lunes, 24 de septiembre de 2012

Carrillo, héroe o villano.


El paso del tiempo es inexorable. Al final todos terminamos cediendo a su llamada con mayor o menor resistencia. El 18 de septiembre le tocó el turno a Santiago Carrillo: por la tarde se acostó la siesta sin saber que ya nunca más volvería a levantarse. La maltrecha salud del histórico dirigente del Partido Comunista de España (PCE), empedernido fumador de pitillos, cedió ante el peso de los noventa y siete años que le contemplaban. Su trayectoria vital da para algo de lo que poder enorgullecerse y para mucho de lo que tener que arrepentirse. Su biografía está enmarcada entre intensas luces y macabras sombras, entre una juventud batalladora y años de pragmática madurez. No puede contarse la historia de España del siglo XX sin hacer mención a su controvertida y polémica figura.

Fusilamientos de Paracuellos, de
 Carlos Sáenz de Tejada
A Carrillo le tocó vivir una época convulsa en la que las pasiones se excitaron hasta el extremo. Fue en los primeros meses de la guerra civil cuando se produjo el acontecimiento que le ha perseguido durante toda su vida: entre el 7 de noviembre y el 4 de diciembre de 1936, con el gobierno de la República iniciando su huida a Valencia, y siendo Carrillo Consejero de Orden Público de la Junta de Defensa de Madrid en representación de las Juventudes Socialistas Unificadas (JSU), tuvieron lugar las matanzas de Paracuellos del Jarama y Torrejón de Ardoz. Alguien, desde la Dirección General de Seguridad -dependiente del departamento que dirigía Carrillo- dio la orden de trasladar a los presos desde las cárceles de Madrid a las de Valencia. Con este sistema de sacas, practicadas con nocturnidad, se pretendía evitar que, ante la cercanía de las tropas nacionales a la capital, los militares confinados pudieran ponerse a las órdenes del general Varela. El destino que les esperaba era el de los fusilamientos en masa a manos de milicianos republicanos. Entre 2.500 y 5.000 personas perdieron la vida en aquella masacre de la que Carillo jamás reconoció participación directa alguna, aunque en alguna entrevista dejó entrever que, quizás por omisión, sí se le podría exigir su parte de responsabilidad.

Con el final de la guerra llegaron los treinta y siete años de exilio. Durante todo ese tiempo, y hasta que consiguió ser nombrado Secretario General del partido en 1960, se produjo una lucha soterrada por el poder que dejó más de un cadáver político en la cuneta. A partir de ahí la prioridad de Carrillo consistió en organizar una formación con la suficiente fortaleza y base social como para enfrentarse a las estructuras de la dictadura para poder socavarlas y contribuir a la caída de Franco. Eso no fue posible hasta que el Generalísimo murió el 20 de noviembre de 1975, pero esa larga pugna no resultó infructuosa, sino que dio como resultado un PCE sólido, tanto o más que el PSOE renovado por Felipe González y Alfonso Guerra. Por eso, si es imposible olvidar las barbaridades cometidas por Carrillo durante la guerra civil, también es de justicia reconocer su decisivo papel para la implantación de la democracia durante todo el proceso de la Transición. Sin la renuncia a los postulados marxistas-leninistas, el reconocimiento de la bandera rojigualda y la aceptación de la Monarquía los acontecimientos hubieran discurrido por otros derroteros bien distintos.

Adolfo Suárez no podía ser ajeno a los pasos dados por el PCE para integrarse en el sistema, de ahí que también el gobierno tuvo que mover ficha y realizar una serie de concesiones. La más destacada de ellas tuvo lugar un sábado santo de 1976. El 9 de abril se legalizó al partido comunista, condición indispensable para dotar de legitimidad a los resultados de las anunciadas elecciones generales de junio de 1977. Los contactos entre los enviados del PCE y del gobierno, la reunión secreta entre el propio Adolfo Suárez y Carrillo, la lección de disciplina del partido durante el impresionante entierro de los abogados laboralistas asesinados en la calle Atocha. Todo ello contribuyó a crear el clima propicio para que el gobierno no pudiera retrasar por más tiempo la decisión que todos temían pero que nadie negaba que era indispensable para que España apareciera a ojos de la comunidad internacional como un país con claras intenciones de dotarse de instituciones democráticas. En aquellas elecciones de 1977, el PCE obtuvo 19 diputados y 1.709.890 votos. Desde luego, parecían menos apoyos de los que cabría suponer a tenor de la presencia en la calle de la que hacían gala los militantes y seguidores del partido. Esta impresión terminó por consolidarse en las elecciones generales de 1982, las mismas que ganó el PSOE por mayoría absoluta (202 escaños) y que dejó al PCE con una representación de tan solo cuatro diputados. En el seno de la coalición surgió entonces una corriente crítica liderada por Gerardo Iglesias que, nueve días después del fracaso en las urnas, arrebató la secretaría general al viejo camarada. Este proceso concluyó finalmente con la expulsión de Carrillo y sus seguidores del partido el 15 de abril de 1985.

