Defensa del Parque de Monteleón |
Para
la mayoría de los historiadores, la época contemporánea en España
comienza en el año 1808. Por entonces reinaba Carlos IV, asistido
en las tareas de gobierno por su valido Godoy, elevado a la cúspide
del poder desde 1792, algunos dicen que gracias al ascendiente que
tenía sobre la reina María Luisa de Parma. El caso es que el
ilustre ciudadano, oriundo de Badajoz, accedió a los más altos
honores de la patria desde su condición de hidalgo, levantando
ampollas entre la nobleza y la aristocracia de la Corte. Godoy,
denostado casi unánimemente por toda la historiografía, se va a
convertir en catalizador de los dramáticos acontecimientos que
tendrán lugar en España a comienzos del siglo XIX.
La Familia de Carlos IV |
La
Monarquía Hispánica no atravesaba por sus mejores momentos.
Mientras en las colonias americanas no tardarían en soplar los aires
de independencia, en clave interna existía una clara confrontación
entre los partidarios de Godoy y los del príncipe de Asturias,
futuro Fernando VII. Los primeros, guiados por la ambición del
Príncipe de la Paz, no se cansaban de propalar que la incapacidad
manifiesta del primogénito de los reyes, unido a la minoría de edad
del resto de sus hijos, haría necesario nombrar un regente en caso
del fallecimiento de Carlos IV. Pero para lograr sus objetivos sin
ningún tipo de oposición era preciso desprestigiar a ojos de sus
padres, y por ende de la nación entera, la figura del heredero. Así,
en octubre de 1807, Godoy extendió la especie de que los
fernandistas preparaban un complot, con la aquiescencia del propio
Fernando, para destronar a Carlos IV. Un anónimo recibido por el
monarca le puso sobre la pista de los hechos y no tuvo más remedio
que ordenar el arresto de su hijo como reo de alta traición. No pudo
Godoy frotarse las manos por mucho tiempo puesto que la reacción
del pueblo, protestando por lo que consideraban un treta del odiado
favorito, llevó finalmente al rey a conceder el perdón a su hijo el
5 de noviembre. En esto consistió el llamado proceso de El
Escorial, del que resultaron absueltos todos los encausados. La
imagen de Godoy, por contra, se deterioraba a pasos agigantados.
Godoy |
Pero
no tardó Godoy, por otra vía, en ver cumplidas sus aspiraciones.
Así, el 27 de octubre de 1807 se firmaba el Tratado de
Fontainebleau entre España y Francia. En su virtud, se concedía
autorización para que las tropas francesas penetraran en territorio
español en su camino hacia Portugal para la puesta en práctica el
bloqueo Continental contra Inglaterra, así como la división del
suelo luso en tres partes independientes, quedando la zona sur en
manos de Godoy bajo el título de Principado de los Algarves. Nada
bueno se podía esperar de una alianza interesada para combatir a un
enemigo común, más aún cuando todavía sangraban las heridas de
Trafalgar, cuando un malhadado veintiuno de octubre de 1805, y bajo
el mando de un inepto Villeneuve, la escuadra franco-española
sucumbió ante la Armada Real Inglesa. Aquellas aguas se convirtieron
en las tumbas de los ilustres Churruca, Alcalá Galiano y Bustamante.
Aunque también hay que decir que la estrella del almirante Nelsón
dejó de refulgir aquel infausto día.
Napoleón Bonaparte |
Al
otro lado de los Pirineos Napoleón Bonaparte, el hombre más grande
del siglo, era el dueño de los destinos de Europa. Conocedor de las
disputas entre fernandistas y los partidarios de Godoy, así como de
la debilidad intrínseca del propio Carlos IV, pasó de considerar a
España como un instrumento del que valerse en su lucha contra
Inglaterra y Portugal, a convertirla en uno de sus objetivos de
conquista. En el tablero de ajedrez napoleónico, España pasó de
ser una casilla sin importancia a transformarse en una pieza codiciada por
las tropas imperiales. Así, con la excusa del apoyo logístico que
España se había comprometido a prestar en el tratado de
Fontainebleau, unos veinticinco mil soldados imperiales penetran en
la península por Irún. Lo que no estaba previsto era el
acantonamiento de dos ejércitos de reserva en la frontera española.
En teoría venían como aliados, pero los incidentes producidos en
algunas plazas entre el pueblo y la soldadesca delataban que esos no
eran los derroteros por los que tendrían que discurrir los
acontecimientos. Los mensajes difundidos por Carlos IV desde el Real
Sitio de Aranjuez, donde se había trasladado la Corte, tratando de
tranquilizar a sus súbditos ante la masiva presencia francesa – ya
sumaban casi 90.000 efectivos- , no surtieron efecto. Pero cuando las
intenciones de Napoleón se hicieron evidentes para todos, Godoy
trató de convencer al monarca de que no quedaba más salida que el
traslado de la Corte a Sevilla o a Cádiz para, en caso de necesidad,
embarcar rumbo a Amércia. El príncipe Fernando y sus partidarios
no estaban de acuerdo con los planes del valido, así que prepararon
el ambiente de rebelión para la noche del jueves 17 al viernes 18 de
marzo, dando lugar al famoso Motín de Aranjuez. El pueblo no
estaba dispuesto a que la salvaguarda de la dignidad de la corona
pasase por la huida de la Corte al Nuevo Mundo. Mientras una multitud
se dirigió al palacio para tratar de evitar que la familia real
emprendiese viaje, otro grupo de ciudadanos tomó el camino hacia la residencia de Godoy, que fue asaltada y saqueada. El favorito fue
descubierto a la mañana siguiente, escondido entre las esteras de
una habitación que había quedado a salvo de los excesos de la
turbamulta. Carlos IV envió a su hijo Fernando para apaciguar los
ánimos de la población; Godoy, no sin menoscabo de su integridad
física, fue conducido al cuartel de guardias de Corps. El otrora
príncipe de la Paz comenzó a ser tratado como Príncipe de la
Injusticia, Generalísimo de la Infamia o Gran Almirante de la
Traición.
