viernes, 23 de marzo de 2012

Contexto histórico de un milagro inaudito.




Defensa del Parque de Monteleón
Para la mayoría de los historiadores, la época contemporánea en España comienza en el año 1808. Por entonces reinaba Carlos IV, asistido en las tareas de gobierno por su valido Godoy, elevado a la cúspide del poder desde 1792, algunos dicen que gracias al ascendiente que tenía sobre la reina María Luisa de Parma. El caso es que el ilustre ciudadano, oriundo de Badajoz, accedió a los más altos honores de la patria desde su condición de hidalgo, levantando ampollas entre la nobleza y la aristocracia de la Corte. Godoy, denostado casi unánimemente por toda la historiografía, se va a convertir en catalizador de los dramáticos acontecimientos que tendrán lugar en España a comienzos del siglo XIX.

La Familia de Carlos IV
La Monarquía Hispánica no atravesaba por sus mejores momentos. Mientras en las colonias americanas no tardarían en soplar los aires de independencia, en clave interna existía una clara confrontación entre los partidarios de Godoy y los del príncipe de Asturias, futuro Fernando VII. Los primeros, guiados por la ambición del Príncipe de la Paz, no se cansaban de propalar que la incapacidad manifiesta del primogénito de los reyes, unido a la minoría de edad del resto de sus hijos, haría necesario nombrar un regente en caso del fallecimiento de Carlos IV. Pero para lograr sus objetivos sin ningún tipo de oposición era preciso desprestigiar a ojos de sus padres, y por ende de la nación entera, la figura del heredero. Así, en octubre de 1807, Godoy extendió la especie de que los fernandistas preparaban un complot, con la aquiescencia del propio Fernando, para destronar a Carlos IV. Un anónimo recibido por el monarca le puso sobre la pista de los hechos y no tuvo más remedio que ordenar el arresto de su hijo como reo de alta traición. No pudo Godoy frotarse las manos por mucho tiempo puesto que la reacción del pueblo, protestando por lo que consideraban un treta del odiado favorito, llevó finalmente al rey a conceder el perdón a su hijo el 5 de noviembre. En esto consistió el llamado proceso de El Escorial, del que resultaron absueltos todos los encausados. La imagen de Godoy, por contra, se deterioraba a pasos agigantados.

Godoy
Pero no tardó Godoy, por otra vía, en ver cumplidas sus aspiraciones. Así, el 27 de octubre de 1807 se firmaba el Tratado de Fontainebleau entre España y Francia. En su virtud, se concedía autorización para que las tropas francesas penetraran en territorio español en su camino hacia Portugal para la puesta en práctica el bloqueo Continental contra Inglaterra, así como la división del suelo luso en tres partes independientes, quedando la zona sur en manos de Godoy bajo el título de Principado de los Algarves. Nada bueno se podía esperar de una alianza interesada para combatir a un enemigo común, más aún cuando todavía sangraban las heridas de Trafalgar, cuando un malhadado veintiuno de octubre de 1805, y bajo el mando de un inepto Villeneuve, la escuadra franco-española sucumbió ante la Armada Real Inglesa. Aquellas aguas se convirtieron en las tumbas de los ilustres Churruca, Alcalá Galiano y Bustamante. Aunque también hay que decir que la estrella del almirante Nelsón dejó de refulgir aquel infausto día.

Napoleón Bonaparte
Al otro lado de los Pirineos Napoleón Bonaparte, el hombre más grande del siglo, era el dueño de los destinos de Europa. Conocedor de las disputas entre fernandistas y los partidarios de Godoy, así como de la debilidad intrínseca del propio Carlos IV, pasó de considerar a España como un instrumento del que valerse en su lucha contra Inglaterra y Portugal, a convertirla en uno de sus objetivos de conquista. En el tablero de ajedrez napoleónico, España pasó de ser una casilla sin importancia a transformarse en una pieza codiciada por las tropas imperiales. Así, con la excusa del apoyo logístico que España se había comprometido a prestar en el tratado de Fontainebleau, unos veinticinco mil soldados imperiales penetran en la península por Irún. Lo que no estaba previsto era el acantonamiento de dos ejércitos de reserva en la frontera española. En teoría venían como aliados, pero los incidentes producidos en algunas plazas entre el pueblo y la soldadesca delataban que esos no eran los derroteros por los que tendrían que discurrir los acontecimientos. Los mensajes difundidos por Carlos IV desde el Real Sitio de Aranjuez, donde se había trasladado la Corte, tratando de tranquilizar a sus súbditos ante la masiva presencia francesa – ya sumaban casi 90.000 efectivos- , no surtieron efecto. Pero cuando las intenciones de Napoleón se hicieron evidentes para todos, Godoy trató de convencer al monarca de que no quedaba más salida que el traslado de la Corte a Sevilla o a Cádiz para, en caso de necesidad, embarcar rumbo a Amércia. El príncipe Fernando y sus partidarios no estaban de acuerdo con los planes del valido, así que prepararon el ambiente de rebelión para la noche del jueves 17 al viernes 18 de marzo, dando lugar al famoso Motín de Aranjuez. El pueblo no estaba dispuesto a que la salvaguarda de la dignidad de la corona pasase por la huida de la Corte al Nuevo Mundo. Mientras una multitud se dirigió al palacio para tratar de evitar que la familia real emprendiese viaje, otro grupo de ciudadanos tomó el camino hacia la residencia de Godoy, que fue asaltada y saqueada. El favorito fue descubierto a la mañana siguiente, escondido entre las esteras de una habitación que había quedado a salvo de los excesos de la turbamulta. Carlos IV envió a su hijo Fernando para apaciguar los ánimos de la población; Godoy, no sin menoscabo de su integridad física, fue conducido al cuartel de guardias de Corps. El otrora príncipe de la Paz comenzó a ser tratado como Príncipe de la Injusticia, Generalísimo de la Infamia o Gran Almirante de la Traición.