Los asesinatos de Paracuellos y Torrejón serían suficientes para haber terminado con la carrera política de cualquiera que se propusiera seguir en la vida pública después de aquellos funestos hechos. Carrillo, sin embargo, no sólo salió indemne de aquel lance sangriento, sino que su figura política se ha proyectado a lo largo y ancho de los últimas cuatro períodos de la historia contemporánea de nuestro país: II República, Guerra Civil, Transición y Democracia. Quizás sea, junto con Fraga, Adolfo Suárez, Felipe González y el Rey Juan Carlos, uno de los personajes más destacados de su tiempo. Ahora bien, su labor en favor de la restauración democrática no debe hacernos caer en el elogio fácil que se suele dedicar a quien pasa a mejor vida. El nombre de Carrillo irá ligado irremediablemente con la barbarie de miles de asesinatos que, según la mayoría de testimonios, pudo evitar. Que la historia le recuerde como genocida o como demócrata variará en función de dónde se ponga el acento a la hora de valorar su trayectoria. 

viernes, 14 de septiembre de 2012

Sexo, mentiras y whatsApp´s.


Este mes de septiembre está siendo benévolo para los bolsillos de las sabandijas que reptan por los platós de los magacines televisivos en busca de sangre fresca con la que saciar sus bajos instintos. Si no terminamos de salir de nuestro asombro por el tratamiento informativo que algunos medios de comunicación continúan ofreciendo del caso Bretón, el pozo de la inmundicia sigue ensanchándose -salvando todas las distancias habidas y por haber- a cuenta de Olvido Hormigos y su popular vídeo masturbatorio. Hasta hace una semana, esta señora (maestra de educación infantil, casada y con dos hijos) vivía en el anonimato mediático más absoluto, pudiendo pasear por las calles de su pueblo sin miedo a ser criticada más allá de por el simple hecho de ser concejala del PSOE; y ya se sabe que la cualidad de cargo público en un pueblo pequeño puede ser motivo para que los vecinos te señalen con el dedo y te dediquen los adjetivos más punzantes y variopintos. Pero con esos piropos ya se cuentan desde el momento en que uno decide presentarse en unas listas electorales. Lo que no había previsto Olvido era que su vida privada se expusiera a escarnio público por el pequeño desliz de grabarse con el móvil mientras ejercitaba ciertos ejercicios posturales acompañados de los más variados gemidos, melena rubia suelta y turgentes pechos al aire. En román paladino: que posaba de aquella guisa para, según sus declaraciones, darle una alegría a su marido... y resulta que nos la ha dado a todos los españoles.

El caso es que el vídeo casero ha circulado por el espacio cibernético con la misma rapidez con que la Belén Esteban pregona sus rupturas y reconciliaciones con el maromo ése con el que no consigue encontrar la felicidad. Pues bien, el revuelo que se ha levantado en Los Yébenes, como se podrán imaginar, ha sido morrocotudo. No hay munícipe que se haya sustraído a la atracción de una polémica que ha generado una ola de apoyos inverosímiles: hasta Esperanza Aguirre le envió un twitt para que desistiera de su intención inicial de dimitir. Entre la presidenta de la Comunidad de Madrid, compañeras de partido y demás admiradores han conseguido que no renunciara a su acta de concejal. Otros, como el académico Pérez Reverte, no han tenido reparos en calificarla, también vía twitter, como “tonta de concurso”. Con lo cual, con esa legión de seguidores y detractores a sus espaldas, mucho me temo que la dama se haya hecho acreedora a la consabida gira por los “Salvames” y demás bazofia barata con la que recaudar un buen puñado de euros que maquillen su maltrecha dignidad, o a salir en la portada del Interviú para regocijo de sus convecinos. Sería de agradecer que Olvido nos privara del lamentable espectáculo de verla en esas tertulias de vanidosos frustrados que caracteriza a la gran mayoría de sus neuróticos integrantes. La ocasión la pintan calva para que pueda redimirse, si es que tiene algo de lo que arrepentirse, optando por la sensatez y aparcando la codicia propia de otros personajes con menos escrúpulos. En su mano está escoger entre el camino de la salvación para expurgar sus pecados o, por el contrario, dejarse caer en las redes de la impudicia para reivindicar sus diez minutos de gloria.