Fernando VII |
Fernando
era presentado como el dueño de la situación. Así se lo hicieron
ver los ministros a Carlos IV, el cual firmó el decreto de
abdicación a las siete de la noche de ese 19 de marzo. El nuevo rey
hizo su entrada triunfal en Madrid el 24 de marzo, un día
después de que lo hicieran -con no menor gloria- las tropas
francesas al mando de Murat. Mientras tanto, en Aranjuez, se produce
un hecho de la mayor trascendencia: Carlos IV se retractaba de la
renuncia mediante un documento por el que declaraba nula la
abdicación en su hijo. Las cartas de Napoleón se iban poniendo
sobre la mesa. Envió a Madrid al general Savary para que convenciera
a Fernando VII de la necesidad de establecer una entrevista entre
ambos. El 10 de abril partía la comitiva regia camino de Burgos,
donde el enviado del emperador le había asegurado que tendría lugar
el encuentro, pero al final el séquito terminó recalando el 14 de
abril en Vitoria, ante las estratagemas de Savary de que las
múltiples ocupaciones de Napoleón habían hecho imposible su
confluencia en el destino previsto en primer término. Pero allí
tampoco se halló al general corso, de tal suerte que, finalmente, y
pese a algunas dudas iniciales, se decidió cruzar la frontera con
destino a la ciudad de Bayona, a donde llegaron un 20 de abril, más
como prisioneros que como invitados, sobre todo cuando el emperador
le planteó su decisión de destronar a los borbones el Trono de
España para ser sustituidos por su propia dinastía en la persona de
su hermano José.
Abdicaciones de Bayona |
Durante
días Napoleón presionó a Fernando VII para que aceptara la
renuncia a la corona como único medio de garantizar la paz en España
pero, como el monarca no cedía, tuvo que cambiar de táctica:
presionar a los reyes padres, llegados a Bayona el 23 de abril, y a
Godoy, que lo hace el 25 del mismo mes. Si el trato con Fernando VII
había sido glacial, todo lo contrario sucedió con Carlos IV, que es
recibido con los honores que se le niegan a su hijo. Después de
varias conferencias entre las partes implicadas, las amenazas para
que Fernando VII ceda de nuevo la corona a su padre no surten efectos
hasta que Napoleón le pone en la tesitura de elegir entre la cesión
o la muerte. Así lo hace en la mañana del 6 de mayo, desconociendo
que Carlos IV había hecho lo propio el día anterior. A partir de
entonces el Deseado pasará a residir en el castillo de Valençay. Y
todo eso sucedía cuando ya habían tenido lugar los sucesos del 2
de mayo en Madrid, en que la población se levantó ante el
intento de los franceses de llevarse del Palacio Real al infante
Francisco de Paula. La rebelión, que se extendió por toda la
ciudad, fue brutalmente reprimida por Murat, ofreciendo Goya fiel
testimonio de la barbarie en sus obras “La carga de los Mamelucos”
y “Los fusilamientos del 3 de mayo” en la montaña del príncipe
Pío. No menos dramática fue la obra de Soroya “Defensa del parque
de artillería de Monteleón”, en la que muestra la gesta heroica
de los capitanes Daoiz y Velarde ante la pasividad del estamento
militar ordenada por el capitán general de Madrid. Murat, cuñado de
Napoleón, se vanagloriaba de haber acabado sin el menor esfuerzo con
el levantamiento de los madrileños. Lo que desconocía el mariscal
es que en España se iba a librar una guerra que terminaría por
enterrar las aspiraciones de la Grande Armeé de dominar Europa. Los
franceses no sólo se enfrentaban contra un ejército regular, sino
que tendrían que hacerlo contra todo un pueblo henchido de odio
hacia el invasor: el levantamiento social dio paso a una confrontación militar que concluyó en una revolución política.
Constitución de Cádiz |
Estos
son los antecedentes inmediatos y el contexto histórico en que son
elaborados los trabajos para dotar a España de su primera
Constitución, la de Cádiz de 1812, obra de un grupo de liberales
que impusieron sus tesis sobre una mayoría afecta aún a las ideas
absolutistas. De cómo se obró ese milagro, de esa transición del
Antiguo Régimen al estado liberal, de cómo Fernando VII pasó de
ser "el Deseado" a convertirse en "el Odiado",
todo ello será objeto de un próximo artículo en el que me centraré
en las vicisitudes por las que transcurrió el proyecto de los
doceañistas gaditanos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario