilado de la faena: el morlaco me ha pillado a traición, con ensañamiento, lanzándome por los aires y haciendo de mí poco menos que un muñeco de trapo al que pisotear sin contemplaciones. La cosa es que mientras el miura se daba un buen festín a mi costa, empellón va y empellón viene, no salía de mi asombro al comprobar cómo otros muchos infelices corrían la misma suerte que yo. Por lo tanto, sirva este artículo como remedio para tratar de curar las contusiones. Ya les adelanto que no bastará con simple mercromina, sino que habrá que emplear cirugía invasiva.

    Lo que hemos experimentado los opositores este pasado domingo ha sido lo que podríamos denominar una auténtica encerrona. Dicen que los que tenían la desgracia de vérselas con el Tibunal del Santo Oficio estaban sentenciados a morir de antemano porque estaba todo atado y bien atado; pues algo por el estilo podría predicarse con respecto al Tribunal Calificador de las oposiciones para Auxiliar Administrativo de la Junta de Extremadura: sus miembros no han tenido compasión de los desdichados que hemos desfilado por los corrales. Íbamos al matadero y no lo sabíamos. Me imagino sus torvas miradas mientras preparaban las preguntas del examen que, más que preguntas, eran auténticos proyectiles lanzados contra la línea de flotación de la moral y la esperanza de quienes hemos apostado parte de nuestro tiempo, salud y dinero en la ingrata tarea de obtener una plaza fija. Mientras hacíamos el examen, y utilizo el plural porque es la sensación que me ha transmitido la inmensa mayoría de los compañeros con los que he tenido la oportunidad de hablar, se nos iba quedando cara de idiotas, al mismo tiempo que aumentaba el encabronamiento ante lo que contemplaban nuestros incrédulos ojos, no por los enunciados de las preguntas en sí, sino más bien por las intrincadas respuestas que se abrían a nuestro paso. A uno le iban entrando unas ganas irrefrenables de levantarse del pupitre y estamparle el examen de marras en el careto de los esmerados cuidadores encargados de velar por el buen orden en las aulas donde se celebraban las pruebas. Pero después de algunos segundos, pensando en que tenías más que perder que otra cosa, tratabas de recomponer la compostura y hacías denodados esfuerzos por embridar tu mala hostia pensando en que no debías ponerte a la misma altura que aquellos a los que criticabas, sin que eso fuera obstáculo para que te acordaras de los parientes de todos y cada uno de ellos. Una muestra inequívoca de las maquiavélicas intenciones de estos señores es que, al igual que otros muchos de mis compañeros, en una primera vuelta dejé en blanco las cuatro primeras preguntas, con lo cual la moral empezó a resquebrajarse desde el inicio. Otras veces, a medida que iba avanzando, leía los enunciados y esbozaba una triunfal sonrisa, como diciendo que ésa me la sabía y que el tribunal no me iba a pillar con el paso cambiado. Pero no pasaban más de cinco segundos para darte cuenta de que se trataba de un espejismo, que el tribunal había hecho a la perfección su tarea de acoso y derribo, y al instante te volvías a enfrascar en la pesadilla que estabas viviendo porque, por mucho que releyeras una y otra vez las respuestas, dudabas entre dos o tres opciones a la hora de contestar, y cuando te decidías por una con la seguridad de que ésa era la correcta y estabas dispuesto a dejarte cortar un brazo en caso contrario, resulta que vas y también la fallas, y te acuerdas entonces que menos mal que lo de cortarse el brazo era pura metáfora.


   
Cuando terminó el examen tuve una extraña sensación: no sabía si tirarme al cuello de los del tribunal o, por el contrario, darme de cabezazos en la cafetería de la Facultad de Filosofía y Letras. Decidí hacer caso a mis instintos y dejé lo de los cabezazos para peor ocasión. Nada más abandonar el aula me fui cruzando con almas en pena que deambulaban por los pasillos de la facultad con el semblante pálido. Al igual que yo, no se podían creer que después de meternos entre pecho y espalda un temario engañoso en cuanto al número de temas pero temible en cuanto a su contenido, no sabíamos si íbamos a pasar el corte o no. Nuestras dudas se disiparon al cabo de una hora, cuando los encargados del engendro tuvieron a bien exponer la plantilla de respuestas. No tardó en organizarse un remolino de gente alrededor, con sus teléfonos móviles en sus temblorosas manos para capturar la foto del santo grial. Cada vez estábamos más cerca de saber si alcanzaríamos la tierra prometida o, muy por el contrario, descenderíamos a los infiernos. Hice la instantánea como pude entre esa marabunta y, acto seguido, emprendí el camino a casa aturdido ante lo que presentía que se me venía encima. Mis peores presagios no me defraudaron: conforme iba corrigiendo el examen, con un cigarrillo entre la comisura de los labios que iba consumiéndose sin pena ni gloria ante la falta de caladas, por un momento llegué a pensar que se habían confundido en la solución de las preguntas, puesto que no era normal ver salpicada mi hoja de respuestas con tantos puntitos negros que delataban los errores cometidos. Fue en ese preciso momento cuando llegué a la irrefutable conclusión de que el tribunal se había reído de nosotros en nuestra propia cara.