   Aparte de estas reflexiones éticas, la cuestión que sigue sin aclararse es cómo el vídeo se ha difundido como la pólvora si, en teoría, sólo estaba alojado en el móvil de la señora Hormigos. Sin llegar a hacer un gran esfuerzo lógico-deductivo, esa duda nos conduce a plantear una hipótesis nada descabellada: que la grabación no tuviera como destinatario al desconsolado marido, sino a un tercero que se hubiera metido de rondón en todo este follón. Con lo cual, ya no sería sólo ella la única que estuviera en posesión de tan arcano tesoro, sino que habría un invitado inesperado. Algo así parece deducirse una vez que se ha sabido que en todo este meollo podría estar implicado un futbolista del CD Los Yébes, con quien Olvido mantendría una estrecha amistad. Y así, rizando el rizo, y suponiendo que el marido estuviera al tanto de tales rumores, podría darse la posibilidad de que, arrastrado por la pasión de los celos y creyéndose cornudo, las sospechas de infidelidad por parte de su esposa le habrían llevado a fisgar en su móvil para, acto seguido, encontrarse con todo el pastel. A esa conclusión habría que añadirle una premisa previa: que si en 10 ó 15 años de matrimonio nunca había sido obsequiado con esa clase de regalitos, es de cajón de madera de pino pensar que no era él el destinatario de sus tórridas imágenes. Ése, a mi entender, debe de haber sido el razonamiento que podría haber llevado a este buen hombre a cometer la imprudencia de filtrar la vida privadísima de su esposa en un arrebato de celos, haciendo recaer las culpas en el pobre portero de fútbol. Ahora bien, también cabe la posibilidad de que de ese mismo hilo conductor haya tirado la novia del venturoso portero, mosqueada también por las insistentes faltas de cariño de su cancerbero preferido. Así que, señoras y señores, esto podría llegar a convertirse en un drama de intriga y misterio al más puro estilo Agatha Christie en el que, al final, seguro que la culpa es del ama de llaves. Pero, ¿y si ha sido una puesta en escena pepetrada por los cornúpetas que, de común acuerdo y cansados de su papel de víctimas, han preferido encarnar el de verdugos? Insisto en que todo esto son divagaciones -factibles, eso sí- que los juzgados tendrán que ventilar. 

   

martes, 11 de septiembre de 2012

El tonto del futbolista y el cretino del periodista.


   La semana pasada, tras el partido de liga que enfrentaba al Real Madrid contra el Granada, saltaba la noticia interplanetaria que ensombrecía al resto de la actualidad. No se trataba de cantar a los cuatro vientos las virtudes de la máquina blanca y de sus estrellas, ni siquiera de alabar hasta el paroxismo la calidad de Cristiano para golear a sus rivales. Algo se barruntaba en el Bernabéu cuando el genio de Funchal no celebró ninguno de los dos tantos que endosó a los de Javi García. Desde ese momento saltaron todas las alarmas; los expertos en la materia se pusieron manos a la obra para tratar de averiguar los detalles de lo que se adivinaba que constituiría un auténtico terremoto informativo. El misterio tardó poco tiempo en desvelarse puesto que fue el propio Cristiano el encargado de despejar la incógnita en una rueda de prensa a vuela micrófono: estaba triste. Ése fue el pistoletazo de salida para que los periodistas le asaltaran con una batería de sus acostumbradas y ridículas preguntas existenciales.

   ¡Para qué queremos más! ¿Cómo? ¿Que Cristiano Ronaldo no es feliz? ¡Que paren las máquinas, que el mundo deje de girar, que nadie se mueva! Ése parece ser el “leitmotiv” por el que se mueven los engranajes del periodismo deportivo -supremos vendedores de humo- desde hace una semana. Y vaya semanita, oigan. Desde el dos de septiembre un ejército de plumillas se dedica en cuerpo y alma a remover Roma con Santiago para rastrear las pistas que les conduzcan a desvelar los motivos que afligen al astro portugués. No hay otro asunto más importante que requiera la atención sobre lo que, a todas luces, es la noticia del siglo. No se escatiman medios humanos ni materiales para resolver tan inexplicable misterio. El asunto, a decir verdad, lo requiere. Ni primas de riesgo, ni rescates financieros, ni los vaivenes de la Bolsa, ni las elecciones gallegas y vascas, ni la visita de Merkel. No. Nada de eso merece los titulares ni el espacio que le dedican con indiscutible criterio las teles, radios, periódicos y páginas de internet al “affaire” Cristiano. Un despliegue informativo de tamaña categoría sólo se puede poner en marcha ante acontecimiento vitales como éste. Todo sea por mantener informados a los sufridos aficionados que están perdiendo el sueño por todo lo que rodea a su ídolo. Si hay que mandar enviados especiales a Las Madeiras para rebuscar en las raíces del drama, así se hará. Si se tiene que suspender la liga durante dos o tres jornadas para que “el bicho” recobre la felicidad perdida, no se hable más. Que Sara Carbonero le tiene que hacer una entrevista en “prime time” para que su autoestima vuelva a relucir como antaño, seguro que Iker no pone reparos. Que Messi tiene que bajar el pistón durante un par de partidos para que el otro encuentre su sitio, pues seguro que la pulga también pondrá de su parte. Y todo ello para que a este pobre hombre no se le caiga el cielo encima.

   ¡Vaya espectáculo bochornoso que están dando los medios de comunicación de este país! ¡Si sólo ha faltado que el Telediario abriera con este tema! Mucho he escrito sobre el hecho de que tenemos los políticos que nos merecemos, y otro tanto de lo mismo cabría decir con respecto a los medios de comunicación. Con la que está cayendo en España y resulta que aquí lo noticiable es que un fulano que corre detrás de un balón y que gana 22,5 millones de euros al año, entre ficha y conceptos publicitarios, dice que está triste. Todo este runrún mediático supone un insulto al sentido común. Qué pensará un parado, un jubilado o un autónomo cuando escucha ese tipo de lamentaciones por boca de uno de los jugadores de fútbol más privilegiados del mundo. Creo que esto se nos está escapando de las manos. No es normal que tamaña sandez ocupe más tiempo en los informativos que, por poner un ejemplo, la reciente muerte de Neil Amstrong: icono popular americano, el primer hombre en pisar la luna y cuyo fallecimiento ha pasado sin pena ni gloria. Y sin embargo aquí andamos alcahueteando de un señorito portugués que tiene por mayor mérito pegarle a la pelota como los ángeles pero que, aparte de eso, no se le conocen más virtudes. Sinceramente, creo que hemos perdido el norte. Eso sí, y en este punto miro de reojo a Pedrerol y sus secuaces, algunos se lo están llevando crudo con toda esta polémica frívola e insustancial. Por lo visto, hay que mantener al pueblo ocupado en estériles polémicas para entretener su mente y alejarla de lo que verdaderamente nos debería preocupar. Pues nada: ¡que el circo continúe! 

viernes, 7 de septiembre de 2012

El parricida impasible.


