lunes, 26 de marzo de 2012

El extraño caso del inagotable granero de votos.


Ayer se celebraron elecciones autonómicas en Andalucía. Javier Arenas acudía a las urnas por cuarta vez como candidato por el PP; por contra, José Antonio Griñán se estrenaba como cabeza de cartel por el PSOE. Todos los sondeos electorales, sin excepción, situaban al Partido Popular al borde de la mayoría absoluta. Era de esperar que el desgaste de los más de 30 años de poder socialista en esa Comunidad, unido a los escándalos de corrupción de última hora, terminarían por descabalgar al PSOE del caballo ganador que lleva montando durante todo este tiempo. Pero al final todo ha sido un espejismo. Como dijo anoche Cayo Lara, coordinador general de Izquierda Unidad, “la ola del Partido Popular se ha estrellado en Despeñaperros”. Habrá qué comprobar los efectos de la resaca.

El PP se ha quedado a cinco escaños de la ansiada y pronosticada mayoría absoluta. Es cierto que ha ganado las elecciones por primera vez en Andalucía, aunque haya sido por el escaso margen de unos cuarenta mil votos; victoria histórica y todo lo que se quiera pero, al fin y al cabo, inútil. Pesa más la decepción por no haber alcanzado el poder que cualquier otra circunstancia. Las caras de sus dirigentes, desde el balcón de su sede en Sevilla, denotaban el fracaso cosechado a pesar de los esfuerzos por ocultarlo con unos tibios aplausos emitidos a destiempo por un coro de palmeros que no se sabía muy bien qué estaban festejando. Creo que la frustración les cegaba. Los aires renovados de la recién estrenada primavera no han sentado nada bien a las gaviotas que acompañan al logotipo del Partido Popular.

En la otra cara de la moneda, Griñán ni se lo creía. Compareció ante los medios de comunicación en un estado de levitación propio del que, ante el temor a una catástrofe sin precedentes, sale fortalecido en medio de la tempestad: el temido huracán ha quedado, si acaso, en mera tormenta tropical. Lo que tampoco entenderé nunca es el entusiasmo mostrado por sus seguidores, inconscientes ellos de que lo que estaban degustando era, a pesar de todo, el acibarado fruto de la derrota. Lo malo es que interpretan lo sucedido no como un toque de atención, sino como un tropiezo menos lacerante de lo esperado porque a ellos  "plin": total, si van a continuar repantigados en la misma poltrona, pisando la misma alfombra y sentados en el mismo coche oficial. Lo de menos es el escandaloso índice de paro (el 30 % de la población activa) y que las alcantarillas del poder fluyan anegadas de corrupción.

La reconquista del poder territorial del PP ha sufrido un inesperado revés en tierras andaluzas. El granero de votos del PSOE ha vuelto a ser talismán una vez más, sacando del marasmo a un partido que estaba predestinado al ocaso durante una larga temporada. Ni la labor conjunta de Sherlock Holmes y Hercules Poirot darían con la clave para explicar lo sucedido en el día de ayer. Hasta el momento carecemos de pistas creíbles que esclarezcan el motivo por el que el pueblo andaluz prefiere navegar en las aguas turbulentas del paro y los chanchullos. El camino a seguir para desvelar este asunto será el de averiguar las causas del alto porcentaje de abstención(37,83%), sin perder de vista tampoco el posible voto de castigo frente a la reforma laboral aprobada por las huestes de Don Mariano ni el miedo psicológico a que el centro-derecha gobierne alguna vez en aquellas latitudes. Podemos afirmar, sin miedo a equivocarnos, que en Andalucía se ha instalado un régimen político casi imposible de desbancar al socaire de una ciudadanía alienada que opta por lo malo conocido. La recolecta se ha resentido, pero continua dando de comer a los de siempre.

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