Ayer se celebraron
elecciones autonómicas en Andalucía. Javier Arenas acudía a las
urnas por cuarta vez como candidato por el PP; por contra, José
Antonio Griñán se estrenaba como cabeza de cartel por el PSOE.
Todos los sondeos electorales, sin excepción, situaban al Partido
Popular al borde de la mayoría absoluta. Era de esperar que el desgaste
de los más de 30 años de poder socialista en esa Comunidad, unido a
los escándalos de corrupción de última hora, terminarían por
descabalgar al PSOE del caballo ganador que lleva montando durante
todo este tiempo. Pero al final todo ha sido un espejismo. Como dijo
anoche Cayo Lara, coordinador general de Izquierda Unidad, “la ola
del Partido Popular se ha estrellado en Despeñaperros”. Habrá qué
comprobar los efectos de la resaca.
En la otra cara de la
moneda, Griñán ni se lo creía. Compareció ante los medios de
comunicación en un estado de levitación propio del que, ante el
temor a una catástrofe sin precedentes, sale fortalecido en medio de la tempestad: el temido huracán ha quedado, si acaso, en mera tormenta
tropical. Lo que tampoco entenderé nunca es el entusiasmo mostrado
por sus seguidores, inconscientes ellos de que lo que estaban degustando era, a pesar de todo, el acibarado fruto de la derrota. Lo malo es que interpretan lo sucedido no como un toque de atención, sino como un tropiezo menos lacerante de lo esperado porque a ellos "plin": total, si van a continuar repantigados en la misma poltrona, pisando la misma alfombra
y sentados en el mismo coche oficial. Lo de
menos es el escandaloso índice de paro (el 30 % de la población
activa) y que las alcantarillas del poder fluyan anegadas de
corrupción.
La reconquista del
poder territorial del PP ha sufrido un inesperado revés en tierras
andaluzas. El granero de votos del PSOE ha vuelto a ser talismán una
vez más, sacando del marasmo a un partido que estaba predestinado al
ocaso durante una larga temporada. Ni la labor conjunta de Sherlock
Holmes y Hercules Poirot darían con la clave para explicar lo
sucedido en el día de ayer. Hasta el momento carecemos de pistas creíbles que esclarezcan el motivo por el que el pueblo andaluz
prefiere navegar en las aguas turbulentas del paro y los chanchullos.
El camino a seguir para desvelar este asunto será el de averiguar
las causas del alto porcentaje de abstención(37,83%), sin perder de
vista tampoco el posible voto de castigo frente a la reforma laboral
aprobada por las huestes de Don Mariano ni el miedo psicológico a
que el centro-derecha gobierne alguna vez en aquellas latitudes.
Podemos afirmar, sin miedo a equivocarnos, que en Andalucía se ha
instalado un régimen político casi imposible de desbancar al
socaire de una ciudadanía alienada que opta por lo malo conocido. La recolecta se ha resentido, pero continua dando de comer a los de siempre.
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