   Si Rubens o Goya hubieran conocido a José Bretón, el protagonista de sus mitológicos lienzos sobre “Saturno devorando a su hijo” tendría el rostro imperturbable del que ha cometido uno de los crímenes más horrendos y que más violentamente han sacudido la conciencia de la sociedad española. Quizás desde el caso de las niñas de Alcasser, en noviembre de 1992 , o desde la masacre de Puerto Hurraco en la canícula agosteña del 90, no se recuerde una tragedia humana de tales dimensiones. En esta ocasión los inocentes cadáveres pertenecen a dos hermanos, Ruth y José, de seis y dos años respectivamente, asesinados a manos de un padre que a partir de ahora ocupa un puesto destacado en la lista de la crónica negra de este país. Su nombre aparecerá al lado de especímenes como Antonio Anglés, los hermanos Izquierdo, el Rafita, Santiago del Valle o el Cuco.

   El caso de José Bretón se ha visto salpicado por la polémica actuación de policía científica, cuyo informe oficial aseguraba que los huesos hallados en la finca de “Las Quemadillas” no pertenecían a restos humanos sino a pequeños roedores. El tesón de la familia materna, que encargó un nuevo informe pericial, ha puesto de manifiesto un fatal error policial que bien podría haberse evitado si se hubiera puesto más celo en la investigación, aparte de aliviar el dolor de una madre que, gracias a su férrero carácter, no se ha visto envuelta en una espiral de locura como la que nos habría alcanzado a la mayoría de nosotros de haber pasado por una experiencia similar. No ha estado afortunada la policía, como tampoco lo estuvo en el caso de Marta del Castillo, lo cual ahonda aún más en la impotencia de quienes confiamos en el Estado de Derecho para aplacar a aquéllos que no tienen escrúpulos a la hora de llevar a cabo las mayores atrocidades de que una mente enfermiza puede ser capaz. Más de un jefe de policía ha debido de mostrar menos protagonismo mediático y más dedicación profesional ante un caso que ha sacado a relucir las vergüenzas de un cuerpo tan solvente como el de la Policía Nacional. Como dijo el Ministro del Interior, hasta el mejor escribano hace un borrón, pero sería deseable que las chafarrinadas surjan en otros ámbitos de menor embergadura y no en uno en el que se están ventilando cuestiones tan importantes.

   Si todo asunto de esta naturaleza debe ser tratado con la mayor cautela posible para no dañar la sensibilidad de familiares y amigos, ni que decir tiene que esa prudencia debe redoblarse con mayor énfasis tratándose de menores de edad. Eso sería lo lógico en un país civilizado. Pero siempre hay fisuras por las que se escapan la moderación y mesura que deben presidir el comportamiento de los encargados de transmitir la información de sucesos, terreno este último en que abundan los buitres en busca de carnaza, profesionales del dolor ajeno a la espera de festines con los que saciar su insana voracidad. Ahí tenemos a las reinas de la crónica rosa, Ana Rosa Quintana -más conocida como AR en los ambientes de la farándula, una mala copia de Opra Winfrey, aunque en los literarios tampoco pasan desapercibidas sus artimañas para escribir libros- y a Susana Griso. Es cierto que esta última, procedente del periodismo serio de los informativos, ha chapoteado menos en el lodo de la telebasura, pero aparte de esto en nada más se distingue de su correligionaria catódica. Por eso, no se dejen engañar por sus buenos modales, su hablar calmado y sus caras angelicales con falsas y forzadas sonrisas: están dispuestas a servirnos carne cruda con tal de hacer subir el share y ganar a su contrincante usando los medios que sean precisos, en una especie de aquelarre en el que diseccionan con fruición los cuerpos inertes sobre una mesa de frío mármol rebosante de los miles de euros procedentes de la publicidad, dejando para los estudiantes de periodismo los principios éticos y morales que deben presidir el ejercicio de tan digna profesión. Aunque ya no queden hienas como Jordi González, tampoco faltan víboras como estas dos pseudoperiodistas con exceso de cinismo y carencia de pudor. Hasta Nieves Herrero sentiría vergüenza.

