sábado, 31 de marzo de 2012

Un nuevo ardor de estómago para Su Majestad.


Ayer por la mañana, a eso de las 13:30, me disponía a practicar uno de los deportes favoritos de los españoles siempre que nos hallamos en trance de matar el tiempo: hojear el periódico mientras damos buena cuenta de una refrescante caña de cerveza. Y es que a algunos no les temblaría el pulso si les dieran a elegir entre pasar una jornada en familia -suegra incluida- o digerir, solo o acompañado, un buen trago de oro líquido. El caso es que, sin necesidad de optar entre una cosa u otra, esa mañana me apetecía darme un homenaje, así que me encaminé a la tasca más cercana. Me decidí por una que tenía montada su terraza a las puertas del local; a pesar de los rayos de sol, resolví entrar en el interior debido al fuerte viento que soplaba. Mientras el camarero no paraba de servir consumiciones, su partenaire no daba abasto en poner el correspondiente pincho con que apaciguar el estómago, que no todo va ser lúpulo y malta regados con sus 5,5 grados de alcohol. En esas andaba, pasando las páginas del diario como un autómata, leyendo los titulares pero sin prestar mucha atención al contenido cuando, de repente, cual rayo ensordecedor, me detuve paralizado en uno que decía “Grupo de música punk condenado por injurias al Rey”. Me tiré en plancha a devorar aquellas líneas para conocer cuál era la última fatiga que soportaban los cansados hombros de Don Juan Carlos. Para mí, en ese momento, eso era lo importante; en segundo plano quedaban la guerra de cifras de la huelga general de la víspera y las polémicas por la desautorización administrativa para la construcción de la refinería de marras.

Centrada la atención en ese punto, a cada línea leída el sobresalto era mayor. Veamos la secuencia de los hechos: grupo que se presenta a un concurso de música joven organizado por el ayuntamiento de Segovia; el grupo en cuestión no lo hace del todo mal y, como premio, le editan algunas canciones; a los pocos días el concejal competente en la materia se empieza a poner nervioso cuando llega a sus oídos que el conjunto que han promocionado con dinero público lleva en su repertorio un tema en el que ponen a parir al Jefe del Estado; el susodicho edil, que hasta la fecha gozaba de una imagen inmaculada entre sus conciudadanos, no para de acordarse de los deudos del que le convenció para recompensar a ese grupo prometedor al que todos recordarían no sólo por su estrambótico nombre -”Ardor de estómago”- sino por su indudable calidad artística. Imagínense ustedes la zozobra de ese servidor público que, por confiar en su compadre de toda la vida, ahora se veía obligado a dimitir por no haber escuchado aquello que se suponía que debió haber escuchado. Nunca se perdonará haber puesto en peligro su carrera política por tamaño desliz. Angelito.

El hecho es que la Audiencia Nacional ha condenado a tres componentes del grupo a una multa de, sorpréndanse, 900 € cada uno, lo cual, calculadora en mano, suma la friolera de 2.700 eurazos. No voy a reproducir aquí la letra en cuestión, más que nada para no darles mayor publicidad de la que ya han obtenido, pero no hay que ser un Mozart para suponer que la calidad musical de la partitura brilla por su ausencia: ese bodrio podría haberlo firmado cualquiera de mis sobrinos. A partir de ahora tendrán que ir a buscar las musas de la inspiración a otra parte; eso sí, con algunos euros de menos en los bolsillos. Aunque estoy convencido de que la broma les ha salido casi gratis: si llamar en dieciséis ocasiones “hijo de puta” y “bastardo” al rey, entre otras lindezas, conlleva una sanción de 900 € por barba, más de uno estará dispuesto a convertirse en cantautor y pagar canon a la SGAE con tal de dar rienda suelta a su imaginación para, con la excusa de que con sus impuestos no van a mantener ni tronos ni coronas, darle puyas al rey hasta en el carnet de identidad. Esta es una de las cargas que tendrá que arrostrar la Casa Real por el affaire Urdangarín. Y es que no corren buenos tiempos para la monarquía.  

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