Fernando VII
Fernando era presentado como el dueño de la situación. Así se lo hicieron ver los ministros a Carlos IV, el cual firmó el decreto de abdicación a las siete de la noche de ese 19 de marzo. El nuevo rey hizo su entrada triunfal en Madrid el 24 de marzo, un día después de que lo hicieran -con no menor gloria- las tropas francesas al mando de Murat. Mientras tanto, en Aranjuez, se produce un hecho de la mayor trascendencia: Carlos IV se retractaba de la renuncia mediante un documento por el que declaraba nula la abdicación en su hijo. Las cartas de Napoleón se iban poniendo sobre la mesa. Envió a Madrid al general Savary para que convenciera a Fernando VII de la necesidad de establecer una entrevista entre ambos. El 10 de abril partía la comitiva regia camino de Burgos, donde el enviado del emperador le había asegurado que tendría lugar el encuentro, pero al final el séquito terminó recalando el 14 de abril en Vitoria, ante las estratagemas de Savary de que las múltiples ocupaciones de Napoleón habían hecho imposible su confluencia en el destino previsto en primer término. Pero allí tampoco se halló al general corso, de tal suerte que, finalmente, y pese a algunas dudas iniciales, se decidió cruzar la frontera con destino a la ciudad de Bayona, a donde llegaron un 20 de abril, más como prisioneros que como invitados, sobre todo cuando el emperador le planteó su decisión de destronar a los borbones el Trono de España para ser sustituidos por su propia dinastía en la persona de su hermano José.

Abdicaciones de Bayona
Durante días Napoleón presionó a Fernando VII para que aceptara la renuncia a la corona como único medio de garantizar la paz en España pero, como el monarca no cedía, tuvo que cambiar de táctica: presionar a los reyes padres, llegados a Bayona el 23 de abril, y a Godoy, que lo hace el 25 del mismo mes. Si el trato con Fernando VII había sido glacial, todo lo contrario sucedió con Carlos IV, que es recibido con los honores que se le niegan a su hijo. Después de varias conferencias entre las partes implicadas, las amenazas para que Fernando VII ceda de nuevo la corona a su padre no surten efectos hasta que Napoleón le pone en la tesitura de elegir entre la cesión o la muerte. Así lo hace en la mañana del 6 de mayo, desconociendo que Carlos IV había hecho lo propio el día anterior. A partir de entonces el Deseado pasará a residir en el castillo de Valençay. Y todo eso sucedía cuando ya habían tenido lugar los sucesos del 2 de mayo en Madrid, en que la población se levantó ante el intento de los franceses de llevarse del Palacio Real al infante Francisco de Paula. La rebelión, que se extendió por toda la ciudad, fue brutalmente reprimida por Murat, ofreciendo Goya fiel testimonio de la barbarie en sus obras “La carga de los Mamelucos” y “Los fusilamientos del 3 de mayo” en la montaña del príncipe Pío. No menos dramática fue la obra de Soroya “Defensa del parque de artillería de Monteleón”, en la que muestra la gesta heroica de los capitanes Daoiz y Velarde ante la pasividad del estamento militar ordenada por el capitán general de Madrid. Murat, cuñado de Napoleón, se vanagloriaba de haber acabado sin el menor esfuerzo con el levantamiento de los madrileños. Lo que desconocía el mariscal es que en España se iba a librar una guerra que terminaría por enterrar las aspiraciones de la Grande Armeé de dominar Europa. Los franceses no sólo se enfrentaban contra un ejército regular, sino que tendrían que hacerlo contra todo un pueblo henchido de odio hacia el invasor: el levantamiento social dio paso a una confrontación militar que concluyó en una revolución política.

Constitución de Cádiz
Estos son los antecedentes inmediatos y el contexto histórico en que son elaborados los trabajos para dotar a España de su primera Constitución, la de Cádiz de 1812, obra de un grupo de liberales que impusieron sus tesis sobre una mayoría afecta aún a las ideas absolutistas. De cómo se obró ese milagro, de esa transición del Antiguo Régimen al estado liberal, de cómo Fernando VII pasó de ser "el Deseado" a convertirse en "el Odiado", todo ello será objeto de un próximo artículo en el que me centraré en las vicisitudes por las que transcurrió el proyecto de los doceañistas gaditanos.

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