   Que el peso de la Ley recaiga sobre los hombros de un ser pusilánime que sigue negándose a reconocer lo que la madre de los niños sabía desde el mismo momento de su desaparición. ¿Qué tendrá este asesino en la sangre para que aún no se haya derrumbado ante el acoso de las pesquisas policiales y judiciales, a qué espera este monstruo inmundo para admitir la autoría de un crimen por el que esperemos que pase el resto de sus días entre rejas? No olvidemos nunca la atrocidad cometida por este individuo, por si dentro de diez o quince años nos ponemos sentimentales y asoman a nuestro corazón la compasión y la piedad, tal y como está sucediendo estos días con el etarra Bolinaga. Para evitar caer en lo que supondría en un ejercicio imperdonable de amnesia colectiva no es necesario que desde la caja tonta nos sirvan a todas horas el drama en su faceta más frívola y escabrosa, basta que no se nos olvide que al carcelero Bolinaga no le tembló el pulso a la hora de mantener sepultada a su víctima durante 532 días, ni que el tal Bretón calcinó a sus hijos sin una lágrima en sus ojos, sin un ápice de arrepentimiento. Está muy bien todo eso de la reinserción social de los delincuentes, pero hay casos que no admiten ninguna duda. Entendida ésta como uno de los nombres de la inteligencia, como dejó escrito Borges, ello me lleva a defender la cadena perpetua revisable como un mecanismo penal ante el que futuros asesinos, ya sean etarras o delincuentes comunes, se lo piensen dos veces antes de llevar a efecto sus sanguinarios actos.

miércoles, 29 de agosto de 2012

El abejorro incorregible.


En las convulsas e históricas jornadas de abril de 1931, tres días antes de la proclamación de la II República española, nacía en Jerez de la Frontera (Cádiz) un retoño que al cabo de los años llegaría a alcanzar tanta o mayor notoriedad que Azaña y Alcalá-Zamora juntos, cierto es que por méritos bien distintos de los que adornaron a los precursores de una nueva etapa de nuestra historia política. Desde luego, será difícil que su nombre pase al ostracismo del olvido, siquiera sea por la extravagancia de los comportamientos que han regido su conducta desde un fatídico 23 de febrero de 1983. Como se ve, dos fechas trascendentales para la historia de España enmarcan el discurrir de nuestro personaje de ostentoso apellido y castizo nombre, pues también fue un 23 de febrero -aunque de 1981- cuando la locomotora que acaba de poner en marcha nuestra incipiente democracia estuvo a punto de descarrilar en un traicionero repecho en el que esperaban agazapados Tejero y Milans del Bosch. Desvelemos, pues, la identidad del empresario que puso a prueba los nervios del PSOE al poco de aterrizar Felipe González en La Moncloa: no es otro que el singular e irrepetible don José María Ruiz Mateos y Jiménez de Tejada, a la sazón Marqués de Olivara por obra y gracia de la República de San Marino.

   El viejo gentleman jerezano -aunque no gaste esmoquin, ni vaya tocado por chistera ni porte bastón alguno-, creador de uno de los mayores holdings empresariales de nuestro país (RUMASA), continúa estando de actualidad casi treinta años después de que su imperio se derrumbase ante la carga explosiva que supuso un malhadado decreto-ley de expropiación. Miguel Boyer accionó el mecanismo que terminaría de un plumazo con los altos vuelos de una abeja descarriada. Hoy su protagonismo judicial y periodístico trae causa de las cenizas que dejó el fuego mal apagado de un emporio que aglutinaba a cientos de empresas y daba empleo a más de sesenta mil personas. Desde entonces Ruiz Mateos juró venganza eterna, a imagen y semejanza del Conde de Montecristo, para quien le había hecho caer en desgracia. A partir de ahí el díscolo desheredado, poseedor de una lengua viperina acostumbrada a lanzar improperios trenzadados de tres en tres (“¡sinvergüenza, mariconcillo, descarado!”), no dejaría de incordiar al ministro con ínfulas de intelectual.

Y a fe que la promesa se llevó a efecto con esmerada saña: el despojo de firmas como el Banco Atlántico o Galerías Preciados no caería en saco roto mientras al miembro supernumerario del Opus Dei le quedasen fuerzas para denunciar lo que él y su familia consideraban un auténtico expolio. Quién no recuerda a Ruiz Mateos protagonizando su estrafalario show, casi siempre en lo alto de las escalinatas de cualquier juzgado desde el que, ataviado con el traje de Superman o con la indumentaria propia de un preso, aventaba soflamas contra los malvados socialistas ante la algarabía de la concurrencia. Pero si hay una imagen que ha pasado a la posteridad es la del fértil padre de familia propinando, mayo de 1989, un seco puñetazo en el rostro desencajado del pobre Boyer. El mandoble, acompañado de su celebérrimo “¡que te pego, leche!”, se convirtió en todo un símbolo para una España provinciana en la que las correrías de Ruiz Mateos rivalizaban con las hazañas de otro prófugo, famoso éste por cumplir el ideal de muchos currantes: robar 300 millones de las antiguas pesetas a la empresa de seguridad para la que trabajaba y escaparse a Brasil a dilapidar el botín. Por lo tanto, aquél 1989 no sólo se recordará por ser el año en que Felipe González conseguiría su última mayoría absoluta, por la muerte de la Pasionaria, por el Nobel de literatura concedido a Camilo José Cela o por la caída del muro de Berlín; si por algo acudirá a nuestra memoria colectiva será por la imagen del consorte de la Preysler aturdido ante el soberano sopapo soltado por uno de sus mayores damnificados, y todo ello en plena sede judicial.