    Lo de la mayoría de los tribunales de oposiciones en esta convocatoria ha sido de vergüenza. A más de uno de sus componentes me gustaría verlo haciendo el examen que ellos mismos han elaborado para comprobar si eran capaces de superarlo. Y es que resulta muy fácil hacer las preguntas tipo test con la ley por delante, sin ponerse en la piel del opositor. Está más que claro que lo de la empatía no va con ellos. He escuchado incluso que la presidenta de mi tribunal, el de auxiliar administrativo, andaba muy disgustada por los módulos del III Milenio ante los rumores que le están llegando de que el examen había sido muy complicado. Señora mía, deje usted de sufrir que ya se lo confirmo yo: el examen ha sido como para que una comisión de examinandos vayamos en comitiva en su búsqueda para correrla a gorrazos, a usted y a sus secuaces, porque no es de recibo que gente cualificada y muy bien preparada no hayan aprobado un ejercicio cuyo nivel de exigencia está muy por encima de la titulación de graduado escolar que se requiere para acceder a esa categoría. Si hay que poner un examen acorde con ese nivel de conocimientos y con ello crear una bolsa de trabajo de cientos de aspirantes, que así sea, pero no vengan ustedes a cachondearse de nosotros, y menos aún que jueguen con nuestro futuro de esa manera tan despiadada. Visto lo visto, habrá que ir pensando en cambiar el sistema de elección de los tribunales calificadores porque con el de esta convocatoria se han lucido. Lo que han perpetrado no tiene nombre; mejor dicho, sí lo tiene pero me lo voy a callar para que no me lluevan las demandas. ¿Para esto se han estado ustedes reuniendo durante semanas, con el consabido cobro de dietas, para plantarnos unos exámenes que hasta cualquiera que se estuviera preparando judicatura sudaría la gota gorda para sacar un miserable cinco? ¡Pero qué clase de desfachatez es esta! ¿Quiénes se han creído ustedes que son para jugar con el pan de la gente de esta forma tan miserable? ¿O es que ya no se acuerdan de que también ustedes fueron en su día opositores? ¿Con qué ánimo y motivación vuelve uno a zambullirse en esta locura si, con toda probabilidad, va a tener en frente a cinco individuos más preocupados en quitarse a gente de las bolsas de trabajo que en comprobar si poseen los conocimientos necesarios para desempeñar su trabajo con eficiencia? Evidentemente que un examen de oposición -donde solo llegan a la meta final los elegidos- no tiene que ser fácil, pero de ahí a lo que ha acontecido durante estas semanas media un abismo. Ustedes, al igual que yo, no desconocen que la mayoría de los interinos que formamos parte del cuerpo auxiliar administrativo somos licenciados y diplomados; es decir, que hemos estudiado una carrera universitaria y poseemos la capacidad intelectual suficiente como para superar con solvencia ciertas pruebas, por lo cual no queda más remedio que concluir que, en esta ocasión, los que han fracasado no hemos sido los opositores sino ustedes con su infinita torpeza. Señores miembros y miembras de tribunales, bájense del púlpito desde el que otean con desdén el proceloso mundo de las oposiciones porque con su incomprensible actitud están consumando una auténtica injusticia, dejando tiradas por el camino las ilusiones de personas que luchan hasta la extenuación por conseguir una plaza fija en el ámbito de la Administración Pública. Es más, me atrevo a decir que ustedes no están cualificados para ser miembros de tribunales: así lo han demostrado con su infinita torpeza a la hora de elaborar unos exámenes más propios de quienes aspiran a ser astronautas en lugar de simples servidores públicos.

   
En fin, que todos tenemos derecho al pataleo y yo no voy a ser menos, más aún cuando he dedicado tanto tiempo y sacrificio en preparar una prueba de fondo en la que, al final, me he caído con todo el equipo gracias a unos señores que vaya usted a saber cómo conseguirían ellos sus plazas de funcionarios. No voy a negar que escribo este post con la rabia de no haber aprobado un examen para que el sé que estoy preparado, y como yo otros cientos de opositores que nos hemos visto apeados del camino del éxito por las malvadas ocurrencias de un grupete empeñado en plantear una prueba de conocimientos que ni ellos mismos hubieran superado. No les voy a dar el gusto de decirles que me siento un fracasado, pero sí es cierto que esto le queda a uno tocado durante algún tiempo. Ustedes habrán logrado su objetivo de echar por tierra las ilusiones de quienes acudíamos a esta cita con la esperanza de lograr algún resultado positivo. El mío, por contra, habrá de esperar a mejor ocasión, se pospone hasta nuevo aviso, pero lo cierto es que no tiraré la toalla por mucho que se empeñen en hacer de las oposiciones de la Junta de Extremadura un terreno abonado al desaliento. Desde aquí hago un llamamiento a la indignación, a no a sucumbir ante la injusticia, la soberbia y la prepotencia. Después de esta desagradable experiencia, queda patente que la Junta no respeta a sus futuros empleados, muchos de ellos ya interinos a su servicio. Ni en la empresa privada se nos trataría tan mal. Entre otros motivos, aparte de los ya expuestos, porque no es de recibo que tengamos que soportar la incertidumbre de desconocer fechas concretas de exámenes hasta dos o tres meses antes: qué sentido tiene, si no es para regodearse en el sufrimiento ajeno, que nos hayamos examinado en julio de 2015 cuando resulta que la convocatoria se publicó en diciembre de 2013. Parece ser que Vara, durante la campaña electoral, prometió que iba a corregir este desaguisado. Esperemos que así sea y no se quede en papel mojado.