Ayer por la mañana, a
eso de las 13:30, me disponía a practicar uno de los deportes
favoritos de los españoles siempre que nos hallamos en trance de
matar el tiempo: hojear el periódico mientras damos buena cuenta de
una refrescante caña de cerveza. Y es que a algunos no les temblaría
el pulso si les dieran a elegir entre pasar una jornada en familia
-suegra incluida- o digerir, solo o acompañado, un buen trago de
oro líquido. El caso es que, sin necesidad de optar entre una cosa u
otra, esa mañana me apetecía darme un homenaje, así que me
encaminé a la tasca más cercana. Me decidí por una que tenía
montada su terraza a las puertas del local; a pesar de los rayos de
sol, resolví entrar en el interior debido al fuerte viento que soplaba. Mientras el camarero no paraba
de servir consumiciones, su partenaire no daba abasto en poner el
correspondiente pincho con que apaciguar el estómago, que no todo va
ser lúpulo y malta regados con sus 5,5 grados de alcohol. En esas
andaba, pasando las páginas del diario como un autómata, leyendo
los titulares pero sin prestar mucha atención al contenido cuando,
de repente, cual rayo ensordecedor, me detuve paralizado en uno que
decía “Grupo de música punk condenado por injurias al Rey”. Me
tiré en plancha a devorar aquellas líneas para conocer cuál era la
última fatiga que soportaban los cansados hombros de Don Juan
Carlos. Para mí, en ese momento, eso era lo importante; en segundo
plano quedaban la guerra de cifras de la huelga general de la víspera
y las polémicas por la desautorización administrativa para la
construcción de la refinería de marras.
Centrada la atención
en ese punto, a cada línea leída el sobresalto era mayor. Veamos la
secuencia de los hechos: grupo que se presenta a un
concurso de música joven organizado por el ayuntamiento de Segovia;
el grupo en cuestión no lo hace del todo mal y, como premio, le
editan algunas canciones; a los pocos días el concejal competente en
la materia se empieza a poner nervioso cuando llega a sus oídos que
el conjunto que han promocionado con dinero público lleva en su
repertorio un tema en el que ponen a parir al Jefe del Estado; el
susodicho edil, que hasta la fecha gozaba de una imagen inmaculada
entre sus conciudadanos, no para de acordarse de los deudos del que
le convenció para recompensar a ese grupo prometedor al que todos
recordarían no sólo por su estrambótico nombre -”Ardor de
estómago”- sino por su indudable calidad artística. Imagínense
ustedes la zozobra de ese servidor público que, por confiar en su
compadre de toda la vida, ahora se veía obligado a dimitir por no
haber escuchado aquello que se suponía que debió haber escuchado.
Nunca se perdonará haber puesto en peligro su carrera política por
tamaño desliz. Angelito.
El hecho es que la
Audiencia Nacional ha condenado a tres componentes del grupo a una
multa de, sorpréndanse, 900 € cada uno, lo cual, calculadora en
mano, suma la friolera de 2.700 eurazos. No voy a reproducir aquí la
letra en cuestión, más que nada para no darles mayor publicidad de
la que ya han obtenido, pero no hay que ser un Mozart para suponer
que la calidad musical de la partitura brilla por su ausencia: ese bodrio podría haberlo firmado cualquiera de mis sobrinos. A
partir de ahora tendrán que ir a buscar las musas de la inspiración
a otra parte; eso sí, con algunos euros de menos en los bolsillos.
Aunque estoy convencido de que la broma les ha salido casi gratis: si
llamar en dieciséis ocasiones “hijo de puta” y “bastardo” al rey, entre otras
lindezas, conlleva una sanción de 900 € por
barba, más de uno estará dispuesto a convertirse en cantautor y
pagar canon a la SGAE con tal de dar rienda suelta a su imaginación para, con la excusa de que con sus impuestos no van a mantener ni tronos ni coronas, darle puyas al rey hasta en el carnet de identidad. Esta es
una de las cargas que tendrá que arrostrar la Casa Real por el affaire
Urdangarín. Y es que no corren buenos tiempos para la monarquía.
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