Lo cierto es que aquella agresión, lejos de depararle mayores inconvenientes, fue uno de los motivos que le catapultaron a conseguir dos escaños en las elecciones al Parlamento Europeo celebradas un mes más tarde. La agrupación de electores que encabezaba Ruiz Mateos logró recolectar 600.000 votos, lo cual supongo que no ayudaría demasiado a que los españoles se crearan una idea seria de Europa: asistíamos al poco edificante caso en el que un estrafalario personaje -ex presidiario e imputado en otros asuntos judiciales- tomaba asiento en el mayor parlamento democrático del mundo para, se supone, defender los intereses generales en un mercado común que nos acababa de abrir sus puertas. Muchos ciudadanos lo vieron como una estrategia tras la que parapetarse ante sus continuos problemas legales, censurando el uso de los resortes que proporcionaba la política para eludir sus responsabilidades judiciales. Hay que reconocer que hasta en ésto resultó un pionero: más tarde seguirían su estela, enfundándose el disfraz de político, Jesús Gil y Mario Conde. Por cierto, que este último amenaza con saltar de nuevo a la arena con un partido de nuevo cuño (Sociedad Civil y Democracia) con el que, dice, devolver al pueblo la auténtica soberanía de la que le han despojado; ¡y es que hay quienes siguen pensando que pueden pastorear a la ciudadanía cual dócil rebaño de ovejas! No obstante, retomando el hilo de la cuestión, aquella aventura europeísta del marqués duró lo que tenía que durar. Sus seguidores tuvieron tiempo suficiente de conocer el paño como para no volver a cometer el error de depositar su confianza en alguien más preocupado por su rédito personal que por defender los intereses de quienes le votaron.


A uno le han contado que el paso del tiempo suele actuar como bálsamo para calmar las pasiones de los primeros años, así que yo esperaba de don José María que se volviera un hombre serio y responsable como correspondería a un señor de su edad, dispuesto a emprender nuevas aventuras empresariales bajo sólidos cimientos financieros, apartándose de la imagen que en su día le convirtió en rehén de su propia excentricidad. Y es que cuando los años van cayendo con la misma facilidad con que se hojean las páginas de un libro, el personal termina por volverse más manso y menos disparatado, recobrando de golpe la inocencia de la primera juventud . Confiaba en que Teresa Rivero, su devota compañera de fatigas, hiciera entrar en vereda al provecto patriarca para que abandonara el histriónico culebrón en el que había convertido su vida. Y así se propusieron hacerlo, volviendo a levantar la vieja empresa familiar bajo la denominación de Nueva Rumasa, además de dar el salto al fútbol profesional con la compra del Rayo Vallecano. Parecía que el viento soplaba a favor, que las tormentas desaparecían y el sol resplandecía con todo su esplendor en lo alto de un firmamento libre de nubarrones. Pero ya se sabe que la cabra tira al monte y que lo que aparentaba calma plácida no era más que un paréntesis en el que se cocía la madre de todas las batallas. Y ahí sigue nuestro don José María, erre que erre con su sempiterna querencia por retornar a los toriles carcelarios. Ya nadie lo va a cambiar, por eso debería darse cuenta de que no es de caballeros ir por ahí defraudando a la gente a diestro y siniestro. Su avanzada edad impedirá que ingrese en prisión, si finalmente el juez encuentra pruebas suficientes para sentenciar en su contra, pero ello no es obstáculo para exigirle que deje de cachondearse de la justicia y, sobre todo, que devuelva el dinero a los inversores que un día tuvieron la mala ocurrencia de confiar en él.



lunes, 27 de agosto de 2012

Siria, un grito de desesperación.


   El pueblo sirio lleva sufriendo desde hace año y medio el espantoso drama de una guerra civil que enfrenta a los simpatizantes del presidente Bashar Al-Assad, partidarios de perpetuar el régimen dictatorial, contra aquéllos sectores que desean instaurar cambios políticos, sociales y económicos, englobados estos últimos en las filas del Ejército Libre de Sirira. Pero los tentáculos del poder omnímodo, ejercido sin límites a base del miedo y la represión militar, está dificultando el sueño de muchos por ver a su país libre de unos tiranos que, en un pasado no muy remoto, contaban con el beneplácito de las democracias más representativas: sus enclaves geoestratégicos y sus reservas de petróleo han hecho que los líderes del mundo civilizado cerraran los ojos a cambio de pingües beneficios proporcionados por la firma de suculentos contratos. Y esta situación se ha mantenido inalterable hasta que el pueblo, cansado de tanta injusticia, ha dicho basta de la forma en que suelen hacerlo cuando se está sometido al yugo del despotismo. Pero, como también suele ser habitual en estos casos, el que ha ostentado el poder sin ningún tipo de cortapisas no quiere desprenderse del mismo sin antes enfrentar dura batalla a quienes ponen en duda su legitimidad: supongo que debe ser doloroso eso de tenerlo todo y ,al día siguiente, verse sin nada por obra y gracia de cuatro revolucionarios. De ahí el desenfreno asesino con el que se están empleando las milicias gubernamentales, pasando a cuchillo sin el menor reparo a la indefensa población civil, sembrando el terror entre sus propios paisanos para que no quepa duda de que, si tienen que sucumbir, lo harán sin compasión por el enemigo, protagonizando matanzas a las que, de momento, no se logra o no se quiere poner fin.

   ¿Y la Comunidad Internacional? En el mismo momento en que me formulo esta pregunta compruebo cómo llega a mis oídos la dulce melodía de los grillos, en espera a que salga alguien a la palestra que le eche valor suficiente para dar explicaciones convincentes a quienes se están dejando la vida en las calles de Damasco o Allepo. Mientras esto sucede -no se prevé que sea antes del próximo eclipse total de luna-, me apresuro a responder: pues ahí siguen los componentes de la meritada comunidad dándole vueltas al asunto, con sus impecables informes urdidos por las mentes más preclaras, sus concurridas reuniones al más alto nivel, sus fastuosas cumbres supranacionales, sus ingenuos enviados especiales y demás parafernalia, mientras balas y obuses no paran de de mandar al otro barrio a ingentes almas inocentes. Pero no nos sorprendamos por este indolente comportamiento como si fuera algo novedoso que nos cogiera de imprevisto, no en vano las heridas producidas por el conflicto de los Balcanes siguen estando tan presentes como para cubrir de oprobio a varias generaciones de líderes políticos. La alarmante pasividad de la ONU, como de costumbre, supone un inestimable apoyo para los objetivos de Ashar Al-Assad. No se sabe muy bien a qué hay que esperar para que las Naciones Unidas, siempre dubitativas en los instantes en que debiera mostrarse más enérgica, abandone esta actitud y ponga fin, de una vez por todas, a este desastre humanitario. Sería deseable que el movimiento iniciado en Túnez, bautizado por algún cursi como “la primavera árabe” -seguro que con el propósito de buscar un titular llamativo que sirva para vender más periódicos-, no encuentre un dique de contención en tierra sirias, puesto que esto supondría aplazar un desenlace que tarde o temprano, impulsado por las ansias de libertad, terminará por desalojar del poder al sátrapa que lo detenta con vergonzosa impunidad. Si queremos evitar que aumente el número de víctimas, ahora es el momento inaplazable para poner todos los medios necesarios con los que alcanzar el más noble de los propósitos que puede añorar un pueblo: el derecho a decidir su futuro por sí mismo. De lo contrario, tendremos que asistir, una vez más, al mayúsculo fracaso de una diplomacia que, al parecer, se contenta con el solo hecho de hacer acto de presencia en el teatro de los acontecimientos, sin reparar en que toda un nación ha puesto en sus manos las esperanzas de una vida mejor.

   Bashar Al-Assad es un cadáver político al que la inmensa mayoría de sus conciudadanos ha decidido dar la espalda; ya no están dispuestos a seguir gobernados por un sistema corrupto y dictatorial, incapacitado a todas luces para liderar un nuevo modelo social. La comunidad internacional no debe abandonar a su suerte a un grupo de revolucionarios que no ha dudado en arrostrar las dificultades que conlleva hacer frente a todo un aparataje político caracterizado por el autoritarismo. Lo contrario sería esparcir semillas de resentimiento entre una población que, estoy seguro, anda preguntándose cómo es posible que, una vez encendida la antorcha de la democracia, falten portadores que la lleven al pebetero de las libertades. Y un pueblo resentido y frustrado es capaz de acometer las mayores atrocidades, por muy nobles que sean sus objetivos. Por eso, no nos sorprendamos si volvemos a ser testigos de actos de brutalidad como los que sobrecogieron al mundo cuando los antiguos súbditos de Gadafi decidieron que ya había llegado la hora del otrora admirado coronel.

sábado, 25 de agosto de 2012

Salteadores de caminos del siglo XXI


   La crisis económica por la que atravesamos desde hace ya demasiado tiempo ha contribuido a crear una nueva modalidad de salteadores de caminos: la de quienes se dedican a irrumpir en centros comerciales y en propiedades ajenas como modo de protesta y reivindicativo de los derechos de los más desfavorecidos, de aquellas capas de la sociedad en las que la crisis se está cebando de modo despiadado. Dicen actuar en defensa de quienes ya no disponen de recursos para subsistir, de aquéllos que se están quedando en la cuneta de un sistema que ha fracasado y que pretenden demonizar por seguir perpetuando la distancia que separa a ricos y pobres. Se han erigido en una especie de Robin Hood, sustituyendo los bosques de Sherwood por las grandes superficies comerciales.

   El primero en iniciar esa altruista y encomiable labor de robar a los pérfidos ricos - ¡ a saber cómo habrán conseguido amasar su fortuna!- para repartir lo recaudado entre los pobres y oprimidos ha sido el camarada Sánchez Gordillo, el mismo que tiene la sana costumbre de viajar en primera clase cada vez que embarca en un avión, supongo que no sólo por el hecho de evitar el engorro de que se le hinchen las piernas en la incómoda clase turista, sino también por no verse envuelto en una más que probable confusión de identidad con Yaser Arafat y al pasaje le dé por asediarlo con impúdicas peticiones de autográfos. Una de las principales características del amigo Gordillo, aparte de haber estado cobrando dos sueldos -uno como parlamentario andaluz y otro como maestro de EGB- sin que se haya dado cuenta, es la de ser alcalde del archiconocido municipio de Marinaleda desde el año 1979. Y se preguntarán ustedes, con toda la razón del mundo, si en todo ese tiempo no ha habido nadie capaz de hacer frente al susodicho regidor. Si me lo permiten, les sirvo la respuesta en bandeja: a ver quién apea del consistorio a una persona que ha conseguido que en su pueblo haya una tasa del 0% de paro (aunque dos terceras partes de su población activa estén sujetos al PER), que uno se pueda hacer su propia vivienda no pagando más de 15 euros al mes (lo de menos es que el suelo haya sido expropiado “by the face”) y, como colofón, que le asignen un sueldo neto de 1.128 euros por 35 horas semanales de trabajo en una cooperativa ubicada en un terreno cuyos legítimos propietarios fueron invitados amablemente a ceder en favor de la lucha proletaria. Convendrán conmigo en que estos argumentos sobran para explicar el por qué de las cosas.

Conociendo estos antecedentes, se habrán hecho cargo de la dificultad que entraña la empresa de convertir en oposición política a quien lleva gobernando la friolera de treinta y tres años. Es como si se hubiera establecido un “statu quo” en el que los marinaleños pensaran que más allá de Gordillo sólo les esperan las tinieblas y el el caos, radicando en esta falsa creencia el principal escoyo para conseguir un recambio a quien desea perpetuarse en el poder, desterrando del ideario popular la imagen mesiánica del que aspira a convertirse en salvador de los desheredados. Quizás si sus seguidores supieran que todo esto tiene truco, que no es oro todo lo que reluce, que la riqueza de su querida tierra prometida se basa en más de un 75% en subvenciones públicas, y no en el esfuerzo de quienes trabajan los medios de producción, serían conscientes de que su admirado redentor es totalmente prescindible. Lo malo es que después de tanto tiempo creyendo en una idea germinada en lo más profundo de la conciencia colectiva, derribar esa creencia arraigada durante lustros es una tarea abocada al fracaso si no se emprende con firme voluntad e incansable determinación. De esa falta de virtudes, precisamente, se sirven Gordillo y sus adláteres para continuar en la picota.

Y como todo movimiento sísmico que se precie suele tener sus réplicas en los territorios colindantes, Extremadura no ha escapado a esa ley de la naturaleza y no han faltado simpatizantes de la obra de Gordillo a este lado del Guadiana. Por estos parajes, en lugar de asaltar mercadonas se ha decido hacer lo propio con los carrefoures, quizás por eso de que los gabachos nunca han sido santo de nuestra devoción y aún tenemos muy presente los camiones atestados de frutas volcados en la frontera. Pues bien, el cabecilla de estas protestas locales es otro diputado autonómico por Izquierda Unida: Víctor Manuel Casco. Ambos dos, además de ser duchos en Historia, comparten la condición de parlamentarios por Izquierda Unida en sus respectivas circunscripciones electorales. Como rasgo diferenciador, además del hecho de que el maestro supremo casi dobla en edad al discípulo extremeño, podemos reseñar que aquél no tiene en su nombre de pila ninguna reminiscencia que recuerde a una de las dinastías monárquicas de mayor tradición europea. Quizás ese sea el motivo por el que Cascos se empeñe en dejar bien claro que, además de blasflemo, rojo y ateo, por encima de todo es republicano, ahuyentando de esta modo cualquier atisbo de parentesco con la rama de los Saboya. Ahora bien, como suele ser habitual en toda imitación, ésta también cuenta con un signo distintivo que la hace ser diferente de su matriz: mientras que en tierras andaluzas no se andan con remilgos ni circunloquios abusurdos a la hora de llamar a las cosas por su nombre, aquí han decidido que la actuación emprendida llevase la vitola de “expropiación de alimentos”, dándole un toque singular a lo que no deja de ser un robo o un hurto, según la cuantía de lo sustraído.

   Más allá de lo anecdótico que pudieran resultar estas medidas de protesta, con las que se puede o no estar de acuerdo, lo cierto es que toda reivindicación es respetable siempre que no se pierdan las formas. Lo que no se puede aceptar es una coyuntura de hechos consumados en la que, bordeando los límites establecidos por el ordenamiento jurídico, se trate de poner en evidencia el fracaso de un sistema económico. Para nadie es grato comprobar las consecuencias devastadoras a las que nos está sometiendo esta crisis inmisericorde, pero de ahí a que apliquemos la justicia social por nuestra cuenta media un abismo. Por supuesto que hay que mantener un espíritu combativo para conseguir ideales hasta el momento utópicos, pero para revestir esa lucha de legitimidad y conquistar mayores espacios de libertad resulta imprescindible hacerlo sin traspasar las líneas de la legalidad. No creo, sinceramente, que estas medidas de protesta sean las más adecuadas para revertir una situación a todas luces injusta. Por eso, debemos buscar otros mecanismos para mostrar nuestro justificado descontento, pero no nos dejemos llevar por argumentos cargados de demagogia que no conducen sino a una mayor frustración por parte de quienes confían a ciegas en sus representantes.